Resumen del argumento: En Yzur, de Leopoldo Lugones, Un hombre adquiere a un chimpancé llamado Yzur, motivado por la idea de que los monos fueron antaño humanos que, al renunciar al habla, descendieron en la escala evolutiva hasta su estado actual. Convencido de que el animal puede aprender a hablar, lo somete durante años a un riguroso entrenamiento: primero ejercicios para mover lengua y labios, luego la asociación de vocales con golosinas y más tarde intentos con consonantes, logrando solo sonidos aislados. Mientras tanto, Yzur desarrolla una sensibilidad inusual y un aire reflexivo, pero nunca llega a articular palabras. Un día, el cocinero asegura haberlo oído hablar, lo que lleva al amo a forzarlo con violencia, causándole una enfermedad grave. Durante su lenta agonía, el chimpancé se muestra afectuoso, pero guarda silencio hasta que en el último instante, con un murmullo débil, pronuncia las palabras «Amo, agua. Amo, mi amo…», revelando su secreto justo antes de morir.

Advertencia
El resumen y análisis que ofrecemos a continuación es sólo una semblanza y una de las múltiples lecturas posibles que ofrece el texto. De ningún modo pretende sustituir la experiencia de leer la obra en su integridad.
Resumen de Yzur de Leopoldo Lugones
«Yzur», cuento de Leopoldo Lugones incluido en Las fuerzas extrañas (1906), narra la obsesiva empresa de un hombre que intenta demostrar una teoría insólita: que los monos no carecen de lenguaje por incapacidad, sino porque, en tiempos remotos, eligieron guardar silencio. El relato acompaña la progresiva transformación de un chimpancé llamado Yzur bajo el experimento de su dueño, hasta desembocar en un desenlace trágico y conmovedor.
El narrador, un hombre de identidad y oficio imprecisos, cuenta que adquirió a Yzur en la subasta de un circo arruinado. Su interés en el animal está motivado por una hipótesis que lo persigue desde que leyó sobre una creencia popular de los nativos de Java: los monos callan para no ser obligados a trabajar. A partir de esa idea elabora una teoría más ambiciosa: que los simios fueron alguna vez hombres que, al renunciar a la palabra, descendieron en la escala evolutiva hasta su condición actual. Decidido a poner a prueba esta conjetura, se propone devolver a Yzur la capacidad de hablar.
El chimpancé parece un sujeto especialmente apto para el experimento. La disciplina del circo lo ha dotado de docilidad y capacidad de imitación, y su juventud lo vuelve receptivo. Convencido de que ninguna barrera anatómica o cerebral impide que un mono hable, el narrador diseña un método similar al utilizado con sordomudos. En primer lugar, busca desarrollar la movilidad de su lengua y sus labios mediante ejercicios. Tras varias semanas de práctica, Yzur aprende a sacar la lengua y, con mayor dificultad, a mover los labios.
Una vez preparado el aparato fonador, comienza el aprendizaje de sonidos. Para estimularlo, asocia cada vocal con una golosina: papa, leche, vino, coco y azúcar. Así consigue que las pronuncie con cierta claridad, aunque con especial esfuerzo en la «u». Las consonantes suponen un mayor obstáculo: debido a sus características anatómicas, Yzur no logra articular muchas de ellas, y tras tres años, su «vocabulario» se reduce a unas pocas vocales y consonantes que puede emitir. No obstante, aunque es incapaz de formar palabras completas, su mundo interior parece desarrollarse. El mono se muestra más reflexivo, contempla las estrellas, llora con facilidad y adquiere una sensibilidad creciente.
Sin embargo, estos indicios no satisfacen al narrador, que se vuelve cada vez más impaciente y obsesivo. La falta de resultados concretos lo llena de frustración y transforma su vínculo con Yzur: de la curiosidad y afecto iniciales pasa a la irritación y la hostilidad. La tensión alcanza un punto decisivo cuando el cocinero de la casa asegura haber escuchado al chimpancé pronunciar palabras nítidas, como «cama» y «pipa», mientras estaba solo en el jardín. El amo se convence de que Yzur habla en secreto y se niega a hacerlo en su presencia.
Cegado por su deseo de probar la teoría, intenta forzarlo a repetir las palabras que oyó el cocinero. El animal, en cambio, responde con muecas y sonidos aislados que el narrador interpreta como burlas. Preso de la ira, lo golpea brutalmente. Poco después, Yzur enferma de meningitis, con episodios de demencia y un mutismo absoluto. Movido por la culpa y por el temor a perder el secreto del lenguaje, el narrador lo atiende con desesperación, aplicándole todos los remedios a su alcance.
El chimpancé sobrevive, pero queda debilitado, inmóvil y silencioso. Durante la convalecencia se muestra más humano que nunca: busca la mano de su amo, lo sigue con los ojos llenos de ternura y lágrimas, pero no pronuncia palabra alguna. El narrador insiste con lecciones, súplicas e incluso lo espía a escondidas, pero todo es inútil: el mono, como si estuviera impulsado por una voluntad indomable, se niega a hablar.
La enfermedad avanza hasta la agonía. Yzur yace inmóvil, respirando con dificultad, aunque sin dejar de seguir a su dueño con una mirada cargada de gratitud. En los últimos instantes, toma la muñeca de su amo y lo atrae hacia sí. Entonces ocurre lo inesperado: con su último aliento, rompe el silencio de milenios y pronuncia unas palabras breves y entrecortadas, llenas de humanidad: «Amo, agua. Amo, mi amo…».
El relato concluye con esa revelación íntima y estremecedora. El lenguaje no surge como conquista del experimento científico, sino como un don póstumo, pronunciado en el umbral de la muerte. Yzur habla solo para morir, dejando tras de sí la certeza de que su silencio no era incapacidad, sino resistencia: una memoria antigua que se resquebraja apenas al despedirse.
