Resumen del argumento: En un tambo aislado entre el desierto y la selva, doña Merceditas, una mujer mayor que vive sola, recibe la inesperada y perturbadora visita de un exconvicto llamado el Jamaiquino, que llega con una actitud sarcástica y amenazante. Mientras la obliga a beber y la somete a humillaciones, se revela que ha regresado para tender una trampa a Numa, un hombre cercano a la mujer. En complicidad con la policía, el Jamaiquino convierte a doña Merceditas en señuelo: la ata y la coloca frente al tambo para atraer a su objetivo. Cuando Numa llega para rescatarla, es capturado por los agentes ocultos. Creyendo haber cumplido su parte y esperando recompensa, el Jamaiquino es cruelmente abandonado por el Teniente y su patrulla, quienes se marchan con Numa prisionero. Solo y rodeado por la amenaza latente de los cómplices de Numa que han quedado libres, el Jamaiquino se ve expuesto a un destino incierto, mientras doña Merceditas estalla en una risa triunfal.

Advertencia
El resumen y análisis que ofrecemos a continuación es sólo una semblanza y una de las múltiples lecturas posibles que ofrece el texto. De ningún modo pretende sustituir la experiencia de leer la obra en su integridad.
Resumen de Un visitante de Mario Vargas Llosa
En Un visitante, Mario Vargas Llosa desarrolla un relato inquietante que transcurre en un tambo aislado ubicado entre el desierto y la antesala de la selva. El cuento comienza con una descripción del árido paraje donde vive doña Merceditas, una mujer mayor, robusta y solitaria, que solo está acompañada por una cabra. La quietud de la tarde se ve interrumpida por la llegada de un hombre delgado, moreno, de apariencia burlona y amenazante, a quien la mujer reconoce de inmediato: es el Jamaiquino.
El visitante, con un tono aparentemente cordial, pide comida y bebida. Ella, intimidada, accede. En un intercambio tenso, él la obliga a beber varias botellas de cerveza, mientras él consume leche y fruta con desparpajo. Pronto queda claro que el Jamaiquino no ha ido con buenas intenciones. Lo que busca es algo más: está esperando a Numa, un hombre con quien fue compinche en el pasado. La presencia del Jamaiquino es agresiva; emplea la intimidación verbal, una especie de juego cruel con el que humilla a doña Merceditas, a la que somete gradualmente.
Tras obligarla a beber y burlarse de ella, el Jamaiquino toma el control del tambo. Cuando la mujer intenta huir al bosque cercano, él la encuentra, la ata de pies y manos y la lleva de vuelta. Luego, en un acto de sadismo, comienza a hacerle cosquillas, provocándole una risa desesperada. Este momento combina lo grotesco con lo siniestro y revela el poder que ejerce sobre ella. Poco después, se revela que no está solo: ha hecho un trato con la policía. El Teniente y varios guardias llegan discretamente al lugar y se ocultan cerca del tambo, esperando atrapar a Numa, que al parecer es buscado por las autoridades.
Doña Merceditas se siente traicionada. Ella advierte al Jamaiquino de que Numa no caerá en la trampa. Asegura que sus amigos lo habrán alertado del peligro. Sin embargo, el Jamaiquino, con malicia, le explica que él mismo difundió el rumor de que la buscaba para matarla, con la intención de que Numa acudiera en su defensa al enterarse. La mujer no puede hacer nada más que esperar, atada y amordazada, mientras cae la noche.
El Jamaiquino la coloca en la entrada del tambo como señuelo. Desde su escondite, él la vigila en la oscuridad. Ambos escuchan ruidos: alguien se está acercando por el bosque. El Jamaiquino confirma sus sospechas al ver una sombra aproximarse a la mujer. Justo cuando una figura se inclina para quitarle la venda de la cara, el Jamaiquino sopla su silbato para alertar a los policías y se lanza sobre el visitante. La escena es caótica: insultos, forcejeos, un revólver en la sien… Es Numa. Los guardias, liderados por el Teniente, lo reducen rápidamente y lo atan.
El Jamaiquino exige que persigan a los demás hombres que supuestamente acompañaban a Numa en el bosque. Sin embargo, el Teniente, con frialdad, le responde que solo vinieron por él. No harán ninguna otra detención. El Jamaiquino se queda pasmado. Insiste en que ya cumplió su parte del trato y que merece ser llevado de vuelta con la patrulla. Pero el Teniente, en un acto de desprecio, lo deja atrás. Le dice que está «libre» y puede ir a donde quiera. Es una burla cruel: el desierto, la noche y la amenaza de los cómplices de Numa lo rodean.
Desesperado, el Jamaiquino intenta detenerlos, tira de las riendas del caballo del Teniente y suplica. Sin embargo, el oficial lo empuja y da la orden de partida. Los soldados ríen mientras se alejan. La señora Merceditas, en el suelo, comienza también a reírse a carcajadas, burlándose del traidor cuya suerte parece sellada. Cuando logra calmarse, le grita a Numa que le llevará fruta los domingos, en un gesto que mezcla ternura, fidelidad y resignación. En el silencio que sigue, se escucha un crujido en el bosque: alguien sigue allí, observando y esperando.
El cuento concluye con el Jamaiquino abandonado en la oscuridad, rodeado de una amenaza latente.
Personajes de Un visitante de Mario Vargas Llosa
Doña Merceditas es el primer personaje que aparece y constituye una figura central en la historia. Es una mujer mayor, robusta, de piel tersa a pesar de su edad, y aparentemente dueña de un pequeño tambo perdido en medio del arenal. Vive aislada, acompañada únicamente por una cabra, y su carácter parece reflejar la dureza del entorno. En ella conviven la desconfianza, la dignidad, la resistencia y una forma de lealtad que no está exenta de temor. Frente al Jamaiquino, primero muestra sumisión, luego hostilidad callada y, por último, una firmeza estoica. Su sometimiento forzado a beber, su intento de fuga, su silencio ante los ultrajes y su posterior desafío verbal revelan a una mujer endurecida por la vida, pero todavía afectivamente vinculada a Numa. Al final, acariciar a Numa y ofrecerle un cigarrillo no es solo un acto de ternura, sino también una forma de reafirmar su vínculo con él. Y su risa final, cuando el Jamaiquino es abandonado, es un estallido de justicia personal, una expresión de victoria después de haber sido humillada.
El Jamaiquino es, sin duda, el personaje más perturbador del relato. Alto, delgado, moreno, con una actitud burlona y una voz que alterna entre lo meloso y lo sarcástico, encarna el poder de la amenaza solapada. Desde su aparición, su presencia inquieta. Ha salido de la cárcel y, según se va revelando, ha venido a tenderle una trampa a Numa. Su carácter es voluble: pasa de la cortesía forzada a la agresividad apenas contenida, se burla, ordena y juega cruelmente con doña Merceditas, imponiéndose no con fuerza física, sino con una mezcla de intimidación psicológica y dominio verbal. El hecho de que la obligue a beber, de que la amarre y de que juegue con su cuerpo sin llegar a agredirla sexualmente, pero sí sometiéndola a humillaciones físicas, refuerza la noción de su sadismo. No obstante, el Jamaiquino también es un personaje frágil. Ha negociado su libertad a cambio de delatar a Numa, pero esta aparente ventaja se convierte en su perdición. Al final, cuando los policías lo abandonan, se desmorona por completo. Su insistencia desesperada en que no lo dejen solo, su angustiada súplica y su incredulidad revelan que, tras su violencia y arrogancia, hay una criatura acorralada por su propio miedo.
Aunque Numa solo aparece físicamente al final del cuento, es un personaje central desde el principio por su presencia latente. Es el motivo de la visita del Jamaiquino y de la emboscada policial. En el momento en que irrumpe en el tambo para liberar a doña Merceditas, lo hace en silencio y con cautela, lo que evidencia su lealtad hacia ella. No ofrece resistencia cuando es capturado, mantiene la compostura, habla poco y con serenidad. Su única preocupación visible es el bienestar de la mujer. Este perfil contrasta radicalmente con el del Jamaiquino: Numa representa el honor y la fidelidad, incluso en la derrota. No hay en él ningún gesto que denote rencor ni humillación, a pesar de la traición sufrida. Su humanidad se confirma en el mutismo resignado con el que acepta su destino y en el modo en que acepta el cigarrillo que le ofrece doña Merceditas: un momento de comunión entre dos personajes unidos no por las palabras, sino por un vínculo profundo.
Finalmente, El Teniente es el representante de la autoridad formal: un hombre pequeño, sudoroso, autoritario y rencoroso. Aunque está en una posición de poder, su relación con el Jamaiquino revela una tensión ambigua: desprecia al delator, pero necesita su ayuda. Su trato con él es hostil e impaciente, y finalmente se cobra su revancha moral dejándolo a su suerte. No muestra compasión ni sentido de la justicia más allá de cumplir su encargo: atrapar a Numa. Su decisión de no perseguir a los otros hombres en el bosque, a pesar de los ruegos del Jamaiquino, refleja una mezcla de desinterés, arrogancia profesional y cálculo político. En el fondo, su desprecio por el delator es mayor que su deber de capturar a todos los sospechosos.
Análisis de Un visitante de Mario Vargas Llosa
Un visitante es un cuento que trabaja la tensión, el miedo y la violencia mediante una economía narrativa precisa y silenciosa. Lo que Vargas Llosa construye aquí no es solo una historia de traición, sino un inquietante retrato de las relaciones humanas marcadas por la amenaza, el abuso de poder y la lealtad puesta a prueba. Ambientado en un espacio desolado entre el arenal y la selva, el relato se desarrolla en un único escenario, lo que refuerza la sensación de encierro. Aunque el tambo está en medio de una llanura abierta, lo que predomina es la claustrofobia, el aislamiento y el dominio de uno sobre otro. El espacio es esencial: no es decorativo, sino que forma parte activa del conflicto, un territorio donde no hay escapatoria.
La historia gira en torno a una emboscada planificada. El Jamaiquino, recién liberado de prisión, ha llegado al tambo de doña Merceditas para tender una trampa a Numa, su antiguo compañero. La mujer se convierte en instrumento involuntario de esa trampa: la atan, la obligan a permanecer a la vista mientras el Jamaiquino aguarda a su presa. Lo que parece una operación controlada se va volviendo más ambigua a medida que avanzan los acontecimientos. Vargas Llosa juega con las inversiones de poder: el Jamaiquino tiene la iniciativa, pero depende de la policía; la policía necesita del Jamaiquino, pero lo desprecia; doña Merceditas parece indefensa, pero su actitud final echa por tierra toda idea de sumisión pasiva. No hay un equilibrio de fuerzas. El cuento muestra cómo los roles de poder se alternan y se traicionan continuamente.
Una de las claves del relato está en la forma en que se administran la violencia y el silencio. Vargas Llosa no recurre a escenas explícitamente brutales: la tensión se crea con gestos, palabras e indirectas, con pequeños actos cargados de significado. El Jamaiquino humilla a doña Merceditas obligándola a beber, atándola y exponiéndola, pero nunca llega a golpearla ni a violarla. Su crueldad es más psicológica que física, aunque el lector percibe toda la intensidad de la amenaza. Este manejo del lenguaje y la acción es deliberado: el autor nos hace sentir la violencia sin mostrarla de forma explícita, reforzando así su efecto. Además, el humor que se filtra en ciertos momentos, como las burlas del Jamaiquino o la risa final de la mujer, no solo no alivia la tensión, sino que la vuelve más inquietante. La risa aquí no es un alivio, sino una venganza o una muestra de desesperación.
La figura del Jamaiquino está construida con un nivel de ambigüedad que evita convertirlo en un villano simplista. Es violento, arrogante, traidor, sí, pero también vulnerable. Al final, cuando suplica que no lo dejen solo, el lector percibe su miedo y su pequeñez. Él ha usado a todos y todos lo han usado a él. El Teniente lo desprecia tanto que ni siquiera lo considera digno de protección. La escena final, en la que queda abandonado en la oscuridad, rodeado por una amenaza invisible, es el verdadero castigo: la espera, el saber que vendrán por él, la certeza de que no tiene aliados. Es una forma de justicia que no se rige por los tribunales, sino por la lógica moral de quienes han sido traicionados. Numa, aunque derrotado, conserva su dignidad. No maldice ni se desespera. Su relación con doña Merceditas, marcada por la falta de palabras, transmite un vínculo de confianza mutua y un cuidado silencioso.
Doña Merceditas, por su parte, es el personaje más complejo. Su papel va mucho más allá del de una víctima. Es testigo, pieza clave en la trampa, pero también una figura de resistencia. No delata a Numa ni negocia con el Jamaiquino, y su actitud final es de reafirmación. Se ríe porque comprende que, pese a todo lo que ha padecido, ha sido testigo de la caída del traidor. Su risa es una forma de justicia. En su mutismo hay determinación y en su pasividad, una especie de fuerza. Ella no actúa con violencia ni con astucia, pero resiste sin quebrarse, y esa resistencia es el centro emocional del cuento.
El lenguaje de Vargas Llosa en este relato es contenido y directo, sin excesos estilísticos. El autor no busca deslumbrar con recursos literarios evidentes, sino que utiliza una narración sobria, limpia y muy visual que permite al lector sumergirse fácilmente en la escena. Las descripciones del paisaje, los sonidos del bosque, el calor, el silencio, están trabajados con precisión.
En última instancia, Un visitante es un cuento sobre el poder: quién lo tiene, cómo se ejerce y cómo se pierde. Pero también es una historia sobre el tiempo: el tiempo del encierro, el tiempo de la espera, el tiempo del castigo. Nada sucede rápido, y eso es parte de su lógica. La lentitud del relato refleja la tensión entre lo que se espera y lo que finalmente sucede. Al final, nadie sale realmente vencedor. No hay héroes ni redenciones. Solo hay individuos enfrentados a situaciones límite, donde cada gesto tiene consecuencias y cada palabra puede ser un arma. Lo más inquietante del cuento es que no necesita grandes explosiones para dejar huella: basta una lámpara encendida, una cabra que mira, una mujer que ríe y un traidor abandonado en la noche.
