Emilia Pardo Bazán: «Las desnudas»
Una tarde gris, en el campo, mientras las primeras hojas que arranca el vendaval de otoño caían blandamente a nuestros pies, recuerdo que, predispuestos a la melancolía y a la
Una tarde gris, en el campo, mientras las primeras hojas que arranca el vendaval de otoño caían blandamente a nuestros pies, recuerdo que, predispuestos a la melancolía y a la
El vicio del juego me dominaba. Cuando digo «el vicio del juego», debo advertir que yo no lo creía tal vicio, ni menos entendía que la ley pudiese reprimirlo sin
Alberto Miravalle, excelente muchacho, no tenía más que un defecto: creía que todas las mujeres se morían por él. De tal convencimiento, nacido de varias conquistas del género fácil, resultaba
A Campoamor Muerta «ella»; tendida, inerte, en el horrible ataúd de barnizada caoba que aún me parecía ver con sus doradas molduras de antipático brillo, ¿qué me restaba en el
Yendo una tardecita de paseo por las calles de la ciudad, vi en el suelo un objeto rojo; me bajé: era un sangriento y vivo corazón que recogí cuidadosamente. «Debe
Fría, glacial era la noche. El viento silbaba medroso y airado, la lluvia caía tenaz, ya en ráfagas, ya en fuertes chaparrones; y las dos o tres veces que Marta