Edogawa Rampo: El infierno de los espejos

Edogawa Rampo - El infierno de los espejos

Sinopsis: «El infierno de los espejos» (Kagami Jigoku) es un cuento del escritor japonés Edogawa Rampo, publicado en octubre de 1926 en la revista Taishu Bungei. La historia está narrada por un hombre que recuerda la extraña amistad que mantuvo con Kan Tanuma, un joven excéntrico obsesionado desde niño con los espejos, las lentes y los instrumentos ópticos. Fascinado por el mundo de las imágenes reflejadas y amplificadas, Tanuma se aleja de toda vida social para entregarse por completo a su pasión, que, lejos de ser un simple pasatiempo, se transforma en una fuerza absorbente que lo arrastra hacia laberintos más allá de toda comprensión racional.

Edogawa Rampo - El infierno de los espejos

El infierno de los espejos

Edogawa Rampo
(Cuento completo)

Uno de los amigos más extraños que he tenido fue Kan Tanuma. Desde el primer momento sospeché que tenía algún desequilibrio mental. Algunos lo habrían calificado simplemente de excéntrico, pero yo estoy convencido de que era un lunático. En cualquier caso, tenía una manía: le apasionaba todo lo que pudiera reflejar una imagen, así como todo tipo de lentes. Ya de niño, los únicos juguetes con los que jugaba eran linternas mágicas, telescopios, lupas, caleidoscopios, prismas y cosas por el estilo.

Quizás esta extraña manía de Tanuma era hereditaria, ya que su bisabuelo Moribe también era conocido por tener la misma predilección. Como prueba de ello, existe una colección de objetos —vasijas de vidrio primitivas, telescopios y libros antiguos sobre temas relacionados— que este Moribe obtuvo de los primeros comerciantes holandeses en Nagasaki. Estos objetos se transmitieron a sus descendientes, y mi amigo Tanuma fue el último en recibir las reliquias familiares.

Aunque los episodios relacionados con la obsesión de Tanuma por los espejos y las lentes en su infancia son casi infinitos, los que recuerdo con más nitidez tuvieron lugar en la última etapa del instituto, cuando estaba profundamente inmerso en el estudio de la física, especialmente la óptica.

Un día, mientras estábamos en clase (Tanuma y yo éramos compañeros en el mismo colegio), el profesor pasó un espejo cóncavo e invitó a todos los alumnos a observar el reflejo de sus rostros en el cristal. Cuando me tocó mirar, retrocedí horrorizado, porque los numerosos granos enconados de mi cara, tan ampliados, parecían cráteres lunares vistos a través del gigantesco telescopio de un observatorio astronómico. Debo mencionar que siempre había sido muy sensible con la gran cantidad de granos que tenía en el rostro, tanto que el shock que sufrí en aquella ocasión me dejó con una fobia a mirar espejos cóncavos. Poco después de este incidente, tuve la oportunidad de visitar una exposición científica, pero cuando vi un espejo cóncavo extragrande montado en la distancia, salí corriendo aterrorizado.

Tanuma, sin embargo, en marcado contraste con mi sensibilidad, soltó un grito agudo de alegría en cuanto vio el espejo cóncavo en el aula. «¡Maravilloso… maravilloso!», chilló, y todos los demás alumnos se rieron de él.

Pero para Tanuma la experiencia no era motivo de risa, ya que hablaba muy en serio. Posteriormente, su amor por los espejos cóncavos se hizo tan intenso que no paraba de comprar todo tipo de implementos: alambre, cartón, espejos y cosas por el estilo. Con todo ello, comenzó a construir diversas cajas con trucos diabólicos, para lo que se sirvió de los muchos libros que había conseguido, todos ellos dedicados al arte de la magia científica.

Tras graduarse en el instituto, Tanuma no mostró ningún interés por continuar sus estudios académicos. En cambio, con el dinero que le proporcionaban generosamente sus padres, que eran muy tolerantes, construyó un pequeño laboratorio en un rincón de su jardín y dedicó todo su tiempo y esfuerzo a su afición por los instrumentos ópticos.

Se aisló por completo en su extraño laboratorio, y yo era el único amigo que lo visitaba, ya que todos los demás lo habían abandonado debido a su creciente excentricidad. En cada una de mis visitas, comenzaba a sentirme cada vez más preocupado por sus extrañas actividades, ya que veía claramente que su enfermedad iba de mal en peor.

Por aquella época murieron sus padres, dejándole una cuantiosa herencia. Ahora, completamente libre de cualquier supervisión y con fondos suficientes para satisfacer todos sus caprichos, comenzó a volverse más imprudente que nunca. Al mismo tiempo, al haber alcanzado la edad de veinte años, empezó a mostrar un gran interés por el sexo opuesto. Este interés se mezcló con su morbosa afición por la óptica, y ambos se convirtieron en una fuerza poderosa en la que quedó completamente atrapado.

Inmediatamente después de recibir su herencia, construyó un pequeño observatorio y lo equipó con un telescopio astronómico para explorar los misterios de los planetas. Como su casa estaba situada en una elevación, era el lugar ideal para ello. Sin embargo, él no era de los que se conformaban con una ocupación tan inocua. Pronto comenzó a apuntar su telescopio hacia la Tierra y a enfocar las lentes hacia las casas de los alrededores. Las vallas y otras barreras no suponían ningún obstáculo, ya que su observatorio se encontraba en un terreno más alto.

Los ocupantes de las casas vecinas, totalmente ajenos a la mirada indiscreta de Tanuma, que los espiaba a través de su telescopio, continuaban con su vida cotidiana sin ningún tipo de reserva, con las puertas correderas de papel abiertas de par en par. Tanuma obtenía un placer hasta entonces desconocido al explorar en secreto la vida privada de sus vecinos. Una noche me invitó amablemente a echar un vistazo, pero lo que vi me hizo sonrojar profundamente y decidí no participar más en sus observaciones.

Poco después, construyó un tipo especial de periscopio que le permitía ver todas las habitaciones de sus numerosas sirvientas mientras estaba sentado en su laboratorio. Sin saberlo, las sirvientas no mostraban ningún tipo de pudor en lo que hacían en la intimidad de sus cuartos.

Otro episodio, que nunca podré borrar de mi mente, tenía que ver con los insectos. Tanuma comenzó a estudiarlos con un pequeño microscopio, y sentía un placer infantil al observar tanto sus peleas como su apareamiento. Una escena en particular que tuve la desgracia de observar fue la de una pulga aplastada. Era una visión realmente sangrienta, ya que, ampliada mil veces, parecía un gran jabalí luchando en un charco de sangre.

Algún tiempo después, una tarde en que fui a visitar a Tanuma y llamé a la puerta de su laboratorio, no hubo respuesta. Así que entré con naturalidad, como solía hacer. Dentro estaba completamente a oscuras, ya que todas las ventanas estaban cubiertas con cortinas negras. De repente, en la gran pared que tenía delante apareció un objeto borroso e indescriptible de un tamaño monstruoso que lo cubría todo. Me quedé tan sorprendido que me paralicé.

Poco a poco, la «cosa» de la pared comenzó a tomar forma definida. Lo primero que percibí fue un pantano cubierto de maleza oscura. Debajo aparecieron dos ojos inmensos del tamaño de cubos, con pupilas marrones que brillaban horriblemente, mientras que a sus lados fluían muchos ríos de sangre sobre una meseta blanca. A continuación aparecieron dos grandes cuevas, de las que parecían sobresalir los extremos negros y tupidos de grandes escobas. Se trataba, por supuesto, de los pelos que crecían en las cavidades de una nariz gigantesca. Luego siguieron dos labios gruesos, que parecían dos grandes cojines carmesí, y que no dejaban de moverse, dejando al descubierto dos hileras de dientes blancos del tamaño de tejas.

Era la imagen de un rostro humano. De alguna manera me pareció reconocer los rasgos a pesar de su grotesco tamaño.

Justo en ese momento oí que alguien gritaba: «¡No te asustes! ¡Soy yo!». La voz me causó otro sobresalto, pues los grandes labios se movían al unísono con las palabras y los ojos parecían sonreír.

De repente, sin previo aviso, la habitación se llenó de luz y la aparición de la pared se desvaneció. Casi al mismo tiempo, Tanuma salió de detrás de una cortina al fondo de la habitación.

Sonriendo con picardía, se acercó a mí y exclamó con orgullo infantil: «¿No ha sido un espectáculo extraordinario?». Mientras yo permanecía inmóvil, todavía sin habla por la sorpresa, me explicó que lo que había visto era una imagen de su propio rostro, proyectada en la pared mediante un estereoscopio que había mandado construir especialmente para proyectar rostros humanos.

Varias semanas más tarde, comenzó otro nuevo experimento. Esta vez construyó una pequeña habitación dentro del laboratorio, cuyo interior estaba completamente revestido de espejos. Las cuatro paredes, además del suelo y el techo, eran espejos. Por lo tanto, cualquiera que entrara se encontraría con reflejos de cada parte de su cuerpo; y como los seis espejos se reflejaban entre sí, los reflejos se multiplicaban y volvían a multiplicarse hasta el infinito. Tanuma nunca explicó cuál era el propósito de la habitación. Pero recuerdo que en una ocasión me invitó a entrar. Me negué rotundamente, porque estaba aterrorizado. Pero, según me contaron los sirvientes, Tanuma entraba con frecuencia en la «cámara de los espejos» junto con Kimiko, su doncella favorita, una joven de dieciocho años de generosos atributos, para disfrutar de los placeres ocultos del país de los espejos.

Los sirvientes también me contaron que, en otras ocasiones, entraba solo en la cámara y permanecía allí durante muchos minutos, a menudo hasta una hora. Una vez se quedó dentro tanto tiempo que los sirvientes se alarmaron. Uno de ellos reunió el valor suficiente para llamar a la puerta. Tanuma salió saltando, completamente desnudo, y sin decir una palabra, huyó a su habitación.

En este punto, debo explicar que la salud de Tanuma se estaba deteriorando rápidamente. Por otro lado, su obsesión por los instrumentos ópticos no hacía más que aumentar. Continuando con su loca afición, gastaba su fortuna y acumulaba cada vez más espejos de todo tipo y forma: cóncavos, convexos, ondulados, prismáticos, así como diversos ejemplares que proyectaban reflejos completamente distorsionados. Finalmente, llegó a un punto en que ya no encontraba satisfacción a menos que fabricara sus propios espejos. Por ello, estableció una fábrica de vidrio en su espacioso jardín y, con la ayuda de un selecto grupo de técnicos y obreros, comenzó a fabricar todo tipo de espejos fantásticos. No tenía ningún familiar que le frenara en sus locas aventuras y los generosos salarios que pagaba a sus empleados les aseguraban una obediencia total. Por lo tanto, sentí que era mi deber intentar disuadirle de seguir malgastando una fortuna que se estaba agotando rápidamente. Pero Tanuma no me escuchó.

No obstante, decidí vigilarlo, por temor a que perdiera completamente la razón, y lo visitaba con frecuencia. En cada visita era testigo de algún ejemplo aún más descabellado de su obsesión por fabricar espejos, cada uno de ellos más difícil de describir que el anterior.

Una de las cosas que hizo fue cubrir toda una pared de su laboratorio con un espejo gigante. Luego recortó cinco agujeros en el espejo, por los que metía los brazos, las piernas y la cabeza desde la parte trasera, creando una extraña ilusión de un cuerpo sin tronco flotando en el espacio.

En otras ocasiones, encontraba su laboratorio abarrotado de una variopinta colección de espejos de formas y tamaños fantásticos —predominaban los corrugados, cóncavos y convexos—, y él bailaba en medio de ellos, completamente desnudo, como un ritualista pagano primitivo o un brujo. Cada vez que contemplaba estas escenas, me entraban escalofríos al ver el reflejo de su cuerpo desnudo girando, contorsionándose y retorciéndose en mil variaciones. A veces, su cabeza aparecía doble, con los labios hinchados hasta alcanzar proporciones inmensas; otras veces, su vientre se hinchaba y se elevaba para luego aplanarse, y sus brazos, que se balanceaban, se multiplicaban como los de las antiguas estatuas budistas chinas. De hecho, en esos momentos, el laboratorio se transformaba en un purgatorio de monstruos.

A continuación, Tanuma montó un caleidoscopio gigante que parecía ocupar todo el laboratorio. El cilindro se accionaba mediante un motor y, con cada giro, los gigantescos patrones florales del caleidoscopio cambiaban de forma y color —rojo, rosa, púrpura, verde, bermellón, negro—, como las flores del sueño de un adicto al opio. Tanuma se metía en el cilindro y bailaba entre las flores como un loco, con el cuerpo y las extremidades completamente desnudos, multiplicándose como los pétalos, dando la impresión de que él también era uno de los elementos florales del caleidoscopio.

Pero su locura no terminaba ahí, ni mucho menos. Sus fantásticas creaciones se multiplicaban rápidamente, cada una a mayor escala que la anterior. Hasta ese momento, todavía creía que estaba parcialmente cuerdo, pero finalmente incluso yo tuve que admitir que había perdido la cabeza por completo. Y poco después llegó el terrible y trágico clímax.

Una mañana, un excitado mensajero de la casa de Tanuma me despertó súbitamente.

—¡Ha ocurrido algo terrible! ¡La señorita Kimiko quiere que vaya inmediatamente! —gritó el mensajero, con el rostro pálido como una hoja de papel de arroz.

—¿Qué pasa? —pregunté, mientras me vestía apresuradamente.

—Aún no lo sabemos —exclamó el sirviente—, ¡pero, por el amor de Dios, venga conmigo inmediatamente!

Intenté preguntarle más cosas, pero decía tantas incoherencias que desistí y corrí todo lo rápido que pude hacia el laboratorio de Tanuma.

Al entrar en aquel inquietante lugar, la primera persona que vi fue Kimiko, la atractiva criada a la que Tanuma había convertido en su amante. Cerca de ella había varias criadas más, todas apiñadas y mirando con horror un gran objeto esférico que reposaba en el centro de la habitación.

La esfera era aproximadamente el doble de grande que la bola sobre la que suelen hacer malabarismos los payasos de circo. Estaba completamente cubierta con un paño blanco. Lo que me aterrorizaba era la forma fantástica en que rodaba lentamente y de forma aleatoria, como si estuviera viva. Sin embargo, mucho más terrible era el extraño ruido que resonaba débilmente desde el interior: una risa escalofriante que parecía provenir de la garganta de una criatura de otro mundo.

—¿Qué… qué está pasando? ¿Qué demonios está pasando? —pregunté al atónito grupo.

—No… no lo sabemos —respondió aturdida una de las criadas. Creemos que nuestro señor está dentro. Pero no podemos hacer nada. Hemos llamado varias veces, pero no ha habido respuesta, salvo la extraña risa que se oye ahora.

Al oír esto, me acerqué con cautela a la esfera para averiguar cómo salían los sonidos. Pronto descubrí varios pequeños orificios por donde salía el aire. Me acerqué a uno de ellos, pegué el ojo y miré dentro, pero una luz brillante me cegó y no pude ver nada con claridad. Sin embargo, sí pude determinar una cosa: ¡había una criatura dentro!

—¡Tanuma! ¡Tanuma! —grité varias veces, pegando la boca al agujero. Pero lo único que se oía era la misma risa extraña.

Sin saber qué hacer, me quedé allí de pie observando con incertidumbre cómo rodaba la bola. Entonces, de repente, me fijé en unas finas líneas que formaban una cuadrícula en la superficie exterior lisa. Enseguida me di cuenta de que se trataba de una puerta que permitía acceder a la esfera. «Pero si es una puerta, ¿dónde está el pomo?», me pregunté. Al examinar la puerta con atención, vi un pequeño orificio, donde seguramente había tenido alguna manilla.

Al verlo, se me ocurrió una idea terrible. «Es muy posible —me dije— que la manija se haya soltado accidentalmente, atrapando dentro a quienquiera que haya entrado en la esfera. Si es así, el hombre lleva toda la noche dentro sin poder salir».

Al buscar en el suelo del laboratorio, pronto encontré una manija en forma de T, pero no pude encajarla en el agujero porque el mango estaba roto.

No entendía por qué el hombre que había dentro, si es que era un hombre, no gritaba ni pedía ayuda en lugar de soltar esas risas y carcajadas tan extrañas. «Quizás Tanuma está dentro y se ha vuelto completamente loco», pensé de repente.

Decidí que solo había una cosa que hacer. Corrí hacia el taller de vidrio, cogí un martillo pesado y volví corriendo al laboratorio. Apuntando con cuidado, golpeé el globo con todas mis fuerzas. Lo golpeé una y otra vez hasta que el extraño objeto quedó reducido a un montón de fragmentos de vidrio.

El hombre que salió gateando de entre los escombros era Tanuma. Pero estaba casi irreconocible, ya que había sufrido una horrible transformación. Tenía la cara pulposa y descolorida, los ojos vagaban sin rumbo fijo, el pelo era una maraña, la boca estaba abierta y le goteaba la saliva en finas cintas espumosas. Toda su expresión era la de un maníaco delirante.

Incluso Kimiko retrocedió horrorizada tras echar un vistazo a aquel monstruo de hombre. No hacía falta decir que Tanuma se había vuelto completamente loco.

«Pero ¿cómo ha podido suceder esto?», me pregunté. «¿Podría el mero hecho de estar confinado dentro de esta esfera de cristal haberlo vuelto loco? Además, ¿qué motivo tenía para construir el globo?».

Aunque pregunté a los sirvientes que seguían amontonados a mi alrededor, no pude averiguar nada, ya que todos juraron que no sabían nada del globo, ni siquiera que hubiera existido.

Como si fuera completamente ajeno a su entorno, Tanuma comenzó a deambular por la habitación, todavía sonriendo. Kimiko superó su miedo inicial con gran esfuerzo y, llorando, le tiró de las mangas. En ese momento llegó al lugar el ingeniero jefe de la fábrica de vidrio para presentarse al trabajo.

Ignorando su conmoción ante lo que veía, comencé a lanzarle preguntas sin descanso. El hombre estaba tan desconcertado que apenas podía balbucear sus respuestas. Esto es lo que me dijo:

Hace mucho tiempo, Tanuma le había encargado que construyera esta esfera de vidrio. Tenía medio centímetro de grosor y aproximadamente un metro de diámetro. Para que el interior fuera un espejo de una sola pieza, Tanuma había ordenado a los obreros y a los ingenieros que pintaran el exterior del globo con mercurio y que pegaran sobre él varias capas de tela de algodón. El interior del globo se había construido de tal manera que había pequeñas cavidades aquí y allá para alojar bombillas eléctricas sin que sobresalieran. Otra característica del globo era una puerta lo suficientemente grande como para permitir la entrada de un hombre de estatura media.

Los ingenieros y los trabajadores desconocían por completo el propósito del objeto, pero las órdenes eran las órdenes, así que siguieron adelante con su trabajo. Por fin, la noche anterior, el globo estaba terminado y lo llevaron con mucho cuidado al laboratorio, con un cable eléctrico extralargo conectado a un enchufe en la superficie exterior. Una vez allí, enchufaron el cable a una toma de corriente y se marcharon inmediatamente, dejando a Tanuma solo con la esfera. Lo que sucedió después, por supuesto, estaba más allá de su conocimiento.

Tras escuchar la historia del ingeniero jefe, le pedí que se marchara. Luego, dejé a Tanuma al cuidado de los sirvientes, que lo llevaron a la casa, y continué solo en el laboratorio, con la mirada fija en los fragmentos de vidrio esparcidos por la habitación, tratando desesperadamente de resolver el misterio de lo que había sucedido.

Durante un buen rato permanecí así, luchando con el enigma. Finalmente, llegué a la conclusión de que Tanuma, tras agotar todas las ideas nuevas en su obsesión por la óptica, había decidido construir un globo de cristal completamente revestido con un espejo de una sola pieza en el que entraría para ver su propio reflejo.

¿Por qué un hombre se volvería loco si entrara en un globo de cristal revestido con un espejo? ¿Qué demonios habría visto allí? Cuando estos pensamientos pasaron por mi mente, sentí como si me hubieran atravesado la columna vertebral con una espada de hielo.

¿Se volvió loco al verse reflejado en un espejo completamente esférico? ¿O fue perdiendo la cordura al descubrir de repente que estaba atrapado dentro de su horrible ataúd de cristal junto con «ese» reflejo?

Entonces, me pregunté de nuevo: ¿qué había visto? Sin duda, era algo completamente fuera del alcance de la imaginación humana. Seguramente, nadie se había encerrado antes dentro de los límites de una esfera revestida de espejos. Ni siquiera un físico experimentado podría haber adivinado exactamente qué tipo de visión se crearía dentro de ella. Probablemente, sería algo tan impensable que estaría completamente fuera de este mundo.

Tan extraño y aterrador debía de ser ese reflejo, fuera cual fuera su forma, que llenaba todo el campo de visión de Tanuma y habría vuelto loco a cualquiera.

Lo único que conocemos es el reflejo proyectado por un espejo cóncavo, que es solo una sección de un todo esférico. Se trata de una ampliación monstruosamente grande. Pero, ¿quién podría imaginar cuál sería el resultado de una sucesión completa de espejos cóncavos?

Mi desventurado amigo, sin duda, había intentado explorar las regiones de lo desconocido, violando tabúes sagrados e incurriendo así en la ira de los dioses. Al intentar abrir los portales secretos del conocimiento prohibido con su obsesión por la óptica, se había destruido a sí mismo.

FIN

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Edogawa Rampo

Edogawa Rampo - El infierno de los espejos
  • Autor: Edogawa Rampo
  • Título: El infierno de los espejos
  • Título Original: Kagami Jigoku
  • Publicado en: Taishu Bungei, octubre de 1926
  • Traducción: Juan Pablo Guevara para Lecturia

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