En el cuento Los músicos de Bremen de los Hermanos Grimm, un asno, un perro, un gato y un gallo, todos ellos de edad avanzada y despreciados por sus antiguos amos, se encuentran por casualidad en el camino. Unidos por su desdicha deciden ir a la ciudad de Bremen para convertirse en músicos. Durante su viaje, descubren una cabaña ocupada por ladrones y urden un plan ingenioso para asustarlos y reclamar la casa como propia. La historia es una encantadora fábula sobre la amistad, la astucia y el valor de seguir los sueños a pesar de la avanzada edad.
Los músicos de Bremen
Hermanos Grimm
(Cuento completo)
Un hombre tenía un asno que durante muchos años le había llevado los sacos al molino pacientemente, pero sus fuerzas estaban llegando a su fin, de tal manera que cada día era menos apto para el trabajo. El amo pensó entonces deshacerse de él, pero el asno se dio cuenta de que no soplaban vientos favorables y se escapó poniéndose en camino hacia Bremen; allí pensaba que podía hacerse músico municipal. Cuando había andado un poco se encontró a un perro de caza tirado en la cuneta del camino, jadeando como quien se ha cansado de tanto correr:
—Bueno, ¿cómo jadeas tanto, mordedor? —preguntó el asno.
—¡Ay! —dijo el perro—. Como ya soy viejo y cada día estoy más débil y ya no puedo ir de caza, mi amo me ha querido matar; así que he tomado las de Villadiego, pero ¿cómo me voy a ganar mi sustento?
—¿Sabes una cosa? —dijo el asno—. Yo voy a Bremen a hacerme músico municipal; vente conmigo y haz que te acepten también como músico. Yo tocaré el laúd y tú las trompetas.
El perro se puso contento y siguieron caminando. No había pasado mucho tiempo cuando vieron un gato en el camino con una cara muy larga.
—¿Qué es lo que ha contrariado tus proyectos? Atúsate el bigote, hombre —dijo el asno.
—¿Quién puede divertirse cuando está amenazado de muerte? Como me hago viejo, mis dientes se están poniendo romos y me gusta mucho más estar sentado al lado de la estufa y pensar en las musarañas que andar cazando ratones, mi ama me ha querido ahogar. Yo me he escabullido, pero aconsejadme, ¿adónde voy yo?
—Vente con nosotros a Bremen; tú sabes hacer música nocturna y puedes llegar a ser músico municipal.
Al gato le pareció bien la idea y se fue con ellos.
Poco después pasaron los tres fugitivos al lado de una granja; allí en el portón estaba el gallo de la casa y gritaba hasta desgañitarse:
—Tus chillidos le llegan a uno hasta le médula —dijo el asno—. ¿Qué te pasa?
—He profetizado buen tiempo —dijo el gallo—, porque es el día en el que Nuestra Señora le lava la camisita al Niño Jesús y se la tiene que secar; pero como mañana es domingo y vienen huéspedes, la dueña de la casa no ha tenido compasión de mí y le ha dicho a la cocinera que me quiere comer mañana en la sopa; por ello tiene que cortarme la cabeza esta tarde. A causa de todo esto chillo a voz en grito todo el tiempo que me sea posible.
—¿Qué dices, cresta roja? —dijo el asno—. Vente con nosotros a Bremen; mejor que la muerte siempre se encuentra algo; tienes buena voz y, si hacemos música juntos, esta deberá tener gracia.
Al gallo le gustó la propuesta y así se fueron los cuatro juntos. No pudieron llegar a Bremen en un día y por la noche encontraron un bosque donde decidieron pasar la noche. El asno y el perro se tumbaron bajo un árbol; el gato y el gallo se colocaron en las ramas: el gallo voló hasta la copa, donde se sentía más seguro. Antes de dormirse miró a todos los lados y le pareció que en la lejanía veía arder una chispa, por eso gritó a sus camaradas que no lejos tenía que haber una casa, ya que brillaba una luz. El asno dijo:
—Bien, entonces nos levantaremos y nos iremos; esta no es buena posada.
El perro pensaba que unos huesos y algo de carne le vendría bien. Se pusieron, por tanto, en camino en dirección al lugar de donde procedía la luz, y pronto vieron un brillo cada vez más fuerte y más intenso, hasta que llegaron a una casa llena de ladrones bien alumbrada. El asno, como era el más grande, se acercó a la ventana y miró hacia adentro.
—¿Qué ves, rucio? —preguntó el gallo.
—¿Qué veo? —contestó el asno—. Una mesa con rica comida y bebida, y ladrones sentados a su alrededor pasándolo bien.
—Eso no nos vendría mal —dijo el gallo.
—Sí que estaríamos bien ahí —dijo el asno.
Entonces se pusieron a deliberar qué tenían que hacer para expulsar a los ladrones, y por fin encontraron el medio. El asno tenía que ponerse con las patas delanteras en la ventana, el perro encima del lomo del asno, el gato treparía sobre el perro y finalmente el gallo volando se colocó encima de la cabeza del gato.
Cuando estaban ya preparados, a una señal empezaron todos a hacer música: el asno rebuznaba, el perro ladraba, el gallo maullaba y el gato cantaba; luego se precipitaron todos por la ventana de la habitación con tal ímpetu, que todos los cristales tintinearon. Los ladrones dieron un enorme salto al oír el ruido espantoso, pensaron que un fantasma había entrado y huyeron muertos de miedo al bosque. Después de esto los cuatro camaradas se sentaron a la mesa, cogieron con gusto lo que había quedado y comieron como si después tuvieran que ayunar cuatro semanas.
Cuando los cuatro músicos hubieron acabado, apagaron la luz y buscaron un sitio para dormir, cada uno según su naturaleza y comodidad. El asno se puso en el estiércol, el perro detrás de la puerta, el gato en el fogón junto a la ceniza caliente y el gallo en la viga. Cuando había pasado ya la medianoche y los ladrones vieron de lejos que no había luz en la casa y que todo parecía estar tranquilo, dijo el capitán:
—No debíamos habernos dejado intimidar tan pronto —e hizo que uno fuera a investigar la casa.
El enviado encontró todo en silencio: fue a la cocina para encender una luz y, creyendo que los ojos brillantes y como de fuego del gato eran carbones encendidos, echó una cucharadita de azufre para que se prendiese el fuego. El gato, que no entendía de bromas, le saltó a la cara, le bufó y le arañó.
El ladrón se asustó enormemente y quiso salir por la puerta trasera, pero el perro, que estaba allí tumbado, saltó y le clavó los dientes en una pierna. Cuando en el patio pasaba corriendo por el estiércol, el asno le dio una fuerte coz con la pata trasera; el gallo, que se había despertado y despabilado con el ruido, gritó desde la viga: «¡Quiquiriquí!».
El ladrón corrió, como alma que lleva el diablo, junto a su capitán y dijo:
—¡Qué horror! En la casa hay una espantosa bruja que me ha bufado y con sus largas uñas me ha arañado la cara; en la puerta un hombre con un cuchillo me ha pinchado la pierna; en el patio hay un monstruo negro que me ha dado con una maza de madera, y arriba en el techo está sentado el juez que grita: «¡Traédmelo aquí!». Por eso hice todo lo posible para largarme.
Desde ese momento no se atrevieron a acercarse a la casa. A los cuatro músicos de Bremen les gustó tanto, que no volvieron a salir de allí.
Y el último que lo ha contado se ha sentido feliz con esta historia.