Philip K. Dick: El ahorcado
A las cinco en punto, Ed Loyce se lavó, se puso el sombrero y la chaqueta, sacó el coche y atravesó la ciudad en dirección a su tienda de televisores. Estaba cansado. Le dolían la espalda y los hombros de excavar tierra del sótano y transportarla al patio posterior. De todos modos, para ser un …