Harlan Ellison: Santa Claus contra A.R.A.C.N.I.D.O.

Harlan Ellison - Santa Claus contra A.R.A.C.N.I.D.O

«Santa Claus contra A.R.A.C.N.I.D.O.» (Santa Claus vs. S. P. I. D. E. R.) es un relato de ciencia ficción de Harlan Ellison publicado en The Magazine of Fantasy and Science Fiction en enero de 1969. En él reinventa a Santa Claus como un agente encubierto con habilidades excepcionales. Kris, apacible fabricante de juguetes, recibe una llamada urgente que lo arrastra a enfrentar a A.R.A.C.N.I.D.O., una organización siniestra con un plan en ocho fases para corromper el mundo. Mientras lidia con sofisticados artefactos, aliados inesperados y enemigos letales, Kris se embarca en una misión que lo lleva de su tranquila base ártica a ciudades en caos, enfrentando la locura, la polución y el odio. Con un toque de sátira, Ellison mezcla espionaje, ciencia ficción y acción en una narrativa llena de giros y humor ácido.

Harlan Ellison - Santa Claus contra A.R.A.C.N.I.D.O

Santa Claus contra A.R.A.C.N.I.D.O.

Harlan Ellison
(Cuento completo)

I

Ya había pasado la mitad de septiembre cuando sonó el teléfono rojo. Kris se apartó de la cálida y flexible forma contra la que había estado pegado, barriga contra espalda, y se frotó con una mano los soñolientos ojos. El teléfono sonó de nuevo. No podía ver la hora en la esfera luminosa de su reloj de muñeca.

—¿Qué pasa, cariño? —murmuró la rubia junto a él. El teléfono sonó una tercera vez.

—Nada, nena… Vuélvete a dormir —la tranquilizó. Ella se hundió bajo las mantas mientras él tomaba el auricular, descolgándolo en medio de la cuarta llamada—. ¿Ajá?

Su boca sabía a infiernos.

La voz al otro extremo dijo:

—El rey de Caná necesita de sus servicios.

Kris se sentó.

—Espera un momento. Iré al supletorio —apretó el botón que pasaba la llamada al supletorio, colgó mientras salía de la cama y, desnudo, atravesó a oscuras el inmenso dormitorio. Tanteó su camino a través del recibidor hasta llegar a la oficina, guiado únicamente por ligeros toques en las paredes. Apartó la placa de bronce conmemorativa, regalo de los enanitos, giró la combinación de la caja fuerte, y la abrió. En la abertura circular se hallaba el teléfono rojo con su complejo mecanismo codificador.

Marcó un código en el codificador, alzó el auricular y dijo:

—El rey teme al demonio, y el demonio teme a la cruz —santo y seña.

—Kris, es A.R.A.C.N.I.D.O. —dijo la voz al otro extremo.

—¡Mierda! —masculló—. ¿Dónde?

—En los Estados Unidos: Alabama, California, el Distrito del Capitolio, Texas…

—¿Es serio?

—Lo bastante como para despertarte.

—Conforme, conforme. Lo siento. Aún estoy soñoliento. ¿Cuánto tiempo he estado dormido?

—Estamos a mediados de septiembre.

Kris se pasó una mano por su espeso cabello.

—¿No había nadie más que se pudiera hacer cargo?

—Ombligo se estaba ocupando de ello.

—Ajá… ¿Y…?

—Lo hallaron flotando junto a la costa de Galveston. Debía llevar en el golfo cerca de una semana. Le habían colocado cargas de plástico en el interior de los muslos…

—De acuerdo, no lo describas. Ya me irrita bastante el que me hayas despertado violentamente. ¿Hay dossier del caso?

—Te está esperando en la Cumbre.

—Llegaré ahí dentro de seis horas.

Colgó el auricular, cerró de un portazo la caja fuerte y giró la combinación. Volvió a poner la placa en su sitio de la pared y se quedó apoyado con el puño sobre el bronce. La débil luz de un fluorescente, dejado encendido sobre una de las mesas de dibujo de los enanitos, iluminaba sus facciones en tensión. Las duras y serias líneas de su rostro eran el trabajo de un Giacometti. Los ojos eran de color azul metálico y apagados, como ciegos. La boca, algo cruel, estaba comprimida en una línea. Inspiró profundamente, y su musculoso cuerpo se irguió decididamente.

Luego, inclinándose sobre su escritorio, abrió un cajón y llamó tres veces, secamente, apretando el botón oculto en la parte inferior del cajón. Allá abajo, en el laberinto, PoPo estaría emergiendo de su capullo, colocándose el taparrabos y los pendientes, marcando el código que llenase la cámara de salida de agua.

—Paz en la Tierra… —murmuró Kris, regresando al dormitorio a por su traje de inmersión.


II

PoPo esperaba en la cueva, junto a una estantería en la que se hallaban las botellas de aire. Kris hizo una señal al enano y se volvió de espaldas. PoPo le ayudó a colocarse el atalaje y, cuando Kris se hubo puesto la boquilla, ajustó la mezcla de aire.

—¿Keeble keeble? —inquirió PoPo.

—Parece que sí —replicó Kris. Deseaba salir cuanto antes.

—Dill-dill nea peemee —dijo PoPo.

—Gracias. La necesitaré —se dirigió rápidamente a la cámara de salida, que había sido llenada y vaciada. Destrabó la rueda y abrió la poterna. Unos pequeños regueros de agua ártica cayeron al suelo de basalto. Se volvió—. Mantén la fábrica de juguetes a pleno funcionamiento. Y estudia ese problema de la cadena 9 con CorLo. Volveré a tiempo para las fiestas —pasó una pierna sobre el repecho, luego se volvió y añadió—. Si todo va bien.

—Weeble zexfunt —comentó PoPo.

—Ajá, y que tampoco te regalen juguetes bélicos a ti —entró al interior de la cámara de salida, giró con fuerza la rueda para trabarla y señaló a través del portillo de lucita. PoPo llenó la cámara, y Kris se lanzó fuera.

El agua era negra y estaba bajo cero. La luz de aparcamiento del submarino era su único consuelo. Llegó rápidamente al pez de acero y, a los pocos minutos, estaba ya en camino. Una vez hubo pasado el extremo exterior de la masa de hielo flotante, salió a la superficie, se transformó en vehículo aéreo, expulsó el agua de los tanques de los pontones y corrió por la superficie para despegar. En el aire, alcanzó la velocidad de pulsoreacción y se transformó de nuevo.

A quinientos kilómetros tras de él, en algún punto bajo el Océano Ártico, PoPo estaba sacando a CorLo de su capullo y armándole un escándalo de mil diablos por poner tuercas europeas en todos los patines de ruedas, haciendo que, por consiguiente, no sirvieran las llaves de ajuste americanas.


III

Cumbre estaba en el interior de una montaña en Colorado. La cima de la montaña se abrió, dejando que el aparato de despegue vertical de Kris (el submarino, en su tercera transformación) descendiese hasta la pista de aterrizaje. El jefe de tareas estaba esperándole con el dossier. Kris lo hojeó rápidamente: tenía memoria eidética.

—De nuevo A.R.A.C.N.I.D.O. —dijo suavemente. Luego, con tono inquisitivo—: Significa

Asociación para el
Robo o
Aniquilación
Controlados de la
Naturaleza e
Industria
De todo el
Orbe

¿No es así?

El jefe de tareas negó con la cabeza. Kris hizo mmm.

—Bueno, ¿qué es lo que intentan hacer esta vez? Creí que los habíamos eliminado tras el asunto de los ántrax en el Valle de los Vientos.

El jefe de tareas se balanceó sobre su silla de plástico. Los globos oculares multifacetados de alrededor de la habitación, recibieron destellos de luz de la silla y los desparramaron por las paredes en un sutil espectáculo lumínico.

—Ya lo ha leído ahí. Se han apoderado de las mentes de esos ocho. Lo que intentan hacer, usándolos como títeres, no tenemos ni idea.

Kris leyó de nuevo la lista:

—Reagan, Johnson, Nixon, Humphrey, Daley, Wallace, Maddox y… ¿quién es este último, Spiro Agnew?

—No tiene importancia. Habitualmente podemos evitar que se metan en problemas o que se hagan daño ellos mismos; pero desde que A.R.A.C.N.I.D.O. los capturó, han estado haciendo locuras.

—Nunca he oído hablar de la mayor parte de ellos.

—¿Y cómo infiernos iba a haber oído, si está allá arriba, haciendo juguetes?

—Es el mejor disfraz que jamás he tenido.

—Entonces no proteste por no ver jamás un periódico. Acepte mi palabra: esta gente es importante en esta temporada.

—¿Qué le pasó a aquel cómosellamaba… Willkie?

—No logró nada provechoso.

—Ese A.R.A.C.N.I.D.O. —dijo Kris de nuevo— ¿querrá decir

Agencia
Represiva
Armada
Cuyos fines
Nefastos
Incluyen la
Destrucción
Omnímoda?

El jefe de tareas agitó la cabeza de nuevo, algo cansinamente.

Kris se alzó y estrechó la mano del jefe de tareas.

—Según el dossier, creo que el mejor punto para empezar con esto será Daley en Chicago.

El jefe de tareas asintió con la cabeza:

—Eso es lo que también dijo el COMPUToráculo. Lo mejor será que baje y vea al Armero antes de partir. Ha empollado una cuantas sorpresas para usted.

—¿Tendré que trabajar de nuevo en ese estúpido uniforme rojo?

—Probablemente lo lleve como repuesto. Es un poco pronto para el uniforme rojo.

—¿Sí?

—Sí, solo estamos a mediados de septiembre.


IV

Cuando Kris salió del tubo de caída, los ojos de la señorita Siete-Diecisiete se dilataron. Se acercó a ella, con aquel paso tan suave y musculoso que lo distinguía del resto de los agentes.

La mayor parte de ellos no eran sino rechonchos oficinistas; ¿dónde había adquirido la idea de que el espionaje era un trabajo muy adecuado para bellos adonis? Seguramente de la inacabable serie de malas novelas de espionaje que llenaban los quioscos; qué desilusión cuando había descubierto que el retorcer el nervio trigémino para causar un dolor insoportable, o el dominar a un enemigo ahuecando ambas manos y golpeando simultáneamente sus dos orejas eran tácticas que podían ser tan fácilmente empleadas por hombres parecidos a alcas como por ganadores del concurso del Señor América. Igualmente, eran unas tácticas que servían lo mismo cuando se empleaban sobre montones de arcilla o estatuas de Rodin.

Pero Kris…

Llegó hasta su escritorio, y la miró en silencio hasta que ella apartó la vista. Luego:

—Hola, Chan.

Ella no podía mirarlo. Era demasiado doloroso. Las Bahamas. Aquella noche. La enorme luna colgando sobre ellos como un ojo que todo lo viese, mientras los vientos nocturnos tocaban una loca melodía que servía de contrapunto a su insensata pasión, el monomaníaco oleaje rompiendo a su alrededor contra las arenas plateadas. La despedida. La espera. El informe de lo alto de que había desaparecido en el Tíbet. No había podido soportarlo… y ahora… él allí de pie… una enorme cicatriz blanca en el pecho, ahora cubierto por su camisa, pero que ella conocía, una cicatriz hecha por el sable de Tibor Kaszlov… conocía cada centímetro de su piel… y le resultaba imposible responderle.

—¡Bueno, estúpida, responde! —dijo él.

Parecía comprender.

Habló por el interfono:

—Kris está aquí, señor —la luz roja destelló en el instrumento y sin alzar la vista, dijo—: El Armero te recibirá ahora.

Pasó junto a ella, aparentemente dirigiéndose contra la pared de piedra. En el último instante esta se deslizó suavemente y desapareció en el interior del taller del Armero. La pared se cerró de nuevo, y Siete-Diecisiete se dio cuenta, repentinamente, de que había estado apretando con tal fuerza sus puños que sus uñas pintadas le habían hecho sangre en las palmas.

El Armero era un hombre robusto y rudo, muy dado a las pipas y al paño cruzado escocés de lana. Sus chaquetas estaban hechas especialmente para él en Saville Row, con numerosos bolsillos para cobijar la infinitud de artilugios y accesorios de sus pipas que constantemente llevaba.

—Kris, me alegro de verte —tomó la mano del agente y la sacudió efusivamente—. Mmm. ¿Paño Harris?

—No, de hecho se trata de una de esas fibras milagrosas —replicó Kris, dándose una vuelta para mostrar su chaqueta con un solo corte trasero, entallada, de estilo Príncipe Eduardo y bolsillos deportivos—. Me la hizo un tipo de Hong Kong. ¿Te gusta?

—Elegante —dijo el Armero—, pero no estamos aquí para discutir los aciertos de nuestros sastres, ¿no?

Lanzaron una risa corta y mutua ante el chiste. Les llevó menos de diez segundos.

—Ven aquí —dijo el Armero, moviéndose hacia una estantería en la pared en la que se hallaban diversos artilugios—. Creo que encontrarás esto muy interesante.

—Creí que no iba a usar el traje rojo esta vez —dijo Kris, mohíno. El traje rojo estaba cuidadosamente colgado de un galán de noche de madera de teca, cerca de la pared. El Armero se volvió y le lanzó una mirada sorprendida—. ¿Eh? ¿Quién te dijo eso?

Kris tocó el traje, palpándolo con aire ausente:

—El Jefe de Tareas.

La boca del Armero hizo una mueca. Se sacó una pipa de un bolsillo de la chaqueta y se la metió entre los labios. Era una Sasieni Fantail de cazoleta redonda, que estaba pidiendo a gritos un raspado de la capa de hollín.

—Bueno, digamos que el Jefe de Tareas a veces no logra comprobar sus propias líneas de comunicación —obviamente estaba molesto, pero Kris no se sentía con ánimos de inmiscuirse en la política interna de las oficinas.

—Muéstrame lo que tienes.

El Armero sacó un artefacto con forma de pluma de uno de los estantes. En la parte superior tenía un clip con el que colgarla de un bolsillo interior.

—Estoy orgulloso de esto. Le llamo mi ocultador mortífero —prendió la pipa con un encendedor Cónsul de butano, regulando la llama hasta que dio calor bastante como para soldar.

Kris tomó el artilugio con forma de pluma y lo inspeccionó.

—Bonito. Muy compacto.

El Armero parecía un hombre que acaba de comprar un coche nuevo y que está a punto de preguntarle a un vecino cuánto cree que le ha costado.

—Pregúntame lo que hace.

—¿Qué es lo que hace?

—Crea oscuridad en un radio de tres kilómetros.

—Maravilloso.

—No, lo estoy diciendo en serio. Solo tienes que girar el clip a la derecha… ¡no, no, no lo hagas ahora, por Dios! Oscurecerías toda la Cumbre. Cuando te encuentres en un problema y necesites escapar, solo tienes que girar el clip y, ¡fsss! ya tienes toda la cobertura que necesitas para lograr huir.

El Armero lanzó una densa nube de humo de pipa: era Danish Fruit Cake de Niemeyer, muy aromático.

Kris seguía mirando al traje.

—¿Qué hay de nuevo en esto?

El Armero señaló con la boquilla de su pipa. Era un manerismo:

—Bueno, tienes el equipo habitual: los cohetes, los propulsores a chorro, el napalm, los lanzagases lacrimógenos, los cuchillos de lanzar, las mangueras a presión, los clavos de las botas, las ametralladoras calibre .30, el ácido, la barba inflamable, la falsa barriga que se hincha hasta convertirse en un bote salvavidas, el lanzallamas, los explosivos de plástico, la granada en forma de nariz roja de goma, el cinturón con equipo de herramientas, el boomerang, el bolo, las boleadoras, el machete, el derringer, la bomba de tiempo de la hebilla del cinturón, el equipo de ganzúas, accesorio Xerok en las caderas, los guantes de acero con garras extensibles, la máscara antigás, el gas venenoso, el repelente de tiburones, la estufa en el esternón, las raciones de supervivencia y la biblioteca de un centenar de grandes libros en microfilm.

Kris palpó de nuevo el traje.

—Pesado.

—Pero, además —dijo alegre el Armero—, esta vez nos hemos superado a nosotros mismos en cuestión de blindaje…

—Estáis haciendo un trabajo maravilloso.

—Gracias de verdad, Kris.

—No, lo digo en serio.

—Sí, bueno. Además, esta vez el traje ha sido totalmente automatizado, y cuando oprimes el tercer botón de la chaqueta todo él se hincha, quedando dispuesto para el vuelo, convertido en una escafandra para grandes alturas.

Kris puso cara compungida.

—Si alguna vez me caigo, me veré como una tortuga boca abajo.

El Armero le dio un manotazo amistoso a Kris, en lo alto del bíceps izquierdo.

—Eres un gran bromista, Kris —señaló las botas—. Giróscopos. Te mantendrán siempre vertical. No puedes caerte.

—Soy un gran bromista. ¿Qué otra cosa tienes para mí?

El Armero se acercó a la estantería y tomó una pistola automática.

—Prueba esto.

Apretó un botón de la consola de control y la pared este de la armería cayó, mostrando una galería de tiro tras ella. Al fondo del túnel se veían una serie de siluetas-blanco alineadas.

—¿Qué pasó con mi Wembley? —preguntó Kris.

—Demasiado voluminosa. Poco segura. Lo que tienes en las manos es el último grito: un láser Lassiter-Krupp de alto poder explosivo. ¡Sensacional!

Kris se volvió, mostrando el mínimo perfil posible a las mudas siluetas. Extendió su brazo derecho, poniéndolo rígido, y sujetándolo con la mano izquierda que rodeaba la muñeca derecha. Apretó el gatillo. Un rayo de luz y un siseo sibilante surgieron de la boca del arma. Al mismo instante, al fondo del túnel las diez siluetas desaparecieron en un estallido de luz cegadora. Trozos de metralla y de pared rebotaron una y otra vez por el túnel. El sonido de la destrucción era ensordecedor.

—Por todos los ángeles y arcángeles de los coros celestiales —murmuró Kris, volviéndose hacia el Armero, que se estaba quitando en aquel momento los protectores de los ojos y oídos—. ¿Por qué no me avisaste acerca de esta cosa estúpida? No puedo usarla; tengo que ser sutil, circunspecto, discreto. Esta cosa infernal sería maravillosa para volar en pedazos la roca de Gibraltar, pero es ridícula para un combate cuerpo a cuerpo. ¡Toma, cógela!

Le tiró el arma al Armero.

—¡Ingrato!

—¡Dame mi Wembley, so lunático!

—¡Ahí la tienes… en la pared, so miope esclavo del Sistema!

Kris asió la automática y el ocultador mortífero.

—Envía el traje a mi contacto en Montgomery, Alabama —dijo, apresurándose hacia la puerta.

—¡Quizá lo haga y quizá no, so débil mental!

Kris se detuvo y se giró.

—Maldita sea, escúchame, no puedo quedarme aquí para discutir contigo acerca del distinto poder de fuego de las armas. ¡Tengo que ir a salvar al mundo!

—¡Puro melodrama! ¡Patán! ¡Reaccionario!

—¡Lunático bastardo! Y, además, te voy a decir que odio tu maldito trabuco, hala. ¡Odio esa cosa estúpida y ruidosa!

Llegó hasta la pared, que se abrió, y salió apresuradamente. Antes de que acabase de cerrarse del todo, el Armero tiró al suelo la pipa, la pateó y chilló:

—¡Y yo odio esa chaqueta de marica que llevas!


V

Chicago, desde la Shore Drive, parecía como un inmenso estercolero en llamas. De nuevo había tumultos en el lado sur. Y, en la dirección de Evanston y Skokie, se podían divisar dos gruesas columnas de negro y espeso humo que se alzaban en espiral. En Evanston las Hijas de la Revolución Americana estaban saqueando e incendiando; en Skokie habían unido fuerzas con las miembros de la Unión de Mujeres Cristianas en pro de la Templanza de Evanston y estaban asaltando las oficinas de un editor de libros de bolsillo pornográficos. La ciudad se estaba volviendo loca.

Kris condujo su Maserati trucado por la calle Ohio, giró hacia la derecha para tomar la rampa de descenso al garaje del motel, y dejó que el encargado se ocupase del vehículo. Llevando únicamente su maletín de ministro, se dirigió a la salida de incendios que llevaba al primer piso del motel. No obstante, una vez en el interior de la misma, se volvió hacia la pared desnuda, usó su señalizador sónico, y la pared giró sobre sí misma. Se apresuró a entrar, cerró la pared, y lanzó el maletín sobre la cama de matrimonio. La luz de esperando brillaba en el aparato de televisión de circuito cerrado. Conectó el aparato, se colocó frente a la cámara, y le complació ver que su contacto de Chicago, Frieda, volvía a llevar el cabello largo.

—Hola, Diez-Diecinueve —dijo.

—Hola, Kris. Bienvenido a la Ciudad Ventosa.

—Hay aquí grandes problemas.

—¿Cuándo quieres empezar? Ya he localizado donde está Daley.

—¿Cuándo puedo llegar hasta él?

—Esta noche.

—Me va bien. ¿Qué estás haciendo en este momento?

—No mucho.

—¿Dónde estás?

—En el recibidor.

—Ven aquí.

—¿A esta hora tan temprana de la tarde?

—Mens sana in corpore sano.

—Te veré dentro de diez minutos.

—Ponte Réplique.


VI

Completamente vestido de negro, con la Wembley en una pistolera invertida de pronto uso, con la culata apenas saliendo por debajo de su sobaco izquierdo, Kris atravesó el espacio abierto situado entre la verja electrificada y la oscura y cuadrada edificación de la central eléctrica, con sus brazos y piernas colocados en la tradicional postura reptante de la infantería.

Daley había sido localizado dentro de aquel edificio, en el que había permanecido durante dos días aún a pesar de los desórdenes, por el equipo de búsqueda de Diez-Diecinueve.

Kris le había preguntado a Frieda qué es lo que estaba haciendo en esa central eléctrica. Ella no lo sabía. Todo el edificio estaba aislado, resultando impenetrable para cualquier tipo de sensor que había empleado. Pero aquel era un asunto de A.R.A.C.N.I.D.O., fuera lo que fuese eso, no cabía duda alguna; pues el que un hombre de su posición estuviese encerrado de aquella manera, mientras su ciudad ardía, no admitía otra explicación.

Kris llegó junto a la central. Se deslizó a lo largo de la fachada hasta que pudo ver unas ventanas de cristales ennegrecidos por encima de él. Estaban casi a un palmo sobre su cabeza. No había forma de escalar hasta allí. Tendría que hacer una entrada violenta. Inspiró profundamente tres veces, sacó la Wembley de su pistolera y despegó el esparadrapo arrollado alrededor de la culata. Luego, lo usó para sujetarse el arma a la mano. Después, tres inspiraciones profundas más. Clavando fuertemente los pies en tierra, se apartó a la carrera del edificio, hasta una distancia de diez metros, inspiró aire de nuevo, y corrió de vuelta a la central eléctrica. Casi en la misma fachada se encogió totalmente sobre sus rodillas, dio impulso y cruzó sus brazos sobre la cabeza al ir a golpear de lleno contra la ventana.

Entonces, ya se halló en la central, entrando en una trayectoria de arco, realizando un rápido salto mortal y cayendo con las rodillas aún dobladas, absorbiendo el impacto con las caderas. A todo su alrededor tintineaban trozos de cristal, y su traje negro estaba desgarrado en el pecho. Su brazo derecho apuntaba hacia delante, con la Wembley extendida.

Al pronto, la luz inundó el edificio. Kris contempló la escena en una impresión total: lo vio todo.

Daley estaba inclinado sobre un intrincado mecanismo de relojería colocada en lo alto de una estructura similar a un podio, en el extremo más lejano de la sala. Una serie de lámparas de luz negra brillaban aún por toda la habitación con su malévolo y pútrido púrpura. Tres hombres, ataviados con ceñidos trajes de una sola pieza, de color verde pálido, se abalanzaban contra él, quitándose las anteojeras para luz negra. Un cuarto hombre aún mantenía su mano en la palanca conmutadora que había encendido las luces interiores. Y había más.

Kris vio las grandes conexiones serpenteantes que surgían del mecanismo de relojería de Daley, corriendo a lo largo del suelo hasta paneles eléctricos en las paredes. Un sistema de aireación, inmenso y potente, dominaba toda una pared. Tras el podio, se alineaban cubetas de alguna sustancia oscura burbujeante, casi humo líquido.

—¡Deténganlo! —aulló Daley.

Kris tenía tan solo un momento antes de que los tres hombres de verde llegasen hasta él. Y en aquel momento decidió endurecer su temple para lo que con toda seguridad iba a suceder. Siempre tenía aquel instante en cada misión, y necesitaba probarse a sí mismo que tenía razón, que lo debía hacer, por muy brutal que fuese. En aquel instante, decidió mirar a Daley; y su resolución fue confirmada más elocuentemente de lo que jamás hubiera podido esperar. Aquel era un viejo malévolo. Lo que en otro hombre pudiera haber sido un generoso rostro senil, se había transformado en aquel en duras líneas de inmencionable fealdad. Aquel hombre era la maldad encarnada. Estaba totalmente poseído por A.R.A.C.N.I.D.O.

Los tres hombres verdes siguieron avanzando. Hombres grandes, muy musculosos, con los rostros embotados por la malicia. Kris disparó. Alcanzó al primero en el estómago, lanzándolo hacia atrás contra uno de sus compañeros, que trató de evitarlo pero que se derrumbó en un lío de piernas y brazos mientras el primer hombre verde moría. Kris lanzó tres disparos más contra la masa y los brazos y piernas dejaron de moverse, si exceptuamos algún estremecimiento ocasional. El tercer hombre se apartó a un lado y trató de lanzarse sobre Kris. Este se echó hacia atrás un paso y le disparó a la cara. El hombre verde se desmadejó como una muñeca de trapo y cayó cómicamente sobre sus rodillas, desplomándose luego sobre la carne que había sido su cabeza.

Como si lo que había pasado a sus compañeros no le importase nada, el cuarto hombre tendió ambos brazos ante él, como un zombi, y se tambaleó hacia Kris. El agente lo eliminó con un solo disparo.

Luego se volvió hacia Daley.

El hombre estaba alzando un arma portátil con boca de aguja de aspecto mortífero. Kris se lanzó plano sobre un costado. El arma de Daley solo quemó el espacio vacío con su haz de energía siseante y carmesí. Kris rodó y rodó justo hasta llegar al sistema de aireación. Luego ya estuvo en pie, tuvo la Wembley apuntada y gritó:

—¡No me obligue a hacerlo, Daley!

El arma de la mano de Daley lo buscó, quedó apuntándole y, en ese momento, el agente disparó. El arma con boca de aguja saltó en pedazos bajo el impacto de la bala blindada, y Daley cayó hacia atrás desde el podio.

Kris estuvo sobre él en un instante.

Lo tenía por los pies, empujándolo contra el podio y le aplicó una presa paralizante de dos dedos en uno de los puntos nerviosos de la depresión clavial antes de que Daley pudiera recuperarse. La boca de este se abrió por el dolor, pero no pudo hablar. Kris lo subió al podio, con un poco más de rudeza de lo necesario, y lo lanzó al pie del mecanismo de relojería.

Este era increíblemente complejo, con contadores de tiempo y cronógrafos instalados de algún modo entre las cubas de humo burbujeante y el sistema de ventilación de la pared. Kris estaba absorto en el intento de tratar de comprender exactamente qué era lo que hacía el equipo, cuando oyó el suspiro a sus pies. Miró hacia abajo justo a tiempo para ver algo (tan repugnante que no podía contemplarlo directamente) emerger de la oreja derecha de Daley, deslizarse y reptar por el suelo del podio y luego estallar en una humareda negra de suciedad y polvo. Cuando Kris miró de nuevo, lo único que quedaba era una mancha polvorienta… lo que podría quedar si un niño prendiese fuego a un montón de magnesio en polvo y nitrato de potasio.

Daley se estremeció. Rodó sobre su espalda y quedó yaciendo, jadeante. Luego trató de sentarse. Kris se arrodilló y le ayudó a hacerlo.

—Oh, Dios mío, Dios mío —murmuró Daley, agitando la cabeza como para tratar de aclararla. La maldad había desaparecido de su rostro. Ahora era poco más que un bondadoso anciano que había estado enfermo durante mucho, mucho tiempo—. Gracias, sea quien sea. Gracias.

Kris ayudó a Daley a ponerse en pie, y el viejo se apoyó contra el mecanismo de relojería.

—Me atraparon… hace años —dijo.

—A.R.A.C.N.I.D.O., ¿eh? —comentó Kris.

—Sí, se introdujeron dentro de mi cabeza, dentro de mi mente. Son malvados. Totalmente malvados. ¡Oh, Dios, fue terrible! Y las cosas que he hecho. ¡Cosas pútridas y sin conciencia! Estoy realmente avergonzado y tengo mucho que purgar.

—Usted no, Excelencia —dijo Kris—. A.R.A.C.N.I.D.O. Son ellos los que lo pagarán. Tal como lo hizo este.

Kris se refería a la mancha negra.

—¡No, no, no… yo! Yo hice todas esas cosas terribles. Ahora, yo tengo que repararlas. Demoleré los barrios bajos del sur, esa mancha que tiene la ciudad. Contrataré a los mejores planificadores urbanos para que creen espacio vital para todos esos negros que ignoré, que utilicé desvergonzadamente para mis propias necesidades políticas. Y no grandes bloques sin alma en donde la gente se ahoga y pierde la dignidad, sino comunidades decentes repletas de luz y risas. ¡Y liberaré a los polacos! Y toda la maquinaria política que utilicé para asignar los contratos a los constructores menos adecuados… hundiré esos edificios inhabitables y haré que los construyan bien. Disolveré esa Gestapo secreta que he estado reuniendo durante todos estos años. Solo aceptaré a aquellos hombres que puedan pasar un duro examen policial que tenga muy en cuenta lo humanitarios que sean. Cuidaré los parques y los jardines, para que esta ciudad sea hermosa. Y luego me entregaré para ser juzgado. Espero que no me den más de cincuenta años. Ya no soy muy joven.

Kris se sorbió pensativamente un diente.

—No se deje llevar por la emoción, Excelencia.

Luego indicó la máquina de relojería.

—¿Qué es esto?

Daley miró a la máquina con repugnancia.

—Tendremos que destruirla. Fue mi parte en el plan de ocho puntos de A.R.A.C.N.I.D.O., entrado en operación hace veinticuatro años para… para…

Se detuvo indeciso; una expresión confusa y perpleja se extendió por sus amables rasgos. Se mordió el labio inferior.

—Sí, prosiga —le urgió Kris—. ¿Qué es lo que quieren hacer? ¿Cuál es el gran plan de A.R.A.C.N.I.D.O? ¿Cuál es su objetivo?

Daley extendió las manos.

—No… no lo sé.

—Entonces, dígame… ¿qué son? ¿De dónde vienen? Hemos luchado con ellos durante años, pero no tenemos más información al respecto que cuando empezamos. Siempre se autodestruyen como ha hecho ese —hizo un gesto hacia la polvorienta mancha del podio—, y jamás hemos podidos capturar a ninguno. De hecho, usted es el primer títere que logramos recuperar con vida de sus manos.

Daley fue asintiendo con la cabeza durante la innecesaria explicación de Kris. Cuando el agente hubo terminado, se alzó de hombros.

—Lo único que recuerdo… fuera lo que fuese lo que tenía en mi cabeza, parece haberme tenido bloqueado, impidiendo que me enterase de casi nada, y lo único que recuerdo es que son de otro planeta.

—¡Alienígenas! —casi gritó Kris, comprendiendo de inmediato lo que Daley había dicho—. Un plan de ocho puntos. Los otros siete nombres de la lista y usted. Cada uno de ustedes ocupándose de una fase de un gran plan cuyo propósito aún no conocemos.

Daley le miró.

—Tiene usted una verdadera cualidad para decir lo obvio.

—Me gusta sintetizar las cosas.

—Amalgamar.

—¿Cómo?

—Nada. Olvídelo. Prosiga.

Kris pareció confuso.

—No, de hecho, es usted el que ha de seguir. Dígame lo que se suponía que hacía este equipo de aquí.

—Aún sigue haciéndolo. No lo hemos detenido.

Kris pareció alarmado.

—¿Cómo lo apagamos?

—Apriete ese botón.

Kris apretó el botón y, casi de inmediato, las cubas dejaron de burbujear, la sustancia humeante del interior de las mismas fue perdiendo tamaño, el sistema de aireación dejó de airear, la máquina de relojería disminuyó su marcha y se detuvo, el cucú se puso azul y murió, las mangueras se aplanaron y la habitación quedó en silencio.

—¿Qué es lo que hacía?

—Creaba y esparcía aire polucionado por la atmósfera.

—Bromea.

No bromeo. ¿O es que se creía que el aire polucionado era realmente producido por las fábricas, los coches y los cigarrillos? A A.R.A.C.N.I.D.O. le costó una fortuna el falsificar los informes y el preparar una campaña de publicidad acerca de que eran los coches y cosas así. En realidad, he estado sembrando polución en la atmósfera durante veinticuatro años.

—Hijo de mala madre —dijo Kris con admiración. Luego hizo una pausa, pareció nervioso y preguntó—: Dígame, ya que sabemos que los componentes de A.R.A.C.N.I.D.O. son alienígenas del espacio exterior, ¿significa acaso su sigla

Asquerosos y
Repugnantes
Alienígenas que
Crean las condiciones
Necesarias para la
Invasión
Destruyendo el
Orden?

Daley se quedó mirándolo.

—A mí no me lo pregunte… nadie me cuenta nada.

Luego saltó del podio y se dirigió hacia la puerta que llevaba a la central de energía. Kris le miró, luego tomó un barrote de hierro y se dedicó a destruir la máquina polucionadora. Cuando hubo terminado y se halló sudando y rodeado por chatarra aplastada y demolida, alzó la vista y vio a Daley en pie junto a la puerta abierta que llevaba al exterior.

—¿Puedo hacer algo por usted? —le preguntó.

Daley sonrió con aire distante.

—No. Solo le miraba. Ahora que vuelvo a ser un buen tipo, deseaba ver mi último ejemplo de violencia brutal y sin motivo. ¡Chicago va a ser tan tranquilo de ahora en adelante!

—A aguantarse, muchacho —dijo Kris, con sentimiento.


VII

El plan de ocho puntos parecía relacionarse con Alabama. Wallace. Pero Wallace estaba en plena campaña por alguna cosa, y aparentemente el plan de ocho puntos necesitaba su toque especial (filtrado a través del toque aún más suave de un operativo de A.R.A.C.N.I.D.O. dentro de su cabeza) para que quedase conectado. Kris decidió reservar a Wallace para el fin. El tiempo era importante, pero Frieda estaba cubriendo el asunto de Daley y el fin de la máquina polucionadora de Chicago y, francamente… ¡al cuerno con el tiempo! Aquello parecía el último enfrentamiento con A.R.A.C.N.I.D.O., así que Kris informó a la Cumbre que iba a seguir y erradicar los siete puntos restantes del plan, dedicando su atención a Wallace hacia la fiesta de Navidad. Esto complicaría las cosas para Kris, pero estaba seguro de que PoPo estaría trabajando en la fábrica. Y, lo que debía hacerse… debía hacerse. Desde luego no iba a ser fácil. Pensó con nostalgia en su casa del Ártico, la alegre y zumbante fábrica de juguetes, la forma en que, Blitzen en especial, le lamía la palma de la mano cuando le llevaba los azúcares con LSD, y la forma en la que aquellos bichos volaban cuando estaban en ácido.

Después apartó sus pensamientos de tiempos más felices y climas más fríos, disponiéndose a destruir a A.R.A.C.N.I.D.O. Se encargó de los siete que quedaban en orden.


VIII

REAGAN: CAMARILLO, CALIFORNIA

Reagan había cerrado todos los asilos mentales del estado con la inatacable teoría de que nadie necesitaba, en realidad, atención psiquiátrica… «¡Se necesita estar loco para estar en un sitio así!», había dicho en una cena que le había dado la Legión Americana, a quinientos dólares plato, solo seis meses antes. Kris lo halló en el lavabo de caballeros del primer piso de la abandonada institución estatal de Camarillo, peinándose su mata de cabello a lo Pompadour.

Reagan giró sobre sus talones, viendo el reflejo de Kris en el espejo, y chilló pidiendo ayuda a uno de sus asistentes zombi, un hombre de verde, que estaba encerrado en un retrete de pago. (Los asilados habían recibido el pago de una asignación mensual en vales oficiales del Estado Dorado, provenientes de la conversión de las dotaciones económicas que les habían sido enviadas por sus hijos casados que no deseaban a sus perver-deviacion-raros padres por casa; estos vales podían ser utilizados para el uso de los retretes de pago. Reagan siempre había creído en un sistema de gobierno estatal de «paga por lo que consumes»).

Kris golpeó al pequeño recinto con una patada de savatte que hizo astillas la puerta justo en el momento en que salía el hombre de verde, y el borde de su zapato destrozó el bazo del hombre. Luego el agente se abalanzó sobre Reagan, en un intento de capturarlo, dominarlo y, de algún modo, impedir que el simbionte de A.R.A.C.N.I.D.O. que había en el interior de la cabeza de Reagan se autodestruyese. Pero el infernalmente apuesto Reagan se echó abruptamente a un lado y, mientras Kris lo contemplaba horrorizado, comenzó a desdibujarse y a cambiar de forma.

Al cabo de unos momentos no era Reagan el que se hallaba ante Kris, sino una hidra de siete cabezas escupiendo por sus siete bocas a) fuego, b) nubes de amoníaco, c) polvo, d) cristales rotos, e) gas clorhídrico, f) gas mostaza y g) una combinación de halitosis y música rock.

Tres de las cabezas (c, e y f) se abalanzaron impulsadas por sus cuellos serpentinos y Kris se aplastó contra la pared del lavabo. Su mano se introdujo con rapidez en su chaqueta y sacó un bolígrafo. Le dio dos vueltas, en dirección contraria a la de las agujas del reloj, y el bolígrafo se transformó en largo mandoble. Manejando la espada con facilidad, Kris la blandió con vigor, y en unos pocos minutos había cortado las siete cabezas.

Apuntó luego al mismo corazón de la bestia y la atravesó. El gran cuerpo cayó estrepitosamente sobre un costado, y se quedó muy quieto. Se desdibujó y volvió a transformarse en Reagan. Luego la cosa negra se deslizó saliendo de su oreja, entró en erupción y ensució las baldosas del suelo con hollín.

Después, Reagan se peinó el cabello y se aplicó maquillaje de fondo sobre los puntos brillantes de su nariz y mejillas, gimiendo penosamente acerca de las cosas, realmente raras, que había hecho bajo la estupefactante e increíblemente malévola dirección de A.R.A.C.N.I.D.O. Juró que no sabía que significaban las letras del nombre de la organización. Kris se sintió deprimido.

Entonces, Reagan le mostró la fábrica de Camarillo, explicando que su parte del plan de ocho puntos era utilizar las grandes máquinas del segundo y tercer piso para esparcir locura por la atmósfera. Rompieron las máquinas con algunas dificultades, dado que buena parte del equipo estaba hecho con un plástico muy duro.

Reagan aseguró a Kris que trabajaría con la Cumbre para ocultar la eliminación de la segunda fase del plan de ocho puntos. Y, desde aquel día en adelante (alzó una mano en el saludo de los boy scouts), sería tan bueno como le fuera posible. Llevaría a cabo la tan necesaria reforma del impuesto sobre la propiedad; dejaría de meterse con los estudiantes del UCLA, se suscribiría a The LA Free Press, The Avatar, The East-Village Other, The Berkley Barb, Horseshit, Open City y todos los otros periódicos underground para poderse enterar de lo que estaba sucediendo realmente. Y antes de una semana, instituiría clases diarias de bailes folklóricos, música soul y métodos de coerción pacífica, a las que deberían asistir los miembros de los diversos departamentos de policía del estado.

Sonreía como un hombre que ha recuperado la inocencia de la niñez, o la naturaleza de la misma, que de algún modo había perdido.


IX

JOHNSON: JOHNSON CITY, TEXAS

Kris lo encontró comiendo puré de patatas con sus manos, sentado a una cierta distancia del resto de la gente. Tenía un aspecto infernal. Parecía muy cansado. Había una vaca a medio comer en un asador, girando lentamente sobre tizones de carbón vegetal. Kris se sentó junto a él y pasó un rato. Él pensó que Kris estaba en la fiesta. Eructó. Entonces Kris le golpeó la sien derecha con un dedo y arrastró su forma inconsciente hacia el bosque.

Cuando Johnson se despertó, supo que todo había terminado. El simbionte de A.R.A.C.N.I.D.O. lo abandonó, estalló y ensució las hojas muertas (eran mediados de octubre) y Johnson dijo que tenía que apresurarse para detener la guerra. Kris no sabía de qué guerra hablaba, pero le parecía una idea excelente.

—Dígame —le dijo Kris con ansiedad—, ¿acaso A.R.A.C.N.I.D.O. significa

Alienígenas
Reptantes que se
Apoderan de los
Cerebros
Nacionales
Intentando la
Demolición del
Orden

o es algo aún más arcano?

Johnson extendió las manos. No lo sabía.

Le dijo que su parte del plan de ocho puntos era fomentar la guerra. Y matar niños. Pero ahora, todo aquello había terminado. Llamaría a las tropas de vuelta a casa. Liberaría a todos los manifestantes que estaban en prisión. Convertiría la industria a usos pacíficos. Enviaría grano a las naciones necesitadas. Tomaría lecciones de locución. Kris se alzó de hombros y se marchó.


X

HUMPHREY Y NIXON: WASHINGTON, D. C.

Era una semana después de la elección. Uno de ellos era Presidente. No importaba. El otro estaba tratando de organizar la oposición, y entre ambos habían partido el país en dos. Nixon estaba tratando de que lo afeitasen bien, y Humphrey intentaba aprender a llevar lentes de contacto que hicieran que sus ojos pareciesen más grandes.

—¿Sabes, Dick?, el problema es, básicamente, que tengo unos ojillos raros, como los de un pájaro, ¿lo sabías?

Nixon se volvió del espejo de la pared de la oficina y le contestó:

—Yo sí que podría quejarme. Tengo ya una barba de tres días, y solo hace unas horas que me afeité. Hey, ¿qué es eso?

Humphrey se volvió en su sillón y vio a Kris.

—Adiós, A.R.A.C.N.I.D.O. —dijo Kris y disparó dardos somníferos a cada uno de ellos.

Antes de que los dardos pudieran alcanzarles, las cosas negras saltaron de sus oídos, estallaron y mancharon. «¡Maldita sea!», exclamó Kris y abandonó la oficina sin esperar a que Nixon y Humphrey recuperasen el conocimiento. En cualquier caso, pasaría una semana o dos antes de que sucediese tal cosa. El Armero aún no daba en el blanco en lo referente a controlar cuanto tiempo dejaban inconscientes a la gente aquellos dardos. Kris salió de allí, porque sabía que su parte del plan de ocho puntos era confundir las cuestiones, sembrar la confusión y la disensión en la atmósfera. Johnson se lo había dicho. Ahora se convertirían en unos majos, y el Presidente actuaría como si su conciencia lo guiase.

La Navidad se acercaba. Kris sentía nostalgia del hogar.


XI

A.R.A.C.N.I.D.O. trató de matar a Kris en Memphis, Detroit, Cleveland, Great Falls y Los Angeles. Falló.


XII

MADDOX: ATLANTA, GEORGIA

Era demasiado horrible para poderlo describir. Fue el único títere de A.R.A.C.N.I.D.O. que Kris tuvo que matar. Con un pequeño mango de hacha en oro, recuerdo del famoso restaurante de Maddox. Kris destruyó la máquina de odio a los negros, la parte de Maddox en el plan de ocho puntos, y comió pollo frito mientras se dirigía a Montgomery.


XIII

WALLACE: MONTGOMERY, ALABAMA

Tañendo su pequeña campana de latón, el Santa Claus ataviado de rojo atravesó la plaza situada frente al edificio estatal de Montgomery. El Santa Claus era gordo, alegre, barbudo y posiblemente el hombre más mortífero del mundo.

Kris miró a su alrededor mientras se abría paso por entre la nieve, que le llegaba hasta los tobillos. Los edificios del estado estaban agrupados alrededor del perímetro de la plaza circular, y notó una terrible sensación cosquilleante que le subía y bajaba por la espina dorsal. Quizá fuera el agobio del traje con todo su equipo… era tan confinante que le hacía sudar, incluso en medio del frío y la blancura de aquel 24 de diciembre. Tenía las botas empapadas por la nieve y midió su paso mientras subía la escalinata de la Casa del Estado… vigilando.

Todo estaba cerrado a causa de las vacaciones. Todos los organismos estatales de Alabama. Y, sin embargo, había movimiento en la ciudad. Los compradores de última hora se apresuraban a cumplir con sus cuotas como felices consumidores. Los niños correteaban por aquí y allá, pareciendo ir a alguna parte, pero limitándose, probablemente, a carambolear. Kris siempre sonreía cuando veía a los niños; ciertamente, eran la única esperanza; tenían que ser protegidos, no separados de la realidad, sino simplemente protegidos; y el creciente cinismo de los jóvenes había comenzado a preocuparle; no obstante, parecía como si los jóvenes activistas estuviesen, de un modo inconsciente, luchando contra todo aquello por lo que abogaba A.R.A.C.N.I.D.O. llegando incluso a hacer un trabajo mejor que sus mayores.

Un hombre se apresuró escalinata abajo, pasando junto a Kris. Iba arropado hasta la barbilla en un grueso abrigo. Miró por el rabillo del ojo, bizqueando, e ignoró el pote de donativos que le tendía Santa Claus. Kris continuó subiendo.

Los aparatos de detección que ahora llevaba Kris dentro de su gorro de piel lanzaron un blip; y los trazadores y buscadores de alcance fueron aumentando el tono del mismo a medida que se fue acercando a Wallace. Iba a ser un problema entrar en el edificio. Pero, de todos modos, si no fuera por los problemas que convertían en necesario el que llevase tal cantidad extra de equipo en su traje rojo, Santa Claus hubiera sido una figura delgada y esbelta.

—Jo, jo, jo —murmuró Kris, lanzando bocanadas de aire gélido.

Mientras llegaba al primer descansillo de la Casa del Estado, Kris comenzó a poner en marcha su plan para obtener acceso a la misma. Manejando los controles del traje que llevaba en la palma de su mitón derecho, dirigió las mangueras de alta presión hacia una ventana cerrada del ala izquierda de la Casa del Estado. Una vez que el control de tiro estuvo centrado en el objetivo, Kris marcó el código para que los tubos dejasen paso a napalm y ácido, oprimió los botones de disparo y contempló como las mangueras rociaban la ventana con ácido, disolviendo al mismo tiempo barrotes y cristal. Luego el napalm erupcionó de las mangueras en un chorro ardiente que trazó un arco sobre la nieve y golpeó al hueco abierto en el frontis de la Casa del Estado. En un instante aquella parte del edificio estuvo ardiendo.

Kris puso en marcha la mochila cohete y se alzó por los aires. Cuando estaba flotando a sesenta metros de altura conectó los cohetes de dirección y planeó sobre la Casa del Estado. Cesó el funcionamiento de los cohetes y Kris descendió con lentitud, cortando luego la acción de su mochila cohete. Había llegado al techo sin haber sido visto. El fuego mantendría ocupada la atención de todos. En aquel estadio de la erradicación del plan de ocho puntos, estarían esperándole, pero no sabrían que sería una fuerza de asalto tan formidable.

El contador Geiger le indicaba una fuente importante de radioactividad en el ala norte de la Casa del Estado. Sus botas de siete leguas le permitieron saltar allí en tres botes, y colocó cargas de plástico a lo largo de los bordes del techo, rociándolas con aerosol de implosión para que la fuerza de su estallido fuese dirigida hacia abajo. Luego instaló el mecanismo de relojería y saltó de nuevo a la sección del techo en donde sus detectores indicaban con más fuerza la presencia de Wallace. Extendiendo los ganchos de sus mitones, cortó una sección circular en el techo y luego la quemó con ácido. La mantuvo asida en el sitio. De repente, estallaron las cargas de plástico en el techo del ala norte y, bajo la cobertura de este tumulto, atacó. Utilizó los punzones de las botas para hundir la superficie circular que había cortado en el techo. Esta apertura había sido a través del material aislante. Ahora utilizó el lanzallamas para abrirse paso a través de las varias capas de revestimiento, yeso y vigamenta, hasta que lo único que quedó entre él y la posibilidad de entrar fue el yeso del techo de la habitación. Sacó una granada de los bolsillos interiores de su enorme traje, tiró de la anilla, soltó la manecilla y la dejó caer por el agujero. Se oyó una seca y breve explosión y cuando se hubo aclarado la nube de polvo de yeso, pudo saltar al interior de la Casa del Estado de Alabama.

Saltó, colocando el mando de sus botas para rebote ligero.

Cayó entre un grupo de zombis vestidos de verde, que le esperaban. «Jo, jo, jo», exclamó de nuevo Kris, abriendo fuego con sus ametralladoras. Los cuerpos saltaron, se desplomaron y se estrellaron contra las paredes, y algunos segundos más tarde el grupo de recepción estaba empapado en su propia sangre.

Habían colocado barricadas en las puertas de la habitación. Kris no tenía tiempo para abrirlas por métodos suaves. Así que se arrancó su roja nariz de goma y la lanzó. Las puertas estallaron hacia el exterior en una lluvia en cascada de astillas y fragmentos. Se abalanzó a través del humo y de los restos aún por el aire, llegó al pasillo y se volvió para seguir el urgente sonido de sus detectores. Wallace se estaba moviendo. ¿Tratando de escapar? Quizá.

Sacando un bolo, se abalanzó de nuevo hacia adelante. Unos zombis vestidos de verde cayeron sobre él desde un corredor lateral y se abrió camino a cuchilladas, sin detenerse. Un disparo impactó en la pared junto a su oreja y se medio volvió, dejando que un cuchillo de lanzar cayese en su mano desde su funda aceitada. El francotirador medio salía de una puerta, corredor abajo. Kris dejó que el cuchillo se deslizase palma abajo, lo atrapó por la punta y, con un rápido movimiento, lo lanzó. El cuchillo rozó el borde del marco de la puerta y se clavó en la garganta del zombi. Este desapareció en el interior de la habitación.

Los detectores indicaban ahora una pared desnuda en el extremo de un corredor sin salida. Kris fue hacia ella, a la carrera, con la armadura corporal de su traje preparada para convertirla en un ariete. Golpeó la pared y la atravesó. Tras la desnuda pared del callejón sin salida había una escalera de piedra que se hundía en la oscuridad. En ella acechaban los zombis. Las ametralladoras calibre 30 resolvieron ese problema: Kris descendió a la carrera por los escalones, disparando ante él. Los zombis desaparecieron, hundiéndose en las tinieblas.

Al fondo halló un río subterráneo y vio las negras y triangulares aletas dorsales de unos tiburones.

Aún murmurando: «Jo, jo, jo», Kris se zambulló de cabeza en la negrura estigea. El agua se cerró sobre él y no pudo verse nada más, excepto el agitarse de los tiburones.

Menos de una hora después, toda la Casa del Estado de Alabama y buena parte de la plaza pública saltaron por los aires en una explosión infernal de tal ferocidad que hizo añicos las ventanas de las casuchas de los pobres negros de Selma.


XIV

Estaba arañándole suavemente la espalda desnuda con sus largas y pintadas uñas. Él yacía boca abajo sobre la cama, tendiendo de vez en cuando la mano hacia la mesita de noche para dar un trago al whisky con agua. Las lívidas cicatrices que aún seguían pulsando en su espalda parecían atraerla. Se mojó sus gruesos labios y sus pechos desnudos y de grandes pezones se balancearon mientras contemplaba el cuerpo de él.

—Luchó hasta el fin. El hijo de perra era el único de los ocho al que realmente le gustaba la cosa negra que tenía en su cabeza. Era auténtica y genuinamente malvado. El peor de todos; no me extraña que A.R.A.C.N.I.D.O. lo eligiese como piedra sillar del plan de ocho puntos.

Hundió la cara en la almohada, como tratando de ocultar el recuerdo de lo que había sucedido antes.

—Esperé tres meses y medio a que regresases —dijo la rubia, sosteniéndose los pechos—. ¡Lo menos que podías hacer es decirme donde habías estado!

Él se volvió y la cogió. La apretó contra sí y pasó sus manos sobre su lozana carne. Parecía arder con un calor especial. Mucho, mucho después, en algún momento a mediados de enero, la soltó y dijo:

—Muñeca, es una cosa demasiado fea para hablar de ella. Lo único que te digo es que si hubiera habido alguna posibilidad de salvar a ese mamón de Wallace de su propia maldad, la hubiera aprovechado.

—¿Resultó muerto?

—Cuando estallaron las cavernas subterráneas. Se hundió la mitad del estado de Alabama. Lo curioso es que… casi todo eran propiedades de blancos. Todos los ghettos siguen en pie. El nuevo gobernador, Shabbaz X. Turner, ha declarado todo el estado área de desastre, y ha conseguido que la Cruz Negra vaya a ayudar a todos los pobres blancos que quedaron sin hogar a causa de la explosión. Ese bastardo de Wallace debió haber tenido todo el estado minado.

—Suena a terrible.

—¿Terrible? ¿Sabes cuál era la parte de ese cerdo en el plan de ocho puntos?

La chica le miró con ojos muy grandes.

—Te lo diré. Su tarea era, utilizando un equipo tremendamente sofisticado, el endurecer los procesos mentales de los jóvenes, el envejecerlos. El hacer que sus conceptos quedasen fijos como el cemento. Cuando hicimos estallar toda aquella maquinaria infernal, la gente empezó de repente a pensar con libertad, hablándose unos a otros, comprendiéndose los unos a los otros y dándose cuenta de que el mundo estaba en un estado penoso, comprendiendo que, aquello de lo que habían estado seguros un momento antes, quizá pudiera ser puesto en cuestión. Literalmente, estaba convirtiendo a los jóvenes en viejos. Y causaba la decrepitud.

—¿Quieres decir que no nos hacemos viejos?

—Infiernos, no. Era A.R.A.C.N.I.D.O. quien nos hacía cada vez más y más viejos, hasta que nos derrumbábamos. Ahora todos permaneceremos en la forma en que estamos, alcanzando una edad física de treinta y seis o treinta y siete años, para mantenerla después durante otros dos o trescientos años. Y, ah, sí, no habrá cáncer.

—¿Eso también?

Kris asintió.

La rubia estaba echada de espaldas y Kris hizo un dibujo sobre su estómago con sus grandes manos, llenas de cicatrices.

—Querría saber una cosa —preguntó la rubia.

—Sí, ¿qué es?

—¿Qué era ese plan de ocho puntos de A.R.A.C.N.I.D.O? Quiero decir que, aparte de los elementos individuales para hacer que todo el mundo odiase a todos los demás, ¿qué era lo que intentaba lograr?

Kris se alzó de hombros.

—Eso, y lo que significa el nombre A.R.A.C.N.I.D.O., es algo que quizá no sepamos jamás… ahora que su organización ha sido destruida. Es una pena. Me hubiera gustado saberlo.

Y lo sabrás, dijo repentinamente una voz en el interior de la cabeza de Kris. La rubia se alzó de la cama y sacó una mortífera pistola lanzadardos de debajo de la almohada. Nuestros agentes están en todas partes, dijo telepáticamente.

—¡Tú! —espetó Kris.

Desde el momento en que regresaste, después de la Navidad. Mientras estabas recuperándote de tus heridas, yaciendo ahí inconsciente, yo me deslicé en el interior… tras haberte seguido desde Alabama. Es por esto por lo que jamás hallaste evidencias de que el simbionte de Wallace se hubiera autodestruido… Me deslicé dentro e invadí este pobre cuerpo. ¿Qué es lo que te hizo creer que nos habías derrotado, estúpido? Estamos en todas partes. Llegamos a este planeta hace sesenta años… comprueba tu historia, y hallarás la fecha exacta. Aquí estamos, y aquí nos quedaremos. Por el momento, para llevar a cabo una guerra terrorista. Pero pronto… para apoderarnos de todo. El plan de ocho puntos era el más ambicioso de los que hemos llevado a cabo hasta el momento.

—Ambicioso —resopló Kris—. Odio, locura, cáncer, prejuicios, confusión, sumisión, polución, corrupción, envejecimiento… ¿qué clase de basura sois?

Somos A.R.A.C.N.I.D.O., dijo la voz mientras la rubia le apuntaba con el lanzadardos. Y en cuanto sepas lo que significa A.R.A.C.N.I.D.O., sabrás lo que intentábamos haceros a vosotros, pobres y débiles terrestres, con nuestro plan de ocho puntos.

¡Mira! la voz era jubilosa.

Y el simbionte de A.R.A.C.N.I.D.O. salió de su oreja y corrió hacia la garganta de Kris. Este reaccionó al instante, saltando de la cama. El simbionte falló su cuello por micromilímetros. Kris golpeó la pared, se empujó con un pie desnudo y cayó de nuevo sobre la cama, pasando por encima de la rubia, agarrando su mano y dirigiendo la boca del arma al simbionte. Este corrió a cubrirse, mientras las letales agujas atravesaban las sábanas. Luego Kris agarró la mortífera pantalla de la lámpara situada en la mesita y la lanzó.

Al instante, todo el complejo de fábricas de juguetes subterráneo quedó bañado por la oscuridad.

Notó como la rubia se estremecía entre sus brazos y supo que el simbionte de A.R.A.C.N.I.D.O. había huido de vuelta al único lugar en que estaba seguro. Dentro de ella. No le quedaba más elección que matarla. Pero ella había lanzado el arma a lo lejos, y se hallaba atrapado allí en la oscuridad eterna, en la cama, aferrando el cuerpo de ella mientras luchaba por liberarse… Y se vio obligado por su desnudez a matarla utilizando la única arma que Dios le había dado cuando llegó a este mundo.

Era un arma especial, y le llevó casi una semana el matarla.

Pero cuando hubo terminado y se hubo aclarado la oscuridad, se quedó allí en la cama, pensando. Exhausto, con cuatro kilos menos, tan débil como un gatito recién nacido, y pensando.

Ahora sabía lo que significaba A.R.A.C.N.I.D.O.

El simbionte era pequeño, negro y peludo; y corría sobre muchas y diminutas patas. El plan de ocho puntos estaba diseñado para hacerles sentirse como una mierda. Y la gente que se siente como una mierda se mata unos a otros. Y la gente que se mata los unos a los otros deja un mundo intacto para el A.R.A.C.N.I.D.O.

Todo lo que tenía que hacer era eliminar los puntos entre las letras.


XV

Los estudios de rendimiento llegaron a la siguiente semana. Decían que las entregas de estas fiestas habían sido las peores que jamás se recordaban. Kris y PoPo hojearon los informes y sonrieron. Bueno, todo iría mejor el año siguiente. No era extraño que las cosas hubieran ido mal aquella vez… ¿cuán efectivo puede ser un Santa Claus cuando, en realidad, se trata de un impostor? ¿Cuán efectivo puede ser un Santa Claus cuando había sido PoPo y CorLo, uno subido a los hombros del otro, llevando un traje rojo tres tamaños más grandes del que les hubiera ido bien? Pero con Kris dedicado a salvar al mundo, no habían tenido elección.

Llegaban quejas de todas partes.

Incluso de la Cumbre.

—PoPo —dijo Kris, cuando los teléfonos rehusaron cesar de tintinear—, no voy a contestar a ninguna llamada. Si quieren algo de mí, pueden encontrarme en Antibes. Voy a dormir durante unos tres meses. Siempre pueden llamarme allá por abril.

Iba a salir de la oficina cuando CorLo entró corriendo, con una expresión horrible en el rostro.

—Geeble gip freesee jim-jim —dijo CorLo. Kris se derrumbó de nuevo sobre su silla.

Dejó caer su cabeza entre sus manos.

Todo iba mal.

Dasher había dejado preñada a Vixen.

—Esos desgraciados no le dejan vivir a uno —murmuró Kris, y comenzó a llorar.

*

NOTA DE LA EDITORIAL: El lector astuto se habrá dado cuenta de que la historia del señor Ellison tiene un pequeño fallo. Se dice al principio que el insidioso plan de ocho puntos incluye a un tal señor Spiro Agnew. Aparentemente el autor se olvidó enseguida de él. Aparentemente el autor no fue el único.

FIN

Harlan Ellison - Santa Claus contra A.R.A.C.N.I.D.O
  • Autor: Harlan Ellison
  • Título: Santa Claus contra A.R.A.C.N.I.D.O.
  • Título Original: Santa Claus vs. S. P. I. D. E. R.
  • Publicado en: The Magazine of Fantasy and Science Fiction, enero de 1969
  • Traducción: Sin datos

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