Harold Bloom: Alexander Pushkin (1799-1837)

De los cuentos en prosa de Pushkin, el que mayor fuerza tiene claramente es la novela corta La dama de picas, a pesar de que la mayor extensión de La hija del capitán revela algunos de los recursos narrativos más variados de Pushkin. Paul Debreczeny ha culminado la tradición crítica rusa con su lectura de La dama de picas como una parábola cabalística, y no deseo añadir nada al intrincado desvelamiento que realiza Debreczeny del denso simbolismo del relato. Pero, como crítico cabalista que yo mismo soy, sé que una parábola cabalística, ya sea en Pushkin o en Kafka, nos muestra que la retórica, la cosmología y la psicología no son tres materias distintas sino tres en una, y por eso me centraré en la psicología de La dama de picas.

¿Cuál es la secreta desgracia que expresa la Condesa, la dama de picas? ¿La atemoriza Guermann hasta la muerte, o es ella quien le pasa a él la maldición de Saint-Germain y es solamente entonces cuando ya puede morir? Lo que con seguridad sabemos de la Condesa es que ha sido, es y será rancia, una adecuada amante para Saint-Germain (si eso es lo que era). Lo que sabemos de Guermann con mayor certeza es que él es igual de rancio, pero a diferencia de la Condesa él cae presa de la ironía cada vez que habla. Las ironías más extraordinarias se dan en la primera frase y en la última que le oímos decir: «Me atrae mucho el juego, pero no estoy en condiciones de sacrificar lo imprescindible con la esperanza de salir sobrado»[1], y el mascullar lunático y repetitivo de «Tres, siete, ¡as! Tres, siete, ¡reina!». Por supuesto que sí sacrifica lo esencial de la vida, y esa identificación de la Condesa con la dama de picas o la muerte en vida que irónicamente sustituye al as de fortuna oculta es la corona cabalística, a la vez pináculo y abismo de la nada.

Psicológicamente Guermann y la Condesa son muy parecidos: ambos son suma de la ambición mundana y de lo diabólico, pero la Condesa no aceptará a Guermann como su iniciado hasta que ella haya muerto. Mientras siga viva todo lo que le dirá a Guermann será: «Era una broma». Es de nuevo una ironía demoniaca a la que Guermann responde: «No hay que hacer bromas con eso», ya que su última broma hará que él enloquezca al consistir dicha broma en la sustitución cabalística del as por la dama de picas. Y, sin embargo, la aparición de la Condesa habla en unos términos que no casan con gran parte del simbolismo sobredeterminado del relato:

—He venido a verte en contra de mi voluntad —dijo la condesa con voz firme—. Pero se me ha ordenado que cumpla tu deseo. El tres, el siete y el as, uno tras otro, te harán ganar; pero con una condición: que no apuestes más de una carta al día y que en lo sucesivo no juegues nunca más. Te perdono mi muerte con tal de que te cases con mi protegida Lisaveta Ivánovna[2].

¿Es Saint-Germain o es el diablo mismo, cada uno de ellos supuestamente al otro lado de la vida, quien le ha ordenado venir? ¿A quién pertenece la mentira de la última carta: a ella o a un poder superior a ella? ¿Por qué habría ella de querer que Guermann tomara a la pobre Lisaveta Ivánovna? ¿Es que ahora se preocupa de su protegida, o se trata de una maldad hacia todas las cosas? ¿Por qué tres días para la partida de cartas en vez de uno solo? No creo que haya respuestas estéticas para estas preguntas. Lo que importa desde el punto de vista estético es que estamos obligados a contestarlas, que también nosotros nos vemos arrastrados por esta narración cabalística de compulsiones, decepciones, traiciones y campañas napoleónicas. Pushkin ha creado un universo sobredeterminado y nos ha colocado con firmeza dentro de él, y donde estamos sujetos a las mismas fuerzas temibles que sus protagonistas tienen que resistir.

El tropo que rige el universo de La dama de picas es dantesco, un exilio en el Purgatorio: «Conocerás el sabor de la sal en el pan de otro, y cuán triste subir y bajar sus escaleras». Eso es Dante en Rávena y Lisaveta Ivánovna en casa de la Condesa, pero aquellas escaleras del Purgatorio también las suben Guermann y la Condesa, ambos para su desgracia. El poder de La dama de picas es purgatorial e infernal y el lector, expuesto a los dos reinos, elige el camino de la parábola: o una escalera que sube estrecha y tortuosa, o la locura del descenso de Guermann, hacia el exterior y en picado en una noche invernal.


[1] «La dama de picas», en La hija del capitán y otros relatos, Ricardo San Vicente (trad.), Barcelona, Planeta, 1993, p. 384.

[2] Ibídem, pp. 413-414.

© Harold Bloom: Alexander Pushkin (1799-1837). En Short story writers and short stories (Cuentos y cuentistas. El canon del cuento), 2005. Traducción de Tomás Cuadrado.