Ursula K. Le Guin: Laberintos

Ursula K. Le Guin - Laberintos

Sinopsis: «Laberintos» (Mazes) es un cuento de Ursula K. Le Guin, publicado en 1975 en Epoch. Presenta el testimonio de una criatura encerrada por una inteligencia desconocida que la somete a meticulosos y crueles experimentos. Obligada a recorrer laberintos como parte de un incomprensible sistema de observación, la narradora intenta preservar su lucidez y encontrarle sentido a la conducta de su captor. En medio del hambre, la debilidad y el desconcierto, busca una forma de comunicarse con aquella mente ajena, mientras el encierro se convierte en una lucha por conservar la dignidad y la esperanza.

Ursula K. Le Guin - Laberintos

Laberintos

Ursula K. Le Guin
(Cuento completo)

He hecho todo lo posible por usar mi ingenio y conservar mi valor, pero ahora sé que no podré soportar por más tiempo esta tortura. Mis percepciones del tiempo están confusas, pero creo que hace ya varios días comprendí que no podría mantener mis emociones bajo control estético, y ahora el derrumbe físico también es casi total. No puedo realizar ninguno de los movimientos mayores. No puedo hablar. Respirar, en este aire pesado y extraño, se vuelve cada vez más difícil. Cuando la parálisis llegue a mi pecho, moriré: probablemente esta noche.

La crueldad del extraterrestre es refinada, pero irracional. Si su intención desde el principio era dejarme morir de hambre, ¿por qué no se limitó simplemente a negarme la comida? En cambio, me dio en abundancia, montones de alimento, todas las hojas de greenbud que podría desear. Solo que no estaban frescas. Habían sido arrancadas; estaban muertas. El elemento que las hace digeribles para nosotros había desaparecido, y era lo mismo que comer grava. Sin embargo, allí estaban, con todo el aroma y la forma del greenbud, irresistibles para mi apetito voraz. No al principio, por supuesto. Me dije: no soy una niña, ¡no voy a comer hojas arrancadas! Pero el estómago termina por imponerse a la mente. Después de un tiempo, me pareció mejor masticar algo —cualquier cosa— que calmara el dolor y el deseo en las entrañas. Y comí, y comí, y seguí muriéndome de hambre. Ahora, es un alivio estar tan débil que ya no puedo comer. La misma crueldad elaboradamente perversa marca toda su conducta. Y lo peor de todo es precisamente aquello que al principio recibí con tanto alivio y alegría: el laberinto.

Al principio estaba muy desorientada, después de la captura, de ser manipulada por un gigante, de ser arrojada en una prisión; y este lugar que rodea la prisión resulta desorientador, espacialmente inquietante. La extraña pared-techo, lisa y curvada, está hecha de una sustancia desconocida, y sus líneas carecen de sentido para mí. Así que cuando me levantaron y me dejaron, en medio de toda esta extrañeza, en un laberinto —un laberinto reconocible, incluso familiar— sentí un momento de fuerza y esperanza tras una gran angustia. Parecía bastante claro que me habían colocado en el laberinto como una especie de prueba o experimento, que se intentaba un primer acercamiento a la comunicación. Traté de cooperar en todas las formas. Pero no fue posible creer por mucho tiempo que el propósito de la criatura fuera lograr la comunicación.

Es inteligente, muy inteligente; eso se hace evidente por mil indicios. Ambos somos criaturas inteligentes, ambos constructores de laberintos: sin duda sería muy fácil aprender a comunicarnos… si eso fuera lo que el extraterrestre quisiera. Pero no lo es. No sé qué clase de laberintos construye para sí mismo. Los que construyó para mí eran instrumentos de tortura.

Los laberintos eran, como dije, de tipos básicamente familiares, aunque las paredes estaban hechas de ese material extraño, más frío y más liso que la arcilla compacta. El extraterrestre dejó un montón de hojas arrancadas en un extremo de cada laberinto; no sé por qué: tal vez fuera un rito o una superstición. El primer laberinto en que me puso era puerilmente corto y simple. Nada expresivo ni siquiera interesante podía surgir de él. El segundo, sin embargo, era una especie de versión simplificada de la Afirmación sin Puertas, muy adecuado para la declaración alentadora y expansiva que yo deseaba hacer. Y el último, el laberinto largo, con siete corredores y diecinueve conexiones, se prestaba sorprendentemente bien a la modalidad maluviana, y de hecho a casi todas las técnicas del Nuevo Expresionismo. Fue necesario hacer adaptaciones a la comprensión espacial del extraterrestre, pero precisamente de esas adaptaciones surgía una cierta cualidad creativa. Trabajé intensamente en el problema de ese laberinto, planeando toda la noche, reimaginando los enlaces y los espacios, los desvíos y las pausas, el curso errático, desconocido y, sin embargo, hermoso del Verdadero Recorrido. Al día siguiente, cuando me colocaron en el laberinto largo y el extraterrestre comenzó a observarme, ejecuté el Octavo Maluviano en su totalidad.

No fue una ejecución perfecta. Estaba nerviosa, y los parámetros espaciotemporales eran solo aproximados. Pero el Octavo Maluviano sobrevive incluso a la interpretación más torpe en el peor laberinto. Las evoluciones en la novena encadenación, donde el tema de la “nube” reaparece tan extrañamente transpuesto al antiguo motivo en espiral, son de una belleza indestructible. Las he visto ejecutadas por una persona muy vieja, tan vieja y rígida de articulaciones que solo podía sugerir los movimientos, insinuarlos, una sombra de gesto, un tenue reflejo de los temas; y todos los que observaban estaban inefablemente conmovidos. No hay afirmación más noble de nuestro ser. Mientras bailaba, yo misma me sentí arrastrada por la fuerza de los movimientos y olvidé que era una prisionera, olvidé los ojos del extraterrestre que me observaban; trascendí los errores del laberinto y mi propia debilidad, y bailé el Octavo Maluviano como nunca antes.

Cuando terminé, el extraterrestre me recogió y me depositó en el primer laberinto: el corto, el laberinto para los niños pequeños que aún no han aprendido a hablar.

¿La humillación fue deliberada? Ahora que todo ha pasado, veo que no hay manera de saberlo. Pero sigue siendo muy difícil atribuir su conducta a la ignorancia.

Después de todo, no es ciego. Tiene ojos, ojos reconocibles. Se parecen lo bastante a los nuestros como para suponer que debe de ver de modo similar. Tiene boca, cuatro patas, puede moverse en dos de ellas, tiene manos prensiles, etcétera; pese a su gigantismo y su aspecto extraño, parece menos diferente de nosotros, físicamente, que un pez. Y sin embargo, los peces se agrupan y danzan y, a su manera, aunque torpe, ¡se comunican!

El extraterrestre nunca ha intentado hablar conmigo. Ha estado conmigo, me ha observado, tocado, manipulado durante días; pero todos sus movimientos han sido intencionados, no comunicativos. Es, evidentemente, una criatura solitaria, completamente absorta en sí misma.

Esto bastaría para explicar su crueldad.

Desde el principio advertí que, de tanto en tanto, movía su curiosa boca horizontal en una serie de gestos bastante delicados y repetitivos, un poco como alguien que come. Al principio pensé que se burlaba de mí; luego me pregunté si trataba de impulsarme a comer el alimento incomible; luego pensé si no estaría comunicándose labialmente. Parecía un lenguaje limitado y poco práctico para alguien tan bien provisto de manos, pies, extremidades, columna flexible y todo lo demás; pero eso encajaría con la perversidad de la criatura, pensé. Estudié los movimientos de sus labios y me esforcé por imitarlos. No respondió. Me miró brevemente y se alejó.

De hecho, la única respuesta indudable que obtuve de él fue en un nivel penosamente bajo de la estética interpersonal. Me atormentaba haciéndome presionar botones, como lo hacía una vez al día. Había soportado esa grotesca rutina con bastante paciencia durante los primeros días. Si presionaba un botón, recibía una sensación desagradable en los pies; si presionaba un segundo, recibía una desagradable bolita de comida seca; y si presionaba un tercero, no ocurría absolutamente nada. Obviamente, para demostrar mi inteligencia debía presionar el tercer botón. Pero al parecer mi inteligencia irritaba a mi carcelero, porque al segundo día retiró el botón neutral. No podía imaginar qué intentaba establecer o demostrar, salvo el hecho de que yo era su prisionera y mucho más pequeña que él. Cuando trataba de dejar los botones, me obligaba físicamente a volver. Tenía que quedarme sentada allí presionando botones, recibiendo castigo de uno y burla del otro. La deliberada atrocidad de la situación, la insoportable densidad de este aire, la sensación de ser siempre observada y nunca comprendida, todo se combinaba para empujarme a un estado para el cual no tenemos descripción alguna. Lo más parecido que puedo sugerir es el último interludio del Sueño de las Diez Puertas, cuando todos los caminos falsos se cierran y la danza se estrecha cada vez más hasta estallar terriblemente en lo vertical. No puedo decir qué sentía, pero era algo parecido. Si me volvían a castigar los pies una vez más, o me arrojaban otro trozo de comida podrida, me volvería vertical para siempre… Arranqué los botones de la pared (salieron con un tirón seco, como capullos de flor), los puse en el centro del suelo y defequé sobre ellos.

El extraterrestre me levantó de inmediato y me devolvió a mi prisión. Había recibido el mensaje y actuado en consecuencia. Pero ¡qué increíblemente primitivo había tenido que ser el mensaje! Y al día siguiente me colocó otra vez en la habitación de los botones, y allí estaban los botones, como nuevos, y yo debía elegir alternativamente los castigos para su diversión… Hasta entonces me había dicho que esa criatura era ajena a este mundo, por lo tanto, incomprensible e incapaz de comprender, tal vez no inteligente del mismo modo que nosotros, y así sucesivamente. Pero desde entonces supe que, aunque todo eso pudiera seguir siendo cierto, era también inconfundible y groseramente cruel.

Ayer, cuando me colocó en el laberinto infantil, no podía moverme. Casi había perdido el don del habla (por supuesto, esto lo estoy danzando en mi mente; “el mejor laberinto es la mente”, dice el viejo proverbio) y simplemente me quedé allí, acurrucada, en silencio. Después de un rato volvió a sacarme, con bastante suavidad. Ésa es la perversidad última de su conducta: nunca me ha tocado con crueldad.

Me dejó en la prisión, cerró la puerta con llave y llenó el comedero con alimento incomible. Luego se irguió sobre dos patas y me observó durante un rato.

Su rostro es muy móvil, pero si habla con él no puedo entenderlo: es un idioma demasiado ajeno. Y su cuerpo está siempre cubierto con voluminosas envolturas, como un viejo viudo que ha hecho voto de silencio. Ya me había acostumbrado a su gran tamaño y al carácter anguloso de sus posturas, que al principio me parecían una corriente continua de frases incoherentes y mal pronunciadas, una danza absurda como los movimientos de un idiota, hasta que comprendí que eran gestos estrictamente intencionales. Entonces vi algo un poco más allá, en su posición. No había palabras, pero sí comunicación. Mientras me observaba, percibí en él una clara expresión de tristeza iracunda, tan clara como la Postura Sembriana. La misma laxitud inmóvil, la misma inclinación, la misma afirmación de derrota. Nunca una palabra fue más elocuente, y sin embargo me decía que estaba lleno de resentimiento, compasión, impaciencia y frustración. Me decía que estaba harto de torturarme y que quería que lo ayudara. Estoy segura de que lo entendí. Traté de responder. Traté de decir: “¿Qué quieres de mí? Solo dime qué es lo que quieres.” Pero estaba demasiado débil para hablar con claridad, y él no entendió. Nunca ha entendido.

Y ahora tengo que morir. Sin duda vendrá a verme morir; pero no comprenderá la danza que bailo mientras muero.

FIN

Ursula K. Le Guin - Laberintos
  • Autor: Ursula K. Le Guin
  • Título: Laberintos
  • Título Original: Mazes
  • Publicado en: Epoch (1975)
  • Traducción: Juan Pablo Guevara para Lecturia

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