Horacio Quiroga: Charlábamos de sobremesa (Cuento-Resumen-Análisis)

En «Charlábamos de sobremesa,» cuento de Horacio Quiroga, un grupo de amigos discute sobre supersticiones durante una animada sobremesa. Un extranjero cuenta una aterradora leyenda medieval, donde un cazador se enfrenta a un lobo y descubre que la pata que corta es en realidad una mano humana, lo que conduce a que una mujer sea quemada por brujería. Un tertuliano, inspirado por la historia, narra su propia experiencia sobrenatural con un evento terrorífico que ocurre durante una boda.

Horacio Quiroga - Charlábamos de sobremesa

Charlábamos de sobremesa

Horacio Quiroga
(Cuento completo)

Y la conversación recayó sobre el tema a que forzosamente llegaban los cuentos de impresión: las supersticiones.

—En cuanto a creencias más o menos arraigadas —dijo un extranjero—, los pueblos europeos, y en particular el francés, dan un tono tal de verosimilitud a sus narraciones, que el espíritu de los que oyen obsta largo tiempo antes de razonar fríamente. Una leyenda medieval, por ejemplo, oída en mi infancia, me causó una impresión profunda, de que apenas los años transcurridos han logrado desasirme.

Hela aquí, sencillamente contada en dos palabras:

«Un caballero cazaba en una tarde de invierno. Había nevado todo el día; el campo estaba completamente blanco. Con el rifle al hombro, se acercó al castillo de un amigo, que pasaba sobre el puente levadizo. El castellano llegó a la poterna y vio en la contraescarpa al caballero, que le saludó.

»—¿Vas de caza? —preguntó el castellano.

»—Sí —respondió el caballero.

»—Hace mucho frío.

»—No lo siento.

»—Los lobos han salido del bosque.

»—Peor por ellos.

»—Entonces, buena suerte.

»—Gracias, pero cuida de hacer fuego duradero, pues sea la pieza que fuere, vendré a comerla contigo.

»El caballero partió con el rifle preparado y se perdió en la distancia.

»En vano recorrió la linde del bosque en procura de liebres; sólo veía lobos enflaquecidos que le miraban al cruzar galopando por la llanura. En vano recorrió las conejeras, las trampas, los abrevaderos; nada. Al dar vuelta su sendero, un lobo oculto tras un matorral se encaminó hacia él. El caballero apuntó detenidamente y el tiro partió. El lobo se acercó más. Cargó nuevamente el arma y disparó. El lobo se acercó más. Enfurecido, cargó de nuevo: pero el lobo, ya a su lado, gruñó y saltó. Apenas si el caballero tuvo tiempo de desenvainar su cuchillo de caza y sostener el ataque, en el que logró cortar una pata al animal, que huyó al galope, corriendo naturalmente, cual si lo hiciera con los cuatro miembros. El cazador, acordándose de lo prometido, recogió el despojo y marchó al castillo, sobre cuyo puente paseaba aún su dueño, a pesar del frío terrible.

»—¿Y bien? —le preguntó.

»—En verdad que tenías razón —respondió el cazador— pero acordándome de mi promesa, te traigo esto.

»Y al pretender retirar del morral la pata de lobo, sacó una mano de mujer, en uno de cuyos dedos brillaba un anillo.

»Todavía sangraba.

»Tras el mudo espanto de aquella contemplación, el castellano tomó temblando la mano tronchada, la acercó a sus ojos, examinó la sortija y, creyendo reconocerla, en una brusca revelación de horror, entró al castillo en busca de su mujer. Recorrió todas las habitaciones; no estaba. Solamente en la cocina, halló una mujer que, sentada junto al hogar, calentaba sus pies. Cogiéndola de la barbilla, le levantó la cabeza: era su mujer. Retiró su brazo oculto, estaba cortado a la altura de la muñeca y la herida era reciente.

»Inútil es decir —concluyó el narrador— que al día siguiente fue quemada viva como bruja.

A las exclamaciones de sorpresa que debía arrancar la leyenda del extranjero, se añadió la voz de un tertuliano, hasta entonces silencioso, que habló así:

—Conozco, y hasta de memoria, muchas leyendas europeas.

Pero todas tienen el defecto de que el fondo de verdad que pudiera haber en ellas no existe, perdiéndose el efecto, por consiguiente, a pocos minutos de terminada la historia, aunque este señor —agregó dirigiéndose al extranjero— sea una excepción.

»En esta tierra, como en todas, tenemos leyendas, supersticiones y hasta invenciones del momento. No hay quien no conserve un recuerdo de su niñez, en que un lobisón pugnó más de una noche por entrar en nuestro cuarto. En la región del Norte, sobre todo, la infancia, y aun la edad madura, entretienen sus veladas de invierno con ese extraño personaje, que bien es hombre, es gato, es chancho, y a veces, todo junto.

»Pues bien: hace tres años tuve ocasión de comprobar lo que de cierto hay en esas hazañas, sí, lo que hay de cierto —afirmó, observando las sonrisas que esas palabras suscitaran.

»Llevaba cuatro mozas de paseo, en una estancia que no es necesario precisar, cuando trabé relación con un paisano de aquel establecimiento, el cual, no obstante su burda intelectualidad, había logrado conquistarme a fuerza de rarezas.

»Era apacible, pendenciero, rezongón, cachaciento, todo en unas pocas horas.

»Su cualidad dominante era ser gruñón, en el pleno sentido de la palabra, y pasaba de la carcajada a la seriedad con una rapidez verdaderamente alucinante. Sin ser precisamente digno de estudio, me preocupaba, y más de una vez pasé largo rato observando su extraño modo de caminar, una cierta tendencia a doblar el espinazo hacia adelante.

»Y ahora contaré un episodio que fue para mí algo como un calambre en pleno raciocinio.

»Una noche fui despertado por una atroz gritería de perros.

»Me levanté sobresaltado, y corriendo a la ventana, vi que los animales se abalanzaban furiosos sobre un objeto que no alcanzaba a distinguir. Los perros se revolvían sobre un solo punto, con un encarnizamiento que no dejaba lugar a duda sobre la rabia que les inspiraba el invisible animal. Y en los espantosos ladridos había como un gruñido que temblaba sordamente. Abrí la puerta, y, avanzando hacia el tumulto, mi presencia despejó la situación, en el hecho curioso de no ver nada en el sitio de la pelea, siquiera una gota de sangre, que indudablemente tenía que haber dejado el oscuro luchador. Me volví, y ya entraba en el cuarto, cuando noté que el paisano aquel estaba esperándome en la puerta y me miraba sonriéndose.

»—¿Qué hace a estas horas? —le pregunté bastante sorprendido.

»—Nada, patroncito —me contestó—. Sentí que se levantaba y vine a ver si ha pasado algo.

»—Gracias, amigo —respondí—; váyase a dormir, que no es nada.

»Y se fue. Yo me acosté, empezaba a dormirme pensando en la rara presencia del paisano en la puerta de mi cuarto. Y de pronto me acordé de algo como parecido. Ahora viene el final.»

El narrador se interrumpió un momento.

Aprovechando la ocasión para no ser descortés, salí un instante, cuando volví mi amigo continuaba:

«—Estaba lavándome, cuando una mañana entró el paisano —a quien llamaremos Gabino—, y comenzó a dar vueltas a su sombrero entre las manos.

»Se sonrió afectuosamente:

»—¿Qué desea, Gabino?

»—¡Patroncito, vengo a noticiarle que mañana me caso, y desearía que usted acudiera al casorio!

»—¡Cómo no, amigo! Mañana iremos allá.

»Y Gabino, dándome las gracias, diose vuelta, tropezó con una silla, tartamudeó dos o tres frases, mirando el obstáculo, y salió.

»Al otro día, apenas entró la noche, me dirigí al rancho donde se efectuaba el casamiento.

»En verdad, y esto es necesario para la narración, eran tres ranchos, dos de ellos, casi pared por medio, y el otro al extremo del patio enladrillado de rojos cascotes. En aquel último se había dispuesto la alcoba de los novios.

»Tal vez sea preciso advertir que en esa noche los perros aullaron lúgubremente, y que todos ellos rondaron los ranchos de Gabino.

»Efectuado al anochecer el casamiento, como se acostumbra en campaña, el baile comenzó temprano, al son de plañideros acordeones. Los novios se retiraron a las tres de la madrugada, y yo, aunque cayéndome de sueño, permanecí en el baile, por obsequio al servicial Gabino.

»Y la música, de pronto, me hizo dar un salto brusco sobre el banco, despertándome completamente. Las notas habían sonado como un grito y, no obstante, la intensidad y el ritmo eran iguales a los anteriores.

»Pero desde aquel momento fui presa de una agitación que no podía dominar, en que mi vista iba forzosamente de una a otra persona. Y los acordeones se hacían cada vez más estridentes, y era un desenlace fatal lo que gritaban los acordeones, y mis cabellos se erizaron de tal modo, que di un alarido, saltando en medio de la sala en plena clarividencia.

«—¡Pero no oyen! —grité a los paisanos que se habían detenido y me miraban como a un loco—. ¡No oyen que la está devorando!

«Y la música calló, y todos, prestando el oído, oímos un sordo pataleo entre gruñidos que llegaban desde el cuarto de los novios. Corrimos desaforadamente, y llegando al cuarto, golpeamos con frenesí. Los gruñidos continuaban.

»Entonces, retrocediendo en masa, dimos a la puerta un formidable empujón, y las hojas saltaron hacia adentro.

»Y entramos todos, con el horror en los cabellos y los ojos reventando de sequedad, y allí, en el suelo, entre los girones sueltos del vestidito de percal, estaba la novia con el vientre abierto; y tendido sobre ella, un cerdo inmundo, con las patas llenas de sangre, gruñendo y hociqueando, la devoraba asquerosamente.»

El atontante final del cuento dejó las gargantas con un nudo, y recordando entonces la frase del narrador en que se había referido a lo que hay de cierto en esas cosas, un tertuliano preguntó temerosamente:

—Pero usted lo cuenta como si en realidad hubiera visto eso, ¿no es verdad?

—No señor —respondió el aludido, sin siquiera sonreírse—. No cuento sino lo que me ha sucedido.

Y como forzosamente había de hacerse silencio ante esa terrible afirmación, un gruñido irritado y agudo llenó toda la sala. Y en seguida otro, y otro, y otro.

Todos se miraron. Los más valientes sintieron que un escalofrío les recorría el cuerpo; como una epidemia, el horror se contagió y las puertas, abiertas de par en par, apenas bastaron a dar el tropel de espantados oyentes que huyeron perseguidos por el gruñido aquel.

Quedamos solos el narrador y yo. Y entonces, bajándose, lleno de risa, levantó de las orejas un lechón que yo, en auto de las leyendas de mi amigo, había traído sigilosamente, aprovechando la interrupción consabida.

Y es claro, el animalito, pellizcado en la ocasión, puso el grito en el cielo.

He aquí cómo en una noche de invierno, y preparado el ánimo por las leyendas terroríficas, un triste lechoncito puso en fuga a doce personas respetables.

FIN

Guía de apoyo a la lectura

Resumen de Charlábamos de sobremesa de Horacio Quiroga

En una amena conversación durante la sobremesa, un grupo de personas comienza a compartir historias y leyendas de terror. Un extranjero, recordando su infancia en Europa, relata una leyenda medieval que le dejó una impresión duradera. En ella, un caballero sale a cazar en una fría tarde de invierno. Al no encontrar ninguna presa, se enfrenta a un lobo que no parece inmutarse ante sus disparos. Tras una intensa lucha, el caballero logra amputar una pata al lobo y regresa al castillo de su amigo. Sin embargo, al abrir su morral, en lugar de una pata de lobo, encuentra una mano humana con un anillo, que todavía sangra. Horrorizado, el castellano reconoce el anillo como el de su esposa y la encuentra en la cocina, herida y sin una mano. Convencido de que es una bruja, la mujer es quemada al día siguiente.

Impactados por la historia, otro tertuliano, hasta entonces en silencio, interviene con una historia propia, asegurando que es real. Comienza a narrar una experiencia que vivió tres años atrás en una estancia rural. Cuenta cómo trabó amistad con un extraño paisano llamado Gabino, cuyo comportamiento le parecía intrigante y un tanto sobrenatural. Una noche, el narrador se despierta por los ladridos de los perros, pero no encuentra nada al investigar, salvo la presencia sospechosa de Gabino. Al día siguiente, Gabino lo invita a su boda.

Durante la celebración, la música y el ambiente se tornan extrañamente inquietantes para el narrador, quien finalmente escucha ruidos perturbadores provenientes de la habitación nupcial. Alarmado, grita que la novia está siendo devorada, y junto con los invitados, irrumpen en la habitación. Allí encuentran a la novia muerta y un cerdo, cubierto de sangre, devorándola.

La escalofriante historia deja a todos en silencio. Ante la pregunta de un participante sobre la veracidad de su relato, el narrador asegura que sólo cuenta lo que le ha sucedido. En ese momento, un sonido de gruñidos de cerdo llena la sala, causando pánico entre los oyentes, quienes huyen despavoridos. El cuento concluye con el narrador y su amigo riendo, revelando que los gruñidos provenían de un lechón que el narrador había traído como una broma, aprovechando la atmósfera de terror creada por las historias compartidas.

Personajes de Charlábamos de sobremesa de Horacio Quiroga

El extranjero: El extranjero es el primer narrador del cuento. Su papel es crucial para establecer el tono de la historia, ya que es quien introduce la primera leyenda de terror. Este personaje aporta una perspectiva externa, mencionando las supersticiones europeas y, en particular, una leyenda medieval que le causó una impresión profunda en su infancia. Su relato es detallado y dramático, generando un ambiente de misterio y suspense. Aunque su historia es breve, cumple con el propósito de preparar a los demás personajes y al lector para las siguientes narraciones.

El tertuliano silencioso: El tertuliano que toma la palabra después del extranjero es un personaje intrigante y central en el desarrollo del cuento. A diferencia del extranjero, asegura que su relato no es una simple leyenda, sino un acontecimiento real. Este personaje es detallista y dramático en su narración, lo cual intensifica el suspense. Su personalidad es calmada pero firme, y logra captar la atención de todos con su historia sobre Gabino y el horror que presenció en la estancia. Su afirmación final sobre la veracidad de su relato añade un toque de realismo escalofriante a la narración.

El cómplice del tertuliano: El cómplice del tertuliano es quien trae el lechón y lo esconde durante la narración para causar el efecto final de terror entre los oyentes. Este personaje actúa en complicidad con el tertuliano silencioso, y su papel es fundamental para el desenlace humorístico de la historia. Aunque su participación es breve, su acción de introducir el lechón en la sala de manera sigilosa añade una capa de complejidad a la narración y revela el carácter juguetón y estratégico del personaje. Su colaboración demuestra la capacidad de ambos para manipular la situación y jugar con los miedos de los demás.

Los participantes de la sobremesa: El resto de los personajes presentes en la sobremesa actúan como el coro griego, reaccionando ante las historias contadas. Sus respuestas, desde la sorpresa hasta el terror, ayudan a intensificar la atmósfera de la narración. Aunque no tienen un papel activo, sus emociones y reacciones son esenciales para reflejar el impacto de las historias narradas.

El lechón: El lechón es el elemento cómico que pone fin a la tensa atmósfera del cuento. Introducido como una broma por el narrador principal, su gruñido desencadena el pánico entre los participantes de la sobremesa. Este personaje, aunque menor, es crucial para el desenlace del cuento, revelando la habilidad del narrador para manipular la percepción y el miedo de los demás.

Análisis de Charlábamos de sobremesa de Horacio Quiroga

«Charlábamos de sobremesa» de Horacio Quiroga es un cuento que se desarrolla en el escenario íntimo y cotidiano de una sobremesa, donde un grupo de personas comparte historias y leyendas. Esta elección del escenario es clave, ya que transforma un ambiente familiar y seguro en uno lleno de misterio y tensión, demostrando cómo las historias de terror pueden cobrar vida en cualquier contexto.

La narración se presenta en tercera persona, aunque es esencialmente un relato dentro de un relato, ya que los personajes principales se turnan para contar sus propias historias. Esto no solo añade capas a la narración, sino que también refuerza el tema de la superstición y el miedo compartido. El cuento comienza con un extranjero que relata una leyenda medieval que escuchó en su infancia, estableciendo un tono sombrío y misterioso. Luego, otro tertuliano toma la palabra y cuenta una historia propia, asegurando que es un hecho real, lo que intensifica la atmósfera de inquietud y suspense.

Los principales temas que Quiroga desarrolla en la historia son la superstición, el miedo a lo desconocido y la delgada línea entre la realidad y la ficción. A través de los relatos de los personajes, Quiroga explora cómo las creencias y los miedos pueden moldear nuestras percepciones y acciones. La primera historia, contada por el extranjero, aborda la superstición medieval y el temor a la brujería, mientras que la segunda historia, narrada por el tertuliano, se centra en las creencias rurales y las leyendas locales.

Quiroga emplea un estilo de escritura detallado y evocador, utilizando descripciones vívidas y un lenguaje preciso para construir la atmósfera de sus historias. El tono de la narración es serio y cautivador, logrando mantener al lector en un estado constante de expectación. El ritmo del cuento es pausado pero constante, con momentos de creciente tensión que culminan en los clímax de cada relato. Esta estructura permite a Quiroga construir el suspense de manera efectiva, manteniendo a los lectores enganchados hasta el final.

Entre las técnicas literarias que Quiroga utiliza, destacan la narración enmarcada y el uso del diálogo para desarrollar la trama y los personajes. La narración enmarcada, donde una historia se cuenta dentro de otra, añade profundidad y complejidad al cuento, permitiendo al autor jugar con diferentes niveles de realidad y ficción. Los diálogos son cruciales para caracterizar a los personajes y avanzar la trama, especialmente en la segunda historia, donde la interacción entre el narrador y Gabino es fundamental para crear la atmósfera de misterio.

El contexto histórico y cultural en el que fue escrito el cuento también influye en su desarrollo. A principios del siglo XX, cuando Quiroga escribió esta historia, las sociedades latinoamericanas aún estaban profundamente influenciadas por las creencias y supersticiones populares. Esto se refleja en la segunda historia, donde las leyendas rurales y el miedo a lo desconocido son elementos centrales. Además, el cuento refleja una época en la que las reuniones sociales y las conversaciones de sobremesa eran una parte importante de la vida cotidiana, ofreciendo un escenario perfecto para el intercambio de historias y leyendas.

«Charlábamos de sobremesa» es un cuento que, bajo su aparente simplicidad, revela la maestría de Horacio Quiroga para tejer historias que cautivan y perturban al mismo tiempo. La capacidad del autor para transformar una situación cotidiana en una experiencia intensa y memorable es notable. A través de las voces de los personajes que se turnan para narrar, Quiroga logra crear una atmósfera envolvente donde lo fantástico y lo real se entrelazan de manera inquietante.

El cuento pone de manifiesto cómo las historias de terror y las leyendas no solo entretienen, sino que también reflejan miedos y creencias profundamente arraigados en la cultura y la psicología humana. Quiroga utiliza las narraciones de los personajes para explorar estos temores y demostrar cómo pueden influir en nuestra percepción de la realidad. Las reacciones de los participantes ante los relatos, que van desde la incredulidad inicial hasta el pánico absoluto, ilustran el poder de las palabras y la sugestión.

Otro aspecto interesante del cuento es cómo Quiroga juega con la expectativa del lector. Desde el principio, las historias se presentan con un tono serio y verosímil, llevando al lector a cuestionar constantemente qué es real y qué es ficción. El uso del humor al final, con la revelación del lechón, no solo desinfla la tensión acumulada sino que también añade una capa de ironía, recordándonos que incluso los momentos más aterradores pueden tener explicaciones mundanas.

En términos de estilo, Quiroga demuestra una habilidad excepcional para mantener el ritmo y la tensión narrativa. La estructura del cuento, con sus cambios de narrador y los giros inesperados en la trama, mantiene al lector siempre en vilo. Además, las descripciones detalladas y el uso efectivo del diálogo contribuyen a crear una experiencia inmersiva, haciendo que los lectores se sientan parte de la conversación en la sobremesa.

En última instancia, «Charlábamos de sobremesa» es una exploración profunda de cómo las historias y las leyendas afectan nuestra percepción del mundo. Quiroga no solo narra cuentos de terror, sino que también invita a los lectores a reflexionar sobre la naturaleza del miedo y la superstición.

Para que público se recomienda Charlábamos de sobremesa de Horacio Quiroga

«Charlábamos de sobremesa» de Horacio Quiroga es un cuento que, debido a sus elementos de terror y suspense, es más adecuado para un público adolescente y adulto. La complejidad de las historias narradas, junto con los temas de superstición, brujería y horror, requieren una cierta madurez para ser apreciados y comprendidos en su totalidad. Los adolescentes mayores, a partir de los 15 o 16 años, pueden encontrar en este cuento una fascinante exploración de los miedos humanos y las leyendas, siempre y cuando tengan interés en la literatura de terror y estén preparados para enfrentar narraciones con desenlaces oscuros.

El contenido del cuento, que incluye escenas de violencia y muerte, como la mujer acusada de brujería y la novia devorada por un cerdo, puede ser perturbador para lectores más jóvenes o sensibles. Estos elementos hacen que el cuento no sea apropiado para niños o preadolescentes, quienes podrían encontrar el material demasiado intenso o inquietante. Además, la estructura narrativa y el lenguaje utilizado por Quiroga, con sus descripciones detalladas y atmósfera cargada de suspense, requieren una capacidad de comprensión y análisis que generalmente se desarrolla en etapas posteriores de la adolescencia.

Para los adultos, el cuento ofrece una rica experiencia literaria, llena de matices y capas de significado. La habilidad de Quiroga para evocar el miedo y el suspense a través de sus narraciones es apreciada por lectores que buscan algo más que una simple historia de terror. Los adultos pueden disfrutar de la forma en que el autor juega con la realidad y la ficción, y cómo utiliza las historias dentro de historias para profundizar en los miedos y creencias humanas.

Horacio Quiroga - Charlábamos de sobremesa
  • Autor: Horacio Quiroga
  • Título: Charlábamos de sobremesa
  • Publicado en: La alborada, 5 de mayo de 1901