Hermanos Grimm: Caperucita Roja

Hermanos Grimm - Caperucita Roja

«Caperucita Roja», un cuento clásico recopilado por los Hermanos Grimm, narra la historia de una joven niña conocida por su singular capa roja. Enviada por su madre para llevar algunos alimentos a su abuela enferma, Caperucita se aventura a través de un bosque, donde se encuentra con una serie de desafíos y personajes inesperados. A lo largo de su viaje, aprende lecciones valiosas sobre la confianza, la obediencia y los peligros de desviarse del camino conocido. Esta historia atemporal, llena de simbolismo y enseñanzas morales, ha cautivado a lectores de todas las edades, convirtiéndose en uno de los cuentos de hadas más queridos y reconocidos en todo el mundo.

Hermanos Grimm - Caperucita Roja

Caperucita Roja

Recopilado por
Jacob & Wilhelm Grimm
(Cuento completo)

Érase una vez una pequeña y dulce muchachita, que en cuanto se la veía se la amaba, pero sobre todo la quería su abuela, que no sabía qué darle a la niña. Un buen día le regaló una caperucita de terciopelo rojo, y como le sentaba muy bien y no quería llevar otra cosa, la llamaron Caperucita Roja. Un día la madre le dijo:

—Ven, Caperucita, aquí tienes un pedazo de pastel y una botella de vino; llévaselo a la abuela, que está enferma y débil, y se sentirá aliviada con esto. Prepárate antes de que haga mucho calor, y cuando salgas ve con cuidado y no te apartes del sendero, si no, te caerás y romperás la botella, y la abuela se quedará sin nada. Y cuando llegues no te olvides de darle los buenos días, y no te pongas a curiosear antes por todas las esquinas.

—Lo haré todo bien —dijo Caperucita a su madre, y le dio la mano a continuación.

La abuela vivía muy dentro del bosque, a una media hora de distancia del pueblo.

Cuando Caperucita llegó al bosque, se tropezó con el lobo. Pero Caperucita, que aún no sabía lo mal bicho que es el lobo, no tuvo miedo de él.

—Buenos días, Caperucita Roja —dijo él.

—Muchas gracias, lobo.

—¿Adónde tan temprano, Caperucita?

—A ver a la abuela.

—¿Qué llevas debajo del delantal?

—Pastel y vino. Ayer lo hicimos. Con esto la abuela, que está algo débil, se alimentará y se fortalecerá.

—Caperucita, ¿dónde vive tu abuela?

—Todavía a un buen cuarto de hora andando por el bosque. Debajo de tres grandes encinas, está su casa; abajo están los setos del nogal, como sabrás.

El lobo pensaba para sí: «Esta joven y tierna presa es un dulce bocado y sabrá mucho mejor que la vieja; tengo que hacerlo bien desde el principio para cazar a las dos». Siguió andando un rato junto a Caperucita Roja y luego dijo:

—Caperucita, mira las hermosas flores que están alrededor de ti, ¿por qué no echas una ojeada a tu alrededor? Creo que no te fijas en lo bien que cantan los pajarillos. Vas como si fueras a la escuela y aquí en el bosque es todo tan divertido…

Caperucita Roja abrió los ojos y cuando vio cómo los rayos del sol bailaban de un lado a otro a través de los árboles y cómo todo estaba tan lleno de flores, pensó: «Si le llevo a la abuela un ramo de flores, se alegrará; aún es pronto y podré llegar a tiempo».

Y se desvió del sendero, adentrándose en el bosque para coger flores. Cogió una y, pensando que más adentro las habría más hermosas, cada vez se internaba más en el bosque. El lobo, en cambio, se fue directamente a casa de la abuela y llamó a la puerta:

—¿Quién es?

—Caperucita Roja, traigo pastel y vino. Ábreme.

—¡Mueve el picaporte! —gritó la abuela—. Estoy muy débil y no puedo levantarme.

El lobo movió el picaporte, la puerta se abrió y él, sin decir una palabra, fue directamente a la cama de la abuela y se la tragó. Luego se puso sus vestidos y su cofia, se metió en la cama y corrió las cortinas.

Entre tanto Caperucita Roja había seguido buscando flores y cuando ya había recogido tantas que no las podía llevar, se acordó de nuevo de la abuela y se puso de nuevo en camino de su casa. Se asombró de que la puerta estuviera abierta y, cuando entró en la habitación, se encontró incómoda y pensó: «Dios mío, qué miedo tengo hoy, cuando por lo general me gusta estar tanto con la abuela». Exclamó:

—Buenos días —pero no recibió contestación.

Luego fue a la cama y descorrió las cortinas; allí estaba la abuela con la cofia tapándole la cara, pero tenía una pinta extraña.

—¡Ay, abuela, qué orejas tan grandes tienes!

—Para oírte mejor.

—¡Ay, abuela, qué ojos tan grandes tienes!

—Para verte mejor.

—¡Ay, abuela, qué manos tan grandes tienes!

—Para cogerte mejor.

—¡Ay, abuela, qué boca tan enormemente grande tienes!

—Para devorarte mejor.

Apenas había dicho esto, el lobo saltó de la cama y se zampó a la pobre Caperucita Roja.

Después de que el lobo hubo saciado su apetito, se metió de nuevo en la cama, se durmió y comenzó a roncar con todas sus fuerzas. El cazador, que pasaba en ese preciso momento por la casa, pensó: «Cómo ronca la anciana; tendrías que ir a ver si necesita algo». Y cuando entró en la habitación y se acercó hasta la cama, vio que el lobo estaba dentro:

—¡Ah, estás aquí, viejo pecador! —dijo él—. ¡Tanto tiempo como llevo buscándote!

Entonces quiso cargar su escopeta, pero pensó que el lobo podía haber devorado a la abuela, y a lo mejor aún se la podía salvar, así que no disparó, sino que cogió las tijeras y comenzó a rajar al lobo la barriga. Cuando había dado unos cuantos cortes, salió la muchacha y dijo:

—¡Huy, qué susto tenía! En la barriga del lobo estaba todo muy oscuro.

Y luego salió la abuela también viva, aunque casi no podía respirar. Caperucita Roja cogió rápidamente unas piedras, con las que llenaron la barriga al lobo. Cuando este despertó, quiso irse saltando, pero las piedras eran tan pesadas que se cayó y murió.

A consecuencia de esto estaban los tres muy felices. El cazador le quitó al lobo la piel y se la llevó a casa; la abuela se comió el pastel y bebió el vino que había traído Caperucita Roja y se recuperó de nuevo. Caperucita Roja pensó: «Ya no te volverás a desviar en toda tu vida del camino, si tu madre te lo ha prohibido».


Se cuenta también que, una vez, Caperucita Roja le llevó de nuevo a la abuela pastas, y otro lobo le habló y la quiso desviar del camino. Caperucita Roja se guardó de hacerlo y siguió directamente su camino, y le dijo a la abuela que se había encontrado con el lobo, que le había dado los buenos días, pero que la había mirado con tan malos ojos, que si no hubiera estado en un lugar público, la hubiera devorado.

—Ven —dijo la abuela—, vamos a cerrar la puerta para que no pueda entrar.

Poco después llamó el lobo y gritó:

—¡Abre, abuela, soy Caperucita Roja y te traigo pastas!

Ellas permanecieron en silencio y no abrieron la puerta. El cabeza gris dio varias vueltas alrededor de la casa, finalmente saltó al tejado y quiso esperar hasta que Caperucita Roja se fuera por la noche a casa; entonces él la seguiría y se la zamparía en la oscuridad. Pero la abuela se dio cuenta de lo que le rondaba por la cabeza. Ante la casa había una gran artesa de piedra, y le dijo a la niña:

—Coge el cubo, Caperucita; ayer cocí salchichas, trae el agua en la que las he cocido y échalo en la artesa.

Caperucita Roja trajo agua hasta que la gran artesa estuvo llena. Luego empezó el olor de las salchichas a llegarle a la nariz al lobo, olisqueó, miró hacia abajo, y finalmente estiró tanto el cuello, que no pudo sujetarse más y comenzó a resbalar, de modo que se cayó del tejado precisamente dentro de la artesa y se ahogó. Caperucita Roja se fue feliz a casa y nadie le hizo daño.

Hermanos Grimm - Caperucita Roja
  • Autor: Jacob & Wilhelm Grimm
  • Título: Caperucita Roja
  • Título Original: Rotkäppchen
  • Publicado en: Kinder und Hausmärchen, 1812
  • Traducción: María Antonia Seijo Castroviejo

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