Resumen del argumento: La Virgen de la tosquera, cuento de Mariana Enríquez publicado en 2009 dentro de la colección Los peligros de fumar en la cama, narra la historia de un grupo de adolescentes que, durante un verano en Buenos Aires, frecuenta una antigua cantera inundada —una tosquera— para escapar del calor. Allí se enfrentan a la presencia de Silvia, una joven mayor, más experimentada e independiente, que despierta la envidia y el resentimiento de las otras chicas, especialmente porque capta la atención de Diego, el muchacho que todas desean. La tensión crece cuando Silvia y Diego se hacen pareja, lo que provoca frustración y hostilidad entre las adolescentes. Una de ellas, Natalia, obsesionada con Diego, visita la gruta de la tosquera donde se alza una figura religiosa que no es una Virgen, sino una mujer desnuda de yeso, y le pide algo en secreto. Poco después, aparecen unos perros negros, salvajes y enormes, que rodean el lugar y atacan únicamente a Silvia y Diego. Las demás chicas, en silencio, los observan sin intervenir y abandonan el lugar como si nada hubiera ocurrido, dejándolos a su suerte.

Advertencia
El resumen y análisis que ofrecemos a continuación es sólo una semblanza y una de las múltiples lecturas posibles que ofrece el texto. De ningún modo pretende sustituir la experiencia de leer la obra en su integridad.
Resumen de La Virgen de la tosquera de Mariana Enríquez
En pleno verano porteño, un grupo de adolescentes —todas mujeres, amigas de colegio, de barrio, con experiencias compartidas— se reúne cada fin de semana para escapar del calor y de la rutina. Su grupo se ve alterado por la presencia de Silvia, una joven algo mayor, más independiente, con un pasado misterioso y seductor. Silvia representa todo aquello que las demás aún no han alcanzado: libertad, mundo, experiencia. Vive sola, trabaja en el Ministerio de Educación, tiene dinero propio y una seguridad que despierta una mezcla de admiración, desconfianza y resentimiento entre las otras. Sobre todo porque Diego, el chico que todas desean, parece fascinado por ella. Diego es el trofeo silencioso que todas comparten como objeto de deseo y la presencia de Silvia amenaza con arrebatárselos.
En ese clima de velada competencia y celos contenidos, Silvia propone una escapada a la tosquera de la Virgen. Se trata de una especie de cantera inundada, un lugar poco frecuentado y apartado con fama de peligroso. Se rumorea que el dueño es hostil, que ha disparado a intrusos y que suelta perros salvajes para espantarlos. Sin embargo, también se dice que el lugar es hermoso y que el agua es tan fría como milagrosa. Movidas por el deseo de agradar a Diego y de mantenerse cerca de Silvia —y tal vez de desplazarla—, las chicas aceptan la aventura.
La tosquera resulta ser, en efecto, un lugar singular. Con una gruta donde se alza una figura religiosa —la supuesta Virgen— y una playa de tierra arcillosa, es un lugar donde se impone el silencio y el secreto. Todos los sábados de enero lo visitan, evitando hacer ruido como si estuvieran en territorio prohibido. Poco a poco, la tensión inicial entre las chicas y Silvia se ve eclipsada por la belleza del entorno, por la frescura del agua y por un cierto estado de trance que les brinda ese aislamiento. Aun así, el foco sigue siendo Diego, quien continúa más pendiente de Silvia que de nadie.
La historia da un giro cuando se revela que Silvia y Diego son pareja. La noticia cae como un balde de agua fría para el grupo. La narradora y sus amigas, que aún están en plena adolescencia, oscilan entre el despecho, la frustración sexual y la necesidad de afirmarse frente a esa mujer que parece llevarse todo sin esfuerzo. Entre ellas, Natalia —una de las chicas más intensas y determinadas— se obsesiona particularmente con Diego. Llega incluso a realizar un ritual esotérico: le pone sangre menstrual en el café, buscando amarrarlo mediante un hechizo leído en un libro de parapsicología. Sin embargo, el conjuro fracasa.
La tensión alcanza su punto más alto cuando, en una nueva visita a la tosquera, Diego propone cruzar nadando hasta la gruta de la Virgen. Silvia lo sigue, dejando al grupo atrás. Las chicas, incapaces de nadar esa distancia, sintiéndose humilladas, deben rodear el lugar caminando bajo el sol abrasador, mientras la pareja avanza con ligereza por el agua. Desde la orilla, presencian el juego, la complicidad y la provocación. Al llegar al altar, Natalia se adelanta y descubre que la supuesta Virgen no es tal, sino una figura femenina desnuda, roja, con los pezones negros. Un ídolo extraño e inquietante que parece revelarse solo a ella. Impulsada por un deseo íntimo, Natalia se le entrega y le hace una fervorosa petición.
Lo que sigue es una escena cargada de tensión sobrenatural. Cuando el grupo regresa de la expedición a la gruta, Diego y Silvia notan la tensión entre las chicas e intentan hacer las paces con ellas y minimizar lo sucedido. Pero entonces aparecen unos perros. Grandes, flacos y salvajes. Se multiplican y rodean el lugar. Ante la amenaza, Diego intenta proteger a Silvia. Natalia, en cambio, se yergue con furia y lanza una frase escalofriante: «¡Ellos son mis perros!». En ese instante se desata el caos. Los animales, extrañamente, solo atacan a Silvia y a Diego. Ignoran por completo a las demás. La narradora y sus amigas, guiadas por Natalia, se visten con calma, se toman de las manos y abandonan el lugar caminando. No miran atrás. Cuando oyen los gritos desesperados de la pareja, suben al autobús fingiendo normalidad. Le responden al conductor que todo está bien. Bárbaro. Tranquilo.
Personajes de La Virgen de la tosquera de Mariana Enríquez
Silvia es el eje en torno al que gira toda la narración. Es la «amiga grande», más experimentada, autónoma y segura de sí misma. Su independencia —vive sola, trabaja, se viste de manera distinta, tiene historias que contar— la convierte en una figura de fascinación y odio para las adolescentes con las que se junta. Ellas la admiran y la desprecian a la vez, precisamente porque representa todo aquello que todavía no han conseguido ser. Silvia irradia un tipo de poder simbólico: ha viajado, ha tenido experiencias intensas y habla con aplomo de drogas, arte y política. Su saber es un capital que despliega con superioridad, generando una relación asimétrica con el resto del grupo. Para las chicas, especialmente para la narradora, Silvia encarna una amenaza: se queda con la atención de Diego y desplaza a las demás sin proponérselo siquiera. Es una figura ambigua, que resulta encantadora y odiosa, deseada y detestada a la vez. Su humillación final, cuando se convierte en el blanco de los perros invocados por Natalia, funciona como una especie de revancha simbólica, un castigo que redime a las narradoras de su impotencia.
Diego, por su parte, es la proyección de un deseo colectivo. Su presencia activa la competencia entre las chicas y cristaliza la rivalidad con Silvia. Es algo mayor que ellas, atractivo, protector y amable. Representa una figura masculina iniciática: les enseña a fumar marihuana, a preparar cócteles, a escuchar música y a nadar. En cierto modo, es un mentor sensual, aunque pasivo. Nunca toma una decisión directa ni parece percatarse de la intensidad del deseo que despierta. Elige a Silvia, pero más que por convicción, parece deslumbrado por su madurez. Diego no actúa con crueldad, pero su indiferencia ante los sentimientos de las chicas hace que sea responsable del conflicto. Su trágico final, compartido con Silvia, podría interpretarse como una especie de escarmiento por su pasividad insensible.
Natalia es el personaje más extremo y perturbador. Lleva al límite los sentimientos de frustración, obsesión y despecho que las demás apenas sugieren. Su decisión de realizar un hechizo con sangre menstrual revela su desesperado deseo de ser amada y su íntima creencia en el poder del ritual. Pero también muestra una violencia latente y una capacidad de manipulación que se irá intensificando. Natalia es la única que no puede soportar la derrota. En su construcción, Enríquez fusiona lo adolescente con lo siniestro. Cuando proclama que los perros son suyos, su figura se transforma: ya no es solo una chica despechada, sino una especie de médium o sacerdotisa vengadora, conectada con una fuerza oscura. Gracias a ella, lo fantástico irrumpe de forma definitiva.
La narradora del cuento, aunque anónima, cumple un papel fundamental como observadora y partícipe. Su relato en primera persona colectiva («nosotras») se entrelaza con momentos de percepción individual. Ella es la voz que canaliza el deseo grupal, la envidia, la confusión y la rivalidad. A diferencia de Natalia, no actúa directamente, pero es cómplice de los pensamientos más oscuros. Su posición es ambigua: en ocasiones es crítica y en otras se muestra fascinada, lo que revela una tensión constante entre la moral social y los impulsos viscerales. Finalmente, su silencio frente a los gritos de Silvia y Diego sugiere una aceptación del castigo, una aquiescencia culpable.
El resto del grupo funciona como una entidad coral. Aunque no tienen nombre ni rasgos diferenciados, su función narrativa es esencial: representan a la masa adolescente que observa, codicia y juzga. Su mirada es cruel y tierna a la vez, sexualizada, infantil, despiadada. Son cómplices del destino de Diego y Silvia, aunque no participen activamente.
Análisis de La Virgen de la tosquera de Mariana Enríquez
La Virgen de la tosquera es una obra que explora las tensiones inherentes a la adolescencia femenina mediante una narración impregnada de deseo, resentimiento y elementos fantásticos que irrumpen con fuerza en un universo que aparenta ser realista. Mariana Enríquez estructura un relato que fusiona lo cotidiano con lo inquietante, empleando una voz narrativa que personifica una conciencia colectiva: una primera persona plural que, no obstante, permite vislumbrar individualidades y conflictos internos. Mediante este recurso, la autora nos introduce en una psicología colectiva que oscila entre la fascinación, el odio y la humillación, sin llegar a una expresión directa del conflicto. La tensión se acumula en un silencio apenas roto por la crueldad del pensamiento y la observación atenta.
El argumento se centra en el anhelo y la incapacidad de saciarlo. Las protagonistas adolescentes experimentan un período de transición: ya no son niñas, pero aún no han alcanzado la autonomía de Silvia, la joven mayor que emerge como un arquetipo ambiguo de la adultez. Silvia posee las cualidades que ellas anhelan: independencia, libertad sexual y un cuerpo sin culpa. Además, cuenta con la atención de Diego. El interés por él no se manifiesta en términos románticos, sino en términos físicos, llegando incluso a ser compulsivo: no buscan una relación, sino ser iniciadas, dominadas y deseadas. Este anhelo colectivo se manifiesta en una contienda implacable, en la que la estética, la juventud y la apariencia física se erigen como instrumentos de rivalidad. Sin embargo, el desenlace resulta frustrante: Silvia, a pesar de no cumplir con los estándares físicos del resto del grupo, se impone con naturalidad y Diego la elige sin vacilar. El cuento explora así una experiencia de aprendizaje: la conciencia de que no todo se consigue con esfuerzo o con belleza, y que el deseo ajeno es, a menudo, incontrolable.
Este núcleo emocional experimenta una transformación cuando se introduce el elemento fantástico. La gruta de la Virgen, inicialmente una mera curiosidad dentro del paisaje, se erige en el centro simbólico del relato. La pieza escultórica no representa a la Virgen María como es tradicionalmente conocida, sino a una mujer de yeso desnuda, de color rojo y con rasgos sexuales claramente destacados. Su revelación exclusiva a Natalia sugiere una conexión íntima, casi ritual. En este punto, la narrativa abandona los dominios de los celos juveniles para adentrarse en el ámbito de lo mágico, o más precisamente, de lo inquietante: lo que emerge sin una explicación clara, pero obedeciendo a una lógica interna implacable. El hecho de que Natalia solicite algo a esa entidad —cuyo origen no se explica, pero cuya potencia se manifiesta de inmediato— da lugar al punto culminante del relato: la aparición de los perros.
Estos animales, descritos con un nivel de detalle que se aproxima a lo fantástico (enormes, negros, silenciosos, inhumanos), parecen ser una representación simbólica del deseo de venganza no expresado abiertamente por el grupo, y específicamente por Natalia. La violencia, previamente contenida en pensamientos y gestos pasivos-agresivos, se manifiesta de manera física. Lo inquietante no radica únicamente en la presencia de los canes, sino en la indiferencia de las protagonistas ante el ataque: no intentan intervenir, no solicitan ayuda y no emiten voces de auxilio. El proceso se resume en el siguiente modo de actuación: vestirse, caminar y marcharse. El relato culmina con una escena de una frialdad estremecedora, en la que la naturalización del castigo se presenta como una respuesta a una injusticia emocional de gran magnitud.
Desde una perspectiva formal, el cuento está narrado con una prosa ágil y precisa, reproduciendo con notable fidelidad el pensamiento característico del adolescente. Se evidencia una tensión constante entre lo expuesto y lo sugerido, entre lo evidente y lo implícito. El lenguaje utilizado en la obra combina un registro coloquial con momentos de extrañeza poética, como se evidencia en las descripciones del agua, de la Virgen o de los perros. Enríquez evita el énfasis dramático: los hechos más brutales son relatados con una neutralidad casi clínica, incrementando su efecto perturbador.
Finalmente, una clave de lectura del relato puede hallarse en la interrelación entre lo sacro y lo profano. La «Virgen» que se encuentra en la gruta no corresponde a la figura cristiana tradicional, sino a una deidad alternativa, asociada a lo sensual y a lo salvaje. Podría concebirse como una manifestación local y sincrética de figuras afroamericanas como Iemanjá, Oshún o Pomba Gira, que integran elementos de erotismo, poder y marginalidad. Esta entidad no impone moralidad ni garantiza protección; interviene únicamente a solicitud de quien se le entrega. En este sentido, Natalia actúa como una especie de sacerdotisa involuntaria, como vehículo de una fuerza que trasciende la lógica del grupo. Su anhelo, contenido, alterado y aversivo, descubre una vía de realización que sobrepasa lo meramente humano.

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Los Peligros de fumar en la cama
Mariana Enriquez
