Horacio Quiroga: La guerra de los yacarés (Cuento-Resumen-Análisis)

En «La guerra de los yacarés», cuento de Horacio Quiroga, un grupo de yacarés vive tranquilamente en su río hasta que un ruido extraño interrumpe su paz. Pronto descubren que un gran barco ha llegado a sus aguas, causando preocupación y caos. Los yacarés, liderados por un viejo sabio, deciden unirse para enfrentar esta nueva amenaza, utilizando su ingenio y fuerza para proteger su hogar y asegurar su supervivencia. En esta lucha recibirán la inesperada ayuda de un surubí que parece tener la solución a sus problemas.

Horacio Quiroga - La guerra de los yacarés

La guerra de los yacarés

Horacio Quiroga
(Cuento completo)

En un río muy grande, en un país desierto donde nunca había estado el hombre, vivían muchos yacarés. Eran más de cien o más de mil. Comían peces, bichos que iban a tomar agua al río, pero sobre todo peces. Dormían la siesta en la arena de la orilla, y a veces jugaban sobre el agua cuando había noches de luna.

Todos vivían muy tranquilos y contentos. Pero una tarde, mientras dormían la siesta, un yacaré se despertó de golpe y levantó la cabeza porque creía haber sentido ruido. Prestó oídos y lejos, muy lejos, oyó efectivamente un ruido sordo y profundo. Entonces llamó al yacaré que dormía a su lado.

—¡Despiértate! —le dijo—. Hay peligro.

—¿Qué cosa? —respondió el otro, alarmado.

—No sé —contestó el yacaré que se había despertado primero—. Siento un ruido desconocido.

El segundo yacaré oyó el ruido a su vez, y en un momento despertaron a los otros. Todos se asustaron y corrían de un lado para otro con la cola levantada.

Y no era para menos su inquietud, porque el ruido crecía, crecía. Pronto vieron como una nubecita de humo a lo lejos, y oyeron un ruido de chas-chas en el río como si golpearan el agua muy lejos.

Los yacarés se miraban unos a otros: ¿qué podía ser aquello?

Pero un yacaré viejo y sabio, el más sabio y viejo de todos, un viejo yacaré a quien no quedaban sino dos dientes sanos en los costados de la boca, y que había hecho una vez un viaje hasta el mar, dijo de repente:

—¡Yo sé lo que es! ¡Es una ballena! ¡Son grandes y echan agua blanca por la nariz! El agua cae para atrás.

Al oír esto, los yacarés chiquitos comenzaron a gritar como locos de miedo, zambullendo la cabeza. Y gritaban:

—¡Es una ballena! ¡Ahí viene la ballena!

Pero el viejo yacaré sacudió de la cola al yacarecito que tenía más cerca.

—¡No tengan miedo! —les gritó—. ¡Yo sé lo que es la ballena! ¡Ella tiene miedo de nosotros! ¡Siempre tiene miedo!

Con lo cual los yacarés chicos se tranquilizaron. Pero enseguida volvieron a asustarse, porque el humo gris se cambió de repente en humo negro, y todos sintieron bien fuerte ahora el chas-chas-chas en el agua. Los yacarés, espantados, se hundieron en el río, dejando solamente fuera los ojos y la punta de la nariz. Y así vieron pasar delante de ellos aquella cosa inmensa, llena de humo y golpeando el agua, que era un vapor de ruedas que navegaba por primera vez por aquel río.

El vapor pasó, se alejó y desapareció. Los yacarés entonces fueron saliendo del agua, muy enojados con el viejo yacaré, porque los había engañado, diciéndoles que eso era una ballena.

—¡Eso no es una ballena! —le gritaron en las orejas, porque era un poco sordo—. ¿Qué es eso que pasó?

El viejo yacaré les explicó entonces que era un vapor, lleno de fuego, y que los yacarés se iban a morir todos si el buque seguía pasando. Pero los yacarés se echaron a reír, porque creyeron que el viejo se había vuelto loco. ¿Por qué se iban a morir ellos si el vapor seguía pasando? ¡Estaba bien loco el pobre yacaré viejo!

Y como tenían hambre, se pusieron a buscar peces.

Pero no había ni un pez. No encontraron un solo pez. Todos se habían ido, asustados por el ruido del vapor. No había más peces.

—¿No les decía yo? —dijo entonces el viejo yacaré—. Ya no tenemos nada que comer. Todos los peces se han ido. Esperemos hasta mañana. Puede ser que el vapor no vuelva más, y los peces volverán cuando no tengan más miedo.

Pero al día siguiente sintieron de nuevo el ruido en el agua, y vieron pasar de nuevo al vapor, haciendo mucho ruido y largando tanto humo que oscurecía el cielo.

—Bueno —dijeron entonces los yacarés—; el buque pasó ayer, pasó hoy, y pasará mañana. Ya no habrá más peces ni bichos que vengan a tomar agua, y nos moriremos de hambre. Hagamos entonces un dique.

—¡Sí, un dique! ¡Un dique! —gritaron todos, nadando a toda fuerza hacia la orilla—. ¡Hagamos un dique!

Enseguida se pusieron a hacer el dique. Fueron todos al bosque y echaron abajo más de diez mil árboles, sobre todo lapachos y quebrachos, porque tienen la madera muy dura… Los cortaron con la especie de serrucho que los yacarés tienen encima de la cola; los empujaron hasta el agua, y los clavaron a todo lo ancho del río, a un metro uno del otro. Ningún buque podía pasar por allí, ni grande ni chico. Estaban seguros de que nadie vendría a espantar los peces. Y como estaban muy cansados, se acostaron a dormir en la playa.

Al otro día dormían todavía cuando oyeron el chas-chas-chas del vapor. Todos oyeron, pero ninguno se levantó ni abrió los ojos siquiera. ¿Qué les importaba el buque? Podía hacer todo el ruido que quisiera, por allí no iba a pasar.

En efecto: el vapor estaba muy lejos todavía cuando se detuvo. Los hombres que iban adentro miraron con anteojos aquella cosa atravesada en el río y mandaron un bote a ver qué era aquello que les impedía pasar. Entonces los yacarés se levantaron y fueron al dique, y miraron por entre los palos, riéndose del chasco que se había llevado el vapor.

El bote se acercó, vio el formidable dique que habían levantado los yacarés y se volvió al vapor. Pero después volvió otra vez al dique, y los hombres del bote gritaron:

—¡Eh, yacarés!

—¡Qué hay! —respondieron los yacarés, sacando la cabeza por entre los troncos del dique.

—¡Nos está estorbando eso! —continuaron los hombres.

—¡Ya lo sabemos!

—¡No podemos pasar!

—¡Es lo que queremos!

—¡Saquen el dique!

—¡No lo sacamos!

Los hombres del bote hablaron un rato en voz baja entre ellos y gritaron después:

—¡Yacarés!

—¿Qué hay? —contestaron ellos.

—¿No lo sacan?

—¡No!

—¡Hasta mañana, entonces!

—¡Hasta cuando quieran!

Y el bote volvió al vapor, mientras los yacarés, locos de contento, daban tremendos colazos en el agua. Ningún vapor iba a pasar por allí y siempre, siempre, habría peces.

Pero al día siguiente volvió el vapor, y cuando los yacarés miraron el buque, quedaron mudos de asombro: ya no era el mismo buque. Era otro, un buque de color ratón, mucho más grande que el otro. ¿Qué nuevo vapor era ése? ¿Ése también quería pasar? No iba a pasar, no. ¡Ni ése, ni otro, ni ningún otro!

—¡No, no va a pasar! —gritaron los yacarés, lanzándose al dique, cada cual a su puesto entre los troncos.

El nuevo buque, como el otro, se detuvo lejos, y también como el otro bajó un bote que se acercó al dique.

Dentro venían un oficial y ocho marineros. El oficial gritó:

—¡Eh, yacarés!

—¡Qué hay! —respondieron éstos.

—¿No sacan el dique?

—No…

—¿No?

—¡No!

—Está bien —dijo el oficial—. Entonces lo vamos a echar a pique a cañonazos.

—¡Echen! —contestaron los yacarés.

Y el bote regresó al buque.

Ahora bien, ese buque de color ratón era un buque de guerra, un acorazado, con terribles cañones. El viejo yacaré sabio, que había ido una vez hasta el mar, se acordó de repente y apenas tuvo tiempo de gritar a los otros yacarés:

—¡Escóndanse bajo el agua! ¡Ligero! ¡Es un buque de guerra! ¡Cuidado! ¡Escóndanse!

Los yacarés desaparecieron en un instante bajo el agua y nadaron hacia la orilla, donde quedaron hundidos, con la nariz y los ojos únicamente fuera del agua. En ese mismo momento, del buque salió una gran nube blanca de humo, sonó un terrible estampido, y una enorme bala de cañón cayó en pleno dique, justo en el medio. Dos o tres troncos volaron hechos pedazos, y enseguida cayó otra bala, y otra y otra más, y cada una hacía saltar por el aire en astillas un pedazo de dique, hasta que no quedó nada del dique. Ni un tronco, ni una astilla, ni una cáscara.

Todo había sido deshecho a cañonazos por el acorazado. Y los yacarés, hundidos en el agua, con los ojos y la nariz solamente afuera, vieron pasar el buque de guerra, silbando a toda fuerza.

Entonces los yacarés salieron del agua y dijeron:

—Hagamos otro dique mucho más grande que el otro.

Y en esa misma tarde y esa noche misma hicieron otro dique, con troncos inmensos. Después se acostaron a dormir, cansadísimos, y estaban durmiendo todavía al día siguiente cuando el buque de guerra llegó otra vez, y el bote se acercó al dique.

—¡Eh, yacarés! —gritó el oficial.

—¡Qué hay! —respondieron los yacarés.

—¡Saquen ese otro dique!

—¡No lo sacamos!

—¡Lo vamos a deshacer a cañonazos como al otro!

—¡Deshagan… si pueden!

Y hablaban así con orgullo porque estaban seguros de que su nuevo dique no podría ser deshecho ni por todos los cañones del mundo.

Pero un rato después el buque volvió a llenarse de humo, y con un horrible estampido la bala reventó en el medio del dique, porque esta vez habían tirado con granada. La granada reventó contra los troncos, hizo saltar, despedazó, redujo a astillas las enormes vigas. La segunda reventó al lado de la primera y otro pedazo de dique voló por el aire. Y así fueron deshaciendo el dique. Y no quedó nada del dique; nada, nada. El buque de guerra pasó entonces delante de los yacarés, y los hombres les hacían burlas tapándose la boca.

—Bueno —dijeron entonces los yacarés, saliendo del agua—. Vamos a morir todos, porque el buque va a pasar siempre y los peces no volverán.

Y estaban tristes, porque los yacarés chiquitos se quejaban de hambre.

El viejo yacaré dijo entonces:

—Todavía tenemos una esperanza de salvarnos. Vamos a ver al Surubí. Yo hice el viaje con él cuando fui hasta el mar, y tiene un torpedo. Él vio un combate entre dos buques de guerra, y trajo hasta aquí un torpedo que no reventó. Vamos a pedírselo, y aunque está muy enojado con nosotros los yacarés, tiene buen corazón y no querrá que muramos todos.

El hecho es que antes, muchos años antes, los yacarés se habían comido a un sobrinito del Surubí, y éste no había querido tener más relaciones con los yacarés. Pero a pesar de todo fueron corriendo a ver al Surubí, que vivía en una gruta grandísima en la orilla del río Paraná, y que dormía siempre al lado de su torpedo. Hay surubíes que tienen hasta dos metros de largo y el dueño del torpedo era uno de éstos.

—¡Eh, Surubí! —gritaron todos los yacarés desde la entrada de la gruta, sin atreverse a entrar por aquel asunto del sobrinito.

—¿Quién me llama? —contestó el Surubí.

—¡Somos nosotros, los yacarés!

—¡No tengo ni quiero tener relación con ustedes! —respondió el Surubí, de mal humor.

Entonces el viejo yacaré se adelantó un poco en la gruta y dijo:

—¡Soy yo, Surubí! ¡Soy tu amigo el yacaré que hizo contigo el viaje hasta el mar!

Al oír esa voz conocida, el Surubí salió de la gruta.

—¡Ah, no te había conocido! —le dijo cariñosamente a su viejo amigo—. ¿Qué quieres?

—Venimos a pedirte el torpedo. Hay un buque de guerra que pasa por nuestro río y espanta a los peces. Es un buque de guerra, un acorazado. Hicimos un dique, y lo echó a pique. Hicimos otro, y lo echó también a pique. Los peces se han ido, y nos moriremos de hambre. Danos el torpedo, y lo echaremos a pique a él.

El Surubí, al oír esto, pensó un largo rato, y después dijo:

—Está bien; les prestaré el torpedo, aunque me acuerdo siempre de lo que hicieron con el hijo de mi hermano. ¿Quién sabe hacer reventar el torpedo?

Ninguno sabía, y todos callaron.

—Está bien —dijo el Surubí, con orgullo—, yo lo haré reventar. Yo sé hacer eso.

Organizaron entonces el viaje. Los yacarés se ataron todos unos con otros; de la cola de uno al cuello del otro; de la cola de éste al cuello de aquél, formando así una larga cadena de yacarés que tenía más de una cuadra. El inmenso Surubí empujó el torpedo hacia la corriente y se colocó bajo él, sosteniéndolo sobre el lomo para que flotara. Y como las lianas con que estaban atados los yacarés uno detrás de otro se habían concluido, el Surubí se prendió con los dientes de la cola del último yacaré, y así emprendieron la marcha. El Surubí sostenía el torpedo, y los yacarés tiraban, corriendo por la costa. Subían, bajaban, saltaban por sobre las piedras, corriendo siempre y arrastrando al torpedo, que levantaba olas como un buque por la velocidad de la corrida. Pero a la mañana siguiente, bien temprano, llegaban al lugar donde habían construido su último dique, y comenzaron enseguida otro, pero mucho más fuerte que los anteriores, porque por consejo del Surubí colocaron los troncos bien juntos, uno al lado del otro. Era un dique realmente formidable.

Hacía apenas una hora que acababan de colocar el último tronco del dique, cuando el buque de guerra apareció otra vez, y el bote con el oficial y ocho marineros se acercó de nuevo al dique. Los yacarés se treparon entonces por los troncos y asomaron la cabeza del otro lado.

—¡Eh, yacarés! —gritó el oficial.

—¡Qué hay! —respondieron los yacarés.

—¿Otra vez el dique?

—¡Sí, otra vez!

—¡Saquen ese dique!

—¡Nunca!

—¿No lo sacan?

—¡No!

—Bueno; entonces, oigan —dijo el oficial—: Vamos a deshacer este dique, y para que no quieran hacer otro los vamos a deshacer después a ustedes, a cañonazos. No va a quedar ni uno solo vivo… ni grandes, ni chicos, ni gordos, ni flacos, ni jóvenes, ni viejos, como ese viejísimo yacaré que veo allí, y que no tiene sino dos dientes en los costados de la boca.

El viejo y sabio yacaré, al ver que el oficial hablaba de él y se burlaba, le dijo:

—Es cierto que no me quedan sino pocos dientes, y algunos rotos. ¿Pero usted sabe qué van a comer mañana estos dientes? —añadió, abriendo su inmensa boca.

—¿Qué van a comer, a ver? —respondieron los marineros.

—A ese oficialito —dijo el yacaré y se bajó rápidamente de su tronco.

Entretanto, el Surubí había colocado su torpedo bien en medio del dique, ordenando a cuatro yacarés que lo agarraran con cuidado y lo hundieran en el agua hasta que él les avisara. Así lo hicieron. Enseguida, los demás yacarés se hundieron a su vez cerca de la orilla, dejando únicamente la nariz y los ojos fuera del agua. El Surubí se hundió al lado de su torpedo.

De repente el buque de guerra se llenó de humo y lanzó el primer cañonazo contra el dique. La granada reventó justo en el centro del dique, e hizo volar en mil pedazos diez o doce troncos.

Pero el Surubí estaba alerta y apenas quedó abierto el agujero en el dique, gritó a los yacarés que estaban bajo el agua sujetando el torpedo:

—¡Suelten el torpedo! ¡Ligero, suelten!

Los yacarés soltaron, y el torpedo vino a flor de agua.

En menos del tiempo que se necesita para contarlo, el Surubí colocó el torpedo bien en el centro del boquete abierto, apuntando con un solo ojo, y poniendo en movimiento el mecanismo del torpedo, lo lanzó contra el buque.

¡Ya era tiempo! En ese instante el acorazado lanzaba su segundo cañonazo y la granada iba a reventar entre los palos, haciendo saltar en astillas otro pedazo del dique.

Pero el torpedo llegaba ya al buque, y los hombres que estaban en él lo vieron: es decir, vieron el remolino que hace en el agua un torpedo. Dieron todos un gran grito de miedo y quisieron mover el acorazado para que el torpedo no lo tocara.

Pero era tarde; el torpedo llegó, chocó con el inmenso buque bien en el centro, y reventó.

No es posible darse cuenta del terrible ruido con que reventó el torpedo. Reventó, y partió el buque en quince mil pedazos; lanzó por el aire, a cuadras y cuadras de distancia, chimeneas, máquinas, cañones, lanchas, todo.

Los yacarés dieron un grito de triunfo y corrieron como locos al dique. Desde allí vieron pasar por el agujero abierto por la granada a los hombres muertos, heridos y algunos vivos que la corriente del río arrastraba.

Se treparon amontonados en los dos troncos que quedaban a ambos lados del boquete y cuando los hombres pasaban por allí, se burlaban tapándose la boca con las patas.

No quisieron comer a ningún hombre, aunque bien lo merecían. Sólo cuando pasó uno que tenía galones de oro en el traje y que estaba vivo, el viejo yacaré se lanzó de un salto al agua, y ¡tac! en dos golpes de boca se lo comió.

—¿Quién es ése? —preguntó un yacarecito ignorante.

—Es el oficial —le respondió el Surubí—. Mi viejo amigo le había prometido que lo iba a comer, y se lo ha comido.

Los yacarés sacaron el resto del dique, que para nada servía ya, puesto que ningún buque volvería a pasar por allí. El Surubí, que se había enamorado del cinturón y los cordones del oficial, pidió que se los regalaran, y tuvo que sacárselos de entre los dientes al viejo yacaré, pues habían quedado enredados allí. El Surubí se puso el cinturón, abrochándolo por bajo las aletas, y del extremo de sus grandes bigotes prendió los cordones de la espada. Como la piel del Surubí es muy bonita, y las manchas oscuras que tiene se parecen a las de una víbora, el Surubí nadó una hora pasando y repasando ante los yacarés, que lo admiraban con la boca abierta.

Los yacarés lo acompañaron luego hasta su gruta, y le dieron las gracias infinidad de veces. Volvieron después a su paraje. Los peces volvieron también, los yacarés vivieron y viven todavía muy felices, porque se han acostumbrado al fin a ver pasar vapores y buques que llevan naranjas.

Pero no quieren saber nada de buques de guerra.

FIN

Resumen y análisis

Resumen de La guerra de los yacarés de Horacio Quiroga

En un remoto río, habitaban numerosos yacarés que vivían en armonía, alimentándose principalmente de peces. Su tranquilidad se ve interrumpida una tarde cuando uno de ellos percibe un ruido desconocido y preocupante en la distancia. El viejo y sabio yacaré, que había visto mucho en su larga vida, asegura que se trata de una ballena, tranquilizando a los más jóvenes. Sin embargo, lo que en realidad aparece es un vapor de ruedas, un tipo de barco que navega por el río por primera vez, causando pánico entre los yacarés y ahuyentando a los peces.

El vapor continúa pasando cada día, haciendo huir a los peces y dejando a los yacarés sin alimento. Desesperados, deciden construir un dique con troncos de árboles para detener al vapor. Tras arduo trabajo, logran construirlo y esperan con ansias la llegada del vapor al día siguiente. Cuando el vapor se encuentra con el dique, los humanos a bordo intentan negociar con los yacarés para que lo quiten, pero estos se niegan rotundamente.

Al día siguiente, los hombres regresan con refuerzos, un buque de guerra armado con cañones. Ante la negativa de los yacarés a retirar el dique, el buque abre fuego y destruye el dique con sus potentes cañones. Sin embargo, los yacarés no se rinden y construyen otro dique aún más robusto, pero el buque de guerra vuelve y nuevamente lo destruye.

Los yacarés, desesperados y hambrientos, deciden buscar ayuda en el Surubí, un pez gigante y amigo del viejo yacaré, que posee un torpedo. Aunque el Surubí está resentido por un antiguo conflicto, acepta ayudar y guía a los yacarés en la construcción de un tercer dique. Esta vez, los yacarés colocan el torpedo en el dique, listos para usarlo contra el buque de guerra.

Cuando el buque regresa y empieza a destruir el nuevo dique, los yacarés activan el torpedo, hundiendo el buque en una explosión devastadora. Los restos del buque y sus tripulantes son arrastrados por la corriente, y los yacarés celebran su victoria. Solo el oficial del buque, que había sido desafiado por el viejo yacaré, es devorado como venganza personal.

Finalmente, los yacarés desmontan el dique, sabiendo que ningún otro buque se atreverá a pasar por su río. Los peces regresan, y los yacarés vuelven a vivir en paz, aunque siempre vigilantes ante la posible llegada de nuevos peligros.

Personajes de La guerra de los yacarés de Horacio Quiroga

1. Los Yacarés: Los yacarés son los personajes principales del cuento, una comunidad unida y trabajadora que vive en un río aislado. Alimentándose principalmente de peces, su tranquilidad se ve interrumpida por la llegada de un vapor, y más tarde, un buque de guerra. Representan la solidaridad y la cooperación, enfrentando la amenaza externa con determinación y valentía. Su capacidad para organizarse y trabajar en equipo es crucial para su supervivencia, destacando valores esenciales que les permiten superar las adversidades.

2. El Viejo Yacaré: El viejo yacaré, el más sabio y anciano de todos, con solo dos dientes sanos y experiencia adquirida a lo largo de su vida, juega un papel crucial como líder y consejero. Su conocimiento del mundo exterior y su capacidad para mantenerse calmado y ofrecer soluciones prácticas son fundamentales. A pesar de su edad avanzada y limitada capacidad física, su relación con el Surubí y su liderazgo subrayan la importancia de la sabiduría y la experiencia en la comunidad.

3. El Surubí: El Surubí es un pez grande y poderoso que vive en una gruta y posee un torpedo, amigo del viejo yacaré aunque guarda rencor hacia los yacarés por un incidente pasado. Representa la fuerza y el conocimiento técnico, y su disposición a ayudar, a pesar del resentimiento inicial, muestra su buen corazón y sentido de justicia. Su intervención es decisiva para la supervivencia de los yacarés, subrayando la importancia de las alianzas y la reconciliación, y simbolizando cómo el ingenio y la tecnología pueden nivelar la desventaja ante una amenaza superior.

4. Los Humanos en los Buques: Los humanos, tripulantes de los buques de vapor y el buque de guerra, representan la amenaza externa y la intervención tecnológica que altera el equilibrio natural del río. Sus roles incluyen oficiales y marineros, que causan miedo y hambre entre los yacarés, desencadenando la confrontación. Vistos como intrusos arrogantes que subestiman a los yacarés y confían en su poderío militar, su derrota final a manos del torpedo muestra la vulnerabilidad de la tecnología humana ante la astucia y la determinación de la naturaleza.

5. Los Yacarés Jóvenes: Los yacarés jóvenes, inicialmente temerosos ante la amenaza del vapor, representan la inocencia y el miedo natural frente a lo desconocido. A lo largo del cuento, evolucionan de la desesperación a la acción, reflejando el crecimiento y la adaptación en tiempos de crisis. También destacan la importancia de la guía y la protección de los mayores en la comunidad, mostrando cómo los jóvenes pueden superar el miedo y contribuir al esfuerzo colectivo.

Análisis de La guerra de los yacarés de Horacio Quiroga

«La guerra de los yacarés» de Horacio Quiroga se desarrolla en un escenario natural y aislado, un gran río en una región deshabitada por humanos. Este entorno salvaje y prístino, hogar de numerosos yacarés, establece un contraste significativo con la intervención tecnológica y humana que perturba su vida pacífica. La historia es narrada en tercera persona por un narrador omnisciente, que proporciona una visión completa de las emociones y acciones de los personajes, así como de los eventos que suceden.

El cuento aborda varios temas centrales. La lucha por la supervivencia es quizás el más prominente, con los yacarés enfrentando una amenaza externa que pone en peligro su sustento y su hogar. La solidaridad y la cooperación entre los yacarés destacan como valores esenciales, mostrando cómo la comunidad se une para enfrentar y superar los desafíos. Otro tema importante es el conflicto entre la naturaleza y la tecnología humana. Los buques representan la intervención humana que altera el equilibrio natural del río, mientras que los yacarés simbolizan la resistencia de la naturaleza ante esta intrusión.

Quiroga emplea un estilo de escritura claro y descriptivo, con un tono que mezcla la aventura con la crítica social. El ritmo de la narración es dinámico, manteniendo la atención del lector a través de una serie de eventos y conflictos que escalan progresivamente. La tensión aumenta con la llegada del primer vapor y se intensifica con la aparición del buque de guerra, llevando a un clímax cuando los yacarés utilizan el torpedo para destruir al enemigo. La estructura del cuento sigue un patrón de acumulación de conflictos y resolución, lo que proporciona una narrativa fluida y emocionante.

Entre las técnicas literarias que Quiroga utiliza, destacan la personificación y el simbolismo. Los yacarés son dotados de características humanas, lo que permite al lector identificarse con ellos y comprender sus emociones y acciones. Además, el torpedo y los buques de guerra son símbolos de la tecnología y la violencia humana que irrumpen en el mundo natural. Quiroga también emplea el diálogo de manera efectiva para desarrollar la trama y caracterizar a sus personajes, especialmente en las interacciones entre los yacarés y los humanos.

El contexto histórico y cultural en el que fue escrito el cuento influye significativamente en su contenido y mensaje. Publicado en 1916, en una época de creciente industrialización y conflictos bélicos, «La guerra de los yacarés» refleja las preocupaciones de Quiroga sobre el impacto de la tecnología y la guerra en la naturaleza. La historia puede ser vista como una alegoría de la resistencia de los pueblos indígenas y las comunidades naturales frente a la explotación y destrucción provocadas por la modernización y la colonización.

«La guerra de los yacarés» es una obra fascinante de Horacio Quiroga que logra combinar magistralmente elementos de aventura, crítica social y reflexiones sobre la interacción entre la naturaleza y la tecnología humana. A través de la lucha de los yacarés por proteger su hábitat de la invasión de los buques, Quiroga nos invita a reflexionar sobre el impacto devastador de la modernización en los ecosistemas naturales y la importancia de la resistencia y la cooperación comunitaria.

La narrativa de Quiroga, llena de acción y con personajes bien definidos, mantiene al lector en suspenso desde el principio hasta el final. La tensión creada por la amenaza constante de los buques y la determinación de los yacarés para defender su hogar se desarrolla de manera fluida, atrapando la atención y el interés del lector en cada página. El cuento no solo entretiene, sino que también educa, transmitiendo valores importantes como la solidaridad, la valentía y la importancia de proteger el medio ambiente.

Además, el uso de la personificación y el simbolismo en el cuento añade una capa de profundidad que lo hace relevante tanto para lectores jóvenes como para adultos. Los yacarés, con sus características y comportamientos humanos, permiten una conexión emocional que facilita la empatía y la comprensión de los temas más complejos presentados en la historia. La presencia del Surubí y su torpedo añade un elemento de ingenio y estrategia que subraya la idea de que, incluso frente a fuerzas aparentemente insuperables, la astucia y la unidad pueden llevar a la victoria.

Para que público se recomienda La guerra de los yacarés de Horacio Quiroga

«La guerra de los yacarés» es un cuento que, debido a su estilo y contenido, puede ser disfrutado por una amplia variedad de edades. Sin embargo, resulta especialmente recomendable para lectores jóvenes, a partir de los 8 años, y hasta adolescentes de 14 años. La narrativa fluida y la aventura que presenta son accesibles y atractivas para los niños, quienes pueden identificar fácilmente los personajes y seguir la trama sin dificultad.

Para los niños de 8 a 10 años, el cuento ofrece una introducción emocionante a las historias de aventura y los relatos con animales como protagonistas. La personificación de los yacarés y el conflicto con los buques de guerra capturan la imaginación, permitiendo que los jóvenes lectores se sumerjan en una historia que combina elementos de fantasía y realidad. Además, la clara división entre los buenos (los yacarés) y los malos (los invasores humanos) facilita la comprensión de la trama y la identificación con los personajes principales.

En el caso de los preadolescentes y adolescentes, de 11 a 14 años, el cuento permite una lectura más profunda y reflexiva. Los temas subyacentes de la resistencia frente a la invasión, la cooperación comunitaria y el impacto de la tecnología en el medio ambiente proporcionan un terreno fértil para discusiones más complejas. Estos lectores pueden apreciar no solo la historia de acción, sino también las implicaciones morales y sociales que Quiroga introduce en su narrativa. La confrontación entre los yacarés y los humanos puede ser vista como una metáfora de problemas contemporáneos, estimulando el pensamiento crítico y la empatía hacia las luchas por la conservación y los derechos de las comunidades naturales.

En definitiva, «La guerra de los yacarés» es un cuento versátil que puede ser recomendado para un rango amplio de edades. Su capacidad para entretener y enseñar lo convierte en una herramienta valiosa tanto para la diversión como para la educación, adaptándose a las diferentes etapas de desarrollo y comprensión de los jóvenes lectores.

Horacio Quiroga - La guerra de los yacarés
  • Autor: Horacio Quiroga
  • Título: La guerra de los yacarés
  • Publicado en: Fray Mocho Nº 212, 19 de mayo de 1916
  • Aparece en: Cuentos de la selva para los niños (1918)

No te pierdas nada, únete a nuestros canales de difusión y recibe las novedades de Lecturia directamente en tu teléfono: