Mario Benedetti: Cleopatra

Sinopsis

En el cuento «Cleopatra» de Mario Benedetti, nos sumergimos en el carnaval de 1958 a través de los ojos de Mercedes, una joven disfrazada de la emblemática reina egipcia. La noche se despliega con una serie de danzas y encuentros misteriosos, llevándola a un viaje de autodescubrimiento y sorpresas. Entre máscaras y disfraces, Mercedes experimenta emociones intensas y enfrenta situaciones inesperadas que ponen a prueba su percepción de la realidad y los sentimientos. Benedetti, con su maestría narrativa, teje una historia que es a la vez un reflejo de la vida y un escape de ella.

Mario Benedetti - Cleopatra

Cleopatra

Mario Benedetti
(Cuento completo)

El hecho de ser la única mujer entre seis hermanos me había mantenido siempre en un casillero especial de la familia Mis hermanos me tenían (todavía me tienen) afecto, pero se ponían bastante pesados cuando me hacían bromas sobre la insularidad de mi condición femenina. Entre ellos se intercambiaban chistes, de los que por lo común yo era la destinataria, pero pronto se arrepentían, especialmente cuando yo me echaba a llorar, impotente, y me acariciaban o me besaban o me decían: Pero, Mercedes, ¿nunca aprenderás a no tomarnos en serio?

Mis hermanos tenían muchos amigos, entre ellos Dionisio y Juanjo, que eran simpáticos y me trataban con cariño, como si yo fuese una hermanita menor. Pero también estaba Renato, que me molestaba todo lo que podía, pero sin llegar nunca al arrepentimiento final de mis hermanos. Yo lo odiaba, sin ningún descuento, y tenía conciencia de que mi odio era correspondido.

Cuando me convertí en una muchacha, mis padres me dejaban ir a fiestas y bailes, pero siempre y cuando me acompañaran mis hermanos. Ellos cumplían su misión cancerbera con liberalidad, ya que, una vez introducidos ellos y yo en el jolgorio, cada uno disfrutaba por su cuenta y sólo nos volvíamos a ver cuando venían a buscarme para la vuelta a casa.

Sus amigos a veces venían con nosotros, y también las muchachas con las que estaban más o menos enredados. Yo también tenía mis amigos, pero en el fondo habría preferido que Dionisio, y sobre todo Juanjo, que me parecía guapísimo, me sacaran a bailar y hasta me hicieran alguna «proposición deshonesta». Sin embargo, para ellos yo seguía siendo la chiquilina de siempre, y eso a pesar de mis pechitos en alza y de mi cintura, que tal vez no era de avispa, pero sí de abeja reina. Renato concurría poco a esas reuniones, y, cuando lo hacía, ni nos mirábamos. La animadversión seguía siendo mutua.

En el carnaval de 1958 nos disfrazamos todos con esmero, gracias a la espontánea colaboración de mamá y sobre todo de la tía Ramona, que era modista. Así mis hermanos fueron, por orden de edades: un mosquetero, un pirata, un cura párroco, un marciano y un esgrimista. Yo era Cleopatra, y por si alguien no se daba cuenta, a primera vista, de a quién representaba, llevaba una serpiente de plástico que me rodeaba el cuello. Ya sé que la historia habla de un áspid, pero a falta de áspid, la serpiente de plástico era un buen sucedáneo. Mamá estaba un poco escandalizada porque se me veía el ombligo, pero uno de mis hermanos la tranquilizó: No te preocupes, vieja, nadie se va a sentir tentado por ese ombliguito de recién nacido. A esa altura yo ya no lloraba con sus bromas, así que le di al descarado un puñetazo en pleno estómago, que lo dejó sin habla por un buen rato. Rememorando viejos diálogos, le dije: Disculpá, hermanito, pero no es para tanto, ¿cuándo aprenderás a no tomar en serio mis golpes de karate?

Nos pusimos caretas o antifaces. Yo llevaba un antifaz dorado, para no desentonar con la pechera áurea de Cleopatra. Cuando ingresamos en el baile (era un club de Malvín) hubo murmullos de asombro, y hasta aplausos. Parecíamos un desfile de modelos. Como siempre nos separamos y yo me divertí de lo lindo. Bailé con un arlequín, un domador, un paje, un payaso y un marqués. De pronto, cuando estaba en plena rumba con un chimpancé, un cacique piel roja, de buena estampa, me arrancó de los peludos brazos del primate y ya no me dejó en toda la noche. Bailamos tangos, más rumbas, boleros, milongas, y fuimos sacudidos por el recién estrenado seísmo del rock-and-roll. Mi pareja llevaba una careta muy pintarrajeada, como correspondía a su apelativo de Cara Rayada.

Aunque forzaba una voz de máscara que evidentemente no era la suya, desde el primer momento estuve segura de que se trataba de Juanjo (entre otros indicios, me llamaba por mi nombre) y mi corazón empezó a saltar al compás de ritmos tan variados. En ese club nunca contrataban orquestas, pero tenían un estupendo equipo sonoro que iba alternando los géneros, a fin de (así lo habían advertido) conformar a todos. Como era de esperar, cada nueva pieza era recibida con aplausos y abucheos, pero en la siguiente era todo lo contrario: abucheos y aplausos. Cuando le llegó el turno al bolero, el cacique me dijo: Esto es muy cursi, me tomó de la mano y me llevó al jardín, a esa altura ya colmado de parejas, cada una en su rincón de sombra.

Creo que ya era hora de que nos encontráramos así, Mercedes, la verdad es que te has convertido en una mujercita. Me besó sin pedir permiso y a mí me pareció la gloria. Le devolví el beso con hambre atrasada. Me enlazó por la cintura y yo rodeé su cuello con mis brazos de Cleopatra. Recuerdo que la serpiente me molestaba, así que la arranqué de un tirón y la dejé en un cantero, con la secreta esperanza de que asustara a alguien.

Nos besamos y nos besamos, y él murmuraba cosas lindas en mi oído. También acariciaba de vez en cuando, y yo diría que con discreción, el ombligo de Cleopatra y tuve la impresión de que no le pareció el de un recién nacido. Ambos estábamos bastante excitados cuando escuché la voz de uno de mis hermanos: había llegado la hora del regreso. Mejor te hubieras disfrazado de Cenicienta, dijo Cara Rayada con un tonito de despecho, Cleopatra no regresaba a casa tan temprano. Lo dijo recuperando su verdadera voz y al mismo tiempo se quitó la careta. Recuerdo ese momento como el más desgraciado de mi juventud. Tal vez ustedes lo hayan adivinado: no era Juanjo sino Renato. Renato, que despojado ya de su careta de fabuloso cacique, se había puesto la otra máscara, la de su rostro real, ésa que yo siempre había odiado y seguí por mucho tiempo odiando. Todavía hoy, a treinta años de aquellos carnavales, siento que sobrevive en mí una casi imperceptible hebra de aquel odio. Todavía hoy, aunque sea mi marido.

Mario Benedetti - Cleopatra
  • Autor: Mario Benedetti
  • Título: Cleopatra
  • Publicado en: Despistes y franquezas, 1989

Nuevo en Lecturia

Arthur C. Clarke - El Centinela

Arthur C. Clarke: El Centinela

En «El Centinela», cuento de Arthur C. Clarke publicado en 1951, que sirvió de inspiración a la película “2001: Una odisea del espacio”, un grupo de exploradores lunares, liderado por
Carlos Fuentes - La muñeca reina

Carlos Fuentes: La muñeca reina

«La muñeca reina», cuento de Carlos Fuentes publicado en la colección “Cantar de ciegos” (1964), narra la historia de un hombre que, haciendo orden en su biblioteca, descubre dentro de
Ray Bradbury - La sonrisa

Ray Bradbury: La sonrisa

«La sonrisa», cuento de Ray Bradbury publicado en 1952, nos sitúa en un futuro postapocalíptico. El mundo ha sucumbido a la destrucción, las ciudades están desmoronadas y los humanos, que
Horacio Quiroga - Los inmigrantes

Horacio Quiroga: Los inmigrantes

En «Los inmigrantes», cuento de Horacio Quiroga publicado en 1912, una pareja de inmigrantes europeos camina por el Chaco en medio de un clima adverso. Aunque iban acompañados de otros

1 comentario en «Mario Benedetti: Cleopatra»

  1. Cleopatra cuenta una historia muy común que le puede pasar a todos. La animadversión de dos chicos y de grandes la atracción entre ambos, pero siempre queda una huella de aquelllo. Un final feliz porque no podía ser otra cosa ya que desde niños hubo eso que llaman «química»´ pero disfrazada de «odio», y él dio el primer paso. Me gustó. A. mi me gustaron muchos niños pero nunca los volví a ver fueron mis «novios», incluso dos hermanos:Miguel y Santiago, hermosos igual que sus padres. La vida te aleja de esos primeros amores y te lleva a otros ya de grande que no te hacen feliz y quedas completamente vacía.

    Responder

Deja un comentario