Jorge Luis Borges: La intrusa. Resumen y análisis

Jorge Luis Borges - La intrusa. Resumen y análisis

Sinopsis: La intrusa es un cuento de Jorge Luis Borges, publicado en 1970 en el libro El informe de Brodie. Relata la historia de los hermanos Nilsen, hombres rudos y solitarios que viven juntos en una casa aislada en Turdera. Su vida cambia cuando Cristián lleva a vivir con ellos a Juliana, una mujer cuya presencia amenaza con alterar la vida en el hogar. El relato describe con realismo y crudeza cómo los vínculos entre los hermanos comienzan a transformarse, mientras crece entre ellos una rivalidad silenciosa.

Jorge Luis Borges - La intrusa. Resumen y análisis

Advertencia

El resumen y análisis que ofrecemos a continuación es sólo una semblanza y una de las múltiples lecturas posibles que ofrece el texto. De ningún modo pretende sustituir la experiencia de leer la obra en su integridad.

Resumen de La intrusa, de Jorge Luis Borges.

En Turdera, un pueblo ubicado en las afueras de Buenos Aires, vivían dos hermanos, Cristián y Eduardo Nilsen, llamados los Colorados por su cabello rojizo y su aspecto extranjero. Se sabe que su único libro era una Biblia de tapas negras y que vivían en un caserón de ladrillo sin revocar, con un patio de baldosas rojas y otro de tierra. Llevaban una vida apartada y austera: dormían en catres y sus únicos lujos eran el caballo, el apero, la daga, la ropa vistosa de los sábados y el alcohol. Eran hombres rudos, temidos por el barrio, y posiblemente culpables de alguna muerte. Siempre se les veía juntos; habían peleado hombro con hombro contra la policía y mantenían una estrecha unión. Se dedicaban a diversos oficios: fueron troperos, cuarteadores, cuatreros y, ocasionalmente, tahúres. Su origen era incierto y se les conocía por su carácter violento y reservado.

El vínculo fraternal entre ambos comenzó a alterarse cuando Cristián llevó a vivir a su casa a Juliana Burgos, quien se convirtió en su mujer y, al mismo tiempo, en su sirvienta. Era morena, de ojos rasgados, y no pasaba desapercibida en el barrio por su aspecto. Cristián la colmó de baratijas y la lucía en las fiestas locales. La presencia de Juliana marcó un cambio en la vida de los hermanos, acostumbrados hasta entonces a las relaciones pasajeras o a visitar casas de prostitución.

Al principio, Eduardo parecía aceptar la situación con normalidad, pero luego se ausentó por un viaje a Arrecifes y, a su regreso, comenzó a comportarse de forma hosca y solitaria. Su transformación se debía a que también se sentía atraído por Juliana, aunque no lo admitía abiertamente. A partir de entonces, se volvió más silencioso y comenzó a beber solo. El conflicto latente entre los hermanos se volvía cada vez más evidente, aunque no se manifestaba de manera directa.

Una noche, Cristián le ofreció a Eduardo que se quedara con Juliana mientras él salía de farra, diciendo simplemente: «Ahí la tenés a la Juliana; si la querés, usala». A partir de ese momento, los hermanos comenzaron a compartir a la mujer, en una convivencia degradante que rompía con toda norma. Durante un tiempo, el arreglo funcionó, pero pronto comenzaron las tensiones. Discutían por cuestiones prácticas, pero en realidad lo que los enfrentaba eran los celos silenciosos que se multiplicaban. Los dos estaban involucrados sentimentalmente, aunque nunca lo reconocerían.

Juliana, aunque sumisa, demostraba cierta preferencia por Eduardo. Un día, sin mayores explicaciones, le ordenaron que reuniera sus pertenencias, incluidas unas pequeñas reliquias personales, y la subieron a una carreta. La llevaron a Morón, donde la vendieron a una madama de prostíbulo. El trato ya estaba cerrado. Cristián recibió el dinero y lo compartió con su hermano. Con eso creyeron haber restaurado la paz entre ellos.

De regreso en Turdera, intentaron retomar su antigua vida, frecuentando juegos, peleas y juergas, pero cada uno por su cuenta volvió a buscar a Juliana en el prostíbulo. Cuando Cristián encontró a Eduardo en ese lugar, no hubo pelea; simplemente decidió llevarse a Juliana de nuevo a casa, reiniciando la misma situación anterior. El conflicto, lejos de resolverse, se repitió.

Finalmente, Cristián tomó una decisión definitiva. Una tarde, mientras Eduardo regresaba del almacén, Cristián lo invitó a acompañarlo con la excusa de llevar unos cueros. Viajaron por el Camino de las Tropas y, al llegar a un lugar solitario, Cristián confesó sin emoción que había matado a Juliana y que había dejado el cuerpo en el campo para que los caranchos se ocuparan del resto. No hubo discusión ni violencia entre ellos; por el contrario, se abrazaron conmovidos, como si el crimen cometido fuera una forma de restaurar su vínculo original, ahora sellado por el silencio y la culpa compartida.

Personajes de La intrusa, de Jorge Luis Borges.

Los personajes centrales del cuento son Cristián y Eduardo Nilsen, dos hermanos que constituyen el núcleo narrativo y emocional de la historia. Su vínculo fraternal se presenta desde el principio como un lazo férreo, casi indisoluble, forjado en una vida de aislamiento, violencia y marginalidad. Viven juntos, trabajan juntos, beben juntos y comparten un mundo cerrado, donde no hay lugar para otros afectos ni relaciones que desplacen ese vínculo prioritario. La relación entre ellos está marcada por una lealtad absoluta, una especie de código tácito que prevalece sobre cualquier otro lazo social. Son hombres de pocas palabras, endurecidos por el entorno y por una vida errante que los ha llevado a ejercer oficios rudos como el cuarteo, el contrabando, el juego y la violencia. Físicamente semejantes —altos, pelirrojos—, sus diferencias comienzan a notarse con la aparición de Juliana, quien desencadena un conflicto profundo y silencioso entre ambos.

Cristián, el hermano mayor, parece el más dominante en la relación. Es quien toma decisiones y marca el rumbo de los acontecimientos. Su carácter es más abierto, resolutivo y pragmático. Es él quien introduce a Juliana en la casa, quien la presenta como si fuera suya, y también el que, en un gesto ambiguo, decide compartirla con su hermano. Su aparente generosidad en ese acto encierra una forma de dominio, ya que sigue ejerciendo el control incluso cuando cede a la mujer. Más adelante, también será él quien decida venderla y quien, finalmente, tome la decisión extrema de matarla. Su comportamiento revela una personalidad que busca mantener el orden jerárquico y preservar la unidad entre los hermanos a cualquier precio, incluso si ese precio es un crimen. En su lógica de valores, el vínculo con su hermano está por encima de cualquier otro afecto y su acción final puede interpretarse como una manera de extirpar el elemento disonante que amenazaba esa unidad.

Eduardo, el hermano menor, es un personaje más introspectivo y reservado. Al inicio del relato, parece estar sometido a la voluntad de Cristián y le sigue en sus decisiones. Sin embargo, cuando se siente atraído por Juliana, su comportamiento cambia: se aísla, se torna más hosco, se aleja de la vida social y empieza a mostrar signos de conflicto interior. A diferencia de Cristián, Eduardo no expresa abiertamente sus sentimientos ni sus intenciones; sin embargo, su atracción por Juliana y su deseo por ella son evidentes y se manifiestan en la creciente rivalidad silenciosa con su hermano. Aunque acepta compartir a la mujer, no lo hace desde una posición de iniciativa, sino por arrastre, y su posterior visita al prostíbulo, cuando Juliana ya ha sido vendida, demuestra que su apego era más profundo de lo que podía admitir. Eduardo encarna el conflicto interno que corroe lentamente la relación entre los hermanos sin que se verbalice. Su papel no es el del antagonista, sino el del segundo vértice de un triángulo emocional que ninguno de los tres puede sostener.

Juliana Burgos es la mujer que desestabiliza el universo cerrado y masculino de los hermanos. Aunque su papel parece secundario debido a la escasa voz que se le otorga en la narración, su presencia es absolutamente determinante. Juliana no actúa como agente, sino como objeto: la llevan, la ofrecen, la comparten, la venden y finalmente la asesinan. Sin embargo, su figura encarna el núcleo del conflicto. Representa aquello que los hermanos no saben nombrar ni manejar: el deseo, el amor, los celos, la posibilidad de un vínculo afectivo que trascienda el lazo fraternal. La tratan como una cosa y, sin embargo, su mera presencia transforma toda la estructura emocional de la familia Nilsen. Aunque es sumisa en su comportamiento y cumple con lo que se le exige, su aparente inclinación hacia Eduardo introduce un desequilibrio que los códigos masculinos de los hermanos no pueden resolver. Ella no tiene voz en el relato, pero su existencia lo trastorna todo. Finalmente, su eliminación no es un acto de odio, sino una supuesta «solución» al conflicto: los hermanos no pueden matarse entre sí, pero pueden eliminar a quien ha sido causa de la discordia.

Comentario y análisis de La intrusa, de Jorge Luis Borges.

La intrusa es un cuento que, aunque presenta una historia concreta y fácil de seguir en su superficie, encierra detrás una tensión profunda, silenciosa y cargada de significados. Borges construye aquí una narración en la que lo importante no es solo lo que sucede, sino también lo que se calla, lo que no se dice directamente pero que, sin embargo, está presente en cada gesto y en cada decisión de los personajes. Aunque parezca una historia sobre dos hermanos y una mujer compartida, en realidad es una reflexión compleja sobre los vínculos humanos, los celos, el deseo, el poder y la violencia.

El conflicto principal del cuento gira en torno a la irrupción de Juliana Burgos en la vida de los hermanos Nilsen. Hasta ese momento, Eduardo y Cristián vivían en un mundo exclusivamente masculino, cerrado y casi hermético, donde todo giraba en torno a ellos dos: su trabajo, su casa, sus códigos, sus silencios. La llegada de Juliana no solo introduce un nuevo elemento externo en ese universo, sino que altera la estructura afectiva y emocional que los unía. Lo que parece un conflicto por una mujer es, en realidad, un conflicto mucho más profundo: la lucha silenciosa entre los hermanos por preservar un vínculo que empieza a fracturarse con la aparición del deseo.

Una característica notable del cuento es que los personajes nunca expresan de forma directa lo que sienten. Borges muestra, pero no explica. Por eso, el lector debe leer entre líneas, observar los gestos, las decisiones y los silencios. Por ejemplo, los hermanos nunca confiesan estar enamorados de Juliana o sentirse atraídos por ella, ni siquiera se lo admiten a sí mismos. Sin embargo, cada acción que llevan a cabo demuestra que el sentimiento existe, que los celos crecen y que el deseo los pone en conflicto. La falta de palabras no es un vacío, sino un recurso narrativo: Borges retrata así un mundo en el que los hombres no hablan de sus emociones, pero estas los dominan igualmente.

Desde el punto de vista narrativo, el cuento está relatado en primera persona, aunque el narrador no es uno de los protagonistas, sino alguien que dice haber oído la historia de boca de otros. Esta elección genera un efecto de distancia, como si los hechos ya fueran parte de un relato transmitido oralmente, casi una leyenda local. Al mismo tiempo, esta forma de narración contribuye a crear un ambiente ambiguo entre lo real y lo legendario, donde el lector nunca sabe del todo cuánto hay de verdad y cuánto de deformación en lo contado. Borges utiliza este recurso para acentuar el tono fatalista del cuento, como si lo que se narra no pudiera haber ocurrido de otra forma, como si el destino de los personajes estuviera ya marcado.

En cuanto al estilo, Borges utiliza un lenguaje sobrio, preciso y despojado de adornos innecesarios. El relato avanza con frases claras y directas, pero cargadas de tensión. Cada palabra está medida y cada escena está construida para provocar una impresión sutil pero intensa. No hay dramatismos ni grandes explosiones emocionales. Y, sin embargo, el lector percibe que debajo de esa calma narrativa aparente se esconde una violencia latente, un malestar profundo que va creciendo hasta desembocar en un final crudo y silencioso.

Uno de los aspectos más complejos del cuento es la forma en que se representa a la figura femenina. Juliana, que es el centro del conflicto, es también el personaje con menos voz. No conocemos sus pensamientos ni sus deseos. La historia la presenta siempre desde la mirada de los hermanos, como si fuera un objeto más. Se la nombra poco y, cuando se hace, casi nunca se le habla directamente; sin embargo, es la que transforma todo. Su presencia demuestra hasta qué punto los vínculos afectivos pueden ser poderosos, incluso cuando se intentan reducir a un plano utilitario o posesivo. La tragedia del cuento no es solo que los hermanos compartan a una mujer, sino que, para preservar su vínculo, decidan eliminarla como si fuera una pieza perturbadora que hay que quitar del tablero.

El final del cuento es particularmente significativo. Cristián asesina a Juliana no por odio ni por despecho, sino como un acto de restauración del orden, como si su muerte fuera necesaria para que él y su hermano puedan volver a estar unidos. Esta decisión extrema, lejos de resolverse en una escena violenta y espectacular, se muestra de manera serena, casi ritual. Es precisamente ese tono seco y desprovisto de emoción lo que lo vuelve tan perturbador. La violencia está naturalizada, se presenta como algo inevitable y casi lógico dentro del universo cerrado de los hermanos.

La intrusa plantea, entonces, una pregunta inquietante: ¿hasta qué punto pueden llegar las personas para preservar un vínculo?, ¿qué son capaces de hacer para negarse a sí mismos lo que sienten por miedo a lo que eso significa?, ¿qué lugar se le da al amor, al deseo, al afecto en un mundo gobernado por el silencio y los códigos de masculinidad? Borges no da respuestas. Solo deja que los hechos hablen con una precisión que incomoda y con una sutileza que obliga a leer más allá de lo evidente.

Análisis de La intrusa desde una perspectiva de género.

La intrusa es un cuento que, desde una perspectiva de género, permite observar con nitidez cómo se configuran las relaciones de poder entre lo masculino y lo femenino en un universo marcado por el patriarcado, la posesión y la exclusión. Borges construye una historia en la que los vínculos entre hombres están en el centro y en la que el personaje femenino, aunque esencial para el desarrollo de la trama, carece de voz y de autonomía. A través de esta configuración narrativa, el cuento muestra sin adornos el lugar subordinado que ocupa la mujer dentro de un orden dominado por los códigos de la masculinidad tradicional.

Desde el principio, Juliana Burgos no se presenta como un personaje completo, sino como un elemento que se integra en el mundo cerrado de los hermanos Nilsen. Su ingreso en la casa no se produce por una decisión compartida ni por una relación amorosa basada en el afecto mutuo, sino de forma unilateral: Cristián la trae, la instala, la exhibe, la adorna y también la ofrece. Desde ese punto de vista, Juliana es tratada como un objeto: se la posee, se la muestra, se la comparte, se la vende y, finalmente, se la elimina. Su subjetividad no aparece en ningún momento del relato; no conocemos su perspectiva, no tiene palabras propias, no se la escucha ni se la ve tomar decisiones. Incluso cuando parece aceptar sumisamente su lugar, esa actitud no se interpreta como una elección consciente, sino como parte de su carácter funcional dentro del universo masculino.

La estructura del cuento refuerza esta lógica de exclusión: el conflicto no es entre un hombre y una mujer, sino entre dos hombres a causa de una mujer. El verdadero drama del relato no se presenta como una lucha por el amor de Juliana, sino como una amenaza al vínculo fraternal que ella representa. En otras palabras, la mujer no es vista como sujeto deseante, sino como un elemento perturbador, un obstáculo para la continuidad de la unidad masculina. Este es un rasgo muy significativo en el análisis de género: el cuento muestra cómo la masculinidad hegemónica tiende a excluir lo femenino como una amenaza a la cohesión del grupo de varones y, aún más, cómo reacciona violentamente cuando lo femenino rompe con el pacto de lealtad masculina.

El hecho de que los hermanos decidan compartir a Juliana sin siquiera mencionarla por su nombre refuerza esta visión instrumentalizada de la mujer. El cuerpo femenino se convierte en un terreno neutral de negociación entre hombres. La escena en la que Cristián le dice a su hermano que puede «usarla» es una clara expresión de esa lógica patriarcal: la mujer es objeto de intercambio y su valor reside únicamente en su disponibilidad para satisfacer las necesidades de los hombres. No es casual que Borges evite cualquier forma de romanticismo o afecto explícito; los personajes, incluso si sienten celos o atracción, no lo expresan en esos términos, porque el universo simbólico en el que se mueven no admite otras formas de vínculo que no sean el deseo posesivo o la dominación.

Desde esta perspectiva, el conflicto entre los hermanos no es causado por Juliana como persona, sino por lo que ella representa: la introducción del deseo en un vínculo que solo admitía la lealtad viril. El problema no es tanto que los hermanos se enamoren, sino que la aparición de un deseo diferente al fraternal rompe el equilibrio del orden masculino. Por eso, la resolución del conflicto —violenta, definitiva y ritual— no se presenta como un estallido pasional, sino como una necesidad de restablecer ese orden alterado. La mujer, convertida en símbolo de esa perturbación, es sacrificada. La violencia ejercida contra ella se justifica como un modo de restaurar la armonía previa entre varones.

Este desenlace, desde una perspectiva de género, pone de manifiesto el carácter estructural de la violencia patriarcal. La mujer no es asesinada por odio ni por venganza individual, sino por su mera presencia, por haber encarnado un lazo afectivo que los hombres no saben cómo integrar en su mundo. La eliminación de Juliana es, en ese sentido, una forma brutal de reafirmar el pacto masculino y de sellar nuevamente esa alianza que no admite interferencias afectivas externas.

Cabe destacar que, si bien Borges no juzga directamente a sus personajes ni expone de manera explícita una crítica social, deja visible la lógica cruel y deshumanizadora que rige el universo que describe. El cuento no es una apología de la violencia ni del machismo, sino un retrato descarnado de las formas en que el poder masculino opera sobre los cuerpos y vidas de las mujeres. En este sentido, La intrusa puede interpretarse como un texto que pone de manifiesto los límites de la masculinidad tradicional, su incapacidad para asumir el deseo como una experiencia compartida y no como una forma de dominio.

Por último, cabe preguntarse qué lugar ocupa Juliana dentro de la literatura de Borges. Es una de las pocas figuras femeninas que tienen un papel central en una historia, pero su presencia está construida desde la ausencia. Su cuerpo está presente, pero su voz está ausente. Su papel es decisivo, pero su subjetividad es negada. Esta paradoja no es casual, sino coherente con un relato que muestra, con una precisión inquietante, cómo el orden patriarcal solo puede sostenerse negando el lugar del otro y cómo esa negación se traduce finalmente en violencia.

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Jorge Luis Borges - La intrusa. Resumen y análisis
  • Autor: Jorge Luis Borges
  • Título: La intrusa
  • Publicado en: El informe de Brodie (1970)

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