Manuel Rojas: El cuento y la narración

Manuel Rojas

En el lenguaje hablado, y aun en el lenguaje escrito, cuento es todo aquello que se puede contar verbalmente y todo aquello que se puede contar por escrito. De este modo, la denominación de cuento abarca una larga lista de producciones literarias y no literarias. Cuentos serían, si aceptáramos esa común denominación, las narraciones, los relatos, las fábulas (en prosa o en verso), las historietas, las anécdotas y, finalmente, los chascarrillos. Pero, a pesar del lenguaje hablado y muy a pesar del lenguaje escrito, ha sido y es necesario reaccionar en contra de esa denominación tan común como arbitraria. La especialización de los géneros literarios, el crecimiento de unos y la dignificación de otros, ha exigido y exige determinar qué es cuento, qué es narración, qué es relato y qué es todo lo que hasta hace poco tiempo se ha conocido con el nombre general de cuento.

Por nuestra parte, y en el presente caso, no nos ocuparemos sino de los géneros que motivan esta disquisición, o sea, de la narración y del cuento.

El cuento es, según mi opinión, y espero que según la de muchas personas, un género literario definido, es decir, un género que posee procedimientos, valores y dimensión propios, dimensión, valores y procedimientos que no pueden ser eludidos sin desvirtuar el género. El cuento es una obra literaria en que se presenta, se desarrolla y soluciona —por medio de infinitos procedimientos— un asunto o tema que requiere presentación, desarrollo y solución, características que, según todos sabemos, no todos los asuntos o temas tienen. Superficialmente, puede ser comparado a una operación aritmética, a una división, por ejemplo, o a un problema de división que se resuelve ante nuestros ojos. Tiene, como la división, factores que deben producir un resultado. Pero la comparación, como he dicho, es meramente superficial. En tanto que en la división se opera siempre de un modo rígido, inscribiendo o conociendo primero los factores y sacando de ellos después un inflexible e inmutable producto, en el cuento se puede operar de infinitas maneras, presentando, por ejemplo, primero el cuociente, después el divisor y finalmente el dividendo, o viceversa, sin que el lector sepa, al principio, cuál es uno y cuál es otro y sin que el cuociente sea o deba ser, como en la división, uno solo, inflexible e inmutable. Cuando se habla de una operación aritmética se dice que en ella el orden de los factores no altera el producto; en el cuento, por lo contrario, a pesar de la semejanza que por encima tiene con una operación aritmética, nada es seguro, ni los factores, ni el orden ni el producto. No se trata ya de números; se trata de seres humanos. El autor puede descomponer caprichosamente los factores y colocarlos en el orden que se le ocurra, y nadie, al empezar a leer un cuento, podrá saber en qué forma reaccionarán sobre sí mismos o entre sí ni cuál será el resultado.

La forma de presentar y realizar la operación, el procedimiento, depende nada más que del escritor, de su temperamento, de su estructura mental, de su ritmo personal; en una palabra, y como en todas las obras de creación, de todas aquellas categorías espirituales que componen su facultad creadora. Pero ese procedimiento exige, además de las condiciones naturales que el escritor posee, algo que no forma parte de esas condiciones sino externamente, vale decir, algo que opera desde afuera y en forma consciente. En buen romance: exige un truco, una trampa. Todo verdadero cuento contiene una fórmula que está destinada a sorprender al lector y esa fórmula consiste en presentarle los hechos de manera que al final resulte lo que él menos se espera. Un modelo de cuento podría ser uno de Kipling, conocido con el título de “La oveja negra”. En él se trata de un niño que es presentado como indolente, descuidado y malo. En tanto que sus hermanos se portan de modo correcto, comen bien en la mesa y se conducen en todas partes como caballeritos, él, la oveja negra, es sucio, desarreglado y torpe; en la mesa da vuelta las copas y se vierte la comida sobre las ropas o la derrama sobre el mantel; si camina o corre por las habitaciones de su casa o las aulas del colegio, rompe los jarrones, derriba las sillas o quiebra los vidrios. Los padres se desesperan y se preguntan por qué ese niño tiene una índole tan perversa. Se le reprende, se le castiga, pero sin ningún resultado. El niño continúa su misma conducta. Y un día, por una circunstancia que no recuerdo, pero que da lo mismo, pues puede servir cualquiera, los padres descubren a qué se debe el proceder del niño: el pobrecillo es miope, casi ciego.

El truco es evidente: primero sentimos la antipatía que puede producir semejante carácter y la compasión que inspiran unos padres tan desgraciados, y después, sin esperarlo, el dolor de una verdad terrible. La reacción es intensa y el cuento nos parece magnífico, como en realidad lo es. Pero el truco no es ni ha sido nunca artístico; es algo mecánico, más que mecánico, artificioso, y de ahí que el cuento, considerado específicamente y en comparación con los otros géneros literarios, resulte un género inferior, inferior a la novela, por supuesto, e inferior también a la narración.

La mayor o menor finura que se use en el procedimiento, la mayor o menor inteligencia con que se organice el truco, se preparen los elementos fundamentales y se presente el final, unido todo al mayor o menor talento literario del autor, harán mayor o menor la eficacia emotiva del cuento.

Respecto a su dimensión no hay mucho que decir. Cuando alguien, refiriéndose a un trabajo literario, dice: es un cuento largo o una novela corta, no dice nada exacto. Un cuento, por muy largo que sea, no podrá ser jamás una novela, así como una novela, por corta que sea, no será jamás un cuento. Ambos géneros tienen procedimientos diversos, diversos valores y diversa finalidad. El cuento, por lo demás, no puede ser nunca extenso; la extensión le hace perder calidad y eficacia.

Históricamente, el cuento es un género nuevo, novísimo, imposible de encontrar en los clásicos de ningún país. Los textos de consulta citan algunos autores de obras que llevan por título el de “Cuento” o “Cuentos”, pero, en realidad, en esas obras no se trata del cuento tal como debemos estimarlo, sino de otras producciones, literarias o no, tales como narraciones, fábulas, anécdotas, chascarrillos, historietas, etcétera. La palabra “Cuento” o “Cuentos” se encuentra, por otra parte, en el título de algunas obras famosas de la literatura universal, pero en estas obras, menos que en las anteriores, se encuentra nada que tenga que ver con el cuento. Entre ellas se pueden citar “Cuento de Invierno”, comedia de Shakespeare; otra de igual título, del gran poeta Heine, en que se narran las impresiones de un viaje a través de Alemania; otra del escritor inglés Swift, “Cuento del tonel”, que no es más que una sátira alegórica; una de Alfredo de Musset, “Cuentos de España y de Italia”, que constituye el primer tomo de poesías publicado por este poeta, y para terminar, “Cuentos”, de Hoffmann, que no son más que narraciones fantásticas.

Entre las obras en que tal vez podrían encontrarse algunos rasgos del verdadero cuento, pero, claro está, sin las características literarias del género, pueden citarse, en la antigüedad, la titulada “Cuentos milesianos”, colección de cuentos, narraciones y relatos de aventuras a menudo licenciosas, muy en boga allá por el siglo dos antes de Jesucristo. (Supongo que me perdonarán este arrebato de erudición, que he pedido prestado a la última edición del Gran Larousse). En la Edad Media encontramos a Bocacio, con su “Decamerón”, colección de narraciones sin duda tan licenciosas o más que las de los “Cuentos milesianos”. Después de Bocacio transcurren algunos siglos sin presuntos cuentistas. En el siglo diecinueve, en cambio, florecen en Francia, Inglaterra y Estados Unidos, los genios de tres grandes escritores, Balzac, Dickens y Poe, quienes publicaron obras con el título de cuentos: “Cuentos droláticos”, Balzac; “Cuentos” y “Nuevos cuentos extraordinarios», Poe, y “Cuentos de Navidad», Dickens; pero ni los de Balzac ni los de Poe son verdaderos cuentos. Los de Dickens, en cambio, especialmente el titulado “El grillo del hogar”, tan famoso, contienen, en su estructura, en su procedimiento y en su finalidad, finas raíces del verdadero cuento contemporáneo.

Después aparecen en Francia dos escritores que cultivan un género que llamaban cuento pero que en realidad sólo eran narraciones: Gustavo Flaubert y Alfonso Daudet, el primero con sus inmortales “Tres cuentos”, en que están incluidos “Un corazón simple”, “La leyenda de San Julián el Hospitalario” y “Herodías”, y el segundo con sus “Cuentos del Lunes”.

El primero y verdadero gran cuentista que aparece en la historia de la literatura es Maupassant, escritor de genio múltiple, que podía hacer, con la misma admirable maestría, tanto un cuento como una narración.

Fuera de las obras y autores que aquí he citado, difícilmente se podrían hallar otras y otros de igual calidad. He omitido a La Fontaine, Perrault, los hermanos Grimm, Andersen y otros, por considerar que son exclusivamente fabulistas o narradores de historias extraordinarias.

El cuento, sin embargo, no es un género a que un escritor se dedique especialmente. Escriben cuentos los novelistas, los narradores y hasta los poetas. Entre los escritores que en América del Sur han cultivado con más éxito el género, puede citarse a Horacio Quiroga, cuyo genio, como el de Maupassant o como el de Kipling, le permitió hacer, con la misma desenvoltura y eficacia que esos dos maestros, tanto un cuento como una narración, con la diferencia de que en Quiroga, tal vez por el ambiente y por los extraordinarios personajes que trataba, ambos géneros se confundían íntimamente, lo cual, en buenas cuentas, es una cualidad de primer orden. Estados Unidos ha producido, por su parte, un escritor especializado en el género y dedicado exclusivamente a él. Nos referimos a O. Henry, conocido entre nosotros por la traducción de su libro “Picaresca sentimental” y por algunos cuentos que se publican a veces en diarios y revistas. La lectura de las producciones de este escritor puede darnos, más que otras, la noción mecánica de lo que es un cuento. Desgraciadamente, el genio de O. Henry es esencialmente humorístico, roza apenas lo sentimental y no llega jamás a lo dramático, terreno en el cual el cuento ha alcanzado sus más altas realizaciones.

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Para terminar este breve ensayo sobre el cuento cabría considerar las razones del por qué este género es nuevo en literatura, estudiando para el caso los factores que impedían su advenimiento a ella y, al mismo tiempo, los que lo facilitaron; pero un estudio de esta clase nos haría salir del terreno literario y entrar a otro, extraño y más lato. Creo, sin embargo, que la aparición del cuento como género literario se debe al mayor desarrollo de la vida social y al progreso de las artes tipográficas, factores que trajeron por consecuencia una mayor difusión de la palabra impresa y nuevas exigencias en cuanto al material de lectura que se utilizaba en los diarios y revistas.

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En cuanto a la narración debemos decir que su carácter puede ser fácilmente advertido si recurrimos a un ejemplo vulgar pero útil: supongamos que en la calle o en cualquiera otra parte nos encontramos con un amigo. Conversando, conversando, llega el momento en que nos acordamos de que nuestro amigo ha hecho un viaje de exploración a los hielos continentales del sur de Chile. Le decimos que nos cuente cómo le fué por allá, y el amigo, dejando de lado el asunto sobre el cual charlamos en ese instante, nos cuenta lo que deseamos oírle contar: en qué forma llegó al Aysen; cómo debió atravesar, en su viaje a caballo hasta las márgenes del Lago Buenos Aires, veintiséis veces un mismo río; cómo se trasladó, desde el Lago Buenos Aires y por las orillas del río Leones, hasta el pie de la cadena de montañas que forman el límite Este de los hielos continentales; cómo allí debió sufrir hambres, frío, dolor, angustia; cómo se perdió en las selvas; cómo naufragó cierto día mientras pretendía atravesar un lago en una balsa construida por él y sus amigos; cómo ha visto leones y huemules, etcétera, etcétera. Oyéndolo, no es un cuento el que oímos: es un relato. Si nuestro amigo escribiera sus aventuras sin poner en lo que escribe ninguna pretensión literaria, lo escrito sería siempre un relato; si lo hiciera con ánimo literario, sería una narración. Puede suceder que nuestro amigo esté mintiendo, que no haya ido jamás en busca de un paso que le permitiera atravesar los hielos continentales desde el oriente hacia el poniente, que no haya visto leones más que en el zoológico y huemules sólo en el escudo de la república. Puede suceder también que su aventura, su experiencia, cierta o fingida, sea otra muy diversa, ocurrida a otra persona y desarrollada en cualquiera otra parte. El caso será el mismo, es decir, se tratará de un relato que podrá llegar a ser una narración. Pero en ningún caso será un cuento ni podrá llegar a serlo.

No deberemos sacar de este ejemplo falsas deducciones, como la de creer, por ejemplo, que todas las narraciones deben ser semejantes o parecidas a las que pudo contarnos nuestro amigo y que siempre deba tratarse en ellas de algo que una persona ha vivido, ha oído contar o ha compuesto con elementos de la misma índole. “El libro de las selvas vírgenes”, de Kipling, no ha sido vivido por nadie. Eso no es obstáculo para que sea una de las más preciosas colecciones de narraciones que el hombre ha compuesto.

De todo esto se desprende que la narración es un género literario de composición simple, sin trucos, constituido por elementos también simples y cuyo mayor o menor valor reside en la mayor o menor destreza con que sean aprovechados y en la mayor o menor fuerza con que se expresen los matices dramáticos o sentimentales que poseen. El narrador, como el cuentista, como el novelista, sabe, por intuición y por costumbre del oficio, cuáles son los detalles que deben destacarse, cuáles los matices que darán a su labor el color o los colores necesarios y cuál, antes que nada, el orden que deberán llevar y el espacio que deberán ocupar.

Para terminar este breve estudio del cuento y de la narración, agregaremos que en tanto que el cuento, como ya lo dijimos, por muy largo que sea, no será jamás una novela, la base de ésta, que no podrá estar nunca constituida por un conjunto de cuentos, es la narración. La novela, en efecto, es un conjunto de narraciones que giran alrededor de un tema central, tema que describen, exponen o estudian, acercándose poco a poco a su núcleo y, finalmente, penetrándolo.

© Manuel Rojas: El cuento y la narración. En Babel, Revista de arte y crítica, N°19. Enero-febrero 1944.

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