Sinopsis: El último verano es un cuento de Amparo Dávila, publicado en 1977 en el libro Árboles petrificados. Relata la angustia de una mujer de mediana edad que, tras haber criado a seis hijos y sentir el desgaste de los años, descubre inesperadamente que está embarazada de nuevo. Lejos de recibir la noticia con alegría, experimenta una profunda desesperación, pues su cuerpo y su espíritu están agotados. Mientras el sofocante verano avanza, su fatiga y su sensación de encierro se intensifican, sumiéndola en un estado de creciente desesperanza. Pronto, su mundo cotidiano comienza a transformarse en una pesadilla.

Advertencia
El resumen y análisis que ofrecemos a continuación es sólo una semblanza y una de las múltiples lecturas posibles que ofrece el texto. De ningún modo pretende sustituir la experiencia de leer la obra en su integridad.
Resumen de El último verano de Amparo Dávila
El cuento El último verano, de Amparo Dávila, narra la historia de una mujer de mediana edad que, tras haber tenido seis hijos y haber llevado una vida marcada por el agotamiento físico y emocional, recibe la inesperada noticia de un nuevo embarazo. La protagonista, cuyo nombre nunca se menciona, experimenta un profundo desasosiego al compararse con su versión más joven, reflejada en un retrato que guarda en su tocador. Su cuerpo y su espíritu están desgastados por los años de esfuerzo incesante, y la idea de volver a empezar con un bebé la llena de desesperanza.
El embarazo llega en un verano sofocante, acompañado de fatiga intensa, mareos y náuseas que agravan su estado de ánimo. Al principio, atribuye sus malestares a la menopausia, por lo que consulta a un médico con la esperanza de recibir algún tratamiento. Sin embargo, el diagnóstico la toma por sorpresa: no se trata de que vaya a dejar de ser fértil, sino de que va a continuar siéndolo. La noticia no le produce alivio ni alegría, sino una opresión insoportable. Su vida ya está llena de preocupaciones: un marido indiferente, una economía precaria y una casa que mantener sin ayuda. A diferencia de Pepe, su esposo, que recibe la noticia con la serenidad de quien no asume la carga doméstica, ella se siente atrapada en una condena sin salida.
Las semanas transcurren en un abatimiento constante. El calor del verano y la creciente fatiga la sumergen en un estado de desesperación que no le permite dormir. Por las noches, se levanta y se sienta junto a la ventana, escuchando los grillos en el huerto y dejando que la angustia la consuma. Las visitas al médico no alivian su sufrimiento; solo recibe recomendaciones de descanso y tranquilidad, algo imposible en su situación. Su agotamiento se vuelve insoportable y, finalmente, su cuerpo se rinde: una noche, mientras intenta refrescarse en la escalera que da al huerto, siente cómo un líquido caliente le escurre entre las piernas. Al bajar la vista, ve sobre el suelo un ramo de amapolas deshojadas. Entiende de inmediato lo que ha ocurrido: ha perdido al bebé. Entre el sudor frío y el vértigo, llama a su marido, quien la lleva a la cama y busca ayuda médica. El doctor, con su indiferencia profesional, le confirma el aborto espontáneo e insiste en que descanse. Antes de dormir, le pide a Pepe que envuelva los coágulos en periódicos y los entierre en el huerto, lejos de la vista de los niños.
Al día siguiente, cuando se despierta, siente una mezcla de alivio y tristeza. Ha dormido profundamente por primera vez en meses y la pesadilla del embarazo ha terminado. Aunque le duele la forma en que ocurrió, el hecho de que ya no tendrá que afrontar esa carga le otorga una serenidad inesperada. Con el paso de los días, intenta recuperar la rutina: hace las tareas del hogar, cuida de los niños y trata de no pensar demasiado en lo sucedido. Sin embargo, su mente se niega a olvidar. El trauma permanece latente hasta que un comentario casual de su hijo menor, Pepito, la desquicia por completo: al pedirle que recoja tomates del huerto, el niño se niega porque «hay gusanos».
De inmediato, un terror visceral la paraliza. Un sudor frío la recorre mientras una idea horrible se apodera de su mente: Pepe, torpe y descuidado como siempre, no habría enterrado lo suficientemente profundo y ahora… los gusanos han salido. Desde ese momento, su vida entra en una espiral de paranoia. Ya no puede concentrarse en sus tareas diarias; cualquier ruido la pone en alerta y cualquier sombra en el huerto la obsesiona. Se vuelve irritable y distante con su familia. Pasa cada vez más tiempo vigilando el jardín desde la ventana, esperando… observando. Su obsesión la consume.
Una tarde, cuando está sola en casa, su ansiedad alcanza su punto máximo. De repente, escucha un leve roce, un sonido sutil pero inconfundible de algo arrastrándose por el suelo. Se queda inmóvil, conteniendo la respiración. La certeza la golpea con brutalidad: están aquí. Ve una sombra bajo la puerta y comprende que no puede escapar. En un acto desesperado, coge una lámpara de porcelana, la desatornilla y se empapa con el petróleo. Luego, con el líquido restante, dibuja un pequeño círculo a su alrededor. Antes de encender el fósforo, cree ver cómo los gusanos entran lentamente por la rendija de la puerta. Pero ella ha sido más astuta: no permitirá que la devoren. Enciende la llama.
La historia se cierra en un instante de fuego y delirio, en el que la protagonista se entrega a su propia destrucción, convencida de que ha vencido a los fantasmas de su mente.
Análisis de El último verano de Amparo Dávila
Análisis de personajes:
La protagonista del cuento es una mujer de mediana edad cuyo nombre nunca se revela. A través de su perspectiva, Amparo Dávila construye un personaje complejo y profundamente humano, marcado por el desgaste físico y emocional causado por una vida de sacrificios. Desde el principio, la protagonista se presenta como alguien que ha perdido su vitalidad y su autoestima. Su imagen reflejada en el espejo contrasta con la juventud inmortalizada en un retrato del pasado, simbolizando su dolorosa consciencia del paso del tiempo. Su identidad se ha ido desdibujando entre las responsabilidades domésticas, la maternidad incesante y la indiferencia de su esposo, hasta sentirse reducida a una sombra de lo que fue. El descubrimiento de su embarazo no la llena de ilusión, sino que le provoca una abrumadora sensación de derrota, pues lo percibe como una condena más en una vida ya agotada. A lo largo del cuento, su deterioro no solo es físico, sino también mental, hasta llevarla a un estado de paranoia y delirio que culmina en su trágico final. Su personaje encarna el peso de los deberes impuestos a muchas mujeres, la desesperanza y la lucha contra un destino implacable.
Pepe, su esposo, es un hombre apático y conformista, cuya presencia en la historia refuerza la sensación de aislamiento de la protagonista. Su amor por ella, si es que existe, se manifiesta de manera distante y mecánica. Cuando ella le confiesa su embarazo, él responde con resignación y un optimismo vacío: «Cada hijo trae su comida y su vestido, no te preocupes». Su actitud pasiva lo convierte en una figura frustrante, ya que deja toda la carga emocional y física sobre su esposa sin esforzarse por mejorar la situación económica o aliviar su carga doméstica. Pepe es el esposo ausente típico, que aunque físicamente está presente, no participa activamente en la vida emocional de su mujer ni en la crianza de sus hijos. Su negligencia alcanza un punto crítico cuando, tras la pérdida del bebé, no se preocupa por enterrar adecuadamente los restos, lo que desencadena la espiral de locura de la protagonista. Aunque no es un personaje maligno, su indiferencia lo convierte en un agente del sufrimiento de su mujer.
Los hijos de la protagonista tienen un papel secundario, pero su presencia es fundamental para entender su agotamiento y desesperación. Son seis y, aunque no se especifica mucho sobre sus personalidades, se puede inferir que cada uno representa una responsabilidad adicional que ella ha debido asumir sin ayuda. La mención de Pepito, el hijo menor, es crucial en el desarrollo del cuento, pues es su comentario sobre los gusanos en el huerto lo que desata el terror de su madre y la sumerge en un estado de paranoia irreversible. A través de los hijos, el relato refuerza la idea de la maternidad como una carga desgastante y la falta de opciones de la protagonista para escapar de su destino.
El médico, aunque aparece en pocas escenas, es una figura representativa de la frialdad institucional. Su diagnóstico del embarazo y sus consejos de reposo y tranquilidad evidencian su desconexión con la realidad de la protagonista. Su actitud paternalista, las palmadas en el hombro y la minimización de sus preocupaciones muestran cómo la sociedad trata los problemas de las mujeres, condescendientemente y sin ofrecer soluciones reales. Tras el aborto espontáneo, su última frase, «trata de dormir, mañana vendré a verte», muestra su total indiferencia hacia el dolor emocional y físico de la mujer.
Por último, aunque no son personajes en el sentido tradicional, los gusanos que obsesionan a la protagonista funcionan como una presencia ominosa en la historia. Representan el temor a la muerte, la corrupción y el destino inevitable. Su aparición final, real o imaginada, es la manifestación de la culpa y la angustia que han ido carcomiendo su mente hasta llevarla al punto de la autodestrucción.
Escenario en que se desarrolla la historia:
El escenario de El último verano es un espacio opresivo y asfixiante que contribuye a la angustia y desesperación que siente la protagonista. La historia transcurre principalmente en su hogar, un lugar modesto y rutinario que ha sido el centro de su vida durante años. Lejos de ser un refugio, se convierte en una prisión donde se desarrolla su agotamiento físico y mental. La protagonista lleva a cabo sus tareas diarias sumida en la monotonía y el desgaste, atrapada en un ciclo de responsabilidades interminables. Cada rincón de la casa refleja el paso del tiempo y la carga de la maternidad, convirtiéndose en un testimonio silencioso de su agotamiento. Es en su habitación donde se enfrenta a la imagen de su juventud perdida y donde, en las largas noches de insomnio, se abandona a sus pensamientos oscuros.
El huerto situado detrás de la casa juega un papel crucial en la historia. Al principio, es solo un espacio donde cultiva hortalizas, un lugar externo pero inofensivo. Sin embargo, a medida que avanza la narración, se transforma en un sitio inquietante, un recordatorio del trauma que desencadena su locura. Allí, Pepe entierra los restos del aborto espontáneo, pero la idea de que los gusanos puedan salir de la tierra y delatar lo que ocurrió convierte este espacio en una fuente de terror incontrolable para la protagonista. La culpa y el miedo se apoderan de la imagen del huerto, hasta convertirlo en el epicentro de su obsesión. Cada mirada que lanza a través de la ventana y cada pensamiento que se pierde en la posibilidad de que algo esté saliendo de la tierra refuerzan la idea de que este lugar ya no forma parte de su realidad cotidiana, sino que se ha convertido en una manifestación física de su tormento.
Además, el propio verano se erige como un elemento fundamental en el escenario. El calor sofocante, la fatiga constante y la atmósfera pesada contribuyen al deterioro de la protagonista. No solo es el contexto temporal de la historia, sino una presencia que la oprime y que intensifica su malestar físico y mental. La estación, con su clima abrasador, se convierte en un símbolo de su propia decadencia, de su agotamiento y de la imposibilidad de hallar alivio. La sensación de sofocamiento, la incapacidad de dormir y la irritación constante se entrelazan con el clima, haciendo que la protagonista experimente el verano como una pesadilla interminable.
En este escenario de encierro, calor y agotamiento, la protagonista se va aislando cada vez más. Su mundo se reduce a la casa y el huerto, donde sus pensamientos y miedos se desbordan. No hay espacios abiertos ni posibilidades de escape; el entorno es un reflejo de su estado mental y emocional. Así, el escenario no es solo el lugar donde transcurre la historia, sino un componente esencial de la tragedia que se desata en la mente de la protagonista.
Tipo de narrador y cómo influye en el desarrollo de la historia:
La historia El último verano está narrada en tercera persona por un narrador omnisciente. Este tipo de narrador permite acceder en profundidad a los pensamientos y emociones de la protagonista, y describe con precisión sus miedos, angustias y sensaciones físicas. Aunque el relato se centra casi exclusivamente en ella, el narrador no solo describe lo que hace, sino que también penetra en su mente y expone sus recuerdos, preocupaciones y el progresivo deterioro de su estado mental. Gracias a esta perspectiva, el lector es testigo de su transformación, desde una mujer agotada pero aún funcional hasta alguien completamente consumido por la paranoia y la desesperación.
El tono del narrador es íntimo y casi confesional, como si estuviera observando y entendiendo cada matiz de su vida. No se limita a describir sus acciones, sino que profundiza en sus pensamientos más oscuros, en la sensación de encierro que la consume y en la frustración que la acompaña. La omnisciencia del narrador permite que el lector perciba cómo la realidad objetiva y la percepción subjetiva de la protagonista se van distorsionando hasta convertirse en una única verdad: su certeza de que algo espantoso la acecha. A medida que avanza la historia, la intensidad de la voz narrativa aumenta, acompañando la espiral de locura que domina a la protagonista hasta el trágico desenlace.
A pesar de la cercanía con la protagonista, el narrador mantiene cierta distancia y no emite juicios directos sobre ella ni sobre sus acciones. No intenta justificar ni condenar sus pensamientos ni su destino, sino que se limita a exponerlos con una crudeza casi documental. Esta neutralidad contribuye a la sensación de fatalidad que impregna la historia, como si el desenlace fuera inevitable y como si la protagonista estuviera atrapada en un destino del que nunca podría escapar. Así, el narrador omnisciente no solo es un recurso técnico, sino una herramienta que amplifica la angustia y la tragedia de la historia.
Temas que aborda el cuento:
El desgaste físico y emocional que conlleva la maternidad. La protagonista ha dedicado toda su vida al hogar, criando a seis hijos y asumiendo todas las responsabilidades sin ayuda ni descanso. La noticia de un nuevo embarazo, lejos de traerle alegría, la sumerge en una desesperación absoluta, pues siente que su cuerpo y su mente ya no tienen la capacidad de sobrellevar otra crianza. El relato muestra la maternidad no desde una perspectiva idealizada, sino como una carga abrumadora que ha agotado a la protagonista hasta el punto de desear su propio final. La historia desafía la visión tradicional de la maternidad como un destino natural para la mujer y expone sus aspectos más oscuros: el agotamiento, la pérdida de identidad y la sensación de estar atrapada en un ciclo interminable de sacrificio.
El paso del tiempo y la pérdida de la juventud. Desde el principio, la protagonista se enfrenta al doloroso contraste entre su yo pasado, capturado en una fotografía, y su reflejo actual en el espejo. La imagen de su juventud representa lo que alguna vez fue: una mujer con ilusiones y vitalidad, antes de que los años y la maternidad la transformaran en una sombra de sí misma. La llegada de la menopausia, que inicialmente cree estar experimentando, se convierte en un símbolo de su miedo a volverse irrelevante y a cruzar una frontera en la que ya no se la ve como una mujer deseable ni útil según los roles impuestos. El embarazo inesperado parece negar ese final, pero en lugar de traer alivio, le provoca terror, pues le impide descansar y cerrar un ciclo que anhela terminar.
La opresión de los roles de género. La protagonista es el retrato de muchas mujeres cuya vida ha estado determinada por las expectativas sociales: casarse, tener hijos, cuidar el hogar y resignarse a una existencia marcada por sacrificios silenciosos. Su esposo, Pepe, encarna la figura masculina tradicional, despreocupada y ajena a las tareas domésticas y emocionales. Mientras él se limita a dar palabras de consuelo vacías, ella es quien enfrenta el peso de la crianza y la administración del hogar, sin posibilidad de descanso ni escape. La historia denuncia la desigualdad en la distribución de las responsabilidades familiares y el impacto devastador que esto puede tener en la salud mental de las mujeres.
La soledad y el aislamiento emocional. A lo largo del relato, la protagonista está rodeada de su familia, pero nadie parece notar su sufrimiento. Sus hijos requieren atención constante, su esposo es indiferente y el médico la trata con condescendencia, sin preocuparse realmente por su bienestar emocional. Su angustia es solitaria, confinada a las noches de insomnio y a su diálogo interno. Esta falta de apoyo y comprensión la sumerge en un estado de desesperación absoluta, en el que su mente distorsiona la realidad y crea una amenaza que solo ella puede percibir.
El deterioro psicológico y la locura. A medida que avanza el relato, el cansancio y la angustia de la protagonista se transforman en paranoia. Su mente, incapaz de procesar el trauma del aborto espontáneo, proyecta su culpa y su miedo en la idea de los gusanos que emergen del huerto. La obsesión se apodera de ella hasta el punto de alterar por completo su percepción de la realidad. En su desesperación, la única salida que encuentra es el fuego, un acto de autodestrucción que simboliza su derrota y su último intento de tomar el control sobre su destino. La historia sugiere que la locura no surge de la nada, sino que es el resultado de un desgaste acumulado, de una vida de silencios y resignaciones que, en algún momento, se vuelven insoportables.
Conclusiones y comentario general sobre El último verano de Amparo Dávila
El último verano, de Amparo Dávila, es un cuento que explora el deterioro físico y mental de una mujer atrapada en un ciclo de maternidad, agotamiento y soledad. La historia sigue a una protagonista que, tras haber tenido seis hijos y dedicado toda su vida a las tareas del hogar, descubre que está embarazada otra vez. Lejos de sentirse feliz, la noticia la sumerge en una angustia abrumadora, ya que no tiene fuerzas para criar a otro hijo. A medida que avanza la historia, el cansancio, el calor sofocante del verano y la sensación de estar atrapada la llevan a un colapso emocional y psicológico. Su mente se llena de pensamientos oscuros hasta que, en un desenlace escalofriante, su paranoia la lleva a cometer un acto de autodestrucción.
Para entender el cuento, es importante analizar el estado emocional de la protagonista. Desde el inicio, Dávila nos muestra a una mujer que ha perdido su identidad en el rol de madre y esposa. Ya no es la joven del retrato que adorna su tocador, sino alguien consumido por los años de sacrificios. Su esposo, Pepe, no es violento ni cruel, pero es indiferente a su sufrimiento. Para él, tener otro hijo es algo natural, ya que no será él quien tenga que criarlo ni pasar las noches en vela. La protagonista, en cambio, lo ve como una carga insoportable. Aquí radica uno de los temas clave del cuento: la maternidad no siempre es un regalo y, para algunas mujeres, puede convertirse en una condena si no tienen apoyo.
El simbolismo es fundamental en la historia. Uno de los elementos más poderosos es el huerto, un espacio que al principio parece insignificante, pero que se transforma en el epicentro del terror de la protagonista. Cuando sufre un aborto espontáneo, le pide a su esposo que entierre los restos en el huerto, pero con el tiempo la idea de que los gusanos puedan salir de la tierra la atormenta hasta la obsesión. Esto representa su culpa, su miedo a que su sufrimiento no quede enterrado, a que algo de su tragedia regrese para atormentarla. La imagen de los gusanos es inquietante porque simboliza la descomposición y la muerte, pero también el peso de un trauma que no se puede ignorar.
El cuento también juega con la idea de la locura: ¿realmente hay gusanos emergiendo del huerto o es la mente de la protagonista la que los imagina? Dávila no nos da una respuesta clara, lo que hace que el horror de la historia sea aún más profundo. La protagonista se convence de que están ahí, de que vienen por ella, y su desesperación la lleva a tomar una decisión radical: se empapa con petróleo y se prende fuego antes de que puedan alcanzarla. Desde su perspectiva, ha logrado vencer a sus miedos, pero en realidad, estos la han devorado por completo. Su locura no surge de la nada, sino que es el resultado de años de agotamiento, frustración y abandono emocional.
Otro aspecto interesante del cuento es su ambiente. El verano no es un tiempo de alegría o descanso, sino todo lo contrario: un periodo sofocante y agotador. El calor extremo, el aire denso y la fatiga constante crean una atmósfera opresiva que refleja el estado mental de la protagonista. No solo se consume por el calor físico, sino también por el peso de su vida, que resulta tan agobiante como el verano interminable que la rodea. Este detalle demuestra cómo Dávila utiliza el entorno para intensificar la angustia de la protagonista y hacer que el escenario se convierta en un personaje más de la historia.
En cuanto al estilo narrativo, el cuento está contado en tercera persona, con un narrador que nos permite entrar en la mente de la protagonista. Esto es crucial, ya que nos permite experimentar su deterioro psicológico desde dentro. La narración no solo describe lo que sucede, sino que también nos sumerge en sus pensamientos, sus dudas y su creciente paranoia. Al hacerlo, Dávila logra que el lector sienta la misma sensación de encierro y desesperación que la protagonista, lo que hace que el final sea aún más impactante.
El mensaje del cuento es complejo. No es solo una historia de horror psicológico, sino una reflexión sobre el papel de la mujer en una sociedad que espera de ella un sacrificio constante. La protagonista no tiene escapatoria: su vida ha estado marcada por la maternidad y las responsabilidades domésticas, y cuando su cuerpo y su mente ya no pueden más, su única salida es la locura y la muerte. A través de su historia, Dávila nos muestra el precio de una vida de renuncias y la manera en que el abandono emocional puede convertirse en una forma de violencia silenciosa pero devastadora.
En definitiva, El último verano es un cuento que combina el horror psicológico con una crítica profunda a los roles de género. Su protagonista no es una villana ni una heroína, sino una mujer atrapada en una vida que la ha desgastado hasta hacerla añicos. Con un uso magistral del simbolismo, la ambientación y la narración, Amparo Dávila nos sumerge en una historia inquietante, dolorosa y aterradoramente real.
