Aquí llega el capitán del Equipo Rojo. Y esto es lo que dice:
—Escuchad.
Está desesperado porque todavía están eligiendo equipos. Y como todos los buenos candidatos ya están cogidos, el capitán dice:
—Vamos a hacer un trato con vosotros.
El capitán del Equipo Rojo se cruza de brazos y grita:
—Nos quedamos con el marica… el cuatro ojos… y el panchito… si vosotros os quedáis con Caníbal.
Como la clase de Educación Física ya casi se ha terminado, el Equipo Azul delibera, haciendo chirriar las punteras de sus zapatillas de deporte contra el suelo del gimnasio. Su capitán levanta la voz para contestar:
—Nosotros nos quedamos con el marica, el cuatro ojos, el panchito, el judío, el lisiado, el cojo y el retrasado… si vosotros os quedáis con Caníbal.
Porque cuando en esta escuela te ponen la nota de Participación, lo que quieren decir es: ¿contribuyes a la aceptación de los inadaptados sociales? Y cuando te ponen la nota de Deportividad, lo que quieren decir es: ¿marginas a la gente con capacidades especiales? Y por esa razón el capitán del Equipo Rojo grita ahora:
—Os concedemos cien puntos.
Y cuando oye eso, el capitán del Equipo Azul contesta a voz en grito:
—Nosotros os concedemos un millón.
Caníbal se cree un tío duro porque se está mirando las uñas como si nada, sonriendo y oliéndose los dedos, indiferente al hecho de que tiene a todos los demás de rehenes. Esto es lo contrario de una subasta de esclavos. Y todo el mundo sabe lo que está pensando; gracias a que Marcia Sanders se lo ha contado a todos. Caníbal se está acordando de una película que tiene troceada en la cabeza, una película en blanco y negro que vio por el cable, en la que unas camareras de película antigua de cine negro servían comida en una cafetería de carretera. Y Caníbal se está acordando de cómo aquellas camareras reventaban los globos del chicle. Petaban los globos mientras gritaban: «Ponme una matanza frita con la sangre detrás del cuchillo. —Gritaban—: Ponme una ración de primera dama con guarnición de pudin nervioso».
Y se notaba que eran los viejos tiempos porque en la jerga de la cafetería a una pareja de huevos escaldados los llamaban «Adán y Eva en una balsa». Y una «primera dama» quería decir una ración de costillas, por algo que decía la Biblia. Una ración de solo «Eva» significaba tarta de manzana, por la historia de la serpiente. Aunque hoy en día el único que sabe algo del Jardín del Edén es Pat Robertson. Por aquí, cuando el capitán del equipo de béisbol hablaba de zamparse una hamburguesa con tupé estaba hablando de chupar un chichi; se estaba jactando de comerse un taco de pescado.
Y las chicas también tenían su jerga culinaria, como cuando decían que Marcia Sanders tenía un bollo en el horno, lo que querían decir era que no le había venido la marea roja.
Por lo demás, la mayor parte de lo que Caníbal sabía de sexo lo había aprendido en el Canal Playboy, donde a las mujeres nunca las visita el inquilino comunista, de forma que cuando los chavales decían en voz baja que se habían comido una almeja con barba, o que habían merendado un bollo de carne, él sabía que se refería a lo que las conejitas les hacían a las chicas del mes de Playboy, meneando la lengua igual que la serpiente de cascabel cuando huele a la presa a la que tiene planeado morder en Animal Planet.
Porque Caníbal había visto esos pósters centrales desplegables. Ya sabéis, esos en que una antigua Miss América bebe de la copa peluda. Esas fotos guarras en las que se dedica a la pesca de la almeja, y solo participan dos señoritas, sin un solo cilindro cárnico de por medio para hacer que sea un matrimonio de verdad. Porque eso es lo que hacen a veces las chicas cuando necesitan que les coman la papaya.
Y como nadie le había dicho lo contrario, estaba dispuesto a sumergirse hasta el cuello en el bosque de Marcia Sanders. Su padre, el viejo señor Caníbal, solo veía el Canal Playboy, y a la señora Caníbal solo le gustaba el Club 700, de forma que a su hijo no se le escapaba el hecho de que los rollos sexuales y los rollos cristianos tenían la misma pinta. Porque cuando ponías la tele por cable, nunca fallaba; la encendías, veías a una chica casi preciosa casi actuando en un decorado casi realista y Caníbal sabía que la historia terminaría con un ángel tocándola. O bien con una ración generosa de lefa caliente resbalándole por un lado de la cara.
Y por eso Caníbal ya tenía la pértiga en alto cuando Marcia Sanders lo miró un día en la clase de Educación Cívica. Daba igual cómo intentara esconderlo, ya tenía la piel de gallina por todo el cuerpo como resultado de acordarse de lo que gritaban por su ventanilla aquellas camareras de cine negro antiguo. Igual que los católicos hacían cola en la iglesia para decir guarradas a través de su otra ventanita.
Porque daba igual cómo lo llamaran, las expresiones guarras siempre hacían babear a Caníbal. Aquellas expresiones que evocaban un bocadillo de higo caliente, o el mejillón de concha blanda al que se referían los chavales cuando hablaban del conejito de pelo rizado.
En la escuela intermedia, cuando te ponen la nota de Espíritu Comunitario, lo que quieren decir es: ¿vitoreas a tu equipo en los espectáculos de animadoras y en los partidos de fútbol americano? Y cuando los chavales hacen bromas sobre Caníbal, se refieren a aquella vez en que Marcia Sanders estaba en último curso y a punto de graduarse. Porque Marcia tiene unos labios muy grandes y unas mejillas hundidas que le dan pinta de que siempre está comiéndose un buen rabo, y es por eso por lo que Marcia Sanders era tan popular. Y como era una escuela tan pequeña, todo el mundo la consideraba un verdadero bombón. Y como ella no tenía nada en la cuarta hora de clases, hacía de ayudante del profesor de Educación Cívica, y fue un día a esa hora cuando abordó a Caníbal, porque él todavía iba a séptimo curso y ella sabía que no se iba a negar porque la pubertad lo tenía completamente colocado.
—Te gusta mi pelo, ¿verdad? —le dijo ella. Meneó la cabeza para sacudir el pelo como si fuera una capa de espaguetis y dijo—: Nunca lo he tenido tan largo.
Y lo dijo de una forma que sonó a guarrada, porque todo suena a guarrada cuando lo dice una chica sexy. Y como Caníbal era un incauto, aceptó irse de prospección con Marcia Sanders a su casa, porque aquel fin de semana el señor y la señora Sanders se habían ido al lago. Marcia solo se lo estaba pidiendo porque al parecer su novio, que era el capitán del equipo en todos los deportes, no le quería chupar la cacerola. Y esto lo dijo ella, la misma, en persona, Marcia Sanders, le dijo:
—¿Quieres hacérmelo tú, chaval?
Y como Caníbal no tenía ni idea de a qué se refería, le dijo:
—Sí.
Así pues, ella le dijo que fuera el sábado a su casa cuando se hiciera oscuro y que entrara por la puerta de la cocina porque ella tenía una reputación que salvaguardar. Y como Marcia Sanders le dijo que podía ser su novio secreto, Caníbal no se lo pensó dos veces.
Y en la Escuela Intermedia Jefferson, cuando te ponen la nota de Buena Ciudadanía, lo que quieren decir es: ¿te lavas las manos después de darle a la zambomba? Y como la mitad del tiempo Caníbal ni siquiera sabía lo que pensaba, el sábado por la noche fue a casa de Marcia Sanders y ella retiró la sábana de la cama de agua tamaño kingsize del dormitorio de sus padres. Extendió una doble capa de toallas de baño sobre la cama de agua y le dijo a Caníbal que sobre todo pusiera la cabeza en el medio. Le mandó que no se quitara la ropa, pero Caníbal se imaginó que eso vendría después, porque ella sí que se abrió la bragueta de los vaqueros y los dejó doblados sobre el respaldo de una silla, y como él le estaba mirando las bragas tan fijamente, ella le mandó que cerrara los ojos. Y como Caníbal solo estaba fingiendo que no miraba, la vio ponerse de rodillas sobre la baranda acolchada que había en el borde de la cama de agua, y entendió por qué llamaban a aquello sonrisa vertical. Después ya no pudo ver nada porque ella le pasó una pierna por encima de la cara y se escurrió hacia abajo hasta que la habitación entera ya no fue más que una cueva húmeda gigante que lo eclipsaba todo salvo el sonido subacuático de la voz de Marcia Sanders indicándole qué tenía que hacer a continuación.
Caníbal se encontró a sí mismo con la cabeza hundida en la cama de agua, con aquel colchón blandengue pegado a las orejas, oyendo el batir de las olas del océano. Con el cuerpo entero meciéndose de cabeza a pies, oyendo los latidos de su corazón y los del corazón de otra persona. Y entonces la voz de Marcia Sanders salió de la nada y le dijo:
—Chupa de una vez, tonto del culo.
Y Caníbal chupó.
Y como ella le dijo «Acabemos con esto de una vez», él sorbió como si les estuviera dando un chupetón a las entrañas de Marcia. Y no ayudó precisamente el hecho de que Caníbal no fuera ningún mujeriego, tal como había demostrado la vez en que la señora Caníbal le había dicho que tenía que sujetarle un ramillete con un alfiler a su acompañante en el baile de bienvenida de la escuela, pero se había olvidado de especificarle que se lo tenía que sujetar al vestido. Y tampoco ayudaba el hecho de que cada noche que pasabas por delante de su casa oyeras al señor Caníbal gritar:
—¡No puedo beber lo suficiente como para seguir casado contigo!
Caníbal no podía presentarle batalla a Marcia Sanders porque cuando los chavales decían que tenía unas piernas gruesas como troncos de árboles, en realidad se referían a sauces. Y esta no es una de esas historias llenas de encanto y de inspiración que se oyen en el Club 700, porque cuanto más fuerte chupaba Caníbal, peor lo tenía porque la succión a su vez lo absorbía a él. Estaba combatiendo contra las entrañas húmedas de ella en aquel juego absurdo de tira y afloja.
Caníbal llevaba puestas las partes íntimas de Marcia Sanders como si fueran una mascarilla antigás, chupándola tan fuerte como si fuera una mordedura de serpiente, con las piernas de ella tan pegadas a los costados de la cabeza que ni siquiera podía oír por qué estaba gritando. Porque en el Canal Playboy, hacerlas gritar es lo que uno busca. Caníbal también estaba flipando porque cuando lo ves en la tele por cable, un chumino no huele más que a lo que tu madre esté cocinando en el piso de arriba. Porque en la tele el potorro nunca te presenta batalla, y ahora Caníbal estaba sorbiendo como esos tornados del Weather Channel que rompen una ventana y te revientan la casa de adentro para afuera.
Y como Caníbal nunca se había comido un mejillón, de pronto le pareció que se había pinchado el colchón de agua, porque oyó un chasquido diminuto dentro de su cabeza. Como ese ruidito que te hacen los oídos cuando subes en un ascensor demasiado rápido hasta la cima de la Torre Sears. O como cuando revientas un globo de chicle o muerdes un tomate cherry maduro.
Le pareció que se había pinchado el colchón de agua porque al cabo de un momento estaba atragantándose con un agua que sabía a lágrimas. Y debido a que el agua estaba manando a galones, como si tuviera dentro de la boca cien años de lágrimas de Tammy Faye Bakker, y a que Caníbal nunca se había comido un chocho, de pronto le pasó por la cabeza que había matado a Marcia Sanders y que eran las entrañas de ella lo que le estaba fluyendo por la garganta. Y también porque Marcia estaba gritando como una camarera de bar de camioneros. Y todo esto pasó en menos de dos segundos, pero como había visto el Canal Playboy, Caníbal se dio cuenta de que la había hecho soltar varios cubos de caldo de coño en toda su boca. Porque había visto aquellos vídeos de mujeres que soltaban géiseres cuando se pajeaban, unos chorros gigantescos como los surtidores de las ballenas de Animal Planet o como esas barcazas de los bomberos que rocían la Estatua de la Libertad en los bicentenarios. Y como había visto los chorros gigantes de jugo de coño empapar esas moquetas de color queso anaranjado que siempre tenían en las películas de Playboy, Caníbal sabía que no tenía que escupir aquel jugo de chocho, porque el peor insulto que le puedes hacer a alguien es no tragarte lo que te está sirviendo.
Y debido a que su única experiencia con el caldo de chumino venía de la tele por cable, Caníbal no se dio cuenta de que mezclado con él venía un cacho de algo sólido. No se dio cuenta de inmediato. Y de pronto se le puso a rebotar entre la lengua y el velo del paladar una especie de gominola de sabor salado. Una especie de alubia que sabía como el agua de un frasco de pepinillos en vinagre. Rebotándole por la boca como la última aceituna verde dentro de un frasco lleno de agua de aceitunas en ebullición. Y como era una cosa tan pequeña, Caníbal se limitó a tragársela.
Y como la mitad del tiempo Caníbal no sabía ni lo que estaba pensando, ahora dijo:
—Lo conseguiste.
Marcia Sanders se estaba sacando un tampón del bolso y dijo:
—Te juro que no lo sabía.
Ni siquiera se había llegado a quitar la camiseta y ya se estaba abrochando otra vez los vaqueros.
—Te he hecho correrte —le dijo Caníbal.
Ella abrió la boca pero no dijo nada porque en aquel momento sonó el timbre y era su novio de verdad.
Y como le había arrancado a Marcia Sanders un géiser tan potente que ella se había tenido que tomar un analgésico y ponerse un tampón, Caníbal supo que estaba hecho un semental. Y Marcia Sanders debió de jactarse ante Linda Reynolds, porque un día Linda Reynolds se le acercó con sigilo a la salida de los módulos de Química y le preguntó si quería ser su novio secreto también. Y Caníbal come tacos de almeja tan bien que Patty Watson quiere llevárselo al huerto porque hace que todos los conejitos suelten chorros y chorros de salsa especial. Porque la forma más rápida de llegar al corazón de una mujer es por medio del estómago del hombre.
¿Y hasta dónde está dispuesta a llegar una estudiante de secundaria para que le devuelvan su vida pasada? Caníbal les está dando a todas otra oportunidad de volver a ser vírgenes. Es el secretito sucio de todas ellas, pero no es ningún secreto. Caníbal se vanagloria como si fuera el salvador del mundo. Y es que ya no es tan pequeño. Y como Caníbal se está alimentando de las equivocaciones que cometen el resto de los chicos y chicas del instituto, es Marcia Sanders quien dice un día que tienen que hacerlo callar. Linda Reynolds se pone a hacer campaña para quedar un viernes por la noche con Caníbal detrás de los módulos de Formación Vocacional y arrearle con una palanca de hierro en la cabeza, porque Caníbal ya no para de pavonearse, pasándose de listo y al mismo tiempo no siendo lo bastante listo como para saber que representa el mal. Porque ahora, cada vez que Caníbal eructa, el aliento le huele a tus decisiones erróneas. Y cuando Caníbal se tira un pedo, huele al nieto muerto de tus padres.
Porque si hay que creer a Pat Robertson, el Club 700 afirma que una vez Jesucristo expulsó a una legión de espíritus impuros del cuerpo de un hombre afligido, y esos espíritus se metieron en un rebaño de cerdos. Y entonces esos cerdos tuvieron que tirarse por un barranco al mar de Galilea. Y así es como ha de morir Caníbal. Es la única salida decente.
Porque hasta a los sacerdotes que se comen los pecados a través de la ventanita de la cocina de las iglesias católicas hay que quemarlos en la estaca cuando ya están llenos. Es por eso por lo que el chivo expiatorio ha de acabar en el matadero. Porque si crees en la evolución, el mundo simplemente va dando brinquitos en tecnicolor por un camino de baldosas amarillas y cantando: «Porque porque porque porque porque…». Cuando la verdad auténtica está en el Antiguo Testamento, donde las siete tribus deambulan perdidas diciendo siempre: «Procrea procrea procrea procrea procrea…».
Y el lado positivo de esto es que quizá Caníbal vaya al cielo, porque salvo su boca el resto de él es virgen.
Y en esta escuela ya no importa a quién elijan los capitanes de los equipos; a Caníbal ya no lo eligen nunca porque personifica aquello que termina viniendo a por todos nosotros, de forma que decimos: «Danos cinturones de seguridad y pruebas de Papanicolaou y nos resignaremos a la pobreza y a la ancianidad, pero no permitas que se nos ponga al lado Caníbal. No dejes que la sombra de Caníbal se proyecte sobre nuestra casa».
Cuando elegimos equipos, el capitán del Equipo Rojo dice:
—Os damos a nuestro mejor lanzador…
Y estamos dispuestos a quedarnos con el chaval que se hurga la nariz y se come los mocos. Y a quedarnos con el chaval que huele a meados. Nos quedamos con el leproso y con el satanista de la mano izquierda y con el hemofílico infectado de sida y con el hermafrodita y con el pedófilo. Aceptamos la adicción a las drogas y aceptamos imágenes del mundo en formato JPEG en vez del mundo y archivos MP3 en vez de música y aceptamos cambiar la vida real por estar sentados delante de un teclado. Os otorgamos felicidad y os otorgamos humanidad y estamos dispuestos a sacrificar la piedad, siempre y cuando no dejéis que se nos acerque Caníbal.
Y como Marcia Sanders no ha procreado nada, su novio de verdad se gradúa y se marcha a la Estatal de Michigan para licenciarse en Contabilidad, y por todo esto Patty Watson concierta una cita con Caníbal el viernes por la noche detrás del edificio de Formación Vocacional y Linda Reynolds dice que ella traerá la barra de hierro. Y todas se ponen de acuerdo en llevar puestos guantes de látex.
Porque quizá cuando Caníbal ya no esté, todas podrán volver a jugar como si nada.
Ficha bibliográfica
Autor: Chuck Palahniuk
Título: Caníbal
Título original: Cannibal
Publicado en: Playboy, mayo de 2013
Traducción: Javier Calvo
[Relato completo]