Sinopsis: «Eternamente y amén» es un cuento de ciencia ficción escrito por Robert Bloch y publicado en 1972 en la colección And Walk Now Gently Through the Fire and Other Science Fiction Stories. La historia sigue a Seward Skinner, el hombre más rico de la galaxia, quien, enfrentando una muerte inminente, financia un experimento radical dirigido por el doctor Togol. Su objetivo es alcanzar la inmortalidad mediante la clonación, creando un mundo poblado únicamente por versiones de sí mismo. En su nueva existencia, Skinner controla cada aspecto de su entorno, pero la perfección de su utopía oculta un destino inevitable.

Eternamente y amen
Robert Bloch
(Cuento completo)
Eternamente.
Es una agradable forma de vivir, si uno es capaz de afrontarla.
Y Seward Skinner era capaz.
—Mil millones de unidades integrales —dijo el doctor Togol—. Quizá más.
Seward Skinner ni siquiera parpadeó cuando oyó la estimación. Parpadear, como cualquier otro movimiento corporal, trae emparejado consigo un doloroso esfuerzo cuando uno se halla en un estadio terminal. Pero Skinner consiguió la fuerza para hablar, aunque su voz no fue más que un ronco susurro.
—Adelante con el plan. Pero aprisa.
El plan llevaba diez años preparándose, y Skinner llevaba dos muriéndose, así que el doctor Togol se apresuró. El apresurarse significaba gastar más, y al final probablemente el proceso le costó a Skinner unos cinco mil millones de UGIS más que el precio señalado. Nadie pudo decirlo seguro. Todo lo que se sabía era que Seward Skinner era el único hombre en toda la galaxia —la galaxia conocida, por supuesto— que podía afrontar tal gasto.
Eso era todo lo que se sabía.
Seward Skinner había sido el más rico hombre vivo durante mucho, mucho tiempo. Había aún algunos viejos que podían recordar los días en que era una figura pública y un objeto de bromas privadas… el Playboy de los Planetas, lo llamaban, según los rumores, tenía una mujer en cada mundo, o al menos una hembra.
Otras personas, no tan mayores, recordaban a un Seward Skinner más maduro… el Genio Galáctico, el fabuloso inventor, el impulsor de Industrias Interespaciales, la mayor corporación jamás conocida. Durante esos días sus operaciones comerciales eran noticia… y rumores.
Pero para la mayoría del público interplanetario, los más jóvenes sin recuerdos personales de esos lejanos tiempos, Seward Skinner era simplemente un nombre. En los años más recientes se había retirado completamente de cualquier contacto con el mundo exterior. E Industrias Interespaciales había retrocedido cuidadosa y concienzudamente en el tiempo y había adquirido cada registro, cada cinta de su pasado. Algunos decían que luego habían sido destruidos, otros decían que los datos hablan sido ocultados, pero a fin de cuentas el resultado era el mismo. La intimidad de Seward Skinner estaba protegida, era completa. Y todo el mundo dejó de verle. Sus negocios, su propia vida, parecían gobernados por control remoto.
En realidad, por supuesto, estaban gobernados por el doctor Togol.
Si Skinner era el hombre más rico, el doctor Togol era seguramente el científico más brillante. De forma inevitable, los dos hombres estaban abocados a un amor común… la riqueza.
Nadie sabía lo que representaba la riqueza para Skinner. Lo que representaba para el doctor Togol era clarísimo; era el instrumento para la investigación. Unos fondos ilimitados eran la clave de una experimentación ilimitada. Y así nació una colaboración.
Durante la última década el doctor Togol desarrolló su plan, y Seward Skinner desarrolló un cáncer incurable.
Ahora el plan estaba a punto para funcionar, precisamente cuando Skinner estaba dejando de funcionar.
Así que Skinner murió.
Y vivió de nuevo.
Es magnífico estar vivo, principalmente después de que uno ha estado muerto. De algún modo el sol parece más cálido, el mundo parece más brillante, los pájaros cantan más dulcemente. Incluso pese a que allí en Edén el sol era artificial, la luz era proporcionada por instrumentos radiantes, y el canto de los pájaros surgía de gargantas mecánicas.
Pero Skinner estaba vivo.
Se sentó en la terraza de su enorme casa en la colina y miró hacia abajo, hacia Edén, y se sintió complacido de lo que había forjado. El desolado pequeño satélite de un mundo desértico y olvidado que comprara varios años antes había sido transformado en una Tierra en miniatura, un recuerdo de su mundo original. Bajo él había una ciudad muy parecida a la propia ciudad donde había nacido; allí en la cima de la colina había una casa que duplicaba la morada que siempre había tenido. Más allá estaba el complejo de los laboratorios del doctor Togol, y a mucha profundidad, en los sótanos, estaba…
Skinner apartó el pensamiento de sí.
—Sírveme una copa —dijo.
Skinner, el camarero, asintió y se dirigió a la casa para decirle a Skinner, el mayordomo, que preparara la bebida.
Ya nadie bebía alcohol, y ya nadie tenía camareros o mayordomos, pero así era como Skinner quería las cosas; recordaba como había vivido en los viejos tiempos, y pretendía vivir del mismo modo. Ahora y siempre.
Así que después de que Skinner le hubo servido su copa, le pidió a Skinner, el chófer, que lo condujera a la ciudad. Miró por la ventanilla del minimóvil, gozando del espectáculo. Skinner siempre había sido un observador de la gente, y las actividades de aquellas personas tenían ahora un interés especial y muy particular para él.
Tras los volantes de otros minimóviles, los Skinners saludaron con la cabeza y le sonrieron al pasar. En el cruce, Skinner, el oficial de seguridad, le saludó con la mano. En las aceras junto a las plantas de fabricación y procesado de alimentos, otros Skinners se dedicaban a sus labores. Skinner el ingeniero hidropónico, Skinner el reciclador de residuos, Skinner el controlador de oxigenación, Skinner el transportista, Skinner el locutor de la televisión. Cada uno de ellos tenía su lugar y su función en aquel mundo en miniatura, y lo llevaba a cabo rápida y eficazmente, según el plan y el programa.
—Una cosa es definitiva —le había dicho Skinner al doctor Togol—. No habrá computarización. No deseo a mi gente controlada por una máquina. No son robots… cada uno de ellos es un ser humano, y tienen que vivir como seres humanos. Completa responsabilidad y completa seguridad, ese es el secreto de una vida completa. Después de todo, ellos son tan importantes para el esquema de las cosas como yo mismo, y deseo que sean felices. Eso quizá no le importe a usted, pero tiene que recordar que son mi familia.
—Más que su familia —dijo el doctor Togol—. Son usted.
Y era cierto. Eran él… o parte de él. Cada uno de ellos era realmente Skinner, el producto de una única célula, reproducido y evolucionado gracias a la perfección del proceso del doctor Togol.
El proceso era llamado clonación, y era tremendamente complicado. Incluso la propia teoría de los clones era complicada, y Skinner nunca la había comprendido por entero. Pero tampoco necesitaba comprenderla, eso era tarea del doctor Togol, comprender la teoría e imaginar formas de llevarla a la práctica. Skinner proporcionó la financiación, el laboratorio, el equipo, los medios. El doctor Togol proporcionó los caminos. Y al final —cuando vino el final—, su cuerpo proporcionó el tejido de células vivas de las que fueron extraídos, aislados y desarrollados los clones. Los clones, desarrollándose a través de un complicado crecimiento hasta convertirse en duplicados físicos del propio Skinner. No reproducciones, no imitaciones, no copias, sino realmente él mismo.
Mirando al retrovisor del minimóvil, Skinner contempló al chófer, una imagen en el espejo de su propio rostro y cuerpo. Mirando por la ventanilla se vio de nuevo a sí mismo reflejado en cada forma que pasaba. Todos los Skinner eran hombres altos, ya maduros, pero con el vigor juvenil nacido de un cuidadoso y elaborado régimen de terapia vitamínica de vanguardia y regeneración orgánica; el resultado de una profunda atención médica, que eliminaba parcialmente los estragos de la metástasis. Y, puesto que el cáncer no era hereditario, no había sido traspasado a los clones. Como él mismo, todos los Skinners gozaban de buena salud. Y, como él mismo, llevaban en su interior las semillas —las células— de la inmortalidad.
Eternamente.
Vivirían eternamente, como él.
Y eran él. Físicamente intercambiables, excepto por las ropas que llevaban… los uniformes designando sus varias ocupaciones servían para diferenciarlos e identificarlos.
Un mundo de Skinners en el mundo de Skinner.
Habían surgido problemas, por supuesto.
Hacía tiempo, antes de que el doctor Togol iniciara su trabajo, habían discutido el asunto.
—Un auténtico clon —dijo el doctor Togol—. Eso es lo único que hemos de ir a buscar. Un saludable facsímil de usted mismo es todo lo que necesitamos.
Skinner negó con la cabeza.
—Demasiado arriesgado. Suponga que se produce un accidente. Aquello sería el fin para mí.
—Muy bien. Dispondremos de una cantidad de tejido celular vivo extra, que conservaremos como reserva. Cuidadosamente almacenado y custodiado, por supuesto.
—¿Custodiado?
—Naturalmente —asintió el doctor Togol—. Ese Edén, ese satélite suyo, necesitará protección. Y puesto que usted parece determinado a no regirlo por computador, entonces necesitará personal. Otra gente que haga el trabajo, que mantenga las cosas en funcionamiento, le proporcione compañía. Seguro que usted no deseará vivir eternamente si tiene que pasar la eternidad solo.
Skinner frunció el ceño.
—No confío en la gente. No como guardias, no como empleados, y por supuesto no como amigos.
—¿En nadie?
—Confío en mí mismo —dijo Skinner—. Así que deseo más clones. Los suficientes como para mantener funcionando Edén independientemente de extraños.
—¿Todo el satélite poblado enteramente de Skinners?
—Exacto.
—Pero parece que no comprende. Si el proceso tiene éxito y produzco más de un Skinner, todos ellos lo compartirán todo. No el cuerpo, sino también la mente… cada personalidad será idéntica a las demás. Compartirán los mismos recuerdos, exactamente hasta el momento en que las células fueron separadas del cuerpo de usted.
—Entiendo eso.
—¿Realmente? —El doctor Togol agitó dubitativamente la cabeza—. Déjeme decirle que no tengo ningún problema en seguir sus instrucciones. Hablando técnicamente, es posible… Si un clonaje individualizado tiene éxito, entonces los demás tendrán éxito también. Todo lo que se necesitará será un aporte suplementario de fondos.
—Entonces no existe ningún problema, ¿no cree?
—Ya le he dicho cuál es el problema. Un millar de Skinners, exactamente iguales. Iguales en apariencia, en pensamientos, en sentimientos. Y usted, el actual usted reproducido por clonaje, no será más que otro entre muchos. ¿Ha decidido ya qué labor deseará realizar en su nuevo mundo, una vez sea inmortal? ¿Deseará cuidar de las unidades de energía, o de los suministros alimenticios, o tal vez preferirá trabajar en las cocinas de la gran casa para siempre?
—¡Por supuesto que no! —restalló Skinner—. Deseo ser simplemente lo que soy ahora.
—El jefe. El que manda. El Señor Grande. —El doctor Togol sonrió, luego suspiró—. De eso precisamente se trata. Lo mismo desearán los otros. Cada una de sus otras partes tendrá el mismo deseo, la misma ambición, el mismo impulso a dominar, a controlar. Porque tendrán exactamente su mismo cerebro y sistema nervioso.
—¿Desde el mismo momento en que renazcan, quiere decir?
—Exacto.
—Entonces, a partir de ese momento, usted elaborará un nuevo programa. Un programa de condicionamiento —asintió rápidamente Skinner—. Hay técnicas para ello, lo sé. Hipnoterapia, máquinas hipnóticas de educación de la personalidad… ese tipo de cosas que utilizan los psicólogos para alterar el comportamiento criminal. Implantará usted selectivamente bloques de memoria.
—Pero necesitaría todo un centro psicomédico, completamente equipado y con personal y…
—Lo tendrá. Deseo que todo el proceso se realice aquí en la Tierra, antes de que nadie sea transportado a Edén.
—No estoy seguro. Usted está pidiendo la creación de una nueva raza, dotando a cada miembro de una nueva personalidad. Un Skinner que recuerde su vida pasada pero ahora se contente con ser simplemente un jardinero hidropónico, un Skinner que esté satisfecho con vivir eternamente como un contable, un Skinner dispuesto a dedicar toda su interminable existencia como técnico en reparaciones.
Skinner se alzó de hombros.
—Un trabajo difícil y complicado, lo sé. Pero trabajará con una personalidad ya de por si difícil y complicada… la mía. —Carraspeó dolorosamente antes de continuar—. No quiero decir con ello que yo sea único. Todos somos mucho más complicados de lo que aparentamos superficialmente, usted lo sabe. Cada ser humano es un conjunto de impulsos conflictivos, algunos expresados, otros reprimidos. Se que hay una parte de mí que siempre ha estado muy cerca de la naturaleza, del suelo, de los cultivos y del crecimiento de la vida. Enterré esta faceta de mi personalidad desde la infancia, pero los recuerdos están ahí. Encuéntrelos, y tendrá usted a sus jardineros, a sus granjeros… ¡sí, y también a sus ayudantes médicos!
»Otra parte de mí está fascinada incluso conscientemente hoy en día por los hechos y los números, las menudencias de las matemáticas. Aísle este aspecto, condiciónelo a su completa expresión, y obtendrá usted a sus contables, y toda la ayuda que necesite para mantener a Edén funcionando suave y sistemáticamente.
»No necesito decirle que una gran parte de mi carrera original estuvo dedicada a la investigación científica y a la invención. No tendrá usted ningún problema en desarrollar a unos cuantos Skinners de mente atraída por la mecánica para obtener su personal para las unidades de energía o incluso para conducir los vehículos de transporte.
»Los alcances de la mente son infinitos, doctor. Explótelos adecuadamente, y tendrá todo un mundo funcional… con todos los puestos subalternos de autoridad cubiertos por Skinners que sentirán la necesidad de actuar como policías o capataces o supervisores… y con todas las tareas serviles realizadas por Skinners a quienes les guste servir. Resucite esos rasgos y tendencias específicos, intensifíquelos, elimine todos los recuerdos que puedan entrar en conflicto con ellos, y el resto será sencillo.
—¿Sencillo? —el doctor Togol frunció el ceño—. ¿Hacer un lavado de cerebro con todos ellos?
—Con todos menos con uno —la voz de Skinner se crispó ligeramente—. Uno de ellos permanecerá intocado, reproducido exacta y enteramente tal como es. Y ese seré yo.
El pequeño y gordinflón médico de cabello gris permaneció un largo momento mirando a Skinner.
—¿No admite usted la posibilidad de ningún cambio en usted mismo? ¿No siente deseos de modificar algo de su propio esquema de personalidad?
—No pienso que sea perfecto, si eso es lo que quiere decir. Pero estoy satisfecho conmigo mismo tal como soy. Y así es como quiero seguir, una vez usted haya llevado adelante el plan.
El doctor Togol siguió mirándole.
—Dice que ha aprendido usted a no creer en nadie. Si eso es cierto, y me siento inclinado a creerlo, entonces ¿cómo sabe que puede confiar en mí?
—¿Qué quiere decir?
—Usted va a morir. Ambos lo sabemos. Es sólo cuestión de tiempo. El poder de regenerarlo a través del clonaje está enteramente en mis manos. ¿Y si yo no cumplo con lo pactado?
Skinner sostuvo la mirada del doctor Togol.
—Cumplirá usted con lo pactado antes de que yo muera. Y mucho antes de que me sienta incapacitado de seguir dando órdenes, usted habrá procesado todos los clones tal como le he dicho. Le aseguro que no tengo la menor intención de morirme hasta que todos los clones estén listos para ser transportados a Edén.
—Pero entonces usted morirá —insistió Togol—. Y sólo entonces crearemos el clon que usted ha elegido para representarle a usted mismo… el único que dice debe permanecer sin ningún cambio. ¿Quién le asegura que yo obedeceré estas instrucciones después de que usted está realmente muerto? Entonces podré usar técnicas psicológicas para modificar la personalidad de su clon de la manera que quiera. ¿Qué me impedirá convertir a su clon en un esclavo de mi voluntad… de tal modo que yo me convierta en el dueño real de ese nuevo mundo que usted ha creado?
—La curiosidad —murmuró Skinner—. Actuará usted exactamente como yo digo porque usted es un absoluto fanático curioso por los resultados. Ningún otro hombre vivo puede proporcionarle los medios y la oportunidad de llevar adelante este proyecto de clonaje. Si el experimento tiene éxito habrá conseguido usted el mayor logro científico de todos los tiempos… así que no se traicionará a sí mismo. Una vez llegado hasta tan lejos, no será capaz de resistir la tentación de ir hasta el final. Particularmente cuando empiece a darse cuenta de que esto es sólo el principio.
—No le comprendo.
—Durante toda mi vida he avanzado desde una posición de fuerza, de confianza en mí mismo. Y usted sabe lo que he conseguido. Creo que actualmente soy el individuo más rico y poderoso de la galaxia.
»Ahora soy un hombre enfermo, pero gracias a usted volveré a estar bien de nuevo. No sólo bien, sino inmortal. Considere el tipo de confianza en mí mismo que poseeré entonces, cuando me vea libre de la enfermedad, libre para siempre del miedo a la muerte. Con esa confianza mía podremos ir tan lejos como queramos, conseguir los mayores logros… resolver todos los misterios, derribar todas las barreras, ¡hacer temblar las estrellas!
»Usted no se atreverá a manipular mi mente porque usted deseará formar parte de todo eso… verlo y compartirlo. ¿No es así, doctor?
La mirada de Togol vaciló. No respondió, porque sabía que todo aquello era cierto.
Y así había sido.
El clonaje se produjo tal como Seward Skinner lo había planeado. Y el proyecto de condicionamiento psicológico que le siguió fue realizado sin problemas también, aunque al final demostró ser mucho más complicado de lo que nadie había imaginado.
El paso final requería reclutar a un equipo de varios cientos de técnicos, altamente cualificados y especialmente entrenados, para luego dividirlos en grupos psicomédicos asignados a los clones individuales a medida que estos alcanzaban el límite de su crecimiento y empezaban a funcionar como especímenes adultos. Bajo la supervisión del doctor Togol, esos especialistas crearon los programas de bloqueo de memoria, para modelar las personalidades de cada Skinner individual y hacer que se adaptara a su papel en la vida una vez llegara a Edén.
Tras lo cual empezó el traslado.
Transportes espaciales, conducidos exclusivamente por Skinners entrenados para la tarea, llevaron a otros Skinners a la pedregosa superficie del satélite secreto. Transportes adicionales, pilotados por Skinners, condujeron y condujeron las aparentemente interminables cantidades de materiales necesarios para transformar la vacía cáscara de Edén en el mundo que Seward Skinner soñaba.
La ciudad en miniatura brotó en la llanura, la casa fue edificada en la colina, el complejo del laboratorio creció con la gran bóveda abajo. Y todo aquello, cada paso de la operación, fue ejecutado bajo un tal secreto que ningún extraño llegó a sospechar nunca de su existencia.
Llegó un momento en que las diferentes fases de la operación se convirtieron en una carrera… una carrera contra la muerte.
Skinner se estaba muriendo. Sólo un acto de increíble voluntad lo mantuvo con vida el tiempo suficiente como para supervisar la completa destrucción del lugar en la Tierra donde se había realizado todo el trabajo.
Luego él también se trasladó a Edén con el doctor Togol, pero no hasta haber hecho los arreglos necesarios para enviar todo el equipo psicomédico, intacto, al nuevo complejo del laboratorio edificado allí.
Para ello fue dispuesto un transporte final.
Skinner recordó vívidamente la tarde en que permaneció tendido en su lecho de muerte, en la casa de la colina, con el doctor Togol a su lado, aguardando la llegada del transporte.
Parpadeando en la casi oscura habitación, el transmisor iluminó su pantalla con el impresionante mensaje. Fallo de presión e implosión más allá del planeta Plutón… transporte totalmente destruido… ningún superviviente.
—¡Dios mío! —dijo Togol.
Entonces, a la débil luz, vio la sonrisa en el rostro del agonizante hombre. Y oyó su pesado y laborioso jadeo.
—¿Creía usted realmente que iba a permitir que cualquier extraño viniera aquí a curiosear e interferir, a aprender los secretos, a llevar las noticias a los demás mundos?
Togol se lo quedó mirando.
—¡Sabotear un transporte, asesinar a todos esos hombres! ¡No es posible que haya hecho usted eso!
—Fait accompli —sonrió Skinner—. Nadie a bordo sabía el auténtico destino… pensaba que era Rigel. Y lo ocurrido será registrado como un accidente.
—A menos que yo decida denunciarlo.
El rostro del agonizante hombre reflejó la caricatura de una sonrisa.
—No puede. Porque hay un informe detallado de toda la operación oculto en algún lugar en mis archivos. Lo implica a usted como cómplice, así que si habla firmará su propia sentencia de muerte.
—Olvida usted que yo puedo firmar la suya —dijo el doctor Togol—. Simplemente dejando que la naturaleza siga su curso.
—Si usted me deja morir ahora, todo lo que hay en mis archivos saldrá a la luz. No tiene usted elección. Tiene que seguir adelante con esto… proceder al clonaje final que me reproducirá tal como he ordenado.
Togol inspiró profundamente.
—Así que por eso estaba usted tan seguro de que nunca iba a traicionarle. No se amparaba en mi curiosidad científica… lo planeó todo desde el principio, para tenerme atado permanentemente.
—Ya le dije que soy un hombre complejo. —Skinner dominó su dolor—. Ahora es el momento de convertirme en una persona completa y sana. Puede empezar ya… esta noche.
No era una orden, simplemente el enunciado de un hecho.
Y el doctor Togol procedió de acuerdo con el plan.
Seward Skinner se sintió agradecido por ello, agradecido de que su nuevo yo clonificado evolucionara antes de que su viejo cuerpo muriera realmente. Porque si Togol hubiera esperado hasta entonces, el clon hubiera heredado el recuerdo de la muerte de Skinner. Y ese es un recuerdo que ningún hombre podría soportar.
El tejido vivo que era ahora Skinner empezó su proceso de crecimiento a buen recaudo en el complejo del laboratorio antes de que el dolorosamente torturado y casi putrefacto tejido del cuerpo en la casa de la colina dejara de funcionar. Skinner no fue consciente de cuándo murió exactamente; estaba demasiado ocupado aprendiendo cómo vivir.
Trabajar sin un equipo de técnicos era un gran inconveniente, pero el doctor Togol superó ese impedimento rápida y eficientemente… con la ayuda de los otros Skinners que sabía poseían rudimentarios talentos médicos. Con aquella finalidad, por supuesto, había clonificado a todo un equipo de Skinners desde el principio: el doctor Skinner, jefe psicoterapeuta; el doctor Skinner, cirujano jefe; el doctor Skinner, especialista en diagnósticos; y una docena más.
—¿Lo ve?, después de todo, no necesitamos extraños —le dijo el nuevo Skinner a Togol, una vez terminado todo—. Somos totalmente autosuficientes aquí. Y cuando esos cuerpos empiecen a mostrar signos de deterioro y fallos de funcionamiento, podrán ser reemplazados por nuevos clones. He aquí el sueño de todo el mundo de la auténtica inmortalidad, por fin realizado.
—¿De todo el mundo? —el doctor Togol negó con la cabeza—. No el mío.
—Entonces es usted un estúpido —dijo Skinner—. Tiene usted la oportunidad de clonificarse a sí mismo, de vivir eternamente, como pienso hacerlo yo. Le garanticé desde un principio ese privilegio. ¿Qué más puede pedir?
—Libertad.
—Pero es usted libre aquí. Tiene todos los recursos de la galaxia a su disposición… puede ampliar la unidad del laboratorio indefinidamente, dedicarse a las investigaciones que desee en otros campos, tal como le prometí. Esa cura para el cáncer de la que se ha estado hablando durante los últimos cien años… ¿no desea descubrirla? Ya ha realizado algunos maravillosos progresos en las técnicas de bloqueo de la memoria, pero eso es sólo el principio de una psicoterapia completamente nueva. Puede usted construir nuevas personalidades, remodelar la condición humana a su albedrío…
—A su albedrío. —La sonrisa de Togol era amarga—. Este es su mundo. Yo deseo el mío. El viejo mundo, con gente ordinaria, hombres… y mujeres…
—Sabe muy bien que decidí en contra de las mujeres aquí —dijo Skinner—. No son necesarias para la reproducción. Afortunadamente, a mi edad, el impulso sexual ya no es un imperativo. Así que las mujeres lo único que hubieran hecho hubiera sido complicar nuestra existencia, sin servir para ninguna función específica.
—Ternura, compasión, comprensión, compañerismo —murmuró Togol—. Cosas no funcionales, según su definición.
—Estereotipo. Estupideces absolutas. Sentimentalización de un rol biológico que usted y yo hemos convertido en obsoleto.
—Usted lo ha convertido todo en obsoleto —le dijo Togol—. Todo excepto la pseudoactividad de su colonia de clones… las pervertidas y mutiladas personalidades parciales creadas para servirle.
—Son felices tal como son —dijo Skinner—. Y además no importa. Lo que importa es que yo no he cambiado. Soy un hombre completo.
—¿Lo es? —La sonrisa del doctor Togol era melancólica. Señaló con la cabeza hacia la casa, hizo un gesto que incluía la terraza y la ciudad abajo—. Todo lo que ha edificado usted aquí, todo lo que ha hecho, es producto del peor y más incapacitante defecto de todos… el miedo a la muerte.
—Pero todos los hombres tienen miedo a morir.
—¿Tanto miedo que pasan todas sus vidas intentando evitar la realización de su propia mortalidad? —Togol agitó la cabeza—. Sabe que hay una bóveda debajo de mi laboratorio. Sabe para qué fue construida. Sabe lo que contiene. Y sin embargo, su miedo es tan grande que ni siquiera quiere admitir su existencia.
—Lléveme allí —dijo Skinner.
—No se atreverá.
—Vamos. Le mostraré que no estoy asustado.
Pero lo estaba.
Incluso antes de que alcanzaran el ascensor Skinner empezó a temblar, y cuando iniciaron su profundo descenso hasta el último nivel estaba estremeciéndose incontrolablemente.
—Hace frío aquí abajo —murmuró.
El doctor Togol asintió.
—Control de la temperatura —dijo.
Dejaron el ascensor y caminaron a lo largo de un oscuro corredor hacia la cámara de piedra acorazada con acero. El guardia de seguridad Skinner se mantenía vigilando la puerta, y saludó con una sonrisa cuando se acercaron. A una orden de Togol, sacó una llave y abrió la puerta de la bóveda.
Seward Skinner no le miró, y tampoco deseaba mirar más allá del umbral.
Pero el doctor Togol ya había entrado, y no tenía más remedio que seguirle. Seguirle a la débil luz de la fría cámara, a los apenas vislumbrados bancos de control que zumbaban y vibraban en el centro de la habitación, a la entremezclada red de tubos y conductos que serpenteaban desde todos lados hasta ir a morir a un transparente cilindro de cristal.
Skinner miró al cilindro a través de las sombras. Tenía la forma de un ataúd, porque era un ataúd; un ataúd en el cual Seward Skinner vio…
A sí mismo.
Su propio cuerpo; el gastado y arrugado cuerpo del cual habían surgido los clones, flotando en la límpida solución en medio de los serpentines y abrazaderas y cables como telas de araña que perforaban el cristal para ir a entrar en contacto con la helada carne.
—No está muerto —murmuró el doctor Togol—. Congelado en una solución. El proceso criogénico, preservándole a usted en animación suspendida… indefinidamente…
Skinner se estremeció de nuevo y apartó la vista.
—¿Por qué? —susurró—. ¿Por qué no me dejó morir?
—Usted deseaba la inmortalidad.
—Pero ya la tengo. Con este nuevo cuerpo, y todos los demás.
—La carne es vulnerable. Cualquier accidente puede destruirla.
—Usted almacenó más tejido celular. Si algo me ocurriera tal como soy ahora, podría repetir el clonaje.
—Sólo si su cuerpo original permanece disponible para el proceso. Tiene que ser preservado para esa emergencia… vivo.
Skinner se obligó a mirar de nuevo a la criatura parecida a un cadáver congelada medio del frío dentro de su confinamiento de cristal.
—No está vivo… no puede estar…
Y sin embargo sabía que lo estaba, sabía que el proceso criogénico había sido desarrollado precisamente para esa finalidad. Para mantener un mínimo de vida en hibernación forzada hasta el tiempo en que la ciencia médica pudiera detener y eliminar el proceso de su enfermedad y desarrollar técnicas para descongelar y restaurar completamente y con éxito la existencia.
Skinner se dio cuenta de que aquello nunca había sido conseguido todavía, pero la posibilidad existía. Algún día, quizá, la metodología se perfeccionaría lo suficiente como para que aquella cosa pudiera ser resucitada… no como un clon, sino como había sido. El Skinner original, vivo de nuevo y un rival a su actual ser.
—Destrúyalo —dijo.
El doctor Togol se lo quedó mirando.
—No lo dirá en serio. No puede…
—¡Destrúyalo!
Skinner se dio la vuelta y salió de la bóveda.
El doctor Togol se quedó atrás, y pasó un largo tiempo antes de que se reuniera con Skinner en su casa en la superficie. Skinner no sabía lo que había hecho allá abajo en la bóveda, y nunca se lo preguntó. El tema no volvió a ser discutido.
Pero desde aquella noche las relaciones de Skinner con Togol no volvieron a ser las mismas. No hubo más discusiones acerca del futuro, de posible nuevos proyectos y experimentos. Hubo tan sólo una creciente consciencia de la tensión, de estar esperando algo, una indefinible atmósfera de alienación. El doctor Togol pasaba más y más tiempo en el complejo del laboratorio, donde ocupaba una vivienda separada. Y Skinner seguía su propio camino, solo.
Solo, pero no solo. Porque aquel era su mundo, y estaba lleno con su propia gente, creada a su propia imagen. No tenéis otro dios más que Skinner. Y Skinner es Su Profeta.
Aquellos eran los mandamientos y la ley. Y si el doctor Togol elegía no guiarse por ella…
Seward Skinner, paseando por las calles de su propia ciudad, llegó a las puertas del museo.
Skinner, el chófer, aguardó fuera, sonriendo obediente a la orden, y Skinner, el guardia del museo, saludó alegremente con una inclinación de cabeza cuando Seward Skinner entró.
Skinner, el conservador, le dio la bienvenida, feliz ante la llegada de un visitante. Nunca nadie había venido al museo excepto su dueño… y por supuesto, la propia noción de museo era simplemente un concepto abstracto, un arcaísmo del distante pasado en la Tierra.
Pero Seward Skinner había sentido la necesidad de un lugar como aquél allí; un almacén y una exposición del arte y de los artefactos que había ido acumulando en el pasado. Y aunque podía haber reunido todos los tesoros y trofeos que había esparcidos por toda la galaxia, eligió exhibir tan solo objetos de la Tierra. Objetos completamente obsoletos… recuerdos y cosas memorables que representaban la historia antigua. Allí en las paredes colgaban las riquezas y las reliquias de lugares lejanos en el espacio y en el tiempo. Cuadros de palacios, esculturas y estatuas procedentes de santuarios, las joyas y el jade y las aparatosas bisuterías que habían representado antiguamente los gustos reales, rescatados de las tumbas.
Skinner caminó por entre las vitrinas dirigiendo apenas breves miradas a todas aquellas glorias. Normalmente hubiera pasado horas admirando el antiguo aparato de televisión, la librería llena de libros impresos herméticamente sellada en plexiglás, la máquina tragaperras, el automóvil de gasolina cuidadosamente reconstruido y en perfecto estado de funcionamiento.
Hoy se dirigió directamente a una remota sala e indicó uno de los objetos de una vitrina.
—Dame esto.
El conservador sonrió educadamente para disimular su perplejidad, pero obedeció.
Entonces Skinner dio media vuelta y regresó sobre sus pasos. En la puerta, el chófer aguardaba para escoltarle de vuelta al minimóvil.
Conduciendo de vuelta por las calles, Skinner sonrió nuevamente a los transeúntes y les observó marchar hacia sus tareas.
¿Cómo podía Togol llamarles mutilados? Eran felices en su trabajo, sus vidas estaban realizadas. Cada uno de ellos había sido condicionado para aceptar su destino sin envidias, competiciones ni hostilidades. Gracias a su condicionamiento y al bloqueo selectivo de sus esquemas de memoria parecían mucho más felices que el Seward Skinner que los observaba mientras regresaba a su casa en la colina.
Pero él también se sentiría satisfecho, pronto.
Aquella noche mandó llamar al doctor Togol.
Sentado en la terraza al anochecer, aspirando el aroma sintético de las flores simuladas, Skinner sonrió dándole la bienvenida al científico.
—Siéntese —dijo—. Ha llegado el momento de tener una charla.
Togol asintió y se sentó en una silla con un audible suspiro producido por el esfuerzo.
—¿Cansado?
Togol asintió.
—He estado bastante atareado últimamente.
—Lo sé. —Skinner hizo girar su coñac en la copa—. Reunir todos los datos del proyecto debe ser algo agotador.
—Es importante poseer un informe completo.
—Lo está grabando todo en una microcinta, ¿no? Una simple bobina, lo suficientemente pequeña como para ser llevada en el bolsillo de una persona. Muy conveniente.
El doctor Togol se envaró y se sentó rígidamente.
La sonrisa de Skinner era serena.
—¿Puedo proponerle la forma de sacarla de aquí? ¿O prefiere que le envíe a usted directamente en el próximo transporte a la Tierra?
—¿Quién le ha dicho…?
Skinner se alzó de hombros.
—Es obvio. Ahora que ha terminado su trabajo, quiere la gloria. Un regreso triunfante… su nombre y su fama resonando por toda la galaxia…
Togol frunció el ceño.
—Es natural que usted piense en términos de ego. Pero esa no es la razón. Usted lo dijo antes de que empezáramos… esto puede ser el logro más importante de todos los tiempos. El descubrimiento debe ser compartido, puesto en práctica para beneficio de los demás.
—Yo pagué la investigación. Yo fundé el proyecto. Es mi propiedad.
—Ningún hombre tiene derecho a reservarse el conocimiento.
—Es mi propiedad —repitió Skinner.
—Pero yo no. —El doctor Togol se levantó.
La sonrisa de Skinner se borró.
—¿Y si me niego a dejarle marchar?
—No se lo aconsejo.
—¿Es una amenaza?
—La constatación de un hecho. —Togol sostuvo la mirada de Skinner—. Déjeme irme en paz. Tiene usted mi palabra de que su secreto estará a salvo. Compartiré mis descubrimientos, pero preservaré su intimidad. Nadie sabrá nunca la localización de Edén.
—No tengo por costumbre hacer tratos.
—Me doy cuenta de ello. —El doctor Togol asintió con la cabeza—. Así que he tomado algunas precauciones.
—¿Qué tipo de precauciones? —rio Skinner, gozando de aquel momento—. Olvida usted algo… éste es mi mundo.
—Usted no tiene ningún mundo. —Togol se enfrentó a él, con el ceño fruncido—. Todo esto no es más que un laberinto de espejos. El final último de la megalomanía conducido hasta su lógico extremo. En los viejos días los conquistadores y los reyes se rodeaban con retratos y cuadros celebrando sus triunfos, encargaban estatuas y erigían pirámides como monumentos a su vanidad. Sirvientes y esclavos cantaban sus proezas, sicofantes erigían templos a su divinidad. Usted ha hecho todo esto y más aún. Pero no perdurará. Ningún hombre es una isla. Los templos más imponentes caen, los más aduladores sirvientes se convierten en polvo.
—¿Pretende negar que me ha proporcionado la inmortalidad?
—Le he proporcionado lo que usted deseaba, lo que cualquier hombre en busca del poder desea realmente… la ilusión de su propia omnipotencia. Y puede conservarla si lo desea. Pero si pretende detenerme…
—Eso es precisamente lo que pretendo. —La sonrisa de Seward Skinner volvió—. Ahora.
—¡Skinner! Por el amor de Dios…
—Exacto. Por mi amor.
Aún sonriendo, Skinner metió una mano en su chaqueta y sacó el objeto que había tomado del museo.
Hubo un breve llamear en el atardecer, un seco y restallante sonido que desgarró el silencio, y el doctor Togol cayó con una bala alojada entre los ojos.
Skinner llamó a Skinner, que limpió la pequeña mancha de sangre de la terraza. Otros dos Skinners se encargaron del cuerpo.
Y la vida continuó.
Ahora podría continuar para siempre. Seguir eternamente, libre de interferencias del exterior. Skinner estaba a salvo en el mundo de Skinner. A salvo para hacer nuevos planes.
El doctor Togol estaba en lo cierto, por supuesto. Era un megalomaníaco, tenía que enfrentarse con el hecho. Skinner lo admitía. Fácilmente además, puesto que no era un loco ni un idiota, simplemente un realista, y los realistas admiten la verdad, que es que el ego de uno mismo es lo más importante. Un simple hecho para un hombre complejo.
Y ni siquiera Togol se había dado cuenta de lo complejo que era Skinner. Lo bastante complejo como para trazar nuevos planes. Llevaba bastante tiempo pensando en ellos.
Ser inmortal e independiente aquí en un mundo propio era tan solo el principio. ¿Por qué los infinitos recursos del complejo galáctico de Seward Skinner no podían ser utilizados para el último e inexorable final de cualquier otro mundo?
Iba a tomar tiempo, pero disponía de toda la eternidad. Iba a representar un gran esfuerzo, pero la inmortalidad nunca cansa. Se necesitaban un camino y un arma, y finalmente había obtenido ambas cosas. Finalmente podría seguir adelante con el plan, y cuando estuviera completo no quedaría nada en la galaxia excepto Dios. Skinner y solo Skinner, eternamente y amén.
Skinner se sentó en la terraza y miró a la oscuridad que se iba adueñando del suelo. Un vago plan estaba tomando forma en su mente… la aguda, inmortalmente consciente, eternamente despierta mente.
Había un camino, un simple camino. Algunos Skinner científicos serían puestos en servicio para los detalles, y con sus recursos nada era ni fantástico ni imposible. De hecho, podía ser muy simple. Desarrollar un microorganismo mutante, un virus aerobio impenetrable a la inmunización y luego transmitirlo a través de naves a puntos clave en toda la galaxia. La vida humana, la vida animal, la vida vegetal, perecerían en su estela. Eternamente y amen.
Ser el hombre más rico del mundo no era nada. Ser el más listo, el más fuerte, el más poderoso… tampoco era suficiente. Pero ser el único hombre… para siempre…
Y entonces, bruscamente, su risa se ahogó y se convirtió en un grito.
A lo largo de todo su mundo, Skinner gritó. El sonido resonó a través de las habitaciones del cuidador del museo, surgió a la calle donde los guardias de seguridad vigilaban, brotó de los durmientes labios del chófer, aulló en coro de cada uno de los Skinner que se descubrieron a sí mismos allá abajo.
El Skinner en la terraza también se descubrió allá abajo. Allá abajo, donde —le recordó un resto de cordura— el doctor Togol había tomado sus precauciones y su venganza. Algo realmente muy sencillo.
Había ido allá abajo, a la bóveda donde el Seward Skinner original flotaba en la helada solución que lo preservaba en hibernación. Y todo lo que había hecho había sido desconectar los controles de temperatura.
El doctor Togol había mentido respecto a destruir la cosa en la bóveda. La había mantenido viva, y ahora que se estaba deshelando su consciencia regresaba… la consciencia original del auténtico Seward Skinner, despertando en el oscuro y burbujeante tanque y resollando y jadeando y ahogándose de nuevo en busca de la vida.
Y puesto que ahora estaba consciente, todos los clones se veían unidos a su vida y a su consciencia, compartiendo el shock y la sensación a medida que los bloqueos artificiales se desvanecían, y todos volvían a ser de nuevo uno solo.
Al cabo de un momento, la cosa allá abajo estaba muerta. Pero no antes de que todos los Skinner captaran su agonía final… que nunca sería final para ellos. Como clones, eran inmortales.
El grito de Seward Skinner se mezcló con los de todos los demás Skinners del mundo de Skinner. Y siguió.
Eternamente.
FIN
