“La pata de mono”, cuento de W. W. Jacobs, es un relato clásico del género del horror y lo fantástico, que destaca por su atmósfera tensa y su reflexión sobre las implicancias de alterar el destino. El cuento narra la historia de la familia White, que reciben de regalo un misterioso talismán mágico con la capacidad de conceder tres deseos. Aunque toman el regalo con escepticismo, deciden hacer uso del amuleto, lo que desata una serie de eventos catastróficos. Traducción de esta versión: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo.
La pata de mono
W. W. Jacobs
(Cuento completo)
La noche era fría y húmeda, pero en la pequeña sala de Laburnum Villa, los postigos estaban cerrados y el fuego ardía vivamente. Padre e hijo jugaban al ajedrez, el primero tenía ideas personales sobre el juego y ponía al rey en tan desesperados e inútiles peligros, que provocaba el comentario de la vieja señora que tejía plácidamente junto a la chimenea.
—Oigan el viento —dijo el señor White; había cometido un error fatal y trataba de que su hijo no lo advirtiera.
—Lo oigo —dijo este moviendo implacablemente la reina—. Jaque.
—No creo que venga esta noche —dijo el padre con la mano sobre el tablero.
—Mate —contestó el hijo.
—Esto es lo malo de vivir tan lejos —vociferó el señor White con imprevista y repentina violencia—. De todos los barriales, este es el peor. El camino es un pantano. No sé en qué piensa la gente. Como hay sólo dos casas alquiladas, no les importa.
—No te aflijas, querido —dijo suavemente su mujer—, ganarás la próxima vez.
El señor White alzó la vista y sorprendió una mirada de complicidad entre madre e hijo. Las palabras murieron en sus labios y disimuló un gesto de fastidio.
—Ahí viene —dijo Herbert White al oír el golpe del portón y unos pasos que se acercaban. Su padre se levantó con apresurada hospitalidad y abrió la puerta, lo oyeron condolerse con el recién venido.
Luego, entraron. El forastero era un hombre fornido con los ojos salientes y la cara rojiza.
—El sargento mayor Morris —dijo el señor White, presentándolo. El sargento les dio la mano, aceptó la silla que le ofrecieron y observó con satisfacción que el dueño de casa traía whisky y unos vasos y ponía una pequeña pava de cobre sobre el fuego.
Al tercer vaso, le brillaron los ojos y empezó a hablar. La familia miraba con interés a ese forastero que hablaba de guerras, de epidemias y de pueblos extraños.
—Hace veintiún años —dijo el señor White sonriendo a su mujer y a su hijo—. Cuando se fue era apenas un muchacho. Mírenlo ahora.
—No parece haberle sentado tan mal —dijo la señora White amablemente.
—Me gustaría ir a la India —dijo el señor White—. Sólo para dar un vistazo.
—Mejor quedarse aquí —replicó el sargento moviendo la cabeza. Dejó el vaso y, suspirando levemente, volvió a sacudir la cabeza.
—Me gustaría ver esos viejos templos y faquires y malabaristas —dijo el señor White—. ¿Qué fue, Morris, lo que usted empezó a contarme los otros días, de una pata de mono o algo por el estilo?
—Nada —contestó el soldado, apresuradamente—. Nada que valga la pena oír.
—¿Una pata de mono? —preguntó la señora White.
—Bueno, es lo que se llama magia, tal vez —dijo con desgano el sargento.
Sus tres interlocutores lo miraron con avidez. Distraídamente, el forastero llevó la copa vacía a los labios; volvió a dejarla. El dueño de casa la llenó.
—A primera vista, es una patita momificada que no tiene nada de particular —dijo el sargento mostrando algo que sacó del bolsillo.
La señora retrocedió, con una mueca. El hijo tomó la pata de mono y la examinó atentamente.
—¿Y qué tiene de extraordinario? —preguntó el señor White quitándosela a su hijo, para mirarla.
—Un viejo faquir le dio poder mágico —dijo el sargento mayor—. Un hombre muy santo… Quería demostrar que el destino gobierna la vida de los hombres y que nadie puede oponérsele impunemente. Le dio este poder: Tres hombres pueden pedirle tres deseos.
Habló tan seriamente que los otros sintieron, que sus risas desentonaban.
—Y usted, ¿por qué no pide las tres cosas? —preguntó Herbert White.
El sargento lo miró con tolerancia.
—Las he pedido —dijo, y su rostro, curtido palideció.
—¿Realmente se cumplieron los tres deseos? —preguntó la señora White.
—Se cumplieron —dijo el sargento.
—¿Y nadie más pidió? —insistió la señora.
—Sí, un hombre. No sé cuáles fueron las dos primeras cosas que pidió; la tercera, fue la muerte. Por eso entré en posesión de la pata de mono.
Habló con tanta gravedad que produjo silencio.
—Morris, si obtuvo sus tres deseos, ya no le sirve el talismán —dijo, finalmente, el señor White—. ¿Para qué lo guarda?
El sargento sacudió la cabeza:
—Probablemente he tenido, alguna vez, la idea de venderlo; pero creo que no lo haré. Ya ha causado bastantes desgracias. Además, la gente no quiere comprarlo. Algunos sospechan que es un cuento de hadas; otros quieren probarlo primero y pagarme después.
—Y si a usted le concedieran tres deseos más —dijo el señor White—, ¿los pediría?
—No sé —contestó el otro—. No sé.
Tomó la pata de mono, la agitó entre el pulgar y el índice y la tiró al fuego. White la recogió.
—Mejor que se queme —dijo con solemnidad el sargento.
—Si usted no la quiere, Morris, démela.
—No quiero —respondió terminantemente—. La tiré al fuego; si la guarda, no me eche las culpas de lo que pueda suceder. Sea razonable, tírela.
El otro sacudió la cabeza y examinó su nueva adquisición. Preguntó:
—¿Cómo se hace?
—Hay que tenerla en la mano derecha y pedir los deseos en voz alta. Pero le prevengo que debe temer las consecuencias.
—Parece de las Mil y una noches —dijo la señora White. Se levantó a preparar la mesa—. ¿No le parece que podrían pedir para mí otro par de manos?
El señor White sacó del bolsillo el talismán; los tres se rieron al ver la expresión de alarma del sargento.
—Si está resuelto a pedir algo —dijo agarrando el brazo de White—, pida algo razonable.
El señor White guardó en el bolsillo la pata de mono. Invitó a Morris a sentarse a la mesa. Durante la comida el talismán fue, en cierto modo, olvidado. Atraídos, escucharon nuevos relatos de la vida del sargento en la India.
—Si en el cuento de la pata de mono hay tanta verdad como en los otros —dijo Herbert cuando el forastero cerró la puerta y se alejó con prisa, para alcanzar el último tren—, no conseguiremos gran cosa.
—¿Le diste algo? —preguntó la señora mirando atentamente a su marido.
—Una bagatela —contestó el señor White, ruborizándose levemente—. No quería aceptarlo, pero lo obligué. Insistió en que tirara el talismán.
—Sin duda —dijo Herbert, con fingido horror—, seremos felices, ricos y famosos. Para empezar tienes que pedir un imperio, así no estarás dominado por tu mujer.
El señor White sacó del bolsillo el talismán y lo examinó perplejamente.
—No se me ocurre nada para pedirle —dijo con lentitud—. Me parece que tengo todo lo que deseo.
—Si pagaras la hipoteca de la casa serías feliz ¿no es cierto? —dijo Herbert poniéndole la mano sobre el hombro—. Bastará con que pidas doscientas libras.
El padre sonrió avergonzado de su propia credulidad y levantó el talismán; Herbert puso una cara solemne, hizo un guiño a su madre y tocó en el piano unos acordes graves.
—Quiero-doscientas-libras —pronunció el señor White.
Un gran estrépito del piano contestó a sus palabras. El señor White dio un grito. Su mujer y su hijo corrieron hacia él.
—Se movió —dijo mirando con desagrado el objeto y lo dejó caer—. Se retorció en mi mano, como una víbora.
—Pero yo no veo el dinero —observó el hijo, recogiendo el talismán y poniéndolo sobre la mesa—. Apostaría que nunca lo veré.
—Habrá sido tu imaginación, querido —dijo la mujer mirándolo ansiosamente.
Sacudió la cabeza.
—No importa. No ha sido nada. Pero me dio un susto.
Se sentaron junto al fuego y los dos hombres acabaron de fumar sus pipas. El viento era más fuerte que nunca. El señor White se sobresaltó cuando se golpeó una puerta en los pisos altos. Un silencio inusitado y deprimente los envolvió hasta que se levantaron para ir a acostarse.
—Se me ocurre que encontrarás el dinero en una gran bolsa, en el medio de la cama —dijo Herbert al darles las buenas noches—. Una aparición horrible, agazapada encima del ropero, te acechará cuando estés guardando tus bienes ilegítimos.
Ya solo, el señor White se sentó en la oscuridad, y miró las brasas, y vio caras en ellas. La última era tan simiesca, tan horrible, que la miró con asombro; se rio, molesto, y buscó en la mesa su vaso de agua para echárselo encima y apagar la brasa; sin querer, tocó la pata de mono; se estremeció, limpió la mano en el abrigo y subió a su cuarto.
II
A la mañana siguiente, mientras tomaba el desayuno en la claridad del sol invernal, se rio de sus temores. En el cuarto había un ambiente de prosaica salud que faltaba la noche anterior, y esa pata de mono, arrugada y sucia, tirada sobre el aparador, no parecía terrible.
—Todos los viejos militares son iguales —dijo la señora White—. ¡Qué idea, la nuestra, escuchar esas tonterías! ¿Cómo puede creerse en talismanes, en esta época? Y si consiguieran las doscientas libras, ¿qué mal podrían hacerte?
—Pueden caer de arriba y lastimarle la cabeza —dijo Herbert.
—Según Morris, las cosas ocurrían con tanta naturalidad que parecían coincidencias —dijo el padre.
—Bueno, no vayas a encontrarte con el dinero antes de mi vuelta —dijo Herbert levantándose de la mesa—. No sea que te conviertas en un avaro y tengamos que repudiarte.
La madre se rio, lo acompañó, hasta afuera y lo vio alejarse por el camino; de vuelta a la mesa del comedor, se burló de la credulidad del marido. Sin embargo, cuando el cartero llamó a la puerta, corrió a abrirla y cuando vio que sólo traía la cuenta del sastre, se refirió con cierto malhumor a los militares de costumbres intemperantes.
—Me parece que Herbert tendrá tema para sus bromas —dijo al sentarse.
—Sin duda —dijo el señor White—. Pero, a pesar de todo, la pata se movió en mi mano. Puedo jurarlo.
—Habrá sido en tu imaginación —dijo la señora suavemente.
—Afirmo que se movió. Yo no estaba sugestionado. Era… ¿Qué sucede?
Su mujer no le contestó. Observaba los misteriosos movimientos de un hombre que rondaba la casa y no se decidía a entrar. Notó que el hombre estaba bien vestido y que tenía una galera nueva y reluciente; pensó en las doscientas libras. El hombre se detuvo tres veces en el portón, por fin se decidió a llamar. Apresuradamente, la señora White se quitó el delantal y lo escondió debajo del almohadón de la silla.
Hizo pasar al desconocido. Este parecía incómodo. La miraba furtivamente, mientras ella le pedía disculpas por el desorden que había en el cuarto y por el guardapolvo del marido. La señora esperó cortésmente que les dijera el motivo de la visita, el desconocido estuvo un rato en silencio.
—Vengo de parte de Maw & Meggins —dijo por fin.
La señora White tuvo un sobresalto.
—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Le ha sucedido algo a Herbert?
Su marido se interpuso.
—Espera, querida. No te adelantes a los acontecimientos. Supongo que usted no trae malas noticias, señor. —Y lo miró patéticamente.
—Lo siento… —empezó el otro.
—¿Está herido? —preguntó, enloquecida, la madre.
El hombre asintió.
—Mal herido —dijo pausadamente—. Pero no sufre.
—Gracias a Dios —dijo la señora White, juntando las manos—. Gracias a Dios.
Bruscamente comprendió el sentido siniestro que había en la seguridad que le daban y vio la confirmación de sus temores, en la cara significativa del hombre. Retuvo la respiración, miró a su marido que parecía tardar en comprender, y le tomó la mano temblorosamente. Hubo un largo silencio.
—Lo agarraron las máquinas —dijo en voz baja el visitante.
—Lo agarraron las máquinas —repitió el señor White, aturdido.
Se sentó, mirando fijamente por la ventana, tomó la mano de su mujer, la apretó en la suya, como en sus tiempos de enamorados.
—Era el único que nos quedaba —le dijo al visitante—. Es duro.
El otro se levantó y se acercó a la ventana.
—La compañía me ha encargado que le exprese sus condolencias por esta gran pérdida —dijo sin darse vuelta—. Le ruego que comprenda que soy tan solo un empleado y que obedezco a las órdenes que me dieron.
No hubo respuesta. La cara de la señora White estaba lívida.
—Se me ha comisionado para declararles que Maw & Meggins niega toda responsabilidad en el accidente —prosiguió el otro—. Pero en consideración a los servicios prestados por su hijo, le remiten una suma determinada.
El señor White soltó la mano de su mujer y, levantándose, miró con terror al visitante. Sus labios secos pronunciaron la palabra: ¿cuánto?
—Doscientas libras —fue la respuesta.
Sin oír el grito de su mujer, el señor White sonrió levemente, extendió los brazos, como un ciego, y se desplomó, desmayado.
III
En el cementerio nuevo, a unas dos millas de distancia, marido y mujer dieron sepultura a su muerto y volvieron a la casa transidos de sombra y de silencio.
Todo pasó tan pronto que al principio casi no lo entendieron y quedaron esperando alguna otra cosa que les aliviara el dolor. Pero los días pasaron y la expectativa se transformó en resignación, esa desesperada resignación de los viejos, que algunos llaman apatía. Pocas veces hablaban, porque no tenían nada que decirse, sus días eran interminables hasta el cansancio.
Una semana después, el señor White, despertándose bruscamente en la noche, estiró la mano y se encontró solo. El cuarto estaba a oscuras, oyó, cerca de la ventana, un llanto contenido. Se incorporó en la cama para escuchar.
—Vuelve a acostarte —dijo tiernamente—. Vas a tomar frío.
—Mi hijo tiene más frío —dijo la señora White y volvió a llorar.
Los sollozos se desvanecieron en los oídos del señor White. La cama estaba tibia, y sus ojos pesados de sueño. Un despavorido grito de su mujer lo despertó.
—La pata de mono —gritaba desatinadamente—, la pata de mono.
El señor White se incorporó alarmado.
—¿Dónde? ¿Dónde está? ¿Qué sucede?
Ella se acercó:
—La quiero. ¿No la has destruido?
—Está en la sala, sobre la repisa —contestó asombrado—. ¿Por qué la quieres?
Llorando y riendo se inclinó para besarlo, y le dijo histéricamente:
—Sólo ahora he pensado. ¿Por qué no he pensado antes? ¿Por qué tú no pensaste?
—¿Pensaste en qué? —preguntó.
—En los otros dos deseos —respondió enseguida—. Sólo hemos pedido uno.
—¿No fue bastante?
—No —gritó ella triunfalmente—. Le pediremos otro más. Búscala pronto y pide que nuestro hijo vuelva a la vida.
El hombre se sentó en la cama, temblando.
—Dios mío, estás loca.
—Búscala pronto y pide —le balbuceó—; ¡mi hijo, mi hijo!
El hombre encendió la vela:
—Vuelve a acostarte. No sabes lo que estás diciendo.
—Nuestro primer deseo se cumplió. ¿Por qué no hemos de pedir el segundo?
—Fue una coincidencia.
—Búscala y desea —gritó con exaltación la mujer. El marido se dio vuelta y la miró.
—Hace diez días que está muerto y además —no quiero decirte otra cosa— lo reconocí por el traje. Si ya entonces era demasiado horrible para que lo vieras…
—Tráemelo —gritó la mujer arrastrándolo hacia la puerta—. ¿Crees que temo al niño que he criado?
El señor White bajó en la oscuridad, entró en la sala y se acercó a la repisa. El talismán estaba en su lugar. Tuvo miedo que el deseo todavía no formulado trajera a su hijo hecho pedazos, antes que él pudiera escaparse del cuarto. Perdió la orientación. No encontraba la puerta. Tanteó alrededor de la mesa y a lo largo de la pared y de pronto se encontró en el zaguán, con el maligno objeto en la mano.
Cuando entró en el dormitorio, hasta la cara de su mujer le pareció cambiada. Estaba ansiosa y blanca y tenía algo sobrenatural. Le tuvo miedo.
—Pídelo —gritó con violencia.
—Es absurdo y perverso —balbuceó.
—Pídelo —repitió la mujer.
El hombre levantó la mano.
—Deseo que mi hijo viva de nuevo.
El talismán cayó al suelo. El señor White siguió mirándolo con terror. Luego, temblando, se dejó caer en una silla mientras la mujer se acercó a la ventana y levantó la cortina. El hombre no se movió de ahí, hasta que el frío del alba lo traspasó. A veces miraba a su mujer, que estaba en la ventana. La vela se había consumido; hasta apagarse, proyectaba en las paredes y el techo sombras vacilantes.
Con un inexplicable alivio ante el fracaso del talismán, el hombre volvió a la cama; un minuto después, la mujer, apática y silenciosa, se acostó a su lado.
No hablaron, escuchaban el latido del reloj. Crujió un escalón. La oscuridad era opresiva, el señor White juntó coraje, encendió un fósforo y bajó a buscar una vela.
Al pie de la escalera el fósforo se apagó. El señor White se detuvo para encender otro; simultáneamente resonó un golpe furtivo, casi imperceptible, en la puerta de entrada.
Los fósforos cayeron. Permaneció inmóvil, sin respirar, hasta que se repitió el golpe. Huyó a su cuarto y cerró la puerta. Se oyó un tercer golpe.
—¿Qué es eso? —gritó la mujer.
—Una laucha —dijo el hombre—. Una laucha. Se me cruzó en la escalera.
La mujer se incorporó. Un fuerte golpe retumbó en toda la casa.
—¡Es Herbert! ¡Es Herbert! —La señora White corrió hacia la puerta, pero su marido la alcanzó.
—¿Qué vas a hacer? —le dijo ahogadamente.
—¡Es mi hijo; es Herbert! —gritó la mujer, luchando para que la soltaran—. Me había olvidado que el cementerio está a dos millas. Suéltame; tengo que abrir la puerta.
—Por amor de Dios, no lo dejes entrar —dijo el hombre, temblando.
—¿Tienes miedo de tu propio hijo? —gritó—. Suéltame. Ya voy, Herbert; ya voy.
Hubo dos golpes más. La mujer se libró y huyó del cuarto. El hombre la siguió y la llamó, mientras bajaba la escalera. Oyó el ruido de la tranca de abajo; oyó el cerrojo; y luego, la voz de la mujer, anhelante:
—La tranca —dijo—. No puedo alcanzarla.
Pero el marido, arrodillado, tanteaba el piso, en busca de la pata de mono.
—Si pudiera encontrarla antes de que eso entrara… —los golpes volvieron a resonar en toda la casa. El señor White oyó que su mujer acercaba una silla; oyó el ruido de la tranca al abrirse; en el mismo instante encontró la pata de mono y, frenéticamente, balbuceó el tercer y último deseo.
Los golpes cesaron de pronto; aunque los ecos resonaban aún en la casa. Oyó retirar la silla y abrir la puerta. Un viento helado entró por la escalera; y un largo y desconsolado alarido de su mujer le dio valor para correr hacia ella y luego hasta el portón. El camino estaba desierto y tranquilo.
FIN
Guía de apoyo a la lectura: La pata de mono, resumen y análisis
Resumen de La pata de mono de W. W. Jacobs
El relato «La pata de mono» de W. W. Jacobs se desarrolla en la pequeña y cálida sala de la villa Laburnum en una noche fría y húmeda. El señor White, su esposa y su hijo Herbert están disfrutando de una tranquila velada cuando reciben la visita del sargento mayor Morris, un viejo amigo de la familia que regresa de la India. Morris trae consigo una exótica y misteriosa reliquia: una pata de mono momificada con poderes mágicos otorgados por un faquir. Este talismán, según Morris, concede tres deseos a tres personas diferentes, pero advierte que los deseos traen consigo terribles consecuencias.
A pesar de las advertencias del sargento, el señor White, impulsado por la curiosidad y las bromas de su hijo, decide conservar la pata de mono. Esa noche, para probar el poder del talismán, el señor White pide doscientas libras para pagar la hipoteca de su casa. Inmediatamente, siente que la pata de mono se retuerce en su mano, aunque no ocurre nada más.
Al día siguiente, la familia White se burla de la superstición, pero sus risas se convierten en horror cuando un representante de la empresa Maw & Meggins llega con la trágica noticia de que Herbert ha muerto en un accidente laboral, atrapado por una máquina. Como compensación, la compañía ofrece exactamente doscientas libras, cumpliendo de manera macabra el deseo de la noche anterior.
Devastados por la pérdida, los White entierran a Herbert y se sumen en el dolor. Sin embargo, una noche, la señora White recuerda los dos deseos restantes y convence a su esposo de usar el segundo deseo para devolver a la vida a su hijo. A pesar de sus dudas y temores, el señor White pide que Herbert vuelva a la vida.
Unos golpes en la puerta interrumpen el silencio de la casa, y la señora White, segura de que es su hijo regresando, corre a abrir. El señor White, temiendo las horribles consecuencias de su deseo, busca desesperadamente la pata de mono y, justo antes de que su esposa pueda abrir la puerta, pide su tercer deseo.
El relato culmina con el desvanecimiento de los golpes y la señora White descubriendo, en medio del viento helado de la noche, que no hay nadie al otro lado de la puerta. La calle está desierta y tranquila, dejándolos a ambos con la certeza de que han jugado con fuerzas que no comprenden y han pagado un precio inimaginable.
Personajes de La pata de mono de W. W. Jacobs
El señor White: El señor White es el personaje central del cuento. Es un hombre mayor que disfruta de la serenidad de su hogar en Laburnum Villa. La historia lo presenta como alguien curioso y ligeramente ingenuo, características que lo conducen a ignorar las advertencias del sargento Morris sobre la pata de mono. Su deseo de mejorar la situación financiera de su familia, mediante un deseo aparentemente inofensivo, desencadena una serie de eventos trágicos. A lo largo de la narrativa, el señor White experimenta una transformación significativa: pasa de ser un hombre tranquilo y razonable a uno consumido por el remordimiento y el miedo. Su última decisión de utilizar el tercer deseo para revertir el daño causado por sus acciones refleja su profundo entendimiento del peligro de interferir con el destino.
La señora White: La señora White, esposa del señor White y madre de Herbert, comienza la historia como una mujer práctica y cariñosa, que inicialmente se muestra escéptica y burlona ante las historias del sargento Morris. Sin embargo, tras la muerte de su hijo, su personaje experimenta una transformación drástica. El dolor y la desesperación la consumen, llevándola a una obstinada determinación de usar el talismán para traer de vuelta a Herbert. Su transición de escepticismo a desesperación muestra cómo el sufrimiento puede llevar a las personas a tomar decisiones irracionales y peligrosas, subrayando el poder devastador de la pérdida y el amor maternal.
Herbert White: Herbert White, el joven hijo de la familia, es presentado como un hombre lleno de vitalidad y con una actitud bromista. Trabaja en una fábrica y mantiene una relación cercana y afectuosa con sus padres. Su carácter jovial y despreocupado se ve truncado por su trágica muerte, que resulta del primer deseo del talismán. La ausencia de Herbert tras su muerte marca el inicio de un periodo de profundo dolor y desesperación para sus padres. Su presencia, aunque breve, es crucial para el desarrollo de la trama, ya que su pérdida resalta las terribles consecuencias de desear más allá de lo natural.
El sargento mayor Morris: El sargento mayor Morris, un viejo amigo de la familia White y veterano del ejército británico, aporta un aire de misterio y gravedad al cuento. Con su robusta presencia y su experiencia en la India, Morris introduce la pata de mono y advierte repetidamente sobre sus peligros. A pesar de sus advertencias, los White no comprenden completamente la seriedad de sus palabras hasta que es demasiado tarde. Morris representa la voz de la razón y la experiencia, destacando el tema de las advertencias no escuchadas y las consecuencias inevitables de desobedecerlas.
El representante de Maw & Meggins: El representante de Maw & Meggins es un personaje secundario, empleado de la empresa donde trabajaba Herbert y su papel es el de portador de las trágicas noticias sobre la muerte de Herbert y la indemnización de doscientas libras. Su presencia en la casa de los White concreta la realidad de la tragedia y materializa las consecuencias del primer deseo. A través de su comportamiento cortés pero incómodo, el representante destaca la fría indiferencia de las instituciones frente al dolor personal, subrayando la impersonalidad de la compensación financiera ante la pérdida humana.
Análisis de La pata de mono de W. W. Jacobs
«La pata de mono» de W. W. Jacobs es un cuento que explora con maestría los peligros de interferir con el destino y las consecuencias imprevistas de los deseos. Ambientado en la modesta y acogedora villa Laburnum, el relato se desarrolla en un contexto de tranquila domesticidad que contrasta fuertemente con los eventos sobrenaturales que se desencadenan. La noche fría y húmeda, el fuego ardiente y la casa cerrada crean un ambiente de aparente seguridad que pronto se verá perturbado por la llegada del sargento mayor Morris y su siniestro talismán.
La historia está narrada en tercera persona por un narrador omnisciente, lo que permite al lector una visión completa de los pensamientos y emociones de los personajes. Esta perspectiva narrativa es crucial para entender el impacto psicológico de los eventos en la familia White. La narración se centra en el hogar de los White, un escenario cotidiano y familiar que se convierte en el epicentro de una serie de eventos trágicos y aterradores, amplificando así el horror al introducir lo sobrenatural en un contexto mundano.
Uno de los temas principales que desarrolla el autor es el poder destructivo del deseo humano. A través del talismán de la pata de mono, Jacobs ilustra cómo los deseos, por más inocentes que parezcan, pueden tener consecuencias catastróficas. El cuento también aborda la inevitabilidad del destino y la futilidad de intentar cambiarlo, un tema que se refuerza con las repetidas advertencias de Morris y las tragedias que siguen a cada deseo. La interacción entre el escepticismo inicial de los personajes y su posterior desesperación destaca la peligrosa tentación de querer más de lo que uno tiene.
El estilo de escritura de Jacobs es directo y sencillo, lo que permite que la historia avance con claridad y precisión. Utiliza un lenguaje evocador para construir una atmósfera tensa y ominosa, especialmente cuando describe la pata de mono y los eventos sobrenaturales. El tono de la narración es sombrío y trágico, acentuado por el ritmo pausado que se acelera en momentos de tensión, como la petición de los deseos y los golpes en la puerta. Este control del ritmo mantiene al lector en un estado constante de suspense y anticipación.
Jacobs emplea varias técnicas literarias para contar la historia de manera efectiva. El uso del diálogo es fundamental para revelar el carácter y las emociones de los personajes, así como para introducir y desarrollar el tema del deseo. Las descripciones detalladas de los ambientes y las acciones contribuyen a crear una atmósfera inquietante. Además, la repetición de ciertos elementos, como las advertencias de Morris y los eventos coincidentes tras los deseos, refuerzan el sentido de inevitable fatalidad.
El contexto histórico y cultural de principios del siglo XX, una época en la que el imperialismo británico estaba en su apogeo, influye notablemente en la historia. El personaje de Morris y sus relatos sobre la India reflejan el exotismo y el misterio asociados a las colonias británicas, elementos que añaden una capa de autenticidad y profundidad a la narrativa. Este contexto también resalta la curiosidad y la fascinación de los británicos de la época por lo sobrenatural y lo desconocido.
Finalmente, el sentido y propósito del cuento pueden interpretarse como una advertencia sobre los peligros de desear más de lo necesario y la necesidad de aceptar el curso natural de la vida. La pata de mono actúa como un recordatorio de que las interferencias con el destino pueden traer consigo un alto costo. El cuento, con su mezcla de lo cotidiano y lo sobrenatural, invita al lector a reflexionar sobre las consecuencias de nuestros deseos y acciones, y sobre la aceptación de las limitaciones inherentes a la condición humana.
Comentario general sobre el cuento La pata de mono de W. W. Jacobs
«La pata de mono» de W. W. Jacobs es un relato que se ha mantenido vigente a través del tiempo debido a su magistral exploración de los deseos humanos y las inevitables consecuencias de tratar de manipular el destino. La simplicidad de la trama, enmarcada en un entorno doméstico y cotidiano, contrasta fuertemente con el profundo y escalofriante mensaje que transmite. Esta dualidad entre lo familiar y lo sobrenatural es lo que otorga al cuento su impacto perdurable.
El cuento nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del deseo y la prudencia que debe acompañar nuestras aspiraciones. A través de la tragedia de la familia White, Jacobs nos muestra que incluso los deseos más inocentes pueden llevar a resultados devastadores. La historia actúa como una advertencia sobre la tentación de buscar atajos para resolver nuestros problemas y el peligro inherente de obtener más de lo que la vida nos ofrece naturalmente.
Además, la narrativa de Jacobs destaca por su economía de lenguaje y su habilidad para crear una atmósfera cargada de tensión y suspenso. Cada detalle está cuidadosamente elegido para contribuir al creciente sentido de fatalidad que culmina en el clímax aterrador de la historia. La pata de mono, como símbolo de los peligros de los deseos no controlados, se convierte en un poderoso recordatorio de que algunas cosas están mejor dejadas al destino.
«La pata de mono» es una obra que, con su simple pero efectiva narrativa, nos confronta con preguntas profundas sobre el deseo, el destino y las consecuencias de nuestras acciones. Jacobs nos deja con una sensación de inquietud y una valiosa lección sobre la prudencia y la aceptación de la vida tal como es. Es un cuento que sigue resonando con los lectores, recordándonos que a veces, lo que creemos que queremos puede no ser lo que realmente necesitamos.
Para que público se recomienda el cuento La pata de mono de W. W. Jacobs
«La pata de mono» de W. W. Jacobs es un cuento que, aunque breve, contiene temas y elementos que requieren una cierta madurez para ser plenamente comprendidos y apreciados. Debido a su naturaleza sobrenatural y las consecuencias trágicas que enfrenta la familia White, el cuento es más adecuado para adolescentes y adultos jóvenes en adelante.
Para los lectores más jóvenes, como niños en edad primaria, el cuento puede resultar demasiado perturbador y complejo. La muerte de Herbert, el dolor de sus padres y los elementos de horror sobrenatural, como el uso del talismán para revivir a los muertos, pueden ser difíciles de procesar emocionalmente y generar pesadillas o miedos innecesarios. Además, la comprensión completa de los temas centrales, como la inevitabilidad del destino y las consecuencias imprevistas de los deseos, requiere una cierta capacidad de reflexión crítica que los niños pequeños aún están desarrollando.
En contraste, los adolescentes están en una etapa donde empiezan a explorar conceptos más abstractos y complejos, y pueden apreciar mejor las sutilezas del cuento. A esta edad, los jóvenes están más preparados para enfrentar y discutir temas como la muerte, el dolor y las advertencias morales, lo que hace que «La pata de mono» sea una lectura apropiada y estimulante. Además, el cuento puede servir como una excelente introducción al género del horror literario, ofreciendo una narrativa rica en suspense sin recurrir a la violencia gráfica o el terror explícito.
Los adultos jóvenes y los adultos pueden disfrutar del cuento en un nivel aún más profundo, apreciando no solo la narrativa y el suspense, sino también la crítica subyacente a la naturaleza humana y sus deseos. La historia invita a reflexionar sobre nuestras propias decisiones y las posibles consecuencias de nuestras acciones, un tema relevante a cualquier edad pero que resuena particularmente con aquellos que ya han tenido la experiencia de enfrentar las repercusiones de sus propios deseos y decisiones.