Dwar Ev soldó ceremoniosamente la última conexión con oro. Los ojos de una docena de cámaras de televisión le contemplaban y el subéter transmitió al universo una docena de imágenes sobre lo que estaba haciendo.
Se enderezó e hizo una seña a Dwar Reyn, acercándose después a un interruptor que completaría el contacto cuando lo accionara. El interruptor conectaría, inmediatamente, todo aquel monstruo de máquinas computadoras con todos los planetas habitados del universo —noventa y seis mil millones de planetas— en el supercircuito que los conectaría a todos con una supercalculadora, una máquina cibernética que combinaría todos los conocimientos de todas las galaxias.
Dwar Reyn habló brevemente a los miles de millones de espectadores y oyentes. Después, tras un momento de silencio, dijo:
—Ahora, Dwar Ev.
Dwar Ev accionó el interruptor. Se produjo un impresionante zumbido, la onda de energía procedente de noventa y seis mil millones de planetas. Las luces se encendieron y apagaron a lo largo de los muchos kilómetros de longitud de los paneles.
Dwar Ev retrocedió un paso y lanzó un profundo suspiro.
—El honor de formular la primera pregunta te corresponde a ti, Dwar Reyn.
—Gracias —repuso Dwar Reyn—. Será una pregunta que ninguna máquina cibernética ha podido contestar por sí sola.
Se volvió de cara a la máquina.
—¿Existe Dios?
La impresionante voz contestó sin vacilar, sin el chasquido de un solo relé.
—Sí, ahora existe un Dios.
Un súbito temor se reflejó en la cara de Dwar Ev. Dio un salto para agarrar el interruptor.
Un rayo procedente del cielo despejado le abatió y produjo un cortocircuito que inutilizó el interruptor.
© Fredric Brown: Answer (La respuesta). Publicado en Angels and Spaceships, 1954. Traducción de María Teresa Segur.