Sinopsis: La calavera aullante (The Screaming Skull ) es un cuento de F. Marion Crawford, publicado el 11 de julio de 1908 en la revista Collier’s. Narrado en tono íntimo y confesional, relata la inquietante experiencia de un viejo marinero que hereda una antigua casa marcada por un pasado oscuro. Desde su llegada, afirma oír, noche tras noche, los alaridos de una calavera guardada en una sombrerera, atribuyéndolos a un extraño vínculo con una tragedia del pasado. Más que una historia de fantasmas, el cuento explora el poder persistente de la culpa, la sugestión y los secretos que se niegan a permanecer enterrados.

La calavera aullante
F. Marion Crawford
(Cuento completo)
La he escuchado gritar muchas veces. No, no soy una persona nerviosa, ni tengo mucha imaginación, y jamás he creído en fantasmas, a menos que esa cosa sea uno de ellos. Sea lo que fuere, me detesta casi tanto como a Luke Pratt, y me grita.
Yo en tu lugar jamás contaría ese tipo de historias truculentas sobre formas ingeniosas de asesinar, porque nunca sabe uno si se comparte mesa con alguien cansado de sus seres más cercanos y queridos. Siempre me he culpado por la muerte de la señora Pratt y supongo que, en cierta manera, fui responsable, aunque el cielo sabe que nunca le deseé nada más que una larga vida y felicidad. Si no hubiera contado esa historia, tal vez ella estaría aún viva. Y esa es la razón de que la criatura me increpe, supongo.
Era una bondadosa mujer bajita, de temperamento sosegado teniendo en cuenta las circunstancias, y una agradable y suave voz, aunque recuerdo haberla oído gritar en una ocasión cuando creyó que su hijo pequeño había muerto accidentalmente por el disparo de una pistola, aunque todo el mundo estaba seguro de que el arma no estaba cargada. Era el mismo grito; exactamente el mismo, con una especie de trino in crescendo, ¿sabes lo que quiero decir? Inconfundible.
La verdad es que no había reparado en que el doctor y su esposa no congeniasen. Solían discutir poco y en contadas ocasiones en mi presencia, y con frecuencia notaba que la diminuta señora Pratt se ponía muy roja y se mordía el labio con fuerza para mantener la calma, mientras Luke empalidecía y pronunciaba palabras sumamente ofensivas. Recuerdo que ya era así durante sus años de parvulario, y más tarde en la escuela. Era mi primo, ¿sabes?, y ese es el motivo de que yo heredase esta casa: después de que él muriese y que su hijo Charley fuera asesinado en Sudáfrica, ya no quedaban otros familiares vivos. Sí, es una propiedad bastante pequeña, justamente el lugar apropiado para un viejo marinero como yo aficionado a la jardinería.
Uno siempre recuerda mucho más vívidamente sus errores que sus aciertos, ¿no es cierto? Lo he podido comprobar en muchas ocasiones. Una noche, mientras cenaba con los Pratt, les conté la historia que más tarde provocó tan funestas consecuencias. Era una noche lluviosa de noviembre, y el mar gemía. ¡Silencio!… si te callas podrás oírlo…
¿Oyes la marea? Es un sonido siniestro, ¿verdad? En ocasiones, en esta época del año… ¡Eh!… ¡Ahí está otra vez! No te asustes, amigo… no te va a comer… ¡después de todo, es sólo un ruido! Pero me alegro de que lo hayas oído, porque siempre hay gente que cree que es el viento, o mi imaginación, o cualquier otra cosa. No lo volverás a oír esta noche, creo, porque no suele oírse más de una vez. Sí… así es. Pon otro tronco en la chimenea, y un poco más de alcohol en ese débil brebaje que tanto te gusta. ¿Recuerdas al viejo Blauklot, el carpintero de aquel barco alemán que nos recogió cuando el Clontarf se hundió en el fondo del mar? Una noche nos atrapó un vendaval huracanado a quinientas millas de tierra, y el barco cabeceaba de manera tan regular como un reloj: «¡Despedíos parra siemprre de las pobrres guentes de tierra adentro esta noche, muchiachios!», exclamó el viejo Blauklot mientras se dirigía a su camarote con el encargado de velas. Lo recuerdo con frecuencia, ahora que estoy tierra adentro por siempre jamás.
Sí, era una noche como esta, durante una breve estancia en casa a la espera de zarpar con el Olympia en su primera travesía —fue en su siguiente travesía cuando batió el récord, ¿recuerdas?—, pero eso nos da una idea aproximada de la fecha. Era el año noventa y dos, a principios de noviembre.
El cielo estaba encapotado, Pratt estaba malhumorado y la cena era mala, mala de verdad, lo cual no ayudó a mejorar la situación, y además estaba fría, lo cual la empeoraba aún más. La pobre mujer parecía bastante apenada por todo ello e insistió en preparar un rarebit galés en la mesa para compensar los nabos crudos y el cordero medio cocinado. Pratt probablemente había tenido un mal día. Tal vez se le había muerto algún paciente. En cualquier caso, estaba de un humor de perros.
—¡Vea usted, mi esposa está intentando envenenarme! —dijo—. Y algún día lo logrará.
Pude ver que ella se sentía dolida por el comentario; yo dejé escapar una risa forzada y comenté que la señora Pratt era demasiado lista como para deshacerse de un esposo de una forma tan vulgar, y luego comencé a describirles algunos trucos japoneses con cristal tallado y crines de caballo cortadas y otras cosas similares.
Pratt era médico y sabía mucho más sobre estas cosas que yo, pero eso me dio más alas y me animé a contarle la historia de una mujer en Irlanda que se cargó a tres maridos antes de que sospecharan de sus tejemanejes.
¿No has escuchado nunca esa historia? El cuarto marido consiguió mantenerse despierto y la pilló, y fue ahorcada. ¿Cómo lo hacía? Los drogaba y derramaba plomo fundido en sus orejas a través de un pequeño embudo de cuerno cuando dormían… No… Es el silbido del viento. Está soplando hacia el sur de nuevo. Puedo distinguirlo por el sonido. Además, el otro ruido no se oye normalmente más de una vez por noche en esta época del año… si es que se oye. Sí, fue en noviembre. La pobre señora Pratt murió de repente en su cama no mucho después de mi cena en esta casa. Puedo calcular la fecha porque la noticia me llegó cuando estaba en Nueva York; me informó la tripulación del buque que seguía al Olympia cuando zarpó en su primera travesía. ¿Tú navegabas en el Leofric ese mismo año? Sí, lo recuerdo. En qué par de viejos blandengues nos estamos convirtiendo, tú y yo. Hace ya casi cincuenta años que éramos unos grumetes en el Clontarf. ¿Podrás olvidar alguna vez al viejo Blauklot? «¡Despedíos parra siemprre de las pobrres guentes de tierra adentro esta noche, muchiachios!» ¡Ja, ja! Échate un poco más, tienes demasiada agua en la copa. Es el Hulstkamp añejo que encontré en la bodega cuando heredé esta casa, el mismo que regalé a Luke a mi regreso de Ámsterdam, hace veinticinco años. Jamás probó ni una sola gota. Tal vez ahora se arrepienta de ello, pobre hombre.
¿Por dónde iba? Ah, sí, te contaba que la señora Pratt murió repentinamente… sí. Supongo que Luke se sintió muy solo aquí tras su muerte. Yo venía a verle de vez en cuando y siempre lo encontraba exhausto y nervioso, y me confesó que la práctica de la medicina cada vez le resultaba una carga más pesada, aunque por nada del mundo quería contratar a un ayudante. Los años pasaron, su hijo fue asesinado en Sudáfrica, y tras ese suceso comenzó a comportarse de forma extraña. Había algo en él diferente al resto de personas. Creo que mantuvo puestos todos sus sentidos en su profesión hasta el final; nadie se quejó de que hubiera cometido algún error mortal con los suyos ni nada parecido, pero tenía un aspecto…
De joven Luke era pelirrojo y con la tez pálida, y jamás fue una persona obesa; en la madurez su tez se volvió macilenta y después de que su hijo muriera adelgazó aún más, hasta el punto que su cabeza parecía una calavera recubierta de pergamino estirado, y sus ojos tenían una especie de brillo que resultaba muy desagradable mirar.
Tenía un viejo perro que la pobre señora Pratt adoraba y que solía seguirla a todos lados. Era un bulldog, la criatura de carácter más dulce que jamás hayas visto, aunque tenía una manera de levantar el belfo superior sobre uno de sus colmillos que asustaba bastante a los extraños. En ocasiones, por las noches, Pratt y Bumble —así es como se llamaba el perro— se sentaban y se miraban el uno al otro durante largo rato, rememorando los viejos tiempos, supongo, cuando la esposa de Luke se sentaba en ese sillón donde tú mismo estás sentado ahora. Ese fue siempre su sitio, y este era el del doctor, donde yo estoy sentado ahora. Bumble solía encaramarse al reposapiés… estaba gordo y viejo por aquel entonces, y no podía saltar muy alto, y sus dientes estaban comenzando a bailotear. Miraba fijamente a Luke, y Luke miraba fijamente al perro, mientras el rostro del hombre se iba pareciendo cada vez más a una calavera con dos pequeñas brasas de carbón por ojos. Transcurridos unos cinco minutos más o menos, aunque podía ser menos, el viejo Bumble comenzaba a temblar de repente y dejaba escapar un terrible aullido, como si le hubieran disparado, saltaba del sillón y se alejaba corriendo para esconderse bajo el banco de la cocina y se quedaba allí echado emitiendo extraños sonidos.
Teniendo en cuenta la siniestra apariencia de Pratt durante esos últimos meses, lo que ocurrió no es de extrañar. No soy una persona nerviosa o con demasiada imaginación, pero puedo llegar a creer que él habría sido capaz de asustar a una mujer sensible… su cabeza se asemejaba tanto a una calavera forrada de pergamino.
Por fin regresé un día antes de Navidad; mi barco estaba atracado en el puerto y tenía tres semanas libres. Bumble ya no estaba y comenté de pasada que suponía que el viejo perro había muerto.
—Sí —respondió Pratt, y me pareció detectar algo extraño en su tono de voz antes incluso de que continuase tras una breve pausa—. Lo sacrifiqué —dijo finalmente—. No podía soportarlo por más tiempo.
Le pregunté a Luke qué era lo que no podía soportar, aunque era capaz de imaginarlo con suficiente exactitud.
—Tenía una manera de sentarse en el sillón y mirarme… y luego se ponía a aullar. —Luke tembló ligeramente—. No sufrió nada, pobre viejo Bumble —continuó hablando apresuradamente, como si creyera que yo pudiera considerarle cruel—. Le administré etilmorfina en su bebida para que se durmiese profundamente, y luego lo anestesié con cloroformo poco a poco, para que no se sintiera asfixiado incluso en sueños. Ha estado todo mucho más tranquilo desde entonces.
Me pregunté qué quería decir realmente, porque las palabras se deslizaron de sus labios como si no hubiera podido evitar decirlas. Ahora ya lo entiendo. Quiso decir que después de deshacerse del perro ya no escuchaba aquel sonido con tanta frecuencia. Quizás al principio pensó que se trataba de Bumble, que aullaba a la luna en el patio, aunque no era exactamente ese tipo de sonido, ¿comprendes? Además, puede que Luke no supiera de qué se trataba, pero yo sí lo sé. Después de todo, es tan sólo un ruido, y un ruido jamás ha hecho daño a nadie. Pero él tenía mucha más imaginación que yo. Sin duda, hay algo en este lugar que no llego a entender, pero cuando yo no entiendo algo lo considero un fenómeno y no doy por sentado que vaya a matarme, como hizo él. Hay muchas cosas que no entiendo, demasiadas, ni tú tampoco, ni nadie que haya estado en la mar. Por ejemplo, solíamos hablar de maremotos, pero no sabíamos explicarlos; ahora los explicamos llamándolos terremotos submarinos, y surgen un montón de teorías, y cualquiera de ellas podría hacer que los terremotos nos resultaran comprensibles si supiéramos realmente qué son. En una ocasión tuve que lidiar con uno de esos maremotos, y el tintero voló directamente de la mesa estrellándose contra el techo de mi camarote. Lo mismo le pasó al capitán Lecky… estoy casi seguro de que tú mismo lo has leído en su obra Wrinkles. Muy buena. Si algo así ocurriese en tierra firme, en esta misma estancia, por ejemplo, una persona aprensiva hablaría de espíritus y levitación y unas cuantas cosas más que no significan nada, en lugar de considerarlo simplemente como un «fenómeno» que todavía no ha sido explicado. Esa es mi opinión sobre esa voz, ¿comprendes?
Además, ¿qué prueba hay de que Luke asesinara a su esposa? No confiaría algo así a nadie más que a ti. Después de todo, sólo es una coincidencia que la pobre señora Pratt muriese de repente en su lecho unos días después de que yo relatase aquella historia durante la cena. No ha sido la única mujer que ha muerto de esa manera. Luke avisó al doctor de la parroquia vecina, y ambos convinieron que había muerto de algo relacionado con el corazón. ¿Por qué no? Es bastante habitual.
Por supuesto, estaba el cazo. Nunca comenté eso con nadie y me sobresalté al encontrarlo en la cajonera del dormitorio. Además, era nuevo: un cacillo de hierro estañado que no había sido puesto al fuego más que en una o dos ocasiones, y había restos de plomo que se habían fundido y pegado al fondo, recubiertos de escoria gris endurecida. Pero eso no prueba nada. Un médico rural normalmente suele ser un hombre de recursos que lo hace todo por sí mismo, y Luke podía tener una docena de razones para derretir un poco de plomo en un cazo. Por ejemplo, era aficionado a la pesca y quizás estuviera fabricando un plomo para el hilo de pescar; tal vez era un peso para el reloj de pared del vestíbulo, o algo similar. En todo caso, cuando lo encontré se apoderó de mí una extraña sensación, porque se parecía tanto a la anécdota que describí cuando les relaté la historia… Fue una sorpresa muy desagradable, y me deshice del objeto; lo lancé al fondo del mar a una milla de la restinga, y probablemente esté ya tan oxidado que sea irreconocible, si es que en alguna ocasión lo vuelve a traer la marea a tierra.
Luke debió de comprarlo en el pueblo, hace años, a un comerciante que los vende todavía. Supongo que se utilizan en la cocina. En cualquier caso, no había ninguna probabilidad de que alguna criada curiosa lo encontrara con el plomo dentro y se preguntase de qué se trataba y, tal vez, hablara con la sirvienta que escuchó mi historia durante la cena… y que dicha joven, casada con el hijo del fontanero del pueblo, pudiera recordar todo el asunto.
Me entiendes, ¿verdad? Ahora que Luke Pratt está muerto y yace enterrado junto a su esposa, con una lápida de hombre honesto sobre su cabeza, no me atrevería a remover ningún asunto que pudiera manchar su memoria. Ambos están muertos, y su hijo también. Ya se armó suficiente jaleo por la muerte de Luke.
¿Que cómo fue? Lo encontraron muerto en la playa una mañana y se llevó a cabo una investigación forense. Tenía marcas en la garganta, pero no le habían robado. El veredicto fue que había llegado a su fin «a manos o dientes de alguna persona o animal desconocido». La mitad del jurado creía que podía haber sido un perro lo que le derribó y le fracturó la tráquea, aunque la piel de la garganta no había sido atravesada. Nadie sabía a qué hora salió, ni dónde había ido. Lo encontraron tendido de espaldas cerca de la marca del agua, y bajo la mano había una sombrerera de cartón abierta que había pertenecido a su esposa. La tapa se había caído. Daba la impresión de que se dirigía de regreso a casa con una calavera dentro de la caja… los médicos tienen afición a coleccionar ese tipo de cosas. La calavera había salido rodando de la caja y la encontraron cerca de la cabeza del fallecido; era una calavera en un estado excelente, muy pequeña, hermosa y muy blanca, con una dentadura perfecta. Es decir, la dentadura superior estaba perfecta, pero no tenía mandíbula inferior cuando la vi por primera vez.
Sí, la encontré aquí cuando llegué. Estaba muy blanca y pulida, como un objeto que podría estar expuesto en una vitrina de cristal, y los sirvientes no sabían de dónde procedía, ni qué hacer con ella; así que la colocaron de nuevo en la sombrerera y la pusieron en un estante del armario de la alcoba principal y, por supuesto, me la enseñaron cuando tomé posesión de la casa. Además, me llevaron a la playa y me mostraron el lugar donde encontraron a Luke, y el viejo pescador que lo encontró me explicó cómo estaba tumbado y cómo encontró la calavera junto a él. El único punto que fue incapaz de explicar fue por qué la calavera rodó subiendo por el banco de arena hacia la cabeza de Luke, en lugar de rodar hacia abajo junto a sus pies. No me pareció extraño por aquel entonces, pero desde ese día he pensado en ello con frecuencia, porque el lugar tenía una pendiente bastante pronunciada. Te llevaré allí mañana si quieres… Un poco después construí allí una especie de túmulo con una pila de piedras.
Cuando Luke cayó, o fue empujado, tanto en uno como en otro caso, la sombrerera cayó sobre la arena, la tapa se abrió y la calavera salió y debió rodar hacia abajo. Pero no lo hizo. Estaba junto a la cabeza de él, casi tocándola, y con la parte frontal girada hacia la del hombre. Ya te he dicho que no me pareció extraño cuando el anciano me lo contó, pero después no podía evitar pensar en ello, una y otra vez, e incluso visualizaba la escena completa cuando cerraba los ojos; entonces comenzaba a preguntarme por qué la condenada cosa rodó hacia arriba en lugar de hacia abajo, y por qué paró junto a la cabeza de Luke y no en otro lugar, a un metro de distancia, por ejemplo.
Naturalmente, querrás saber a qué conclusión he llegado, ¿no es así? Nada que pueda explicar la trayectoria de la calavera, en todo caso. Pero, después de un tiempo, comencé a darle vueltas en la cabeza a otra cosa que me hizo sentir profundamente incómodo.
¡Oh, no me refiero a nada sobrenatural! Tal vez existan los fantasmas, o tal vez no. Pero si existen, no creo que puedan causar daño a los vivos, más allá de algún que otro susto y, por mi parte, antes preferiría enfrentarme a cualquier tipo de fantasma que a un banco de niebla en el Canal repleto de embarcaciones. No. Lo que me incomodaba era una idea absurda, eso es todo, y no sabría decir cómo comenzó, ni por qué arraigó en mí hasta convertirse en una certeza.
Una noche estaba pensando en Luke y su pobre esposa mientras fumaba mi pipa y leía un libro aburrido, cuando de repente se me ocurrió que la calavera podría ser la de ella, y desde entonces no he podido sacarme esa idea de la cabeza. Puedes decirme que no tiene sentido, sin duda alguna; que la señora Pratt recibió enterramiento cristiano y yace ahora en el cementerio, y que es una monstruosidad pensar que su esposo guardó su calavera en la vieja sombrerera, en su propio dormitorio. Y aun así, contra toda lógica, sentido común y probabilidad, estoy convencido de que eso es lo que hizo. Los médicos hacen todo tipo de cosas extrañas que harían que hombres como tú o como yo nos estremeciéramos, y esas son precisamente las cosas que no son ni probables, ni lógicas, ni sensatas para nosotros.
¿Lo entiendes ahora?… Si realmente se trataba de la calavera de la pobre mujer, la única forma de explicar que estuviera en posesión de Luke era que fuese él quien realmente la hubiera asesinado, y que lo hiciera de esa manera, como la mujer que asesinaba a sus maridos en aquella historia, y que temía que se realizara algún tipo de investigación que pudiera delatarle. Y es que, mira por dónde, también les conté que creía que aquella historia había ocurrido hacía unos cincuenta o sesenta años, y que exhumaron las tres calaveras y en las tres resonaba en su interior un trozo de plomo. Eso fue lo que condenó a la horca a la mujer. Luke lo recordó, estoy seguro. No quiero saber qué hizo cuando reparó en ello; nunca he tenido gran afición por las historias truculentas y me imagino que tú tampoco, ¿verdad? No. Y si la tienes, siempre puedes añadir lo que falte a la historia.
Debió de ser algo bastante siniestro. Ojalá no fuera capaz de ver todo este asunto con tanta claridad, tal como debió de ocurrir. Luke retiró la calavera la noche antes de que fuera enterrada, estoy seguro, después de que el ataúd fuera cerrado y mientras la joven sirvienta dormía. Me apostaría cualquier cosa a que, cuando cogió la calavera, la sustituyó con algo que colocó bajo la mortaja para rellenar el hueco y que no se notara. ¿Qué crees que puso allí, bajo aquella mortaja?
¡No me extraña que dudes de mis palabras! Primero te digo que no quiero saber qué pasó y que detesto pensar en historias macabras, y luego te describo todo como si lo hubiera visto. Estoy convencido de que colocó allí la bolsa de labores de su mujer. Recuerdo esa bolsa perfectamente, porque siempre la tenía cerca durante mis visitas; estaba hecha de fieltro marrón y cuando estaba llena era del tamaño de… ya me entiendes. ¡Sí, otra vez vuelvo con lo mismo! Ríete de mí si quieres, pero no eres tú el que vive aquí solo, donde ocurrió todo, ni el que contó la historia del plomo fundido a Luke. No soy una persona nerviosa, te lo aseguro, pero ahora creo comprender por qué algunas personas lo son. Reflexiono sobre todo esto cuando estoy solo, y sueño sobre ello, y cuando esa cosa grita… bueno, francamente, me gusta tan poco ese sonido como a ti, aunque a estas alturas tendría que estar ya acostumbrado.
No debería estar nervioso. Durante una de mis travesías nos cruzamos con un barco fantasma. Había un hombre en la cofa, y tras ese encuentro dos tercios de la tripulación murieron en diez días debido a unas fiebres procedentes de la Costa Oeste, después de echar el ancla, pero yo siempre he salido bien parado, en aquella ocasión y también después. He visto cosas muy desagradables, al igual que tú y el resto de nosotros. Pero ninguna de esas cosas quedó tan marcada en mi mente como esto.
He intentado olvidarme de todo este asunto, pero a ella no le gusta que lo haga. Quiere estar ahí, en su sitio, en la sombrerera de la señora Pratt y dentro del armario de la alcoba principal. No está feliz en ningún otro sitio. ¿Que cómo lo sé? Porque lo he comprobado. No irás a creer que no lo he comprobado, ¿verdad? Cuando está en su sitio, sólo grita de vez en cuando, normalmente en esta época del año, pero si la saco de la casa aúlla durante toda la noche y ningún criado está dispuesto a permanecer aquí las veinticuatro horas. Por ese motivo me quedo solo con frecuencia y me he visto obligado a apañármelas sin ayuda durante quince días seguidos. Nadie del pueblo quiere pasar una noche bajo este techo, y en cuanto a vender el lugar, o incluso alquilarlo, queda totalmente descartado. Las ancianas dicen que si me quedo aquí pronto tendré un final aciago.
Pero eso no me asusta. Sonríes al pensar que alguien pueda tomarse en serio estas bobadas. Y no estás equivocado. No es más que una sarta de tonterías, estoy de acuerdo contigo. Pero ¿no es cierto que después de que te explicara que tan sólo era un ruido, te sobresaltaste y miraste a tu alrededor como si esperases ver un fantasma detrás de tu silla?
Puede que me equivoque sobre la calavera, y prefiero pensar que es así… cuando puedo. Podría tratarse simplemente de un excelente espécimen que Luke consiguió hace mucho tiempo, y que lo que resuena en su interior no sea nada más que un guijarro, o un trozo duro de arcilla, o cualquier cosa. Las calaveras que han permanecido durante mucho tiempo bajo tierra normalmente acumulan cosas en su interior que hacen que resuenen, ¿no es así? No, nunca he intentado sacarlo, sea lo que sea lo que tiene ahí dentro; temo que pueda ser plomo, ¿me entiendes? Y si lo es, no quiero saberlo, prefiero seguir con la duda. Si realmente es plomo, soy tan culpable de su asesinato como si yo mismo hubiera realizado la acción. Creo que cualquiera llegaría a esta conclusión. Mientras no lo sepa con certeza, me queda el consuelo de decir que todo esto no es más que una sublime tontería, que la señora Pratt murió por causas naturales y que Luke compró esa bonita calavera cuando cursaba sus estudios en Londres. Pero si estuviera seguro de lo contrario, creo que me vería forzado a abandonar la casa; sin duda alguna, eso creo. De momento, he tenido que abandonar la idea de dormir en la alcoba principal, donde está el armario.
Me preguntas que por qué no la lanzo al estanque… sí, pero por favor, no la llames «maldito monstruo»… no le gusta que la insulten.
¡Ahí está! ¡Dios mío, menudo alarido! ¡Te lo dije! Estás bastante pálido, amigo. Rellena tu pipa, arrima la silla al fuego y toma un poco más de ese brebaje. El Old Hollands jamás ha matado a nadie, que se sepa. Conocí a un danés en Java que se bebía media jarra de Hulstkamp por la mañana sin que se le despeinara un pelo. Yo no bebo mucho ron, no le sienta bien a mi reúma, pero tú no eres reumático y no te hará daño. Además, hace una noche muy lluviosa allá fuera. El viento vuelve a aullar y pronto soplará hacia el suroeste; ¿oyes cómo tiemblan las ventanas? La marea debe de haber cambiado también, por el gemido que se escucha.
No habríamos oído de nuevo el aullido si no hubieses dicho esas palabras. Estoy seguro de ello. Oh, sí, adelante si prefieres considerarlo una coincidencia, pero preferiría que no volvieras a insultarla de nuevo, si no te importa. Tal vez la pobre mujercilla escucha, y puede que la hayas molestado, ¿no crees? ¿Fantasma? ¡No! No puedes llamar fantasma a algo que puedes sostener en las manos y examinarlo a plena luz del día, y que resuena cuando lo agitas, ¿o sí? Pero es algo que escucha y entiende; no hay duda alguna de eso.
Cuando llegué a esta casa intenté dormir en la alcoba principal, simplemente porque era la mejor y la más confortable, pero tuve que darme por vencido. Era su dormitorio; era la cama donde murió, el armario está empotrado en la pared, cerca de la cabecera de la cama, a la izquierda. Ahí es donde le gusta estar, dentro de su sombrerera. Sólo ocupé el dormitorio los primeros quince días y luego cambié de idea y me trasladé al pequeño dormitorio de la planta baja, cerca del quirófano, donde Luke solía dormir cuando esperaba que le llamara algún paciente durante la noche.
Siempre he dormido maravillosamente bien en tierra firme. Ocho horas es mi dosis; de once de la noche a siete de la mañana cuando estoy solo, y de doce a ocho cuando tengo invitados. Pero en aquel cuarto me resultaba imposible dormir después de las tres de la madrugada —a partir de las tres y cuarto, para ser más exactos—; de hecho, lo comprobé con mi viejo cronómetro de bolsillo, que todavía marca bien las horas, y me despertaba siempre a las tres y diecisiete minutos exactamente. Me pregunto si esa fue la hora en que murió.
No era como lo que hemos oído antes. Si hubiera sido así no habría podido aguantar ni dos noches. Era sólo un sobresalto y un gemido y una respiración fuerte durante unos segundos en el interior del armario, un sonido que jamás me habría despertado en circunstancias normales, estoy seguro. Supongo que a ti te pasa lo mismo, somos exactamente como cualquier otro hombre que haya estado mucho tiempo en la mar. Ningún sonido de la naturaleza nos incomoda lo más mínimo, ni siquiera el traqueteo del aparejo de una fragata de cuatro palos en medio de una tempestad. Pero si un lápiz suelto en el cajón de la mesa del camarote rueda ligeramente, nos despertamos en un segundo. Pues de esa misma manera… así seguro que lo entiendes. Muy bien, pues el sonido del armario no era más fuerte que eso, pero me despertó inmediatamente.
Dije que era como un «sobresalto». Sé lo que quiero decir, pero es difícil de explicar sin que parezca que estás diciendo una tontería. Por supuesto, no se puede decir exactamente que uno pueda «escuchar» a una persona «sobresaltarse»; en todo caso, se podría escuchar una rápida respiración entre labios separados y dientes cerrados, y el apenas perceptible sonido de la ropa que se mueve rápidamente, pero con mucha sutileza. Era algo así.
Sin duda conoces esa sensación de que sabes lo que un velero va a hacer, dos o tres segundos antes de que lo haga, cuando estás al timón. Los jinetes dicen lo mismo de los caballos, pero en ese caso es menos extraño, porque el caballo es un animal vivo con sus propias sensaciones, y sólo los poetas y los hombres de tierra firme hablan de los barcos como criaturas vivas, nadie más. Pero yo siempre he tenido la sensación de que, de alguna manera, además de ser una máquina de vapor o un velero para transportar mercancías, un barco en el mar es un instrumento extremadamente sensible, y un medio de comunicación entre la naturaleza y el hombre, y en concreto el hombre al timón si la nave es controlada por una mano humana. El barco obtiene sus impresiones directamente del viento y el mar, la marea y las corrientes, y se las transmite a la mano del hombre, exactamente igual que el telégrafo recoge los impulsos irregulares del aire y los transforma en un mensaje.
Ahora ya sabes a lo que me refiero; sentí que algo se sobresaltaba en el armario, y lo sentí tan vívidamente que pude escucharlo, aunque quizás no había ningún sonido que escuchar y fue un sonido dentro de mi cabeza lo que me despertó súbitamente. Pero sí que escuché realmente el otro ruido. Era como si estuviera amortiguado por la caja, y parecía proceder de tan lejos que era como si llegara a través de una línea telefónica de larga distancia y, sin embargo, yo sabía que estaba dentro del armario, cerca del cabecero de mi cama. Mi cabello no se erizó ni mi sangre se heló en aquella ocasión. Simplemente me molestó que me despertara algo que no debía haber hecho ningún ruido, como me molestaba un lápiz repiqueteando en el cajón de la mesa de mi camarote a bordo de un barco. Y es que no lo comprendí entonces; tan sólo imaginé que el armario estaba conectado de alguna manera con el aire del exterior, y que el viento se había colado y gemía por aquel agujero con una especie de chillido muy débil. Encendí una luz, miré el reloj y eran las tres y diecisiete. Luego me di la vuelta y me dispuse a dormir sobre la oreja derecha. Esa es mi oreja buena; tengo bastante sordera en la otra, después de que me la golpeara contra el agua cuando era un muchacho al lanzarme desde la plataforma de la gavia. Fue algo estúpido, desde luego que sí, pero me ha resultado útil cuando intento dormir y hay algún ruido.
Esa fue la primera noche, y lo mismo ocurrió una y otra vez las noches siguientes; pero no todas las noches, aunque siempre se oía a la misma hora, ni un segundo más tarde; en algunas ocasiones dormía sobre mi oído bueno, y en otras no. Le di la vuelta al armario y no descubrí ningún hueco por donde pudiera colarse el viento, ni ninguna otra rendija, porque la puerta estaba perfectamente encajada, supongo que para evitar que entraran polillas; la señora Pratt probablemente guardaba su ropa de invierno allí dentro, porque todavía apesta a alcanfor y trementina.
Tras quince días me harté de los ruidos. Hasta entonces me había convencido de que sería estúpido darme por vencido y sacar la calavera del cuarto. Las cosas siempre parecen distintas a la luz del día, ¿verdad? Pero la voz fue haciéndose más fuerte —supongo que podríamos llamarlo voz—, y una noche logró penetrar incluso mi oído sordo. Me di cuenta de ello cuando me desperté por completo, porque mi oído bueno estaba presionado contra la almohada y no debería haber escuchado ni una sirena de niebla en esa postura. Pero sí escuché eso y me hizo perder los nervios, o tal vez me asusté, y es que en ocasiones ambas sensaciones no se diferencian mucho. Encendí una luz, me levanté y abrí el armario, tomé la sombrerera y la lancé por la ventana, tan lejos como pude.
Entonces mis cabellos se erizaron. La criatura gritó en el aire, como un proyectil de un revólver de doce pulgadas. Cayó al otro lado de la carretera. La noche era muy oscura y no pude ver dónde caía, pero sé que cayó al otro lado de la carretera. La ventana está justo encima de la puerta principal, a unos quince metros de la valla más o menos, y la carretera mide unos diez metros de ancho. Hay un seto más allá, junto al terreno que pertenece a la casa parroquial.
No dormí mucho más esa noche. No había pasado ni media hora desde que lanzara la sombrerera cuando escuché un alarido en el exterior… como el que hemos oído esta noche, pero peor, más desesperado diría yo, y tal vez fue cosa de mi imaginación, pero habría jurado que los gritos iban aproximándose cada vez más. Encendí una pipa y recorrí el cuarto de un lado a otro durante un rato, y luego cogí un libro y me senté a leer, pero que me aspen si puedo recordar lo que leí o siquiera qué libro estaba leyendo, porque de vez en cuando me llegaba un alarido que habría logrado que un muerto se revolviera en su ataúd.
Un poco antes del amanecer alguien llamó a la puerta principal. No era posible confundir ese sonido con ningún otro, y abrí la ventana y miré abajo, porque supuse que alguien necesitaba un médico y creía que el nuevo se alojaría en la casa de Luke. Me alivió escuchar un golpeteo humano después de aquellos espantosos alaridos.
No se puede ver la puerta desde arriba porque la cubre una pequeña marquesina. De nuevo sonaron golpes en la puerta y grité preguntando quién andaba ahí, pero nadie respondió, aunque los golpes volvieron a sonar. Levanté de nuevo la voz e informé de que el médico ya no vivía aquí. No hubo respuesta. Pensé entonces que podría tratarse de algún anciano campesino sordo como una tapia. Así que tomé la vela y bajé para abrir la puerta. Te juro que ya no pensaba en aquella cosa horrible, y casi había olvidado el resto de ruidos. Bajé convencido de que encontraría a alguien ahí fuera, junto al quicio de la puerta, con algún mensaje. Apoyé la vela en la mesa del vestíbulo para evitar que el viento la apagase cuando abriera la puerta. Mientras descorría el viejo pestillo escuché otra vez los golpes. No eran fuertes; recuerdo que me parecieron extraños golpes huecos ahora que estaba cerca, pero seguía confiado en que los producía alguna persona que quería entrar.
No fue así. No había nadie allí fuera. Pero al abrir la puerta hacia dentro, apartándome ligeramente a un lado para poder ver el exterior, algo cruzó rodando el quicio de la puerta y paró junto a mi pie.
Retrocedí en cuanto lo noté, porque sabía qué era antes incluso de mirar hacia abajo. No sabría decirte por qué lo sabía, era prácticamente imposible porque tengo la total certeza de que la lancé al otro lado de la carretera. La ventana es una cristalera que se abre de par en par y pude coger bastante impulso cuando la lancé. Además, al día siguiente me levanté temprano y encontré la sombrerera al otro lado del seto.
Podrías pensar que se abrió cuando la lancé y que la calavera se salió de la caja, pero es imposible, porque nadie podría lanzar una caja de cartón vacía tan lejos. Esa posibilidad queda totalmente descartada; sería lo mismo que intentar lanzar a una distancia de veinticinco metros una bola de papel, o una cáscara de huevo.
Retomando la historia, giré el cerrojo de la puerta de entrada, recogí la cosa con cuidado y la coloqué sobre la mesa, junto a la vela. Lo hice instintivamente, como quien hace lo correcto en una situación de peligro sin pensarlo demasiado… o quizás todo lo contrario. Puede parecer extraño, pero creo que mi primer temor fue que alguien pudiera llegar y encontrarme allí en el umbral de la puerta con aquella cosa apoyada en el pie, apoyada de lado, y con una de las cuencas vacías dirigidas hacia mi rostro, como intentando acusarme. Las luces y sombras que dibujaba la vela bailaban en las cuencas mientras la calavera descansaba sobre la mesa, y daba la impresión de que se abrían y cerraban mientras me miraba. Entonces la vela se apagó inesperadamente, a pesar de que la puerta estaba cerrada y no había corriente de aire; usé al menos media docena de cerillas para volver a encenderla.
Me desplomé sobre la silla, sin saber muy bien por qué. Tal vez me asusté más de lo que pensaba, y espero que admitas que no hay ninguna vergüenza en estar asustado. Aquella cosa había regresado a casa y quería subir al piso de arriba y volver a su armario. Me quedé allí sentado, inmóvil, y contemplé la calavera durante un rato, hasta que empecé a sentir mucho frío. Entonces la cogí, la subí arriba y la coloqué en su sitio. También recuerdo que le hablé y le prometí que le llevaría la sombrerera por la mañana.
¿Quieres saber si pude quedarme en la alcoba hasta el alba? Sí, pero dejé una luz encendida; me quedé sentado fumando y leyendo, probablemente debido al miedo, un miedo preciso e incuestionable, y no es necesario que lo llames cobardía, porque no es lo mismo. No hubiera podido permanecer a oscuras con esa cosa en el armario; me habría muerto de miedo, aunque no soy más apocado que otras personas. Maldita sea, amigo, esa cosa cruzó la carretera por sus propios medios y subió los escalones y llamó a la puerta para que la dejara entrar.
Cuando amaneció, me calcé las botas y salí a buscar la sombrerera. Tuve que dar un buen rodeo por la verja junto a la carretera, y encontré la caja abierta y colgando del otro lado del seto. Se había enganchado en las ramas por el cordel y la tapa se había caído y estaba sobre el suelo debajo de la caja. Eso demuestra que no se abrió hasta que estuvo bien lejos, que no se abrió en cuanto salió despedida de mi mano como podría pensarse, y que el contenido debió alcanzar también el otro lado de la carretera.
Eso fue todo. Llevé la caja al piso de arriba y la metí en el armario, coloqué la calavera dentro y la cerré. Cuando la sirvienta me trajo el desayuno dijo que lo sentía mucho, pero que debía irse, y que no le importaba si perdía el salario del mes. La miré y vi que su rostro estaba pálido y con un tono verdoso o amarillento. Fingí sorprenderme y le pregunté qué ocurría, pero no sirvió de nada; ella se limitó a replicarme que quería saber si yo realmente tenía intención de permanecer en una casa encantada y cuánto tiempo esperaba vivir si lo hacía, porque, aunque en ocasiones ella misma había notado que era un poco duro de oído, no podía creer que hubiera podido dormir mientras se escuchaban aquellos gritos… Y si pude dormir, ¿por qué pasé toda la noche moviéndome por la casa y abriendo y cerrando la puerta principal entre las tres y las cuatro de la mañana? No tenía manera de rebatirla, puesto que me había oído, de modo que se marchó y me quedé a solas. Bajé al pueblo por la mañana y encontré a una mujer dispuesta a realizar las pocas tareas necesarias y a prepararme la comida, con la condición de regresar a su casa todas las noches. En cuanto a mí, me trasladé al dormitorio de abajo ese mismo día y jamás he vuelto a dormir en la alcoba principal desde entonces. Después de un tiempo me traje de Londres a un par de sirvientas escocesas de mediana edad y las cosas se tranquilizaron bastante durante un largo periodo de tiempo. En un principio les expliqué que la casa se hallaba situada en una posición muy expuesta y que se oía mucho el silbido del viento durante el otoño y el invierno, lo cual, teniendo en cuenta cómo son los lugareños de Cornualles, gente muy inclinada a creer en supersticiones y a contar historias de fantasmas, había provocado que la casa adquiriese cierta mala reputación en el pueblo. Las dos hermanas de rostros curtidos y cabellos trigueños esbozaron una media sonrisa y respondieron con gran desdén que ningún demonio del sur podía impresionarlas, fuera cual fuese, y que tras haber estado sirviendo en dos casas encantadas inglesas, jamás vieron nada más espeluznante que el Fantasma del Niño de Gris, lo cual, pensaban, no podía considerarse algo particularmente raro en Forfarshire.
Permanecieron conmigo varios meses y mientras estuvieron en la casa disfrutamos de paz y tranquilidad. Una de ellas está aquí ahora, aunque se marchó con su hermana ese mismo año. Ésta, que era la que cocinaba, se casó con el enterrador, que además se ocupa del jardín. Por eso está aquí otra vez. Este es un pueblo pequeño y el enterrador no tiene mucho trabajo; además, sabe lo bastante sobre flores y plantas para ayudarme en todo lo que necesito. También realiza la mayoría de las tareas pesadas, porque, a pesar de que soy aficionado al ejercicio al aire libre, se me están anquilosando ligeramente las articulaciones. Es un tipo sobrio y silencioso, y muy discreto; cuando llegó aquí había enviudado… Trehearn se llama, James Trehearn. Las hermanas escocesas nunca reconocieron abiertamente que ocurrían cosas extrañas en la casa, pero en noviembre me comunicaron que se marchaban con la excusa de que su capilla, en la parroquia vecina, estaba demasiado lejos de aquí, y que acudir a nuestra iglesia quedaba totalmente descartado. Pero la hermana más joven regresó en primavera y, en cuanto el bando pudo hacerse público, contrajo matrimonio con James Trehearn en una ceremonia celebrada por el párroco, y desde entonces no parece mostrar muchos escrúpulos en escucharle predicar. ¡Me alegro si es así! La pareja vive en una pequeña casita con vistas al cementerio.
Supongo que te estarás preguntando qué tiene que ver todo esto con lo que te estaba contando. Paso a solas tanto tiempo que cuando un viejo amigo viene a visitarme me pongo a hablar y hablar sólo por oír mi propia voz. Pero en este caso realmente hay una conexión de ideas. Fue James Trehearn quien enterró a la desdichada señora Pratt, y más tarde a su marido en la misma fosa, que no queda lejos de la parte trasera de su casa. Esa es la conexión que tengo en mente, ¿comprendes? Está bastante claro. Él sabe algo; estoy seguro de que sabe algo, por sus gestos, aunque sea un hombre más bien inexpresivo.
Sí, ahora mismo paso las noches solo en esta casa, porque la señora Trehearn se encarga de todo y cuando tengo a algún invitado la sobrina del enterrador viene a servir la mesa. El enterrador recoge a su esposa todas las tardes en invierno, pero en verano, cuando todavía hay luz, regresa sola a casa. No es una mujer asustadiza, pero ahora no está tan segura como antes de que no existan espíritus en Inglaterra merecedores de la atención de una mujer escocesa. ¿No te parece divertida la idea de que Escocia tenga el monopolio de lo sobrenatural? Qué extraña clase de orgullo nacional, ¿no te parece?
Qué buen fuego, ¿verdad? Cuando logra prender un madero de deriva no hay nada que se le parezca. Sí, consigo mucha madera del mar, lamento decir que hay todavía demasiados naufragios por esta zona. Es una costa solitaria y puedes conseguir toda la madera que quieras simplemente yendo a buscarla a la playa. Trehearn y yo llenamos un carromato de vez en cuando y lo cargamos entre este lugar y la restinga. Evito el fuego de carbón cuando puedo conseguir leña de cualquier tipo. Un tronco te guarda compañía, aunque sólo sea un trozo de listón de la borda de un barco o un trozo de madera aserrada, y la sal que queda en su interior produce bonitas chispas. ¡Mira cómo vuelan, parecen fuegos artificiales japoneses! En serio te lo digo, camarada, con un viejo amigo, un buen fuego y una pipa, uno se olvida totalmente de la cosa que está allá arriba, especialmente ahora que el viento ha amainado. Pero es sólo una tregua y antes de que amanezca soplará un vendaval.
¿Que te gustaría ver la calavera? Ningún problema. No hay ningún motivo por el que no puedas echarle un vistazo, y seguro que jamás habrás visto ninguna tan perfecta en toda tu vida, aunque le falten los dos dientes frontales de la mandíbula inferior.
Ah, ya… todavía no te he contado lo de la mandíbula. Trehearn la encontró en el jardín la primavera pasada cuando cavaba un hoyo para plantar lechos de espárragos. Ya sabes que por aquí hacemos lechos de espárragos de dos o dos metros y medio de profundidad. Sí, sí… olvidé contártelo. El hombre estaba cavando, exactamente como cava una tumba… si quieres que te hagan un buen lecho de espárragos, te aconsejo que contrates a un enterrador. Esos tipos tienen una técnica maravillosa para esa clase de excavaciones.
Trehearn había cavado ya un metro cuando encontró una masa blanca de cal en el lateral del foso. Había advertido que la tierra estaba un poco más suelta por esa zona, aunque afirma que debió ser removida muchos años atrás. Supongo que Trehearn pensó que esa vieja cal podría no ser buena para los espárragos, así que rompió la veta y la arrancó. Estaba bastante dura, dice, y fue saliendo en terrones grandes, y por fuerza de la costumbre partió estos terrones con la pala cuando ya estaban fuera del hoyo; la mandíbula de la calavera se soltó de uno de esos terrones. Trehearn cree que fue él quien rompió los dos dientes frontales al cascar la cal, pero no los encontró en ninguna parte. Es un hombre muy experimentado en ese tipo de cosas, como puedes imaginar, y predijo con rapidez que la mandíbula probablemente perteneció a una mujer joven y que tenía la dentadura completa cuando murió. Me la trajo y me preguntó si quería guardarla; si no, se ofreció, él mismo podía echarla en el próximo foso que tuviera que cavar en el cementerio, ya que suponía que era una mandíbula cristiana y que debía tener un entierro decente, aunque no se supiera dónde yacía el resto del cuerpo. Le dije que los médicos colocan con frecuencia los huesos en cal viva para blanquearlos, que suponía que el doctor Pratt debía de tener un pequeño foso de cal en el jardín para tal propósito y que se olvidó allí la mandíbula. Trehearn me miró en silencio.
—Quizás encaje en esa calavera que solía estar guardada en el armario de arriba, señor —dijo—. Tal vez el doctor Pratt puso la calavera en cal viva para limpiarla, o algo así, y cuando la sacó se dejó la mandíbula. Hay un pelo humano que asoma entre la cal, señor.
Vi que estaba allí, como había dicho Trehearn. Si no hubiera sospechado algo, ¿por qué demonios habría sugerido que la mandíbula tal vez encajase en la calavera? Además, estaba en lo cierto. Eso prueba que sabe más de lo que cuenta. ¿Crees posible que echara un vistazo antes de que la mujer fuera enterrada? O quizás… cuando enterró a Luke en la misma tumba…
Bueno, bueno, no es necesario ahondar en mayores detalles, ¿verdad? Le dije que guardaría la mandíbula con la calavera y subí al piso de arriba para colocarla en su sitio. No hay ninguna duda de que se ajustan perfectamente la una a la otra, y allí están juntas.
Trehearn sabe algo. Hace un tiempo, mientras hablábamos acerca de enlucir la cocina, él recordó que no había sido enlucida desde la misma semana en que murió la señora Pratt. No dijo que el albañil hubiera dejado algo de cal en el lugar, pero lo pensaba, y también pensaba que era la misma cal que había encontrado en el foso de espárragos. Ese hombre sabe muchas cosas. Trehearn es uno de esos hombres silenciosos capaces de atar cabos. Esa tumba está muy cerca del patio trasero de su casa y es uno de los hombres que manejan la pala con la mayor rapidez que yo haya visto. Si hubiera querido saber la verdad, podría haberlo hecho, y nadie se habría enterado a menos que él decidiera contarlo. En un pueblo tan apacible como el nuestro la gente no sale a pasear de noche al cementerio a ver si el enterrador anda trasteando por allí a solas entre las diez de la noche y el amanecer.
Lo que me parece terrible es la determinación de Luke, si es que lo hizo; su fría certeza de que nadie lo descubriría, y sobre todo su sangre fría, que debió ser extraordinaria. A veces pienso que no debe ser nada bueno vivir en el lugar donde sucedió todo esto, si es que realmente sucedió. Siempre pongo la frase condicional, como ves, por hacer justicia a la memoria de Luke, y un poco por interés propio.
Iré arriba y traeré la caja en un minuto. Pero permite que primero me encienda la pipa, ¿qué prisa hay? Hemos cenado pronto y sólo son las nueve y media. Jamás permito que un amigo se marche a dormir antes de las doce, o con menos de tres copas… puedes tomar tantas como gustes, pero no puedes tomar menos de tres, por los viejos tiempos.
Está soplando el viento otra vez, ¿lo oyes? Lo de antes ha sido tan sólo una tregua, pronto comenzará lo peor de la noche.
Cuando estaba comprobando si la mandíbula encajaba en la calavera, ocurrió algo que me sobresaltó. No me asusto con facilidad, pero fue algo así como un rápido movimiento y me quedé sin aliento súbitamente, como le ocurre a la gente cuando piensa que está a solas y se gira y descubre que hay alguien muy cerca. Nadie puede llamar a eso miedo. Tú no lo harías, ¿verdad? No. Bueno, justo cuando coloqué la mandíbula en su lugar bajo la calavera, los dientes se cerraron con fuerza aprisionándome el dedo. La sensación fue exactamente como si me estuviera mordiendo con fuerza, y debo confesar que me dio un buen susto antes de darme cuenta de que yo mismo había estado presionando con la otra mano la mandíbula contra la calavera. Te aseguro que no estaba nervioso. Además, era de día, hacía un día espléndido y el sol inundaba la alcoba. Habría sido absurdo estar nervioso; fue tan sólo una impresión precipitada, pero realmente consiguió perturbarme. Por alguna razón me hizo recordar el extraño dictamen del forense sobre la muerte de Luke, «a manos o dientes de alguna persona o animal desconocido». Desde entonces he lamentado no haber podido ver esas marcas en su garganta, aunque la mandíbula inferior ya había desaparecido por aquel entonces.
He visto en muchas ocasiones a hombres hacer cosas dementes con las manos sin que ellos mismos se den cuenta de ello. Una vez vi a un hombre sujetándose de un viejo cabo con una mano, con el cuerpo fuera de borda y todo el peso echado hacia atrás y, al mismo tiempo, con un cuchillo en la otra mano a punto de cortar el cabo que lo sujetaba cuando logré agarrarlo entre mis brazos. Estábamos en medio del océano, navegando a veinte nudos. El hombre no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, ni tampoco yo la tenía cuando acabé pellizcándome el dedo entre los dientes de aquella cosa. Puedo sentirlo ahora de nuevo. Era exactamente como si estuviera viva e intentara morderme. Lo haría si pudiera, porque sé que me odia, ¡pobrecilla! ¿Crees que lo que resuena dentro del cráneo es un trozo de plomo? Bueno, traeré la caja, y sea lo que sea que caiga en tus manos, es asunto tuyo. Si se trata de un terrón de tierra o un guijarro, podría borrar de mi mente todo este asunto, y no creo que volviera a pensar en la calavera nunca más, pero, por algún motivo, no me veo con fuerzas para extraer esa pieza sólida del interior de la calavera. La mera idea de que pueda ser plomo me hace sentir profundamente incómodo, sin embargo, estoy convencido de que pronto lo sabré. Lo sabré con total certeza. Estoy seguro de que Trehearn lo sabe, pero es un hombrecillo muy callado.
Iré al piso de arriba ahora y la traeré. ¿Qué? ¿Piensas que es mejor que me acompañes? ¡Ja, ja! ¿Es que crees que tengo miedo a una sombrerera y un ruido? ¡Tonterías!
Maldita vela, ¡no se enciende! ¡Es como si este absurdo objeto supiera para qué lo queremos! Míralo… es ya la tercera cerilla. En cambio, mi pipa la encienden a la primera. ¿Lo ves? Es una caja nueva, acabo de sacarla del cofre de hojalata donde guardo lo que quiero mantener alejado de la humedad. Oh, piensas que el cabo de la vela podría estar húmedo, ¿no es así? De acuerdo, encenderé la maldita cosa con el fuego de la chimenea. Eso no se apagará, de ninguna manera. Sí, chisporrotea un poco, pero la vela se mantendrá encendida. Ahora arde como cualquier otra vela, ¿verdad? La cosa es que las velas no son de muy buena calidad por estos lares. No sé de dónde las traen, pero a veces arden con poca fuerza, con una llama verdosa que escupe pequeñas chispas, y con frecuencia se apagan solas, lo cual es un engorro. Es inevitable, porque todavía tendrá que pasar un tiempo antes de que la electricidad llegue a nuestro pueblo. Alumbran bastante poco, ¿verdad?
Piensas que será mejor que deje la vela y coja el quinqué, ¿no es cierto? No me gusta llevar quinqués de un lado a otro, esa es la verdad. No se me ha caído ninguno de las manos en toda mi vida, pero siempre he pensado que podría ocurrirme y es condenadamente peligroso. Además, a estas alturas ya estoy bastante acostumbrado a estas malditas velas.
Será mejor que te acabes la copa mientras yo voy a coger la caja, porque no pienso permitir que te escapes con menos de tres copas antes de irte a la cama. Además, no será necesario que subas las escaleras; te he instalado en el viejo estudio junto al quirófano… allí es donde yo vivo ahora mismo. El hecho es que ahora jamás les pido a mis invitados que duerman en el piso de arriba. El último hombre que lo hizo fue Crackenthorpe y comentó que se pasó toda la noche despierto. Recuerdas al viejo Crack, ¿verdad? Siguió en el Servicio y le acaban de hacer almirante. Sí, ya me voy… a menos que la vela se apague. No he podido resistirme a preguntarte si recordabas a Crackenthorpe. Si alguien nos hubiera dicho que aquel flacucho y pequeño idiota sería el que más éxito iba a tener de todos nos habríamos reído, ¿no crees? A ti y a mí no nos fue tan mal, es cierto… Bueno, me marcho ya. ¡No quiero que pienses que he estado evitando ir con toda esta cháchara! ¡Como si hubiera algo que temer! Si tuviera miedo te lo diría con total franqueza y te pediría que vinieras conmigo allá arriba.
*** *** ***
Aquí está la caja. La he bajado con mucho cuidado, para no molestarla, pobrecilla. Si la sacudiera, la mandíbula podría separarse de nuevo y estoy seguro de que no le gustaría nada. Sí, la vela se apagó cuando ya bajaba las escaleras, pero fue una ráfaga de aire que entró por la ventana rota del descansillo. ¿Oíste algo? Sí, fue otro grito. ¿Que estoy pálido, dices? No es nada. A veces mi corazón se comporta de forma extraña y he subido las escaleras demasiado rápido. De hecho, esa es una de las razones por las que realmente prefiero vivir en el piso de abajo.
Viniera de donde viniera, el alarido no procedía de la calavera, porque llevaba la caja en la mano cuando se produjo el ruido, y aquí está ahora; así que hemos probado definitivamente que los gritos son producidos por otra cosa. No tengo ninguna duda de que algún día lograré averiguar de dónde proceden. Alguna ranura en la pared, por supuesto, o una grieta en una de las chimeneas o en uno de los marcos de una ventana. Así es como acaban todas las historias de fantasmas en la vida real. ¿Sabes?, estoy muy contento de haber subido y bajado la caja para que la vieras, porque este último grito aclara la cuestión. ¡Y pensar que he sido tan estúpido como para imaginar que la pobre calavera podía gritar realmente como un ser vivo!
Bueno, abriré la caja y le echaremos un vistazo bajo la luz brillante. Es terrible pensar que la pobre mujer solía sentarse allí, en tu silla, noche tras noche, bajo esta misma luz, ¿verdad? Pero bueno… Ya he decidido que no son más que tonterías desde el principio hasta el final y que se trata tan sólo de una vieja calavera que Luke tenía desde sus años de estudiante, y tal vez la metió en cal simplemente para blanquearla, y luego no pudo encontrar la mandíbula.
Sellé el cordel, ¿lo ves?, después de que pusiera la mandíbula en su lugar, y escribí algo en la tapa. La caja todavía tiene la etiqueta blanca original del sombrerero, con el remite a la señora Pratt de cuando el sombrero fue enviado, y como quedaba espacio escribí en un borde: «Calavera, anteriormente propiedad del difunto doctor Luke Pratt». No sé muy bien por qué escribí eso, tal vez pensé que debía explicar cómo había llegado a mi poder aquel objeto. No puedo evitar preguntarme qué tipo de sombrero fue enviado en aquella caja. ¿De qué color crees que era? ¿Sería un alegre sombrero de primavera con una pluma ladeada y bonitos lazos? Resulta extraño que esa misma caja guardara también la cabeza que llevó aquel elegante tocado… quizás. No… Ya lo hemos decidido, la calavera simplemente procede del hospital de Londres, donde Luke ejerció la medicina. Es mucho mejor considerarlo desde ese punto de vista, ¿verdad? No hay ni una sola conexión más entre esa calavera y la pobre señora Pratt que la que hay entre mi historia sobre el plomo y…
¡Dios Santo! ¡Coge el quinqué!… No dejes que se apague, si puedes evitarlo… volveré a cerrar la ventana en un segundo… ¡Caramba, menudo vendaval! ¡Vaya, ya se ha apagado! ¡Te lo dije! No importa, allí está la luz de la chimenea… ya he cerrado la ventana… el pestillo estaba a medio echar. ¿Ha volado la caja de encima de la mesa? ¿Dónde demonios está? ¡Allí! La ventana ya no se volverá a abrir, la he atrancado con la barra. Es un buen truco, una vieja y anticuada barra, no hay nada como eso. Bueno, encuentra la sombrerera mientras enciendo el quinqué. ¡Malditas cerillas traicioneras! Sí, el rescoldo de la pipa es mejor… tienes que encenderlo en el fuego… no había pensado en ello… gracias… Bueno, allá vamos. Y ahora, ¿dónde está la caja? Sí, ponla en la mesa y la abriremos.
Es la primera vez que veo que el viento abre a la fuerza esa ventana, pero ha sido en parte por un descuido mío cuando la cerré la última vez. Sí, claro que escuché el grito. Pareció recorrer toda la casa antes de salir disparado por esa ventana. Eso prueba que siempre ha sido el viento y nada más, ¿verdad? Cuando no fue el viento, era mi imaginación. Siempre he sido un hombre con mucha imaginación; debo de haberlo sido también en este caso sin darme cuenta. A medida que envejecemos nos vamos conociendo mejor, ¿sabes?
Bueno, haré una excepción y tomaré un trago del Hulstkamp, ya que te estás llenando la copa. Ese viento húmedo me ha dejado helado y con mi tendencia a padecer reumatismo temo mucho exponerme a las corrientes frías, porque generalmente el frío me atenaza las articulaciones durante todo el invierno una vez que se instala dentro.
¡Por san Jorge, qué buen licor! Encenderé una pipa con tabaco fresco, ahora que ya volvemos a estar cómodos y el cuarto está caldeado; luego abriremos la caja. Me alegro tanto de que hayamos oído los dos juntos ese último grito, con la calavera aquí sobre la mesa, entre nosotros dos… Una cosa no puede estar en dos lugares distintos al mismo tiempo, y el ruido sin lugar a dudas llegó del exterior, como si fuera el viento que soplaba fuera. ¿Crees que oíste el grito por esta habitación después de que la ventana se abriera de golpe? Oh sí, yo también, pero es bastante normal estando la ventana abierta. Por supuesto, lo que oímos fue el viento. ¿Qué otra cosa podría ser?
Mira aquí, por favor. Quiero que veas que el lacre del sello está intacto antes de abrir la caja los dos juntos. ¿Quieres usar mis gafas? Ah, no, tienes las tuyas. De acuerdo. El sello está entero, como ves, y puedes leer las palabras del lema claramente. «Dulce y leve»… es decir… según el poema que sigue con «Viento del mar de Occidente», y luego «infla sus velas en mi dirección», y todo lo demás. Aquí está el sello, en la cadena de mi reloj, de donde cuelga desde hace más de cuarenta años. Mi pobre esposa me lo regaló cuando la cortejaba y nunca tuve otro. Eran muy propias de ella, esas palabras… siempre le gustó Tennyson.
No sirve de nada cortar el cordel, porque está atado a la caja, así que simplemente romperé el lacre y desharé el nudo, y después lo sellaremos otra vez. Verás, me gusta asegurarme de que esta cosa permanece segura en su sitio, y de que nadie la puede sacar de aquí. Y no es que sospeche que Trehearn haya estado trasteando con ella, pero siempre tengo la impresión de que ese hombre sabe bastante más de lo que cuenta.
¿Ves? He logrado abrirla sin romper el cordel, aunque cuando lo até la última vez no imaginé que volvería a abrir la caja. La tapa se abre fácilmente. ¡Ya! ¡Mira ahora!
¿Qué? ¿No hay nada dentro? ¿Vacía? ¡Ha desaparecido, amigo mío, la calavera ha desaparecido!
*** *** ***
No, no me ocurre nada. Sólo intento aclararme las ideas. Es tan extraño. Estoy totalmente seguro de que estaba aquí dentro cuando le puse el sello la pasada primavera. Jamás lo hubiera imaginado: es totalmente imposible. Si tomara una copa con algún amigo de vez en cuando, admito que podría haber cometido algún error estúpido si hubiera bebido demasiado. Pero nunca lo hago, ni jamás lo hice. Una pinta de cerveza durante la cena y medio trago de ron a la hora de acostarme es lo máximo que bebo en mis mejores días. ¡Creo que siempre somos nosotros los hombres sobrios los que padecemos reumatismo y gota! Sin embargo, estaba mi sello, y ahí está la sombrerera vacía. Eso está suficientemente claro.
Vaya, esto no me gusta nada. No está bien. Creo que hay algo que no encaja en todo esto. No te esfuerces en hablarme de manifestaciones sobrenaturales, porque no creo en ellas, ¡en absoluto! Alguien debió robar la calavera y volver a estampar el sello. En ocasiones, cuando salgo a trabajar al jardín en verano dejo el reloj y la cadena sobre la mesa. Trehearn probablemente cogió el sello en ese momento, y lo usó, porque estaba seguro de que yo no iría a por él al menos en media hora.
Si no fue Trehearn… ¡Oh, ni me hables sobre la posibilidad de que esa cosa haya salido por sus propios medios! Si es así, debe estar en algún lugar de la casa, en alguna esquina recóndita, esperando. Podríamos toparnos con ella en cualquier lugar, esperándonos… simplemente esperando en la oscuridad. Y luego me gritará; me chillará en la oscuridad, ¡porque me odia, te lo juro!
La sombrerera está vacía. No estamos soñando, ninguno de los dos. Espera, le daré la vuelta.
¿Qué es eso? Ha caído algo cuando le he dado la vuelta. Está en el suelo, está cerca de tus pies, sé que está ahí, y debemos encontrarlo. Ayúdame a encontrarlo, amigo. ¿Lo tienes? ¡Por todos los santos, dámelo, rápido!
¡Plomo! Lo supe cuando lo escuché caer. Supe que no podía ser otra cosa por el ruido amortiguado que hizo sobre el tapete junto a la chimenea. Así que, después de todo, se trataba de plomo… y Luke lo hizo.
Me siento un poco conmocionado… no estoy exactamente nervioso, ¿sabes?, sólo conmocionado, esa es la verdad. Supongo que cualquiera lo estaría. Después de todo, no puedes decir que tenga miedo a esa cosa, porque yo mismo subí y la bajé… o, al menos, creí que la estaba bajando, lo cual para el caso significa lo mismo y, por san Jorge, antes que dejarme llevar por tanto estúpido sinsentido, estoy dispuesto a volver a llevar la caja arriba y colocarla en su lugar. No es eso. Es la certeza de que la pobre mujer murió de esa manera, por mi culpa, porque conté la historia. Eso es lo que resulta tan espantoso. En cualquier caso, siempre tuve la esperanza de que jamás pudiera confirmarlo, pero ahora no hay forma posible de negarlo. ¡Mira eso!
¡Míralo! Ese pequeño pedazo de plomo informe. ¡Piensa en lo que hizo, amigo mío! ¿No te hace temblar? Le suministró algo para hacerla dormir, por supuesto, pero debió de llegar un momento de terrible agonía. Imagina que penetrase plomo derretido en tu cerebro. Piensa en ello. La mujer murió antes de poder gritar, pero sólo piensa en… ¡Oh! Ahí se oye de nuevo… está fuera… sé que está fuera… ¡No puedo sacarme ese sonido de la cabeza!… ¡Oh!… ¡Oh!
*** *** ***
¿Pensaste que me había desmayado? No, ojalá lo hubiera hecho, así habría parado antes esta agonía. Está muy bien eso de decir que es sólo un ruido, y que un ruido nunca ha matado a nadie… pero tú mismo estás más pálido que una mortaja. Sólo nos falta hacer una cosa si queremos pegar ojo esta noche. Debemos encontrarla y ponerla de nuevo en la sombrerera y encerrarla en el armario, donde le gusta estar. No sé cómo ha salido, pero quiere volver a entrar. Por eso grita de forma tan horrible esta noche… Nunca la había oído gritar así… nunca desde la primera vez que…
¿Enterrarla? Sí, si la encontramos la enterraremos, aunque nos lleve toda la noche. La enterraremos a dos metros bajo tierra y presionaremos la tierra sobre ella con tanta fuerza que no pueda salir nunca más, y si grita, apenas podremos escucharla a tanta profundidad. Rápido, cogeremos el farol y la buscaremos. No puede estar muy lejos; estoy seguro de que está fuera, ahí mismo… iba a entrar cuando cerré la ventana, lo sé.
Sí, tienes razón. Estoy enloqueciendo y debo calmarme. No me hables durante un par de minutos; me quedaré sentado en silencio y cerraré los ojos y repetiré algo que sepa de memoria. Esa es la mejor manera.
«Súmese la altitud, la latitud y la distancia polar, divídase por dos y réstese la altitud de la mitad del total; luego, súmese el logaritmo de la secante de la latitud, la cosecante de la distancia polar, el coseno de la mitad de la suma y el seno de la mitad de la suma menos la altitud…» ¡Ya está! No digas que me estoy volviendo loco, porque mi memoria está en perfecto estado, ¿lo ves?
Por supuesto, podrías decirme que es algo mecánico, y que nunca olvidamos las cosas que aprendemos de pequeños y usamos casi todos los días durante nuestra vida. Pero de eso se trata. Cuando un hombre enloquece, es esa parte mecánica de la mente la que se estropea y no funciona como debería; recuerda cosas que nunca ocurrieron, o ve cosas que no son reales, o escucha ruidos cuando hay un silencio total. Y eso no es lo que nos ocurre a ninguno de los dos, ¿verdad?
Ven, cogeremos el farol y daremos una vuelta alrededor de la casa. No está lloviendo… sólo hace un viento que se lleva volando hasta las botas viejas, como solíamos decir en alta mar. El farol está en el armario bajo las escaleras del vestíbulo, y siempre lo guardo preparado y listo para el caso de que haya un naufragio.
¿Que no sirve de nada ir a buscar el farol? No entiendo por qué dices eso. Fue una tontería hablar de enterrarla, claro está, porque no quiere ser enterrada; quiere regresar a su sombrerera y que la llevemos al piso de arriba, ¡pobrecilla! Trehearn la sacó, lo sé, y volvió a marcar el sello. Tal vez se la llevó al cementerio, y quizás tenía buenas intenciones. Me atrevería a decir que pensó que no volvería a gritar si se enterraba en tierra consagrada, cerca de donde debería yacer. Pero la calavera ha regresado a casa. Sí, eso es. No es un mal tipo después de todo este Trehearn, y creo que es bastante religioso. ¿No te parece que suena natural, razonable y bien intencionado? Él supuso que esta cosa gritaba porque no había recibido un enterramiento digno… junto al resto del cuerpo. Pero se equivocó. ¿Cómo iba a saber que esa cosa me grita porque me odia, y porque es culpa mía que hubiera un trozo de plomo dentro?
¿Que no sirve de nada buscarla? ¡Tonterías! Te aseguro que quiere que la encontremos… ¡Demonios! ¿Qué son esos golpes? ¿Los has oído? Pam, pam, pam… tres veces, luego una pausa, y luego otra vez. Sonaba a hueco, ¿verdad?
Ha regresado a casa. Ya he oído ese tipo de golpe antes. Quiere entrar y que la subamos arriba, hasta su caja. Está en la puerta principal.
¿Te importaría venir conmigo? La meteremos dentro. Sí, reconozco que no me apetece ir solo y abrir la puerta. Esa cosa entrará rodando y se parará junto a mi pie, como ya lo hizo en otra ocasión, y la luz se apagará. Ya estoy demasiado conmocionado por haber encontrado ese trozo de plomo y, además, mi corazón no está del todo bien… demasiado tabaco negro, tal vez. Además, no me importa reconocer que estoy un poco nervioso esta noche, como nunca lo he estado en toda mi vida.
¡Eso es, acompáñame! Llevaré la caja, así no tengo que regresar a cogerla. ¿Escuchas los golpes? No se parece a ningún otro sonido que haya podido escuchar antes. Si no te importa sujetar esta puerta abierta, así puedo ir a buscar el farol que está debajo de las escaleras con la luz que sale de este cuarto y sin tener que sacar el quinqué al vestíbulo… se apagaría.
La criatura sabe que nos estamos acercando… ¡Diantre! Qué prisa tiene por entrar. Hagas lo que hagas, no dejes que se cierre esa puerta hasta que el farol esté encendido. Probablemente vuelva a tener el problema de siempre con las cerillas… ¡No, a la primera, por Júpiter! No hay duda de que quiere entrar, así que no provoca ningún problema. Cuidado con esa puerta ahora; ciérrala, por favor. Ven y sujeta el farol, porque sopla el viento con tanta fuerza allá fuera que voy a tener que usar las dos manos. Eso es, mantén la luz baja. ¿Escuchas todavía los golpes? Allá vamos… Abriré sólo un poco y sujetaré la puerta por abajo con el pie… ¡Ahora!
¡Cógela! Es sólo el viento que la arrastra por el suelo, eso es todo… ¡Hay un huracán ahí fuera, te lo aseguro! ¿La tienes? La sombrerera está encima de la mesa. Un minuto y volveré a colocar la barra. ¡Ya está!
¿Por qué la has lanzado tan bruscamente a la caja? Eso no debe de haberle gustado nada, ¿sabes?
¿Qué dices? ¿Que te ha mordido la mano? ¡Eso son tonterías, amigo! Has hecho lo mismo que hice yo. Has presionado las mandíbulas cerrándolas con la otra mano y te has pellizcado. Déjame ver. ¿No me estarás diciendo que estás sangrando? Debes de haberte pellizcado con mucha fuerza, por Júpiter, porque tienes la piel totalmente desgarrada. Te pondré una solución de fenol antes de que te vayas a dormir; dicen que si te rasgas la piel con el diente de una calavera puede infectarse y causar problemas.
Entra otra vez y déjame verlo bajo la luz de la lámpara. Traeré la sombrerera… olvídate del farol, que se consuma en el vestíbulo, más tarde lo necesitaré para subir arriba. Sí, cierra la puerta si no te importa; hace el salón más acogedor e iluminado. ¿Te sangra todavía el dedo? Te traeré el fenol en un segundo; sólo permíteme que eche un vistazo a la criatura.
¡Puaj! Hay una gota de sangre en la mandíbula superior. Está en el colmillo. Es espantoso, ¿verdad? Cuando la vi rodando por el suelo del vestíbulo casi perdí toda la fuerza de las manos y noté que se me doblaban las rodillas; entonces entendí que era el vendaval lo que hacía que rodara por el parqué pulido. ¿No te extraña? ¡No, claro que no! Crecimos juntos, y hemos visto los dos más de un par de cosas, y ya puestos podríamos reconocer abiertamente que los dos nos pusimos histéricos cuando esa cosa rodó por el suelo hacia ti. No me sorprende que te pellizcaras el dedo al recogerla, después de todo yo hice lo mismo por puro nerviosismo, a plena luz del día, y con el sol derramándose sobre mí.
Es extraño que la mandíbula encaje tan ajustadamente, ¿verdad? Supongo que se deberá a la humedad, porque se cierra como un torno… He limpiado la gota de sangre, no era agradable contemplarla. No voy a intentar abrir las mandíbulas, ¡no temas! No voy a gastar bromas con esta pobre cosa, simplemente volveré a sellar la caja y la llevaremos arriba y la colocaremos donde quiere estar. El lacre está en el escritorio junto a la ventana. Gracias. Pasará mucho tiempo antes de que vuelva a dejar mi sello por ahí tirado y correr el riesgo de que Trehearn lo use, no lo dudes. ¿Una explicación? Yo no explico los fenómenos naturales, pero si lo prefieres, podemos suponer que Trehearn la escondió en algún lugar entre los matorrales y que el vendaval la hizo rodar hasta la puerta principal de la casa, e hizo que golpeara en ella como si quisiera entrar. No estaríamos suponiendo algo imposible y estoy bastante dispuesto a darte la razón.
¿Lo ves? En esta ocasión puedes confirmar que me has visto sellar la caja con tus propios ojos, en caso de que algo parecido vuelva a suceder. El lacre sujeta el cordel a la tapa, que no puede ser levantada ni tan siquiera para introducir un dedo. Estás lo bastante convencido, ¿verdad? Sí. Además, cerraré el armario y a partir de ahora llevaré la llave en mi bolsillo en todo momento.
Ahora podemos coger el farol y subir las escaleras. ¿Sabes? Me inclino a aceptar tu teoría acerca de que el viento pudo hacerla rodar hasta la casa. Yo iré delante, conozco estas escaleras; sólo sujeta el farol cerca de mis pies mientras subimos. ¡Menudos aullidos y silbidos produce el viento! ¿Notaste la arena en el suelo y bajo tus zapatos cuando cruzamos el vestíbulo?
Sí… esta es la puerta de la alcoba principal. Levanta el farol, por favor. A este lado del cabecero de la cama. Dejé el armario abierto antes cuando saqué la caja. ¿No es extraño que ese sutil olor a ropa de mujer permanezca en un viejo armario durante años? Éste es el estante. Me has visto colocar la caja ahí y ahora me verás girar la llave y ponerla en mi bolsillo. ¡Y ya está todo!
*** *** ***
Buenas noches. ¿Estás seguro de que estás suficientemente cómodo? No es un cuarto muy grande, pero me atrevería a decir que esta noche prefieres dormir aquí más que allí arriba. Si te hace falta algo, grita, sólo nos separa una pared de maderos y escayola. Aquí prácticamente no se oye el fuerte viento. Hay Hollands en la mesa, por si deseas tomar la última antes de dormir. ¿No? Bueno, como gustes. Buenas noches de nuevo, e intenta no soñar con esa cosa, si puedes evitarlo.
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El siguiente párrafo apareció en el diario Penraddon News el 23 de noviembre de 1906:
MISTERIOSA MUERTE DE UN CAPITÁN RETIRADO
La población de Tredcombe se ha visto sorprendida por la misteriosa muerte del capitán Charles Braddock y circulan todo tipo de historias inverosímiles sobre las circunstancias de la muerte, la cual es realmente difícil de explicar. El capitán retirado, que gobernó con éxito en sus años de marino los cruceros más grandes y veloces de una de las compañías navieras transatlánticas más importantes, fue hallado muerto en su cama el martes por la mañana, en su propia casa situada a unos cuatrocientos metros del pueblo. El forense local realizó un minucioso examen del cadáver, el cual reveló el terrible hecho de que el fallecido había sido mordido en la garganta por un agresor humano, con tal fuerza que le aplastó la tráquea y le causó la muerte. Las marcas de los dientes de ambas mandíbulas se podían ver tan claramente sobre la piel que estos podían ser contados, pero el asaltante que llevó a cabo la agresión parece carecer de los dos incisivos inferiores. Se espera que dicha característica ayude a identificar al asesino, que sólo puede tratarse de un peligroso demente fugado. Se cuenta que el fallecido, a pesar de tener más de sesenta y cinco años de edad, era un hombre sano y de considerable fuerza física, por lo que resulta aún más sorprendente que no se encontraran signos de lucha en la estancia, ni que pudiera averiguarse cómo entró el asesino en la casa. Se ha enviado un aviso a todos los manicomios del Reino Unido, pero hasta el momento no se ha recibido ninguna información acerca de una fuga por parte de algún paciente peligroso.
El informe del forense presentó el singular veredicto en el que se afirma que el capitán Braddock murió «a manos o dientes de alguna persona desconocida». Se comenta que el cirujano local expresó en privado su opinión de que el maníaco es una mujer, conclusión a la que ha llegado por el pequeño tamaño de las mandíbulas, según muestran las marcas de los dientes. Todo este asunto está envuelto en el misterio. El capitán Braddock era viudo y vivía solo. No tenía hijos.
[Nota — Los estudiosos del folclore de fantasmas y casas encantadas encontrarán los fundamentos principales de la anterior historia en la leyenda de una calavera que todavía se conserva en la granja de Bettiscombe Manor, situada, creo, en la costa de Dorsetshire.]
FIN
