La eternidad como maldición: Un diálogo entre «La última respuesta» de Isaac Asimov y «El Inmortal» de Jorge Luis Borges

La literatura ha sido, desde siempre, un medio para explorar las profundidades de la condición humana. Dos cuentos en particular, «La última respuesta» (1980) de Isaac Asimov y «El Inmortal» (1947) de Jorge Luis Borges, se sumergen en la compleja noción de la inmortalidad, presentándola no como un don divino, sino como una carga existencial. Aunque escritos en contextos diferentes y con estilos distintos, ambos relatos convergen en la idea de que la eternidad puede ser más una maldición que una bendición.

Isaac Asimov y la última respuesta a la eternidad

«La última respuesta» de Isaac Asimov nos sumerge en la experiencia post-mortem de Murray Templeton, un físico de cuarenta y cinco años que, tras su muerte repentina, se encuentra en un espacio indefinido, dialogando con una Voz omnipotente. Esta Voz, que no se identifica como un ser divino en el sentido tradicional, le revela a Murray que ha sido seleccionado para continuar existiendo en este estado post-mortem debido a su capacidad intelectual. A diferencia de otros seres que han pasado por la experiencia de existir y que eventualmente se desvanecen, Murray ha sido elegido para pensar y descubrir conocimientos por toda la eternidad. Sin embargo, la perspectiva de una eternidad sin propósito claro o finalidad definida no satisface a Murray. Decide, entonces, que si debe existir eternamente, su objetivo será encontrar una manera de terminar con su propia existencia o, si es posible, destruir a la Voz. Esta idea se convierte en una obsesión para él, y la Voz, lejos de sentirse amenazada, ve este desafío como un juego esperado. En este sentido, a medida que se desarrolla la historia, se insinúa que la Voz, a pesar de su omnipotencia y eternidad, podría estar deseando también un punto final para su propia existencia.

Jorge Luis Borges y la eternidad mítica de los inmortales

«El Inmortal» de Jorge Luis Borges nos transporta a un mundo mítico y antiguo. El protagonista, un soldado romano, se embarca en la búsqueda de la Ciudad de los Inmortales, movido por historias y leyendas que hablan de su existencia. Tras un viaje lleno de adversidades, encuentra la ciudad, pero esta no es el paraíso que esperaba. En lugar de ser un lugar de sabiduría y gracia, la ciudad está en ruinas y es habitada por seres que han perdido toda pasión y deseo debido a su inmortalidad. El protagonista descubre que la inmortalidad es una existencia monótona y tediosa. Los inmortales, al no tener un final a la vista, pierden el sentido de la vida y se sumergen en un estado de apatía y desesperanza. La muerte, paradójicamente, se convierte en algo deseable, ya que proporciona un final y un propósito a la existencia.

La Eternidad como Reflexión de la Condición Humana

Tanto en «La última respuesta» de Isaac Asimov como en «El Inmortal» de Jorge Luis Borges, la inmortalidad se presenta no como un estado de gracia perpetua, sino como una existencia plagada de monotonía y falta de propósito. Esta perspectiva desafía la noción convencional de que vivir eternamente sería un don deseable.

La monotonía de la existencia eterna se manifiesta de manera evidente en ambos relatos. En «El Inmortal», los habitantes de la Ciudad de los Inmortales han perdido toda pasión y deseo. La eternidad ha despojado a sus vidas de cualquier urgencia o propósito, sumiéndolos en un estado de apatía y desesperanza. Sin la amenaza de la muerte, sin un final que marque un límite, los días se convierten en una repetición interminable, donde cada acción pierde su significado.

Por otro lado, en «La última respuesta», la Voz, a pesar de su omnipotencia, parece estar atrapada en una existencia similarmente monótona. Aunque tiene el poder y el conocimiento para descubrir cualquier cosa, el hecho de que busque constantemente seres inteligentes para que piensen y descubran por ella sugiere una especie de tedio eterno. La Voz, al igual que los inmortales de Borges, parece haber perdido el sentido de propósito en su existencia infinita.

La inmortalidad, en este contexto, despoja a la existencia de los propósitos que acompañan a una vida finita. En una existencia limitada por el tiempo, los seres humanos se sienten impulsados a buscar significado, a establecer metas, a apreciar cada momento. Sin embargo, en la infinitud, estos propósitos se desvanecen. No hay necesidad de establecer metas ni incentivo para apurarse en conseguirlo, ya que se dispone de toda la eternidad para ello. Esta falta de urgencia y propósito convierte a la inmortalidad en una fuente de tedio eterno. Sin la muerte como límite, la urgencia de vivir, aprender y amar se diluye en la vastedad del tiempo infinito, llevando a una existencia carente de sentido y de propósito.

Incluso una figura poderosa, como la que podría representar la Voz en el cuento de Asimov, no está exenta de este tedio. A pesar de su omnipotencia, la Voz parece anhelar algo que no puede alcanzar por sí misma, algo que rompa la monotonía de su existencia eterna. Esto sugiere que incluso los seres más poderosos pueden sentirse atrapados por la maldición de la eternidad.

Aunque no de manera explícita, ambos autores tocan el concepto filosófico del absurdo y la angustia de la existencia, popularizado por filósofos como Albert Camus y Søren Kierkegaard. En un universo infinito y eterno, la búsqueda de significado puede parecer intrínsecamente absurda y angustiante. Esta noción se refleja en cómo los personajes que han alcanzado la inmortalidad se encuentran atrapados en un ciclo interminable de repetición, donde las acciones pierden su significado y propósito.

Además, «La última respuesta» plantea preguntas sobre la naturaleza de Dios y la relación entre el creador y la creación. La Voz, que podría ser vista como una representación de un ser divino, no es omnisciente en el sentido tradicional. A pesar de su poder, busca a seres como Murray para que piensen y descubran por ella, sugiriendo una visión de Dios no como un ser perfecto y completo, sino como una entidad en búsqueda de significado, atrapada en la angustia de su propia existencia infinita.

En conclusión, tanto Asimov como Borges, a través de sus relatos, nos ofrecen una visión profunda y reflexiva sobre la inmortalidad. Lejos de ser un estado ideal, la eternidad se presenta como una existencia desprovista de propósito, un estado infinito de tedio y monotonía. Estos cuentos nos invitan a reflexionar sobre la verdadera naturaleza del ser humano y el valor intrínseco de una vida finita.