Guy de Maupassant: Historia de un perro

Guy de Maupassant - Historia de un perro

Sinopsis: «Historia de un perro» (Histoire d’un chien) es un conmovedor cuento de Guy de Maupassant, publicado el 2 de junio de 1881 en el periódico Le Gaulois. Narra el encuentro entre François, un cochero bonachón de las afueras de París, y una perra famélica que comienza a seguirlo una noche. Movido por la compasión, el hombre le ofrece refugio en el establo de sus amos, sin imaginar las consecuencias que esto traerá. El relato, contado con sencillez y tono realista, se presenta como un testimonio auténtico que invita a reflexionar sobre la fidelidad animal y el abandono.

Guy de Maupassant - Historia de un perro

Historia de un perro

Guy de Maupassant
(Cuento completo)

La prensa respondió unánimemente a la llamada de la Sociedad Protectora de Animales para colaborar en la construcción de un centro de acogida de animales. Sería una especie de hogar y refugio para perros perdidos sin dueño, que encontrarían alimento y abrigo en lugar del nudo corredizo que la administración les tiene reservado.

Los periódicos recordaron la fidelidad y la inteligencia de los animales. Ensalzaron casos de asombrosa sagacidad.

Aprovechando esta oportunidad, quiero contar la historia de un perro perdido, un perro vulgar, sin pedigrí. Es una historia sencilla, pero auténtica.


En los suburbios de París, a orillas del Sena, vivía una familia de ricos burgueses. Poseían una elegante mansión con un gran jardín, caballos, carruajes y muchos criados.

El cochero se llamaba François. Era un individuo de origen campesino, un poco corto de inteligencia, grueso, embotado…, pero de buen corazón.

Una noche, cuando regresaba a casa de sus amos, un perro comenzó a seguirlo. Al principio ignoró al animal, pero la obstinación de este y el hecho de seguirlo tan de cerca hicieron que el cochero se volviese… Miraba al can intentando reconocerlo, pero no lo había visto nunca.

Se trataba de una perra extremadamente delgada, con enormes ubres colgantes. Trotaba detrás del hombre en un estado lamentable: la cola apretada entre las piernas y las orejas pegadas a la cabeza.

François se detuvo. La perra hizo lo mismo. François reanudó la marcha y la perra volvió a seguirle.

Deseó desprenderse de aquel esqueleto de animal y gritó:

—¡Vete! ¡Aléjate de mí!

La perra dio dos o tres pasos hacia atrás y se detuvo apoyada sobre las patas traseras, pero tan pronto como el cochero se dio la vuelta, volvió a seguirlo.

Él hizo ademán de recoger unas piedras y el animal se alejó rápidamente, sacudiendo con fuerza sus ubres, pero volvió inmediatamente a la persecución tan pronto el hombre se dio la vuelta.

Entonces, el cochero llamó a la perra. El animal se acercó tímidamente, con la espina dorsal doblada en forma de círculo y las costillas marcándose en la piel. Acarició el relieve de los huesos y, movido por compasión, dijo: «Está bien… Ven».

Como si lo hubiese entendido, el animal movió la cola alegremente y se dispuso a caminar confiado delante de él.

La instaló en el pajar del establo y luego fue a la cocina a buscar un poco de pan.

Al día siguiente, los amos fueron informados por el cochero de que había dado cobijo al animal, sin que estos pusieran reparos a que lo conservara.

Sin embargo, la presencia de la perra en la casa se convirtió pronto en un motivo de apuros y conflictos constantes.

Estaba constantemente en celo y durante todo el año los aspirantes con cuatro patas asediaban la residencia. Estaban en el camino, delante de la puerta, se introducían por entre los setos del jardín, destrozaban las plantas, rasgaban las flores y sus continuas idas y venidas exasperaban al jardinero. Día y noche era un concierto de aullidos y batallas sin fin.

Los amos llegaron incluso a encontrar perros de todas las razas, pequeños con la cola recortada, perros grises, merodeadores de las calles que viven de la basura, enormes perros de raza terranova con el pelaje rizado…

François la llamaba «Cocote» y, desde luego, hacía honor a su nombre, ya que era toda una cortesana. Se reproducía con una facilidad pasmosa y tenía camadas de perros de todas las especies. Cada cuatro meses, el cochero tenía que sacrificar la camada de cachorros ahogándolos en un pozo acuífero.

Cocote había llegado a ser enorme con el tiempo. Tras su antigua delgadez, ahora estaba obesa, con un vientre inflado debajo del cual siempre se arrastraban sus largas ubres sacudiéndose. Estaba tan gorda que se extenuaba tras caminar diez minutos.

El cochero solía decir: «Es un buen animal, pero, juro por mi vida, que dejará el pozo fuera de servicio».

El jardinero se quejaba a diario, la cocinera hacía lo mismo, pues encontró perros debajo de su horno, debajo de las sillas y en el arcón del carbón; robaban todo lo que encontraban.

El amo le pidió a François que se deshiciera de Cocote.

El criado, desesperado, gimió, pero tuvo que obedecer. Ofreció la perra a todos sus conocidos, pero nadie la quería. Intentó abandonarla. Un representante de ventas la llevó lejos en el cabestrante de su coche, pero siempre encontraba el camino de regreso y, a pesar de su barriga flácida, volvía siempre a acostarse en su reservado del establo.

Pero el amo no consintió más y, molesto, llamó a François, al que dijo con voz grave y encolerizada:

—Si no se deshace de este animal antes de mañana, lo despido de inmediato… ¿Está claro?

Quedó consternado porque adoraba a Cocote. Reflexionó y llegó a la conclusión de que era imposible encontrarle un nuevo hogar porque nadie quería estar cerca de esta perra seguida de un regimiento de canes. Así que decidió tomar medidas: no podía dejarla en la calle, no podía perderla; el río era la única solución.

Entonces pensó en pagar veinte peniques a alguien para que se ocupase de ella. Pero entonces se le cruzó por la cabeza que otra persona tal vez no tendría el cuidado de no hacer sufrir al animal y decidió realizar la ejecución él mismo.

Esa noche no pudo dormir.

Al amanecer, se levantó, tomó una fuerte cuerda y fue a buscar a Cocote. La perra se levantó lentamente, sacudió el rabo y estiró los miembros celebrando la llegada de su amo.

Él se sentó y, tras subirla a sus rodillas, la acarició un buen rato; luego le puso la correa y el bozal y dijo: «Vamos». La perra agitó la cola, creyendo que iba a dar un paseo.

Llegaron al río.

François eligió un lugar en el que parecía que había suficiente profundidad.

Entonces ató un extremo de la cuerda al cuello del animal y, recogiendo una gran piedra, la unió al otro extremo. Después tomó a la perra en brazos y la besó furiosamente, como si se tratara de una persona de la que uno se despide.

La sostuvo apretada contra su pecho y ella lo lamía con satisfacción.

Diez veces intentó arrojarla, pero le faltaron fuerzas. Entonces, con un impulso de determinación, hizo acopio de toda su fuerza y la lanzó lo más lejos posible.

Flotó un segundo, luchando e intentando nadar como cuando era bañada, pero la piedra la empujó al fondo. Tenía una mirada de angustia y desapareció primero la cabeza, mientras que las patas, saliendo del agua, todavía se agitaban. Entonces aparecieron algunas burbujas de aire en la superficie… François creyó ver a la perra un instante cuando el cauce torcía en una zona fangosa del río.

*

Casi enloquece y durante un mes estuvo enfermo, torturado por el recuerdo de Cocote, a la que había ahogado hacia finales de abril.

Tras un largo tiempo, se recuperó.

Finalmente, apenas pensaba en ello cuando, a mediados de junio, sus amos decidieron ir a Ruán a pasar el verano.

Una mañana, como hacía mucho calor, François decidió bañarse en la orilla del río. Al entrar en el agua, notó un olor nauseabundo y miró a su alrededor. Entre las cañas, vio el cuerpo putrefacto de un perro.

Se acercó sorprendido por el color del pelaje. Una cuerda descompuesta todavía apretaba su cuello. Era su perra, Cocote, a la que la corriente había arrastrado sesenta millas fuera de París.

Él seguía de pie, con el agua hasta las rodillas, trastornado, como si se tratara de un milagro.

De repente, se volvió medio loco y comenzó a caminar al azar, con la cabeza perdida. Vagó todo el día y perdió el camino de vuelta, por lo que tuvo que preguntar para regresar. Nunca volvió a atreverse a tocar un perro.

*

Esta historia no tiene más mérito que el de ser verdadera, enteramente verdadera.

Sin el extraño encuentro con el perro muerto, al cabo de seis semanas y sesenta leguas más lejos, yo no me habría fijado en ella, sin duda; ¡porque cuantos animales pobres, sin abrigo, vemos todos los días!

Si el proyecto de la Asociación Protectora de Animales tiene éxito, quizá nos encontremos con menos cadáveres de cuatro patas varados en las orillas del río.

FIN

Guy de Maupassant - Historia de un perro
  • Autor: Guy de Maupassant
  • Título: Historia de un perro
  • Título Original: (Histoire d’un chien
  • Publicado en: Le Gaulois, 2 de junio de 1881.
  • Traducción: Sin datos

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