Creer, creer a medias y no creer en nada (Faith, Half-faith and No Faith At All) es una fábula de Robert Louis Stevenson que narra el viaje de tres hombres: un sacerdote, un hombre virtuoso y un trotamundos, quienes discuten sobre la fe y la verdad en su peregrinación. A lo largo del camino, se encuentran con situaciones que desafían sus creencias, lo cual los lleva a debates sobre la naturaleza de la fe, la verdad y la virtud, con un final cuya moraleja nos hace pensar acerca de la resistencia ante la adversidad y la lealtad a las creencias.
Creer, creer a medias y no creer en nada
Robert Louis Stevenson
(Fábula completa)
TRES HOMBRES emprendieron una peregrinación en tiempos antiguos. Uno era un sacerdote, el otro un hombre de virtud y el tercero un viejo trotamundos provisto de un hacha.
Mientras caminaban, el sacerdote habló de los cimientos de la fe.
—En las obras de la naturaleza hallamos pruebas de nuestra religión —dijo, dándose un golpe de pecho.
—Eso es cierto —dijo el hombre de virtud.
—El pavo real tiene una voz poderosa —dijo el sacerdote—, tal como se ha señalado siempre en nuestros libros. ¡Tan alentadora! —exclamó, como si llorase—. ¡Tan reconfortante!
—Yo no necesito de tales pruebas —dijo el hombre de virtud.
—En tal caso tu fe no es aceptable —dijo el sacerdote.
—¡Grande es el bien y ha de prevalecer! —entonó el hombre de virtud—. Hay lealtad en mi alma. Ten por seguro que hay lealtad en el espíritu de Odín.
—Eso son simples juegos de palabras —replicó el sacerdote—. Semejante montón de tonterías nada significa para el pavo real.
Pasaron entonces junto a una granja en la que había un pavo real posado en una cerca, que abrió la boca y cantó con la voz de un ruiseñor.
—¿Qué me dices ahora? —preguntó el hombre de virtud—. ¡Y sin embargo, esto a mí no me afecta! ¡Grande es la verdad y ha de prevalecer!
—¡El diablo acompaña a este pavo real! —dijo el sacerdote. Y a lo largo de varios kilómetros se mostró muy abatido.
Llegaron luego a un templo, donde un faquir obraba milagros.
—¡Ah! —dijo el sacerdote—. Aquí residen los verdaderos cimientos de la fe. El pavo real no es más que un pequeño complemento. Ésta es la base de nuestra religión. —Y se dio un golpe de pecho, gimiendo como si tuviera un cólico.
—En mi opinión —dijo el hombre de virtud— todo esto cuenta tan poco como el pavo real. Yo creo porque veo que el bien es grande y ha de prevalecer. Y este faquir bien podría ya continuar con sus trucos de magia hasta el Día del Juicio Final, que no podrá engañar a un hombre como yo por mucho que se empeñe.
Tanto se indignó el faquir que le tembló la mano, y hete aquí que las cartas se le cayeron de la manga en mitad de un milagro.
—¿Qué me dices ahora? —preguntó el hombre de virtud—. ¡Y sin embargo, esto a mí no me afecta!
—¡El diablo acompaña a este faquir! —dijo el sacerdote—. La verdad es que no veo el sentido de proseguir esta peregrinación.
—¡Anímate! —dijo el hombre de virtud—. ¡Grande es el bien y ha de prevalecer!
—¿Tan seguro estás de que ha de prevalecer? —preguntó el sacerdote.
—En ello empeño mi palabra —respondió el hombre de virtud.
Y esto hizo que el sacerdote continuara de mejor ánimo.
Finalmente, un hombre se les acercó corriendo y les dijo que todo estaba perdido: los poderes de la oscuridad asediaban las Mansiones Celestiales, Odín iba a morir y el mal triunfaría.
—Esto es muy decepcionante —dijo el hombre de virtud.
—Todo está perdido —dijo el sacerdote.
—¿Será demasiado tarde para pactar con el diablo? —preguntó el hombre de virtud.
—Espero que no —contestó el sacerdote—. En todo caso, podemos intentarlo. Pero ¿qué haces con el hacha? —le preguntó al trotamundos.
—Me dispongo a morir con Odín —respondió el trotamundos.