Guillermo Blanco: Adiós a Ruibarbo
Mañana a mañana, casi al filo del alba, el chico llegaba a sentarse en la acera empedrada frente al portón de la panadería. Adoptaba siempre la misma postura: cruzadas las piernas, las manos cruzadas delante de ellas, la vista fija en el callejón que conducía a las caballerizas. Sus ojos eran hondos, eran negros, miraban …