Resumen del argumento: En El enano (1954), Ray Bradbury narra la historia de un hombre con enanismo que cada noche visita el laberinto de espejos de un parque de atracciones para llegar a una sala secreta donde un espejo lo hace parecer alto y elegante. Ese instante de ilusión es su único refugio frente a una vida de humillaciones. Aimee, una joven trabajadora del parque, lo observa conmovida y, al descubrir que también es escritor, decide ayudarlo encargando que le envíen a su casa un espejo igual al del parque. Antes de que ese regalo llegue, Ralph, el encargado del laberinto, impulsado por los celos y el deseo de burlarse, reemplaza el espejo del parque por otro deformante que achica y distorsiona la figura. Cuando el enano entra esa noche esperando verse transformado, se encuentra con una imagen grotesca que lo deja en estado de shock. Huye aterrorizado y, poco después, se descubre que ha robado un arma. Aimee, sintiéndose culpable, sale corriendo a buscarlo.

Advertencia
El resumen y análisis que ofrecemos a continuación es sólo una semblanza y una de las múltiples lecturas posibles que ofrece el texto. De ningún modo pretende sustituir la experiencia de leer la obra en su integridad.
Resumen de El enano de Ray Bradbury
En una noche calurosa y quieta, en un muelle donde se extiende un parque de diversiones semivacío, Aimee, una joven que trabaja allí, observa el cielo, los juegos apagados y a los pocos clientes que aún circulan. Una de las atracciones del parque es el laberinto de espejos, atendido por Ralph Banghart, un hombre burlón y algo cínico que juega al solitario mientras fuma un cigarro apagado. Aimee y Ralph conversan y él le habla del «enano», un hombre que cada noche entra en el laberinto y se detiene en un rincón especial: una sala con un espejo que lo hace parecer alto. Ralph se burla de él, pero Aimee, conmovida, se muestra interesada en entenderlo.
Cuando el enano llega esa noche, Ralph lo reconoce de inmediato y lo observa sin que él lo vea. Lleva a Aimee por un pasadizo oculto hasta una mirilla que da a la habitación secreta. Allí, ambos lo espían mientras el enano, completamente solo, se coloca ante el espejo. Lo que ve le arranca una sonrisa: su reflejo es alto y elegante. Frente a ese reflejo, el enano baila, saluda y se maravilla. Es su único momento de alegría. Aimee queda impactada por lo que presencia. Le conmueve ver esa necesidad íntima de autoestima, de consuelo y de ilusión.
Más tarde, Aimee y Ralph conversan sobre el enano. Ralph, sin empatía, se burla de él y descarta la posibilidad de ayudarlo. Sin embargo, Aimee, movida por una mezcla de ternura y admiración, propone comprarle un espejo como aquel para que pueda tenerlo en su propia casa. Ralph se burla aún más de la idea y dice que el enano jamás lo aceptaría, que es demasiado orgulloso y que no podría confesar su deseo ni siquiera a un amigo. Aimee, sin embargo, insiste. Cree haber descubierto algo más profundo: el enano es escritor. Vive solo, escribe relatos policiales y enciende su máquina de escribir todas las noches. Ha publicado pequeñas historias en revistas baratas y Aimee encuentra una de ellas —que lee— escrita desde la perspectiva de un enano que ha asesinado a su acosador. Aimee, fascinada, cree que el hombre posee una mente sensible, profunda y creativa.
Decidida, Aimee encarga un espejo como el del parque para enviárselo al enano a su alojamiento, como regalo anónimo. Pero Ralph, movido por celos o por malicia, se adelanta. Sin que ella lo sepa, cambia el espejo de la sala especial del laberinto por otro deformante: uno que achica y distorsiona las figuras, incluso las normales. Cuando el enano vuelve esa noche, Ralph le ofrece la entrada de forma gratuita. Aimee se inquieta, sospechando que ha sucedido algo, pero Ralph no le dice qué ha hecho. Cuando el enano entra en la sala esperando ver su figura agrandada, lo que encuentra es lo contrario: su imagen es aún más pequeña, más grotesca y más deforme. Aterrorizado y humillado, empieza a correr, a gritar y a chocar contra los espejos hasta que sale del laberinto completamente alterado. Huye desesperado por el muelle.
Poco después, un hombre del parque llega diciendo que han robado un arma de su galería de tiro, y Aimee comprende con horror que el enano podría haberla tomado. Sintiéndose culpable por haber desencadenado la situación, sale a buscarlo.
El cuento culmina con una escena simbólica: Aimee se detiene frente a uno de los espejos del laberinto y ve el reflejo de Ralph, distorsionado y grotesco, como si él mismo fuera un enano. Ralph también se ve reflejado en ese espejo y su rostro se crispa ante la imagen. Aimee, sin decir palabra, echa a correr bajo la lluvia caliente del muelle, desesperada por encontrar al hombre que, aunque fuera por pocos instantes, había podido verse a sí mismo no como lo ve el mundo, sino como él deseaba ser.
Personajes de El enano de Ray Bradbury
El personaje central es el enano, al que otros llaman ocasionalmente «Mr. Bigelow» o «Mr. Big». Su figura física, achatada y deformada, es la primera fuente de su tragedia, pero no la única. El enano también es un hombre solitario, lleno de anhelos y de una dignidad silenciosa. Cada noche visita el laberinto de espejos no por diversión, sino por necesidad. En secreto, busca la única imagen de sí mismo en la que puede reconocerse con orgullo: una versión idealizada, alargada y hermosa. Ese momento de intimidad ante el espejo no es narcisismo, sino refugio. Lo más revelador del personaje aparece cuando Aimee descubre que escribe relatos policiales, y en uno de ellos se confiesa como un asesino impulsado por años de humillación. Este texto ficticio dentro del cuento funciona como ventana a su mundo interior: un lugar marcado por el sufrimiento, el rencor acumulado, pero también por la lucidez, la inteligencia y el talento creativo. El enano es una figura compleja marcada por el trauma de una infancia aislada, el rechazo social y el conflicto entre un cuerpo limitado y una mente vasta.
Aimee, por su parte, es un personaje que actúa como mediadora. Trabaja en un parque sombrío y triste, rodeada de juegos vacíos, pero mantiene una sensibilidad que la distingue del resto. Desde el principio, muestra inquietud ante el enano, sintiendo una mezcla de compasión, fascinación y deseo de comprensión. Su evolución emocional es notable: pasa de la curiosidad al compromiso y, finalmente, a la culpa. Aimee representa una forma de bondad valiente, dispuesta a tomar decisiones que puedan mejorar la vida de los demás. Su descubrimiento del enano como escritor la transforma. Deja de verlo como una figura trágica para percibirlo como alguien con una rica y significativa vida interior. Sin embargo, su impulso de ayudar, aunque bienintencionado, es también torpe y contribuye indirectamente a la tragedia final. Su gesto de enviar el espejo es noble, pero provoca la ira de Ralph y somete al enano a una nueva humillación.
Ralph Banghart es el opuesto a Aimee y, en muchos sentidos, su antagonista. Trabaja en la taquilla del laberinto de espejos y encarna el cinismo, la burla y el desprecio disfrazado de indiferencia. Aunque no es un villano explícito, sus acciones son crueles y se van intensificando. Ralph observa al enano en secreto, lo ridiculiza, y finalmente sabotea su único momento de consuelo cambiando el espejo. Lo hace por celos, por la sensación de amenaza que le produce la conexión emocional entre Aimee y el enano o, simplemente, por el placer de ejercer poder sobre alguien más débil. Lo significativo de Ralph es que, aunque sus actos no parecen fruto de una maldad deliberada, sí revelan una profunda incapacidad para la empatía. Su burla final queda al descubierto cuando él mismo se ve reflejado en un espejo deformante y se enfrenta a una imagen grotesca de sí mismo. Esa visión, sin palabras, encierra la justicia poética del cuento: quien se burla de la apariencia ajena se ve finalmente atrapado en una imagen que lo caricaturiza.
Análisis de El enano de Ray Bradbury
El enano, de Ray Bradbury, es un cuento que trabaja con una premisa sencilla pero profundamente perturbadora: la relación entre apariencia, identidad y deseo. La historia se sitúa en un entorno aparentemente inofensivo —un parque de diversiones semivacío—, pero desde las primeras líneas se respira una atmósfera de estancamiento, calor y vacío. Este escenario, con su luz artificial y sus atracciones deterioradas, no es solo un trasfondo narrativo, sino también un reflejo del estado emocional de los personajes. La feria, lejos de ser un lugar alegre, se convierte en un espacio de marginación donde el espectáculo convive con la humillación y la soledad.
El conflicto central del cuento gira en torno al uso simbólico del espejo. Para el enano, ese espejo que alarga su reflejo no es un objeto de vanidad, sino una forma de existencia alternativa. Frente a su imagen agrandada, puede reconocerse como alguien digno de ser visto, alguien alto, con proporciones heroicas, capaz de bailar y sonreír sin vergüenza. Esa ilusión, por mínima que sea, le permite afrontar su rutina diaria. Bradbury no presenta este gesto como patético, sino como profundamente humano. Todos, en mayor o menor medida, necesitamos espejos que nos devuelvan una versión tolerable o deseable de nosotros mismos. El cuento sugiere que la identidad no es solo una cuestión física o social, sino también una construcción imaginaria, una forma de narrarnos a nosotros mismos aquello que la realidad no siempre confirma.
El personaje de Aimee encarna la posibilidad de empatía en un mundo que se burla de la diferencia. Ella es la única que intuye la fragilidad del enano y la riqueza de su vida interior. Su gesto de encargarle un espejo es una forma de devolverle algo de dignidad al otro sin invadirlo ni exponerlo. Sin embargo, su buena intención queda frustrada por la acción de Ralph, que interviene desde el cinismo y la burla. El cambio del espejo es más que una broma cruel: es una forma de violencia psicológica, una agresión dirigida a destruir no el cuerpo del enano, sino su único espacio de resistencia simbólica. La escena en la que se encuentra con su nuevo reflejo, en la que su figura se hace aún más pequeña, tiene un efecto devastador. No solo le priva de una ilusión, sino también de su último refugio emocional.
La escritura de Bradbury en este cuento es contenida y precisa, y deja que el lector descubra la tensión en los gestos y diálogos. No hay explicaciones moralizantes ni juicios abiertos; el horror del relato se construye lentamente a través de los silencios, las miradas furtivas y los actos indirectos. El ritmo también juega un papel clave: el cuento avanza con lentitud, como si todo ocurriera en una cámara cerrada por el calor y el tedio, y cuando estalla el conflicto, lo hace de forma repentina, con un grito y una carrera desesperada por el muelle.
Uno de los momentos más significativos es el hallazgo del texto que el enano ha escrito. La historia dentro de la historia ofrece una clave de lectura: el personaje que narra ha sido víctima de burlas y vejaciones, y finalmente comete un asesinato. Al leer este relato ficticio, Aimee se emociona y se plantea la posibilidad de que el enano también albergue un resentimiento silencioso, una carga emocional profunda que no puede expresar abiertamente. La escritura es su forma de canalizar ese dolor. Y aquí, Bradbury sugiere una de las ideas más complejas del cuento: que la creación literaria puede nacer no solo del talento o la imaginación, sino también del sufrimiento. La escritura del enano no es una evasión, sino una forma de afirmación, un intento de decirle al mundo quién es, incluso si nadie está escuchando.
En términos estilísticos, el cuento trabaja con una prosa sobria, casi cinematográfica, en la que se hace una atención muy marcada a los detalles visuales: las luces del muelle, los reflejos en los espejos, los movimientos corporales de los personajes. El recurso del espejo, además de su carga simbólica, permite una estructura narrativa en la que la mirada —mirar y ser mirado— se vuelve central. La pregunta que surge es la siguiente: ¿qué ocurre cuando nos vemos como realmente somos, o como querríamos ser, o como los demás nos ven? El final del cuento da un giro significativo: Ralph, que se había burlado del enano por necesitar un espejo que lo hiciera alto, se ve reflejado en uno que lo convierte en una figura grotesca y deformada. La inversión es poderosa: por primera vez, el burlador se ve expuesto como realmente es. En este punto el espejo adquiere una dimensión simbólica, en donde la imagen reflejada parece que permite ver el verdadero interior de las personas.
Finalmente, el cuento culmina con una tensión abierta e inquietante: el enano ha sido brutalmente humillado en su único espacio de consuelo, ha huido trastornado y se sabe que ha robado un arma. Bradbury no nos dice qué ocurrirá, pero deja entrever dos caminos posibles: el de la autodestrucción o el de la venganza. No se puede descartar la posibilidad de que el enano se quite la vida, dada la intensidad de su desesperación, pero también existe la amenaza de que vuelva armado para ajustar cuentas con quien lo ha sometido a una crueldad tan devastadora. El relato lo deja en suspenso. Mientras Aimee corre bajo la lluvia para intentar encontrarlo, no sabemos si llegará a tiempo ni si su presencia podrá cambiar algo. La historia queda anclada en esa incertidumbre, en el filo entre el daño ya hecho y la violencia que aún puede desatarse. La pregunta final no es solo qué hará el enano, sino si alguien, al menos una persona, será capaz de evitar que suceda lo peor.

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